La reproducción humana y el sexo entre ambos géneros no siempre van de la mano, salvo en contadas y especiales circunstancias. En el resto del reino animal de reproducción sexuada, sexo y reproducción van juntos, celo femenino mediante, salvo casos excepcionales, como en los "bonobos", por ejemplo.
El embarazo no deseado y su consecuencia no deseada, el aborto provocado, es privativo de la especie humana. Es un indicador, un cruel indicador, de que el sexo y la reproducción ya no van juntos. Otro indicador, más lógico y civilizado es el avance logarítmico del uso de los anticonceptivos, educación sexual mediante.
Si el sexo y la reproducción ya no van juntos es debido a que la sexualidad entre ambos miembros de la especie tiene la misma tonalidad de libre elección del individuo sin distinción de género. En el resto del reino animal, el celo de la hembra, su disposición al apareamiento estimula al macho para la cópula, cuya aceptación será como destino final la reproducción de la especie.
Hay excepciones de apareamientos forzados, y también homosexuales en algunas especies (bonobos), pero no es una norma en su conducta sexual, regulada por el instinto de conservación de la especie.
Al no tener regulado el celo por los instintos, la hembra humana dispone de su propia sexualidad en las mismas condiciones que el macho. Por lo tanto, aquí aparece una diferencia fundamental con respecto a las otras especies de animales, y es que tanto la hembra como el macho se aparean sin tener fundamentalmente a la reproducción como objetivo. Cuando la pareja heterosexual humana decide reproducirse, utiliza la relación sexual para tal fin. Una, dos, tres, cinco, diez veces en la vida. Y en la actualidad, en algunos casos de inseminación artificial o fertilización asistida, ni eso.
Siendo las cosas así, la reproducción no constituye el eje fundamental de la pareja, ya que su vida sexual, salvo contadas y determinadas circunstancias, no contempla ese avatar, y se lo elude con el uso generalizado de anticonceptivos.
Avancemos. La pareja heterosexual que encara una vida en común (y con esto me refiero a lo que temporalmente se extienda) y que disfruta del sexo compartido, cuando agrega el ingrediente de la reproducción conforma lo que se llama “una familia tipo”. De alguna manera deja de ser pareja, y el cuidado de la prole se convierte en el centro alrededor del cual giran las actividad e intereses de ambos miembros, que a partir de entonces pasa a ser una “pareja familiar”. La prole, de alguna manera, la completa. Pero también la limita. La libre sexualidad sostenida como simple pareja, se ve condicionada con el ingreso de la descendencia y el armado de la pareja familiar.
La monogamia va junto con la construcción de la familia, salvo excepciones en algunas culturas. La monogamia se sostiene en el tiempo por varios factores: Personales, de pareja, y culturales. Otro enorme tema.
Como dijimos, la sexualidad en la especie humana está separada de la praxis reproductiva, y eso lo vemos en las diversas y variadas prácticas sexuales de las parejas, tanto homo como heterosexuales, Si esta separación, salvo contados casos que ya mencionamos es la regla en los hábitos sexuales de la especie, el aborto provocado es, ni más ni menos, la evidencia de una coincidencia o confluencia no deseada.
Que frente al conocimiento actual de los hábitos sexuales de la especie y su aceptación generalizada (hablando desde nuestra cultura), todavía persista la penalización del aborto, dando prioridad a la reproducción sobre la sexualidad individual, permite vislumbrar una sombra ancestral represiva sobre el género femenino de la especie. Sombra promovida y aplicada por el género masculino desde el fondo de la historia humana. El género masculino, dueño y señor de las variadas sociedades formadas por la especie, de sus recursos (entre los que se contaban la hembra y sus vástagos), y de sus normas.
Que el género femenino, ya en el siglo XXI de la era cristiana, tenga la sombra del “aborto punible” sobre su sexualidad es sólo un índice del desequilibrio vigente entre ambos géneros que abarca una enorme gama de situaciones y actividades en todas las culturas, con serios agravantes en algunas de ellas.
Cuando en algunas sociedades se plantea el dilema: “Sí a la vida, no a la muerte” (por el aborto), se lleva la discusión a un ángulo que no resiste la discusión. Y no lo resiste porque, de una manera o de otra, todos los miembros de la especie coinciden en la defensa de la vida, y en el rechazo a la muerte. Pero este rechazo no es absoluto, ya que se acepta la muerte como recurso en defensa propia (la propia persona, la familia, la propiedad). También el Estado a través de la Constitución Nacional habla del tema cuando “obliga a sus ciudadanos a armarse en defensa de la patria”.
Pero el aborto es un caso especial, en el cual la mujer decide, al interrumpir voluntariamente el embarazo, no prolongar la vida en gestación que lleva en su seno. Quitarlo de su cuerpo para volver a ser la misma persona que era antes del embarazo. En muchas sociedades, hoy día la mitad, aceptan esa decisión personal y el aborto es una práctica médica legal y regulada. ¿Qué significa esto? ¿Qué esa sociedad está en contra de la vida y defiende la muerte? No lo parece. Más bien impresiona que esa sociedad le da prioridad a la mujer en la toma decisiones, respeta su voluntad de procrear, y separa los términos aborto y homicidio, como así también no otorga al nascitorum la condición de persona, dejándola sólo para los nacidos vivos.
Por otro lado, el trámite del aborto no es gratis, ni para la mujer ni para la sociedad. Es doloroso y traumático, y en esto no hay atenuantes. La mujer sufre y la sociedad también. La carencia de educación sexual y del uso racional y generalizado de anticonceptivos, tanto por irresponsabilidad de la pareja sexualmente activa como de la sociedad y del Estado, lleva a esta decisión que no se duda en catalogar de dura, dolorosa, irreversible, y no pocas veces con secuelas de por vida en la mujer.
Consecuencia no deseable de una práctica heterosexual negligente, el aborto debería ser tratado fundamentalmente desde el ángulo de la educación sexual y su prevención. La libertad sexual responsable es la garantía para devolver a esta práctica a un ámbito lógico, o sea de práctica médica a aplicar frente a un embarazo que pone en riesgo la vida o la salud de la madre, o cuyo producto es inviable. Hacia esto debería tender una sociedad en la cual la igualdad entre los géneros no sea letra muerta.
Milan Kundera dijo, en una de sus novelas que: “unir el amor al sexo fue la mayor extravagancia de la Creación”. Parafraseándolo, podríamos decir que “pretender circunscribir el sexo a la reproducción, fue, es y será la mayor extravagancia del PODER”, ejercido hasta ahora por el género masculino casi en exclusividad.
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