domingo, 20 de mayo de 2012

Etica y Bioética

Cuando desde  la Bioética se habla de la “defensa de la vida”, se entiende que ésta se extiende en exclusividad al ámbito de los seres  humanos. Y a pesar de ello, se la sigue llamando “bioética”, y no “humanoética”. La experimentación en animales, algunos  superiores como los primates, sólo cuenta para esta disciplina con una mínima consideración ética: Que se les “eviten sufrimientos innecesarios”. Por otro lado, los  miembros no humanos del reino animal,  salvo los felinos cuyos máximos exponentes (leones, tigres, panteras, etc.) cuentan con un estatus superior en el lenguaje vulgar, son considerados no sólo inferiores sino peyorativamente indeseables. Esa mujer es una víbora, esa es más mala que las arañas, los aplastaremos como cucarachas, los exterminaremos como ratas, es un cerdo de sucio, es una perra (puta y perra en inglés usan la misma palabra), no sabe nada, es un burro, esa que entró es un gato, se tragó varios sapos, se arrastra como un gusano, se reproducen como conejos, tiene dientes de caballo, está hecha una vaca, parece un hipopótamo, es lento como una tortuga, más puta que las gallinas, se hizo perdiz, repite todo como un loro. Para definir el grado de alcoholismo del hombre borracho, utilizamos animales: La etapa del león, del mono, del cerdo... El “hombre” (ampliamente hablando) es aséptico como definición. Para catalogarlo es necesario adjetivarlo. La palabra “hombre” no lleva implícito ningún calificativo que lo refiera a él mismo. Usurpamos del resto de los animales la esencia  del nombre que nosotros les dimos, para adjetivarnos, en general negativamente. La Bioética al avalar la experimentación en animales no actúa de manera diferente. Las ciencias biológicas usan a los animales para experimentación en beneficio del hombre, dándoles la dudosa concesión de que “no sufran innecesariamente”. Por lo tanto, el tan mentado “respeto a la vida”, no es tal. Tanto desde el lenguaje peyorativo, pasando por la experimentación, hasta la necesaria “industria de la carne”.
Defensa de la vida, que no es tal. ¿Defensa de la vida humana? No parece que figure entre las prioridades de la especie. Guerras, genocidios, hambre, desnutrición, insalubridad, carencia de educación, legislaciones discriminatorias, pena de muerte, la lista puede ser larga. Pero, ahhh, sí, en abundantes legislaciones nos desgarramos las vestiduras y hacemos largos y enfáticos discursos en favor “de la vida humana desde la concepción”. En muchos países, el mayor seguro declarativo que tiene la vida desde el Estado es “durante la gestación”. Porque después, la cosa es : Arreglate como puedas, y así tenemos injustificables índices de mortalidad materna, de mortalidad infantil, de mortalidad por tuberculosis, Chagas o SIDA, etc. Seguimos vendiendo tabaco que engorda multimillonarias industrias, a pesar de la alta mortalidad que su uso provoca. Y la lista puede ser muy larga.
Pero seguimos declamando que “defendemos a rajatabla la vida desde la concepción”.  Uno aquí podría preguntarse ¿para qué tanta defensa si después se la derrocha a manos llenas? “Es necesario hacerlo siempre desde el discurso”. “Es lo que se espera de nosotros”, dicen los políticos, Es lo “políticamente correcto”. Y desde el llano aplauden y vitorean quienes así se sienten seguros y respaldados en sus creencias afianzadas por un Estado que se autotitula ético.
Ética para los seres humanos; los animales ya tienen lo suyo, “y al fin y al cabo, fijate que gracias a nosotros sobreviven los animales domésticos…”  luego parece ser que esa ética es sólo para algunos seres humanos, para ciertos casos. Se la reclama para las profesiones liberales, pero no a empresarios, bancos, financieras. Cuanto más grandes, menos reclamos. La industria de la propaganda, que nos bombardea a toda hora con mentiras, usando toda clase de artimañas para que compremos lo que venden. La ética del consumo, motor actual de la economía. “Compre ya, aunque no lo necesite, alguna vez le va a llegar a ser necesario…” tirar sin abrir agregaría yo.
En un mundo que todavía debe varias materias para recibirse de ético, torna sospechosa a esta disciplina controlando a la ciencia, sobre todo actualmente a la Biología.
