lunes, 3 de octubre de 2022

Nosotros tres (Inspirado en el cuento VAÑKA de Anton Chéjov)

       Gricha se levantó cuando todavía era de noche. Su madre dormía y ya el abuelo Konstantin se había incorporado en la cama tosiendo continuamente.

      El niño caminó hasta la cocina  con la manta sobre los hombros,  encendió el samovar y preparó el té, que tomó en silencio con  el abuelo,  envuelto en su amplio zamarrón.
     Afuera, la  madrugada pintaba bastante fría. El tiempo avanzaba  hacia el otoño, pero el aire todavía olía a madreselvas. Antes de salir, Gricha alimentó con leña la estufa encendida. “Para mamásha”. Cuando ella  despertara ya estarían  a mitad de camino hacia la výstavka.
     Salieron y caminaron hasta el establo.
     Con sus escasos y ya endurecidos aparejos, ataron la kobýla al carro,  cargado desde la noche anterior, y partieron hacia el pueblo de C***, distante a unas ocho verstás de la dom.
     Gricha  pensaba en los posibles resultados de la venta de los productos de la  férma que llevaban  en el carromato, amontonados allí atrás. Ovaschi y frúkty se entremezclaban con sus variadas y redondeadas formas y colores,  y el niño se volvía constantemente para observarlas en detalle: Sobresalían el aloque de los tíkva,  el verde tan variado de  los kapúske,  las salát, los aguryéts y pyéryets,  las turgentes luk y el rojo verdoso de los pamidór sin madurar, las terrosas kartófyel,  y las tiras bien cargadas de chiesnók, junto a las brillantes markóf y las oscuras baklazhán. Las svíokas prometían su púrpura dulce, lo mismo que los granos amarillos de  kukurúza . Y allá al fondo,  la bolsa cargada de grip, los últimos dorados dýsnya y los apetitosos pyérsik, las encarnadas yáblakas, el verde suave de las grúshas junto a las últimas, enormes arbús. Un cajón agrupaba víshnyas y slívas  y una bolsa de grip completaba la variada y rica producción de la férma,  gracias al trabajo de su madre, ayudada por ellos dos.  Gricha gozaba por anticipado sobre el resultado probable de la venta.  Hacía cálculos mentales sobre  las muchas kopeikas,  juntas sumarían unos cuantos rublos, que obtendrían del cargamento, que representaba varias semanas de duro trabajo.
     Distraído,  volvía en sí y examinaba con  admiración la apostura del abuelo Konstantín quien, con un cigarrillo en la boca, canturreaba una vieja pésenka,  mientras  hostigaba  con las riendas  las hundidas ancas de la kobýla. Ésta avanzaba con el mismo paso que llevaba desde la salida, y no era probable que lo fuera a cambiar hasta que emprendieran por la tarde el regreso.
     El resultado de la venta en la feria fue asombrosamente bueno. En menos de tres horas pudieron despachar toda la mercadería, pues  su producción había rebasado en calidad  a  la que habían aproximado al pueblo  los quinteros de la vecindad.
    -Podríamos haber pedido algo más por lo nuestro- rezongaba Gricha, dirigiéndose al abuelo, que contaba el dinero sobre el asiento del coche, mientras mojaba  los dedos con saliva-.¡Esperamos tanto por esto! No sé qué apuro había para volver…
     -Así está bien... ¡Qué diablos! Tú si que nunca te conformas con nada, niño. ¡Válgame Dios!
     -No, abuelo, es que mámienka tiene que comprar  pokryvàlos para el invierno, y procurarse de leña para la estufa, y alimento para la kobýla y para  la koróva, y grano para los útkas y las kúricas...- y la lista parecía interminable, cuando el abuelo Konstantín elevó la mirada entrecerrando los ojos, y lo miró como tratando de adivinar adónde iba el pensamiento de ese endiablado chiquillo. Hizo ruido con la nariz, escupió a un costado y luego largó una carcajada.
     -¡Vamos, hijo, bien pensado! ¿eh? Muchas cosas tienes en tu pequeña cabeza- y luego de guardar el dinero en el bolsillo del pantalón, la emprendió con la kobýla, fustigándola con energía, que sorpresivamente abandonó el cuadrado de pasto donde mordía con paciencia equina, y arrancó con nuevo brío  hacia la casa. El camino, muy desparejo, zarandeaba el carro, pero el abuelo lo mantenía en las rodadas con pericia.
