viernes, 24 de agosto de 2012

Temperamento y Carácter. Agendas Femenina y Masculina de la Herencia



 No es del interés de esta nota tratar sobre los rasgos particulares de los diferentes temperamentos que se transmiten por herencia mediante los genes, siendo ésta el resultado de la carga genética de cada individuo, recibida a través de los 23 cromosomas del padre y los 23 cromosomas de la madre. Este proyecto apunta a analizar, si es posible,  de qué manera el temperamento de los padres se  trasmite a los hijos. Si es aleatorio o está predeterminado por las leyes de la herencia y/o el comportamiento de las células involucradas.

 La reproducción sexuada a través de la meiosis produce, en los pasos previos a la fecundación, células con la mitad de la carga genética. Cuando se unen, forman un propósito de un nuevo individuo (o varios, si el azar o algún mandato celular produce mellizos, trillizos, etc.).

Ahora vayamos al óvulo, cuyo cromosoma sexual es siempre el x.  El óvulo va a aceptar a su compañero de viaje, seleccionando o aceptando entre millones de espermatozoides x e y que navegan juntos en ese mar espeso que resulta el semen de una eyaculación. Espermatozoides diferentes, casi opuestos, producidos en más o menos la misma proporción, y que contienen el cromosoma sexual similar o diferente al del óvulo. 

Al unirse un espermatozoide x (similar) con el óvulo, da origen a una hembra (xx). Al unirse un espermatozoide y (diferente) con el óvulo, da origen a un macho (xy).
Los espermatozoides x no son iguales que los y. Son, por lo menos más densos y más resistentes. Los y son más frágiles y más rápidos. ¿El primero que llega es el que gana la carrera? ¿O es el óvulo quien decide quién entra, o con quién se aparea? Azar, o determinismo con causas... ¿ analizables?

Propongamos dos hipótesis para tal encuentro:

La unión entre un espermatozoide x y el óvulo es tranquila, pacífica. Es un encuentro entre iguales. Por lo tanto, el óvulo, como señal de aceptación y hasta de cortesía, le permite una participación fundamental al visitante en la constitución y construcción del temperamento del futuro individuo, que será del sexo femenino.

La unión entre el óvulo y un espermatozoide y no es pacífica, no es tranquila. No es un encuentro entre pares. Puede ser un encuentro hasta repudiado y rechazado con furor. O por lo menos, suena como un encuentro conflictivo. Y no habrá signos de cortesía por parte del óvulo hacia ese huésped no deseado. El óvulo, rabioso por no haber sido fecundado por su similar, su par, su homólogo, se impone y no le permite terciar al espermatozoide  y en el temperamento del futuro embrión-feto-individuo que será del sexo masculino.

Tenemos entonces que la trasmisión genética del temperamento es cruzada con respecto a los sexos. En pocas palabras, la hembra hereda fundamentalmente el temperamento del padre, y el macho, el de la madre. Sólo se hace isogenético entre abuelos y nietos. Abuela paterna, el hijo de ella, y su nieta. Abuelo materno, la hija de él, y su nieto.

Como el temperamento, junto con el carácter, adquirido y moldeado por el entorno socio-familiar, conforman la personalidad del individuo, puede tratar de rastrearse el temperamento en las historias verticales de las familias de los seres humanos, aislándolo del carácter. Las madres, con el temperamento de sus padres que lo trasmiten a sus hijos varones, y los padres, con el temperamento de sus madres, que trasmiten su propio temperamento a las hijas mujeres. Los padres, genéricamente hablando, pueden reconocer el propio temperamento en el hijo de sexo contrario, y al hacerlo, se identificarían con el progenitor también del sexo contrario, siendo el extraño, el “otro”, el hijo o progenitor del mismo sexo.

Ahora bien, dijimos que para construir la personalidad del individuo confluyen  el temperamento y el carácter, este último moldeado por el entorno socio-familiar. O sea, por la educación. Que, no casualmente, actúa de manera contraria a la tendencia del temperamento, en un intento por contrarrestar la influencia de éste en la personalidad del individuo, forzando su identificación  con el progenitor del mismo sexo.

Así, el conocido “Complejo de Edipo” tendría una base primordial  genética,  originada en la trasmisión del temperamento, y contrarrestada y reprimida  socialmente  
a través del carácter.

Volvamos al encuentro. Al reconocimiento o al repudio sin posibilidades de rechazo (por mandato biológico), de los visitantes de igual u opuesto signo que aplicará la célula receptora, poseedora de esta tendencia o inclinación por su propia constitución o base físico-química. O por una propensión intrínseca a producir algo similar a su antecesora, la célula madre xx que le dio origen.

