lunes, 21 de julio de 2014

¿Quién escribe?

Una pregunta que generalmente no se produce ni parece necesaria si se conoce al autor,  de lo contrario, ¿vendría bien?, y, ¿puede el autor contestar esa pregunta? 

Sí y no, categoría universal. El autor puede dar sus datos personales, que parece una cuestión un tanto irrelevante. Sus antecedentes intelectuales y profesionales parecen ayudar un poco. Títulos, seminarios, participación en simposios y mesas redondas, libros, artículos y trabajos publicados, etc. Entre esto y los datos personales  se lo puede encuadrar, pero ¿se responde así a la pregunta...?

No. ¿Por qué no? Porque quien escribe no siempre sabe a ciencia cierta quién es, ni siempre es consciente de por qué escribe. Y al escribir lo hace a un ritmo mucho más acotado y lento que su variada actividad cerebral. Entonces, selecciona, elabora frases que sintetizan un pensamiento, o le sustrae parte de la esencia a una emoción y la transforma en palabras, no siempre fieles a su origen. El que escribe siempre filtra y muchas veces se pierde siguiendo un supuesto hilo conductor. Se detiene,  vuelve sobre sus pasos, borra, corrige y vuelve a avanzar. 

Si es bienintencionado, querría responder con sinceridad y honestidad a la pregunta. Todo un desafío. Es mucho más sencillo tomar un tema, masticarlo, elaborarlo y luego lanzarse a decir algo interesante, coherente y original sobre él. 

¿Quién escribe? es una pregunta que quizá no tiene respuesta fácil, ni de parte del interesado ni de sus críticos o sus afines. Entonces... quizá resulta mas bien innecesaria esta disquisición, y probablemente carece  de interés para el público en general.

"Sólo sé que no sé nada", así se podría empezar, y en esa nada estoy yo, a la sazón, quien escribe.

Borges decía: No hay libros buenos o malos, sólo libros bien o mal escritos. Una sabia respuesta.

Sin pretender agregar más a lo arriba expresado, hace muchos años escribí un relato muy breve, intitulado: "Soy demasiadas cualquier cosa juntas". Ésta sería mi respuesta.

jueves, 3 de julio de 2014

D. H. Lawrence

                       
En la Introducción al volumen de sus CARTAS, Aldous Huxley  comenta y reflexiona:

    “ Lawrence fue siempre, ineludiblemente, un artista. Sí, ineludiblemente, porque hubo momentos en que quiso evadirse de su destino. “Desearía con todo mi corazón que el hado no me hubiera impuesto los estigmas de escritor. ¿Por qué  tendremos que estar  inficionados de literatura , y tonterías semejantes?”- escribía a su editor.  Sin embargo, Lawrence amaba su destino; amaba el arte en el cual era un maestro: “Uno descarga sus enfermedades en los libros, repite y vuelve a presentar sus emociones hasta dominarlas”. Porque Lawrence era un poseído, en un sentido estricto del término, por su genio creador: Nada podía hacer contra eso.

      “El don característico y especial de Lawrence era una extraordinaria sensibilidad para lo que Wordsworth llamó “los modos desconocidos de lo existente”. Siempre estuvo intensamente penetrado por el misterio del universo, y ese misterio fue para él, constantemente, un númen divino. Lawrence no pudo olvidar nunca, como hacemos generalmente los demás, la oscura presencia de ese otro (otherness, en el sentido metafísico de alteridad cualitativa esencial) que está más allá de los límites de la conciencia del hombre. Esta sensibilidad especial era acompañada por un prodigioso poder de traducir ese otro experimento en forma inmediata, en términos de arte literario.

     “·Tal era el don peculiar de Lawrence. El hecho de que lo poseyera, explica, por ejemplo, su actitud hacia el sexo. Para Lawrence el significado de la experiencia sexual era: Que en ella el conocimiento inmediato e irracional de eso otro divino es llevado a un foco....de tinieblas. Parodiando la fórmula de Mattew Arnold, podemos decir que el sexo es algo extraño a nosotros, que tiende, no hacia la virtud, sino más bien hacia la vida., a la unión con el misterio. Esa quintaesencia de la alteridad es, no obstante,  la quintaesencia de nuestro ser. Y a Dios Padre, el Inescrutable, el Incognoscible, le conocemos en la carne de la mujer. Ella es la puerta por donde penetramos y por donde salimos. Testigos de la transfiguración, salimos ciegos e inconscientes. Así, el abrazo del amor aportaría tinieblas y olvido.