     A poco andar,  cruzáronse frente a la taberna de Nicolás Ilich, y el viejo Konstantín dirigió disimuladamente a la kobýla hacia la entrada.
     -A dónde vamos, abuelo? ¿Qué haces? –rezongó Gricha, desconfiando.
    -¡Pero, niño, déjame en paz!, ¿quieres? ¡No seas tan terco! Voy a bajar un ratito aquí, que tengo que saludar a un amigo y hacerle un pedido a Nicolás Ilich- y ya saltaba del carretón con agilidad sorprendente para la edad, recomendándole al nieto desde abajo:- ¡Espérame aquí, que no me tardo!
     Como a la hora, el niño despertó recostado en el asiento del  carro, que se había alejado unos metros de la entrada de la taberna, arrastrado por la kobýla que no perdía  tiempo y mordisqueaba en todos las manchas verdes que iba encontrando a su paso. Gricha recogió las riendas y regresó. Y ya de mal humor, descendió apresurado en busca del abuelo. Al entrar, varios parroquianos lo observaron con asombro y algunas sonrisas sarcásticas, señalándolo con la barbilla y mirándose entre sí.
    -¡Mira, Nicolás Ilich, qué cliente tan crecido ha venido a visitarte!  ¡Invítale con una copa de vódkaJa, ja, ja.
     Pero el niño  ignoró las chanzas  y  caminó derecho al viejo Konstantín, y antes de que éste se diera cuenta, ya lo estaba sacando a empujones de la taberna, no sin antes pagarle a Nicolás Ilich la cuenta por la bebida consumida, a lo que hubo que sumar un reclamo por un antiguo registro no saldado.
     -Vaya, vaya, sí que eres molesto, chicuelo tonto- rezongaba  el abuelo  mientras ascendía al carro, no sin cierta dificultad-. Y ahora, ¡dame las malditas riendas, que al carro lo conduzco yo!
     Gricha, cabizbajo, entregó las riendas luego de enfocar el carromato otra vez camino a casa,  frunciendo la boca y apretándose las manos contra el estómago, que empezaba a protestar pues no recibía nada desde la mañana.  Comenzó a reflexionar sobre las sensibles mermas en las ganancias, y no podía evitar mirar de reojo al viejo  con  odio contenido. Al rato, con el constante zarandeo del carretón, volvió a dormirse sobre el asiento.
     Despertóse solo nuevamente. La kobýla comía a un costado del camino, y el abuelo...”Habrá bajado para vomitar, el anciano borracho”, pensó Gricha, cuando divisó la entrada de un paradero, cuyo aspecto no engañaba. Era, sin dudas,  otro despacho de bebidas. Entro, y cumplió con la misma rutina anterior. Luego de pagarle al patrón, se llevó a empujones al abuelo, que  casi no podía mantenerse en pie.
   -¡Sal de aquí, muchacho! ¡Déjame beber en paz, que otra cosa no me queda en esta maldita tierra!- protestaba otra vez el viejo Konstantín,  buscando complicidad a los costados entre los otros parroquianos. Algún eco encontró, pues desde una mesa  se pudo oír:
    -Eso, ¡Vete, niño molesto, y deja a la gente grande hacer sus cosas!
    -Sí, no te metas en lo que no te importa, muchacho. ¡Qué insolencia! ¡Hay que ver…!
      El carro continuó  su rumbo,  ahora ya sin interrupciones. El Viejo Konstantín Makárich dormitaba, luego de vomitar  varias veces, y Gricha conducía  con la mirada fija en las orejas de la kobýla, que partían en dos al camino. Llevaba  los dientes muy apretados. En su bolsillo, el par de rublos y las escasas  kopeikas que habían quedado eran demasiado poco para aliviar el peso enorme que ahora  le oprimía el corazón.
     “¡Qué le voy a decir a  mamushka!” meditaba el niño. “Aunque ella ya lo conoce, me lo encargó especialmente: ¡Que no pare en ninguna taberna, Gricha! Y yo, como un niño flojo y estúpido, me he dormido y se acabó. Adiós planes ahora”, y el brillo de alguna lágrima apuntó en sus ojos cansados.