Desde algunas posturas de la Bioética hay quienes se horrorizan que un biólogo exprese que: “Prefiere experimentar con un embrión (se entiende que humano) que con un chimpancé”. Y esas mismas posturas consideran no ético experimentar con “células madre embrionarias”, las que, potencialmente podrían dar origen a un embrión. Hasta el Papa se expresó enfáticamente en contra, olvidando el olor que aún se percibe a carne quemada viva desde sus venerables recintos (Giordano Bruno, Julio-Cesare Vanini y tantos otros…).
La Historia siempre tuvo su basamento casi inamovible en el discurso único de la “historia oficial”. Y esta historia de los hombres funda su base ética en la justificación de la violencia. Los fines  justificando los medios. La redacción insume tantos volúmenes como mentiras es capaz de elaborar un ser humano. Mentiras hacia afuera y mentiras hacia adentro. Toda la variedad está inserta allí. La revisión de la historia humana desde una ética entendida como el respeto universal a la vida y  a su diversidad, teniendo como base el primun non nocere de la ciencia médica, y los principios de la beneficencia y de la no maleficencia, podría orientar hacia una nueva etapa de la ética  de la vida en relación en general.
Pero no nos adelantemos. No seamos utópicos idealistas. No fabriquemos creencias que den origen a nuevos fundamentalismos, con gloriosos  correlatos en la siempre renovada y siempre unívoca “historia oficial”.
Paso a paso, sin olvidar que la diversidad es una condición ineludible para el pensamiento que se autotitula ético, aunque defendiendo  esa diversidad de sus extremos inevitables, parece un camino interesante para recorrer. Temas puntuales, evitando generalizaciones y pensamientos abstractos, como por ejemplo, el derecho de las mujeres a ser consideradas en singular únicas, y siempre, una sola persona. Porque no veo que sea ético considerarlas “dos personas” cuando están embarazadas, para habilitar  el ejercicio de  un poder sobre ellas. A través de ellas y no a pesar de ellas el Estado debería defender la vida en gestación. Como si no fueran confiables, hay que imponerles, darles órdenes, incluso criminalizarlas. Como si las leyes de los hombres (en general un producto masculino) fueran más confiables que la naturaleza femenina de las mujeres. ¡Como si fuera producto de las leyes de ellos y no por la naturaleza de ellas que hemos llegado a dominar el planeta con sus siete mil millones de habitantes!
Vivimos de mentitas. Las mentiras nos alimentan, nos cuidan, nos dan confianza en nosotros mismos. “Miento para ayudarte, para protegerte, sobre todo de vos mismo”. Mentimos para que todo siga igual, y aceptamos mentiras como moneda corriente de compra-venta. Y construimos una historia oficial con esas mentiras, y una ética de y para esas mentiras. Las verdades simples nos producen rechazo, y la primera barrera que les ponemos desde nuestro pensamiento es que son dudosamente éticas, cuando no definitivamente no éticas. ¿Ejemplos? El derecho al divorcio vincular. La existencia de parejas homosexuales, y el derecho al matrimonio igualitario. La adopción de hijos por parte de estos. El reconocimiento de grupos convivientes no monogámicos,  el mencionado derecho de las mujeres a ser consideradas  “una sola persona”, y tantos otros que hoy día se podrían nombrar y mostrar. En definitiva, el derecho a la privacidad, a la singularidad, a la diversidad.
¿Quién establece que lo dicho sea lo que debe ser? ¿No suena más  aceptable desde la diversidad eso de que “de gustos no hay nada escrito”, y que cada uno se pueda escribir su propia historia,  sin interferir ni dañar a terceros y con la condición de no pretender generalizarla? Y hablando en general, que suena difícil en un ánimo de respeto a la diversidad,  correspondería anunciar previamente su carácter provisorio y siempre sujeto a revisión. Al fin y al cabo la ciencia y su método científico avanza paso a paso y utilizando el ensayo y error, con audacia y humildad, que la realidad científica es implacable en eso de mentirse a si mismo o mentirles a otros. La legislación podría tomar modelos del método científico  como base para ciertas conductas cuando de elaborar ciertas  leyes (por ej. El Código Penal) se trata. Y pasarlas por el filtro del ensayo-error antes de aprobarlas como normas generales aplicables a toda  la sociedad. Comenzando, por ejemplo, con poner en tela de juicio lo que usos y costumbres dicen y establecen, y que muchas veces son utilizadas como bases para la legislación ulterior.

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