       “ Para el que posea el don de sentir el misterio de esa alteridad, el verdadero amor debe ser, necesariamente- en el vocabulario de Lawrence- nocturno. Así también ha de ser el conocimiento verdadero: Nocturno y tangible; un palpar en la noche. El hombre habita un mundo construido por él mismo dentro del universo mayor-que le es extraño- de la materia objetiva y de su propia irracionalidad. En la ilimitada negrura de este universo, la luz de su pensamiento excava una pequeña cueva  e ilumina un túnel de claridad en el cual, desde el nacimiento  de la conciencia y hasta su muerte, él vive, se mueve y halla su subsistencia. Muchos de nosotros ignoramos las tinieblas externas, o las condenamos por temor. No así Lawrence. Tenía unos ojos que veían más allá de los muros de luz, internándose profundamente en las tinieblas, y unos dedos sensitivos que le mantenían siempre en contacto con el misterio circundante. Además, a diferencia de los filósofos y hombres de ciencia, él no pretendía ni deseaba aumentar el área iluminada, aprobaba las tinieblas externas, y en ellas se sentía en su ambiente. Descreía de la ciencia, y como Keats, brindaba por la destrucción de Newton, que había explicado el arco iris.

      “Fuesen cuales fuesen las consecuencias intelectuales, él mantuvo siempre su lealtad al propio genio. El daimon que lo poseía era una cosa divina a la cual jamás negaba ni trataba de explicar. Esa lealtad, a su ser, a su don, al extraño y poderoso númen que le tomaba como tabernáculo, es fundamental en Lawrence. No era una incapacidad de comprensión lo que lo hacía rechazar la filosofía y la ciencia; era tan inteligente como genial. Los métodos de la ciencia y los de la filosofía crítica eran incompatibles con el ejercicio de su genio, con la inmediata percepción y la traducción artística de la divina alteridad.

     “Consideraba que el  arte debía ser completamente espontáneo, y como el artista, imperfecto, limitado, transitorio. Y que el primer deber moral del hombre es no intentar vivir por encima de su condición humana...De todos los materiales de construcción prefería el adobe; su gran plasticidad y su fugacidad se lo encarecían. Lawrence amaba a los etruscos, entre otras razones, porque construían templos de madera que no han sobrevivido. La piedra le agobiaba con su indestructible solidez. Y en la esfera ética ocurría lo mismo que en el arte. El arte de vivir es mucho más difícil que el arte de escribir. “Es algo más delicado hacer  el amor, triunfar en el amor, que expresarlo”-decía.
   Todos los sistemas de filosofía y de ética tienden a armonizar el politeísmo en nombre de algún Jehová de consistencia intelectual y moral. Para Lawrence era éste un procedimiento indefendible. Un dios tenía tanto derecho a existir como otro, y los de las tinieblas eran tan genuinamente divinos como los radiantes...En todo caso, este politeísmo era una democracia. Esta concepción de la naturaleza humana era extraída de la formulación de dos doctrinas bastante sorprendentes: Una ontológica, la Doctrina de la Indiferencia Cósmica, donde no hay ningún fin. La vida y el amor, son la vida y el amor; un manojo de violetas es un manojo de violetas e  insistir en la idea de la finalidad es arruinarlo todo. Vivir y dejar vivir, amar y dejar amar, florecer y marchitarse, y seguir la curva natural que fluye sin cesar. Y la ética, la doctrina de la despreocupación. No dejarse devorar por las preocupaciones, ni dejarse condenar a ser abstractos. Consideraba que el verdadero vivir era más serio que el trabajo y las preocupaciones. Creía que era  inmoral fatigarse con las preocupaciones, pues era una evasión del primer deber del hombre que es vivir. Tenía una condenación puritana para el vicio del trabajo. La otra distracción  que repudiaba era la espiritualidad, esa elevada meditación sobre las cosas que constituye para Pascal” toda la dignidad y toda la tarea del hombre”. Lawrence se espantaba de que así se pudiera olvidar de los goces y dificultades del vivir inmediato.

                                                                                                                  (continuará)
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