miércoles, 12 de febrero de 2025

La náusea de Jean Paul Sartre y Misteriosa Buenos Aires de Manuel Mujica Láinez

    A propósito de una licencia literaria

 

     Frente a un niño moribundo, La Náusea carece de peso”. Leí esta frase en un prestigioso diario  de Buenos Aires (La Nación),  en la sección cultural,  allá por  los comienzos de los 80, insertada en un artículo sobre Jean Paul Sartre, firmado por  Pierre de Boisdeffre.

     La tengo siempre presente, ya que cuando la leí, me sacudió con especial intensidad. E invariablemente, una sensación de irreprimible “náusea” me acomete al cavilar sobre ella. Nunca me había sentido tan violentamente perturbado por una frase. Quise creer que la expresión había sido mal traducida, que el autor “en una oportunidad”, frente a un niño moribundo, “había descubierto” que su novela denominada La Nausea carecía de peso. Pero en los párrafos previos decía que “ya no creía en su obra. Incluso había dejado de creer en la literatura”. Y luego venía el ejemplo mencionado. Sí, la frase había sido construida con todo cuidado, con toda frialdad.

      Frente a un  niño  moribundo,   todo  carece   de  peso,  o   mutatis mutandi, nada tiene importancia. Porque ante la agonía de un niño, lo único aceptable  es intentar revertirla,  hacerla mínimamente tolerable, o guardar un respetuoso silencio.

     Se puede pretender justificar la frase arguyendo que era “una manera de decir las cosas”, que se quiso expresar  una “alegoría”, y  que en definitiva no debería ser tomada al pie de la letra. Pero ni siquiera así resulta tolerable. Dicho de una vez: un niño moribundo  no admite ser utilizado. Representa un hecho tan doloroso y frustrante, que sólo acepta frente a él una actitud de recatado respeto. Es incomparable; su carga golpea con tal fuerza que anonada, y en ocasiones aniquila. Quien lo ha experimentado en carne propia, lo sabe muy bien. Y se rebela justificadamente ante la irrespetuosidad que implica esa afirmación atribuida nada menos que a un  premio Nobel de literatura; aseveración que constituye un agravio para toda la clase menuda, primordialmente para quienes ya han muerto sin haber tenido la oportunidad de discurrir acerca del sentido de la vida, como lo hizo  “ad nauseam” el renombrado autor, y  para aquellos que, conociendo su destino inmediato, deberán afrontar inevitablemente esa experiencia que a la mayoría de los adultos llega a estremecer de angustia y temor. Sin querer dramatizar los hechos,  las cosas en su sitio: A los niños con enfermedad o trauma  terminal, ¡En paz, por favor! 

     Contrastando con Sartre, Mujica Láinez en el cuento El hombrecito del azulejo del libro Misteriosa Buenos Aires, nos acerca la anécdota de los Dres. Pirovano y Wilde atendiendo a un niño moribundo en el Buenos Aires de 1875 y donde el “amigo” del niño, el hombrecito del azulejo, le salva la vida distrayendo con sus cuentos de la Francia de donde era originario, a la Muerte que aguarda, reloj en mano, la hora indicada para llevarse consigo al pequeño.

    El cuento termina así: “…porque si un enano francés estampado en una cerámica puede burlar a la Muerte, es justo que también puedan burlarla las lágrimas de un niño.”

     Sí, sería muy justo que las lágrimas de un niño pudieran burlarla, así como que también alcanzaran para  refutar la  sentencia del premio Nobel, mostrando que no se precisa de “un niño moribundo” para quitarle importancia o peso a esa novela. Que bastaría con suprimir de la frase del famoso escritor  la palabreja “moribundo”, para poner las cosas en su justo punto.

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