Dos sorpresas. Nietzsche no era antisemita. En Más allá del bien y del Mal habla muy prudente y elogiosamente de los judíos. Y era algo reacio a reconocer la igualdad del hombre y la mujer, pero por defender lo que consideraba condiciones femeninas, que al igualar al hombre, la mujer perdería. No parece una actitud machista. Los pensadores solitarios no parecen tener prejuicios de género ni de raza. Defienden la originalidad donde existe.
Hoy en día, la globalización nos empuja hacia la igualdad y nos golpea desde las desigualdades. La información global nos compromete, guste o no guste. Es más difícil la indiferencia.
Ser hombre o ser mujer parece que ya no alcanza. Hay que apuntar a algo más. Hombre inteligente, hombre exitoso, mujer inteligente, mujer exitosa. ¿Será lo mismo?
Cuando decimos que un hombre es inteligente, nos referimos a sus cualidades intelectuales, carrera, profesión, y lo mismo si es exitoso. Poder, dinero, reconocimiento social. Que también equivale a seguridad en sí mismo. Si decimos que una mujer es inteligente, también valoramos sus cualidades intelectuales, pero hay algo más, también, o más aún, se valora su actitud frente a la vida, a sus relaciones, es inteligente porque... y allí hay una diferencia sutil, que de alguna manera condiciona la valoración de la inteligencia femenina. Es inteligente una mujer cuando sabe adaptarse con éxito a las demandas de la sociedad, de la familia, y además, se da maña para hacer una carrera, trabajar exitosamente en una profesión, y ocuparse de sus propias cosas. Ardua esa tarea, la de la mujer de demostrar inteligencia, éxito y seguridad en sí misma.
Con respecto a la mediocridad, se juzga más duramente al hombre. La falta de ambición, de éxito, va en desmedro de su consideración social. A la mujer mediocre, en cambio, hasta se la elogia. Es una buena mujer, es de familia, es una buena ama de casa (aunque su interés no pase de barrer el patio, mirar telenovelas y a veces, preparar la cena).
Feminismo para algunos es sinónimo de abandono de las consideradas cualidades intrínsecas de la mujer. Y asimilarse a las condiciones masculinas de ambición, y poder, dando prioridad a su cerebro izquierdo, con exclusión o subordinación del derecho. Machismo es afirmar lo que está, lo que se da, lo que la sociedad ha aceptado y acepta como roles naturales de géneros.
La sociedad moderna tiene otros planteos. Un intercambio de roles entre los sexos, sin necesidad de tomar actitudes extremas, de exclusión. Para definir estos nuevos roles, que se entremezclan y son dinámicos, hay que tener en cuenta el marco en que se desenvuelven. En algunos países, como el nuestro, hay posibilidades de intercambio, de crecimiento y desarrollo de alguna manera indefinido, permitiendo el cruce de roles, claro que con ciertas limitaciones. La educación aún no ha avanzado demasiado en esto, y la estructura familiar sigue siendo bastante tradicional, aunque con menos rigidez que en el pasado. Un hombre de la casa, sin ambiciones sociales ni profesionales marcadas, no es bien visto, aunque sea aceptado. Y una mujer ambiciosa, profesionalmente exitosa, es respetada aunque no puede liberarse de la sospecha de haber abandonado su rol esencial de ama de casa, madre de familia, mujer amable y bien dispuesta, etc. etc.
¿Hacia dónde vamos? Es difícil saberlo. Si nos definen las reglas y las excepciones, estamos en un círculo vicioso. Si logramos abandonar los prejuicios arcaicos y las tendencias impuestas a través de los siglos, ¿tendrán ya su correlato genético?, quizá podamos encontrar alguna punta al ovillo (que debe tener más de una).
Las parejas homosexuales aún son una curiosidad en nuestra sociedad, pero evidentemente están anunciando algo: El fin de la exclusividad heterosexual. (*) Será por eso que en ciertas partes de la sociedad son muy resistidas. Porque aunque entre ellos se definan roles, la masculinidad y la feminidad están obligadamente desdibujados. ¡Gracias a Dios que no pueden reproducirse!, anuncian los tradicionalistas. ¿Quien puede afirmar eso hoy en día? Las parejas femeninas en poco, o mediano tiempo lo lograrán. Parece algo más difícil el camino biológico de la reproducción masculina. Pero, ¡cuidado! No suena imposible tampoco.
