A propósito de una licencia literaria
“Frente
a un niño moribundo,
La tengo siempre presente,
ya que cuando la leí, me sacudió con especial intensidad. E invariablemente,
una sensación de irreprimible “náusea” me acomete al cavilar sobre ella. Nunca
me había sentido tan violentamente perturbado por una frase. Quise creer que la
expresión había sido mal traducida, que el autor “en una oportunidad”, frente a
un niño moribundo, “había descubierto” que su novela denominada La Nausea carecía de
peso. Pero en los párrafos previos decía que “ya no creía en su obra. Incluso había
dejado de creer en la literatura”. Y luego venía el ejemplo mencionado. Sí, la
frase había sido construida con todo cuidado, con toda frialdad.
Frente a un niño
moribundo, todo carece
de peso, o mutatis mutandi, nada tiene importancia.
Porque ante la agonía de un niño, lo único aceptable es intentar revertirla, hacerla mínimamente tolerable, o guardar un
respetuoso silencio.
Se puede pretender justificar la frase
arguyendo que era “una manera de decir las cosas”, que se quiso expresar una “alegoría”, y que en definitiva no debería ser tomada al
pie de la letra. Pero ni siquiera así resulta tolerable. Dicho de una vez: un
niño moribundo no admite ser utilizado. Representa
un hecho tan doloroso y frustrante, que sólo acepta frente a él una actitud de
recatado respeto. Es incomparable; su carga golpea con tal fuerza que anonada,
y en ocasiones aniquila. Quien lo ha experimentado en carne propia, lo sabe muy
bien. Y se rebela justificadamente ante la irrespetuosidad que implica esa afirmación
atribuida nada menos que a un premio
Nobel de literatura; aseveración que constituye un agravio para toda la clase
menuda, primordialmente para quienes ya han muerto sin haber tenido la
oportunidad de discurrir acerca del sentido de la vida, como lo hizo “ad nauseam” el renombrado autor,
y para aquellos que, conociendo su
destino inmediato, deberán afrontar inevitablemente esa experiencia que a la
mayoría de los adultos llega a estremecer de angustia y temor. Sin querer
dramatizar los hechos, las cosas en su
sitio: A los niños con enfermedad o trauma
terminal, ¡En paz, por favor!
Contrastando con Sartre, Mujica Láinez en
el cuento El hombrecito del azulejo del libro Misteriosa Buenos Aires,
nos acerca la anécdota de los Dres. Pirovano y Wilde atendiendo a un niño
moribundo en el Buenos Aires de 1875 y donde el “amigo” del niño, el hombrecito
del azulejo, le salva la vida distrayendo con sus cuentos de la Francia de
donde era originario, a la Muerte que aguarda, reloj en mano, la hora indicada
para llevarse consigo al pequeño.
El cuento termina así: “…porque si un enano
francés estampado en una cerámica puede burlar a la Muerte, es justo que
también puedan burlarla las lágrimas de un niño.”
Sí, sería muy justo que las lágrimas de un
niño pudieran burlarla, así como que también alcanzaran para refutar la
sentencia del premio Nobel, mostrando que no se precisa de “un niño
moribundo” para quitarle importancia o peso a esa novela. Que bastaría con
suprimir de la frase del famoso escritor
la palabreja “moribundo”, para poner las cosas en su justo punto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario