En la Introducción al volumen de sus CARTAS, Aldous Huxley comenta y reflexiona:
“ Lawrence fue siempre, ineludiblemente, un artista. Sí,
ineludiblemente, porque hubo momentos en que quiso evadirse de su destino.
“Desearía con todo mi corazón que el hado no me hubiera impuesto los estigmas
de escritor. ¿Por qué tendremos que estar inficionados de literatura , y tonterías
semejantes?”- escribía a su editor. Sin
embargo, Lawrence amaba su destino; amaba el arte en el cual era un maestro:
“Uno descarga sus enfermedades en los libros, repite y vuelve a presentar sus
emociones hasta dominarlas”. Porque Lawrence era un poseído, en un sentido
estricto del término, por su genio creador: Nada podía hacer contra eso.
“El don característico y especial de
Lawrence era una extraordinaria sensibilidad para lo que Wordsworth llamó “los
modos desconocidos de lo existente”. Siempre estuvo intensamente penetrado por
el misterio del universo, y ese misterio fue para él, constantemente, un númen divino. Lawrence no pudo olvidar
nunca, como hacemos generalmente los demás, la oscura presencia de ese otro (otherness, en el sentido metafísico de alteridad cualitativa
esencial) que está más allá de los límites de la conciencia del hombre. Esta
sensibilidad especial era acompañada por un prodigioso poder de traducir ese otro experimento en forma inmediata, en
términos de arte literario.
“·Tal era el don peculiar de Lawrence. El hecho de que lo poseyera,
explica, por ejemplo, su actitud hacia el sexo.
Para Lawrence el significado de la experiencia sexual era: Que en ella el
conocimiento inmediato e irracional de eso otro
divino es llevado a un foco....de tinieblas. Parodiando la fórmula de Mattew
Arnold, podemos decir que el sexo es algo extraño a nosotros, que tiende, no
hacia la virtud, sino más bien hacia la vida., a la unión con el misterio. Esa
quintaesencia de la alteridad es, no obstante,
la quintaesencia de nuestro ser. Y a Dios Padre, el Inescrutable, el
Incognoscible, le conocemos en la carne de la mujer. Ella es la puerta por
donde penetramos y por donde salimos. Testigos de la transfiguración, salimos
ciegos e inconscientes. Así, el abrazo del amor aportaría tinieblas y olvido.
“ Para el que posea el don de sentir el
misterio de esa alteridad, el verdadero amor debe ser, necesariamente- en el
vocabulario de Lawrence- nocturno. Así también ha de ser el conocimiento verdadero:
Nocturno y tangible; un palpar en la noche. El hombre habita un mundo
construido por él mismo dentro del universo mayor-que le es extraño- de la
materia objetiva y de su propia irracionalidad. En la ilimitada negrura de este
universo, la luz de su pensamiento excava una pequeña cueva e ilumina un túnel de claridad en el cual,
desde el nacimiento de la conciencia y
hasta su muerte, él vive, se mueve y halla su subsistencia. Muchos de nosotros
ignoramos las tinieblas externas, o las condenamos por temor. No así Lawrence.
Tenía unos ojos que veían más allá de los muros de luz, internándose
profundamente en las tinieblas, y unos dedos sensitivos que le mantenían
siempre en contacto con el misterio circundante. Además, a diferencia de los
filósofos y hombres de ciencia, él no
pretendía ni deseaba aumentar el área iluminada, aprobaba las tinieblas
externas, y en ellas se sentía en su ambiente. Descreía de la ciencia, y como
Keats, brindaba por la destrucción de Newton, que había explicado el arco iris.
“Fuesen cuales fuesen las consecuencias intelectuales, él mantuvo
siempre su lealtad al propio genio. El daimon
que lo poseía era una cosa divina a la cual jamás negaba ni trataba de
explicar. Esa lealtad, a su ser, a su don, al extraño y poderoso númen que le tomaba como tabernáculo, es
fundamental en Lawrence. No era una incapacidad de comprensión lo que lo hacía
rechazar la filosofía y la ciencia; era tan inteligente como genial. Los
métodos de la ciencia y los de la filosofía crítica eran incompatibles con el
ejercicio de su genio, con la inmediata percepción y la traducción artística de
la divina alteridad.
“Consideraba que el arte debía
ser completamente espontáneo, y como el artista, imperfecto, limitado,
transitorio. Y que el primer deber moral del hombre es no intentar vivir por
encima de su condición humana...De todos los materiales de construcción
prefería el adobe; su gran
plasticidad y su fugacidad se lo encarecían. Lawrence amaba a los etruscos,
entre otras razones, porque construían templos de madera que no han
sobrevivido. La piedra le agobiaba con su indestructible solidez. Y en la
esfera ética ocurría lo mismo que en el arte. El arte de vivir es mucho más
difícil que el arte de escribir. “Es algo más delicado hacer el amor, triunfar en el amor, que
expresarlo”-decía.
Todos los sistemas de filosofía y de ética tienden a armonizar el
politeísmo en nombre de algún Jehová de consistencia intelectual y moral. Para
Lawrence era éste un procedimiento indefendible. Un dios tenía tanto derecho a
existir como otro, y los de las tinieblas eran tan genuinamente divinos como
los radiantes...En todo caso, este politeísmo era una democracia. Esta
concepción de la naturaleza humana era extraída de la formulación de dos
doctrinas bastante sorprendentes: Una ontológica, la Doctrina de la Indiferencia Cósmica, donde no hay ningún fin. La
vida y el amor, son la vida y el amor; un manojo de violetas es un manojo de
violetas e insistir en la idea de la
finalidad es arruinarlo todo. Vivir y dejar vivir, amar y dejar amar, florecer
y marchitarse, y seguir la curva natural que fluye sin cesar. Y la
ética, la doctrina de la despreocupación. No dejarse devorar por las
preocupaciones, ni dejarse condenar a ser abstractos. Consideraba que el verdadero
vivir era más serio que el trabajo y las preocupaciones. Creía que era inmoral fatigarse con las preocupaciones,
pues era una evasión del primer deber del hombre que es vivir. Tenía una
condenación puritana para el vicio del trabajo. La otra distracción que repudiaba era la espiritualidad, esa elevada meditación sobre las cosas que
constituye para Pascal” toda la dignidad y toda la tarea del hombre”. Lawrence
se espantaba de que así se pudiera olvidar de los goces y dificultades del
vivir inmediato.
(continuará)
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