En la reproducción asexuada, por simple división celular o mitosis, las células hijas son iguales a las células madres. Cuentan con la misma carga genética. Es una tendencia primordial pero primitiva  de la biología. La evolución lleva a la reproducción sexuada, forzando la tendencia natural de las células  a dividirse simplemente para crecer cuantitativamente. Cuando la necesidad de ocupar espacio prevalece, ocurre de esta manera. Pero cuando surge la necesidad de crecer cualitativamente, aparece la nueva modalidad, más compleja y sofisticada, que apunta a la evolución de las especies a través de la reproducción sexuada. Pero las células primordiales, óvulos ahora, vienen marcadas por el ansia primigenia de reproducirse con su similar, y por lo tanto desean encontrar a su igual que las complete. Que no es otro que el espermatozoide x.

Detengámonos aquí un momento. ¿Por qué causa la naturaleza interviene creando al macho con sus espermatozoides? Lo hace para que sea posible la unión de gametos de diferente carga genética, que entre hembras no encuentra una vía posible. Por una carencia, o un exceso de imaginación de la naturaleza,  aparece entonces el sexo en la biología, que acarrea  diferenciación y unión al mismo tiempo.

Cuando el espermatozoide x se une al óvulo, éste recupera su identidad original pero con diferente carga genética. La perfecta síntesis entre la evolución y la tendencia celular primigenia. Pero no siempre puede ser así, pues para dar continuidad al mandato de la evolución, debe aceptar en un 50%  de las veces, al contrario, el y, que en realidad funciona como un “intermediario” que le da a la naturaleza la posibilidad de vehiculizar el mandato de la evolución.

Pero los óvulos no saben todo esto, aunque lo lleven en su impronta genética y en su constitución físico-química. Y no aceptan de entrada,  de buena gana, el mandato cualitativo de la evolución. Su condición receptiva no los convierte en células pasivas e inertes. Cuando se desprenden del ovario iniciando la aventura reproductiva, el todo o nada, y viajan por la trompa de Falopio, aguardan con impaciencia a su par, que las complete y las reintegre a su marca de inicio, y bajan por el conducto ansiando perpetuarse con la misma identidad que les dio origen.

El encuentro del óvulo con un espermatozoide x es una fiesta para ambos. El óvulo se completa a sí mismo sin conflictos y cumple con el mandato evolutivo. Se convierte en una célula similar a su línea, pero diferente. Participa, entonces, con el huésped de la fiesta, y lo invita  a manifestarse, a poner las bases del temperamento del nuevo individuo, que surgirá crecimiento y desarrollo mediante.

Pero cuando se encuentra con un espermatozoide y,  de entrada siente rechazo. No lo quiere ni lo desea. Será transformado en otra célula y cambiará de sexo. No hay fiesta, y lucha para cambiar su destino  pero no puede negarse a esa unión que en un momento dado le resulta inevitable. Rabioso, el óvulo así fecundado humilla al recién llegado imponiendo con sus genes el temperamento del nuevo individuo así originado.

Para los óvulos, resulta natural y deseable convertirse en un organismo “custodio de óvulos”, por así decirlo. En una hembra. En ser parte de la cadena depositaria del “supremo secreto de la vida en evolución”. No así en convertirse en un intermediario, en un simple acompañante, un “maletero” impuesto por necesidad de la evolución, carente de la capacidad de dar por sí mismo origen y continuidad a la vida, para conformarse sólo con el sino de la complementariedad.

A la larga, la latente rebelión de los óvulos puede llevar a la especie humana, a un semifinal, dejando excluido al macho de la cadena de la evolución (como se ha propuesto en otro ensayo “La hora de la yegua…”). La Naturaleza percibió de entrada que el  camino dispuesto para la evolución, imaginativo por demás o carente de imaginación,  lleva consigo el germen de la destrucción de lo que se quiere preservar y desarrollar: La vida orgánica compleja. Y conoce que la causa intrínseca de ese germen radica en la feroz mutación impuesta a la reproducción celular, al crear la meiosis y la reproducción sexuada. Al crear los dos sexos. A la hembra y al macho, complementarios necesarios para este fin. Que el macho acepta con entusiasmo, a veces descontrolado y violento. Y que la hembra acepta también muchas veces con entusiasmo y alegría, otras con recelo, resignación y la esperanza oculta pero latente de una unión entre pares, que no es otra cosa que tener hijas por descendencia…

Herencia y temperamento, agenda femenina.  Necesidad social y carácter, agenda masculina. El producto, la personalidad de un individuo de la especie humana, que allá arriba, la ontología lo ha denominado “persona”, en un intento de búsqueda de  identidad, a través de una noción abstracta que todavía no  concluyen de definir, fundamentalmente los miembros del género masculino. Quizá debido a los conflictos inherentes a su propia constitución (temperamento heredado a la fuerza), o a los conflictos que la sociedad les ha impuesto, en contra de su herencia o carga genética,  a través del carácter.

El dominio de la naturaleza, y los peligros que para ella esto acarrea,  por parte del género masculino de la especie humana, no tendría otro justificativo que su propia supervivencia. Sin percibir el género propio de la naturaleza, femenino en su esencia., y la latente tendencia del género femenino a revertir o reformular la reproducción sexuada de la especie. Orientación o tendencia que contaría con la tácita complicidad de la “madre naturaleza”. Pero ése es un tema, quizá,  para otra nota…