Si tomamos en consideración los comportamientos intrafamiliares y sociales de los seres humanos que interactúan con el mismo sexo, veremos allí una guía que puede indicarnos hacia dónde debería apuntar el comportamiento de los seres humanos que interactúan heterosexualmente. Digo, para encontrar esa punta del ovillo, hacia dónde vamos con las nuevas tendencias, donde el hombre y la mujer son primero individuos, y luego ellos definen sus roles familiares y sociales, y los prejuicios dejan de condicionarlos.
Dicen que en este camino evolutivo el hombre pierde. ¿Quién lo dice? El mismo hombre, y algunas mujeres que no se resignan a abandonar ese seudoprivilegio de arcaica dependencia. Si el hombre pierde su rol privilegiado, no volverá a tener nunca más el protagonismo que la historia de la raza le ha asignado. Aparece el miedo. La tendencia al poder excluyente es muy fuerte en el género masculino.
La mujer no parece temerle al cambio. Diferencia fundamental. ¿Y la idea del poder en la mujer? ¿Es excluyente como en el hombre? Parece más inclinada y dispuesta a compartir el poder. Tiene entonces, más armas que el hombre.
Si pensamos por un minuto en nuestra situación individual frente a esto, si pensamos en el cambio que deberíamos hacer individualmente para ayudar a equilibrar la balanza, podemos darnos cuenta si sentimos miedo, o alivio, si es enojo o amable euforia, si eso nos incita a la violencia o hacia la pax anima, si consideramos esto posible, o una mera elucubración sin pies ni cabeza.
Somos animales bípedos y pensantes en medio de una naturaleza amplia, variada, evolutiva, vitalmente seductora, femenina per se, y sentimos, los xy , desde tiempos inmemoriales la obligación y la necesidad de dominarla, con cualquier medio y a cualquier precio. Lo hemos hecho, y los resultados están a la vista.
Si nos miramos al espejo, vemos a alguien parecido a uno. Si miramos a alguien, vemos la imagen que ese espejo refleja de uno. Que no es lo mismo. Vemos otras imágenes, que nos halagan o nos horrorizan. Aceptarlas como una realidad es ir más allá. Sacarlas de la imaginación y reflejarlas en un espejo para que este nos las devuelva es una manera de integrar realidades, interiores y exteriores. El intelecto se entremezcla e interactúa con la emotividad. Los cerebros derecho e izquierdo hacen algo más con el cuerpo calloso que transmitirse mera información: Configurar al fin, una sola cosa: Verdadera identidad.
Los prejuicios dan seguridad. Los cambios, miedo. Abandonados los prejuicios, los cambios son meros pasos evolutivos, naturales, esperables. Deseosamente esperables.
¿Qué tiene todo esto que ver con el comienzo con Nietzsche? Quizá nada, pero los prejuicios y el desconocimiento estaban presentes.
Si el campo de las religiones se circunscribiera al hemicuerpo superior de las personas, ¡cuántos prejuicios estaríamos dejando en el camino!
Abandonar el prejuicio como motor de las acciones, individuales y colectivas, pone en tela de juicio la moral, la entendida hasta nuestros días. La moral, cuya inevitable característica es la parcialidad. Y su mayor riesgo es pretenderla universal.
“El fin justifica los medios”. Máxima aceptada como lógica corriente, esencialmente masculina, creo yo.
“Los medios deben justificarse siempre por sí mismos”, suena más cerca de la feminidad, como extraída de la Naturaleza.
El poder en manos del hemigénero xx suena interesante. Intuyo que avanzar en ello no implica violencia, sino convencimiento. El cansancio se adivina en los roles ya marchitos. El dolor de la injusticia global no parece ser soportable en el tiempo. De individuos a sociedad, y luego en sociedad, individuos sociables. Me impresiona más humano, si a esta altura podemos decirlo así.
(*) En la actualidad las leyes de Matrimonio Igualitario y de Identidad de Género son un avance indudable en este camino.
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