      En un momento dado la ira lo inundó y tentado estuvo de empujar al viejo a un costado del camino, cuando  recordó la triste vida del mujik, golpeado por las desgracias, una tras otra: A la muerte de la abuela Pasha el año anterior, de pulmonía,  se había sumado hacía un par de meses   la prisión del tio  Projor, condenado a trabajos forzados por robar piezas del ferrocarril“. Al fin y al cabo, quedamos nosotros tres solos,  nosotros tres nomás”, y mientras dirigía la kobýla hacia el camino de la entrada, con la otra mano sacudía el hombro del abuelo:
     -¡Hey, abuelo, despierta, que ya estamos llegando!- y al verlo revolverse para luego incorporarse,  miró directamente a esos ojos enrojecidos por el alcohol. El aliento del viejo Konstantín olía a vódka  hasta  los confines del mundo. El chico hizo una mueca de asco, pero lo tomó de la mano y le propuso:
     -Nos robaron al salir del pueblo, ¿cierto, abuelito? Solamente salvé este poco dinero, ¿verdad? ¡Qué lástima!, ¿no? Con  lo que habíamos esperado...-Y al ver que el viejo lloraba, el niño le sacudió el hombro cariñosamente: - ¡Vamos,  que todavía tenemos otras cosas para vender  en la próxima výstavka!
 Al llegar a la entrada de la férma, la madre de Gricha salió a recibirlos, secándose las manos en el delantal.
    -¡Ahí viene mamushka, así  que baje y vaya a lavarse, que está hecho una lástima!- recomendó el niño, al tiempo que conducía al carro hacia el cobertizo para desatar la kobýla. “Sólo nosotros tres, nada más” pensaba, y al soltar el animal en el corral,  sintió sobre el hombro el peso duro pero amable  de la mano de su madre. Sin decir nada, metió la mano en el bolsillo, sacó el dinero y se lo entregó.
      La zhena  miró  lo que tenía en la palma de su mano,  cerró el puño y preguntó:
     -¿Nada más que esto, Gricha? ¿Sólo esto?- En su rostro prematuramente arrugado y envejecido, había  aparecido el gesto amargo que  el niño conocía muy bien. Como Gricha no podía  encerrar más angustia adentro del pecho, suspiró  y agachó la cabeza intentando iniciar una explicación, pero luego se encogió de hombros mientras en su cara se pintaba un gesto resignado. 
        Adentro, la tos húmeda y persistente del abuelo hacía temblar los empañados vidrios de las ventanas     El niño  se quitó los zapatos embarrados y entró en la dom detrás de su madre.
    Pensó entonces que no sería cosa mala probar con el bueno de Aliagin, quien se había ofrecido para  llevarlo consigo  como aprendiz de zapóznik a la gran ciudad.

GLOSARIO
Mamasha, Mamushka, Mámienka: Mamá, madre.
Výstavka: Feria
Verstá: Unidad de medida de longitud rusa equivalente a 1.066,8 metros.
Dom: Casa
Zhena: Señora
Kobýla: Yegua.
Koróva: Vaca.
Útkas: Patos.
Kúricas: Gallinas.
Mujik: Campesino ruso.
Kopeikas: Dinero ruso, menos de un rublo.
Pokryvàlos: Mantas.
Vódka: Bebida alcohólica rusa.
Pésenka: Canción.
Zapóznik: Zapatero.
Ovaschi: Verduras.
 Frúkty: Frutas. 
Tíkva: Zapallo
Kapúske:  Repollo, col.
Salát: Lechuga.
Aguryéts: Pepinos.
Pyéryets: Pimientos, ajíes.
Luk: Cebollas.
Pamidór: Tomates
Kartófyel: Papas
Chiesnók: Ajo.
Markóf: Zanahorias.
Baklazhán: Berenjenas.                  
Svíokla: Remolacha.
Kukurúza: Maíz, choclos.
Grip: Setas, hongos.
Pyérsik: Duraznos
Yáblakas: Manzanas.
Grúshas: Peras.
Arbús: Sandías.
Víshnyas: Cerezas.
Slívas: Ciruelas.
Férma: Granja