Oh, si no viviera yo en esta quinta generación
de hombres, o más bien, si hubiera muerto antes o nacido después! Porque ahora
es la Edad de Hierro. Los hombres no cesarán de estar abrumados de trabajos y
de miserias durante el día, ni de ser corrompidos durante la noche, y los Dioses
les prodigarán amargas inquietudes. Entretanto, los bienes se mezclarán con los
males. Hesiodo (~800
AC?) Los trabajos y los días. Libro I
Viaje hacia otro despertar
Señales: Están. Están desde siempre, creo, como signos que esperan convertirse en designios. Exigencias no exigidas que esperan transformarse en funciones y trabajos, funciones y trabajos cuyos significados van a trastocar la realidad personal para poder expresarse sin velos ni subterfugios hacia la otredad. Y al transformar la realidad, actuar como quien traspasa un velo desconocido hacia otra dimensión, otras dimensiones…
Fuerzas: Están detrás de las señales. Aceptarlas es
aceptarse uno mismo, más no “en lo mismo, insistiendo en lo mismo,
encerrado en sí mismo”. Las fuerzas se evidencian de múltiples y variadas
maneras, por momentos tan intensamente que resultan ineludibles. Está en uno
percibirlas y sentirlas parte de uno, o ignorarlas y seguir “igual con lo
mismo”. Cuando se empieza a entender esto, se tiene la certeza de que la
búsqueda terminó. Y entender significa aceptar las funciones y los
trabajos que se deben cumplir. Cumplir no porque las fuerzas lo exijan. Al
cumplir con una función “asignada” (por así decirlo), uno deja de evitarse y se encuentra,
en completa libertad y en plena capacidad de uso de todas las potencialidades.
Entonces, el individuo despierto crece, se amplía sin perderse, sin dejar de
ser “sí mismo”, y participa en la construcción y el desarrollo del Equilibrio
en la Armonía. Sin explicaciones, se comprende el por qué, el cómo, el cuándo,
el dónde… En una palabra, se empieza a saber, y en ese comenzar a saber,
también se sabe que no se lo va a evitar. Sin retorno, sin culpas
ni remordimientos, sin miedos ni engaños. Metafóricamente hablando, más que un
cambio de piel, un trasplante cardíaco.
Signos: Se elabora una lista de signos que, como una cadena, eslabón tras eslabón, han señalado desde lejanos tiempos un destino posible, uno de tantos pero uno diferente a todos los conocidos, que sistemáticamente se ha ignorado, cuando no, rechazado. Más cerca, comenzando desde el final para ir al principio; el año ha marcado definitivamente con su último día el fin, no de un ciclo sino de una sistemática, sistemática del pensamiento, de los sentimientos y de la acción, cuyos significados la propia hermenéutica no lograba desentrañar por no contar con las herramientas adecuadas. Final de un ciclo, ahora sí, donde alternaron luces que deslumbraban y sombras de una oscuridad amedrentadora. El año siguiente, comienzo de un ciclo en el que se comprende el por qué, el cómo, el cuándo, el dónde. En una palabra, se sabe y se sabe que no se lo va a evitar. La luz no deslumbra, la oscuridad no atemoriza.
Función y Trabajos: La función es estar. Y el primer trabajo es
“mantenerse estando”. Adentrarse en la oscuridad, llevando hacia allí la luz,
contención donde aparezca el desborde, sostén en el desequilibrio, afecto y
compañía ante el desamparo y el desamor, seguridad de la presencia ante el abandono
y el temor a la soledad. El estar y el mantenerse estando no es estático, es
dinámico, variable, dúctil y versátil, mientras las señales se intensifican,
los signos se multiplican y las fuerzas nutren y alimentan la propia fuerza. El
siguiente trabajo, definirse, y hacerlo clara, sincera y honestamente, para que
se entienda clara, sincera y honestamente, sin juegos que disloquen o
interrumpan el flujo del mutuo accionar. La función que se requiere aquí es la
de cuidar, proteger, estimular, acompañar ofreciendo el apoyo de una compañía
inmanente que sirva de sostén a la otredad, para que, cuando sea, brote y se
abra como una crisálida al aire luminoso que la ha esperado desde siempre. El
último trabajo, saber que la propia función ha terminado al ver volar a la
otredad hacia su propio encuentro con la vida.
Almas
Gemelas: Se
habrá sido durante un tiempo (si aceptamos que el tiempo existe) “alma
gemela” de la otredad, con trabajos y funciones diferentes, con un
trayecto paralelo a desarrollar y cumplir y con lo que nosotros, los humanos
mal definimos como “un principio y un final”. Porque el encuentro de dos
“almas gemelas” está destinado, es inevitable. Tarde o temprano siempre se
produce, porque el crecimiento, el desarrollo y la evolución lo requieren y,
conceptualmente, lo demandan. Esas almas gemelas que cumplieron con sus
trabajos y sus días, que se encontraron y luego tomaron cada una su camino,
o no, pues el destino no se anuncia in toto sino paso a paso,
estarán siempre unidas, serán siempre libres
una en la otra como participantes de un Todo. O no, pero eso ya tampoco importa. Superado
el tiempo de ser y estar, el resultado
deviene indiferente pues lo acontecido queda afirmado en su propia, incontrastable
realidad.
(∂ + m) ψ = 0
Además, predice la existencia de estados de energía negativa en un
momento en que se daba por hecho que la energía solo podía ser positiva.
Esto llevó a postular la existencia de antipartículas en 1928, varios años antes de que fueran
descubiertas de forma experimental.
Supuestamente,
la ecuación representa el entrelazamiento cuántico, un fenómeno en el que los
espines de dos electrones permanecen interconectados sin importar la distancia
que los separe en el espacio y el tiempo. Esta ecuación establece que dos sistemas (o
partículas) que han estado interactuando, quedan afectados por esa interacción
aunque después de un tiempo se separen y su interacción se detenga. Es decir,
que esos sistemas o partículas se influyen uno al otro a pesar de la distancia
final que se establezca.
El
sueño como ingreso a un orden vital de actitud saludable, en suma, de vivir la
única condición personal que denota salud. La vigilia, y su manifiesta
conciencia como una condición incompleta, insuficiente. de carenciada vitalidad,
vivida como una posesión externa al yo íntimo, personal, profundo. Es la vida
exterior que nos posee a través del
estado de conciencia. El estado onírico, inconsciente, es entonces la imagen
más veraz e innegable de la vitalidad personal. No vivo verdadera y fielmente
en otra dimensión que en ella. En ese estado soy yo y punto. Eso creo. En el
otro, mi mundo consciente en el que veo, oigo, hablo, toco, la vida externa vive por mí. Maneja burda o
sutilmente los ejes del curso de mi persona al hacerla fluir en estado
consciente y conducirla. Aunque la rechace, no sé si puedo, los mismos
argumentos del rechazo significan aceptación y sumisión. ¿Para qué,
entonces, oponerle resistencia? Sonrío con buen humor cuando entiendo que da lo
mismo resistirme que doblegarme y obedecer a los dictados de esa vida que no
soy y que se manifiesta y subsiste a través mío en mi estado
consciente. Ahora, obviamente, ella habla por mí. O yo hablo por ella, da
lo mismo. ¿Por qué al presente dice lo que dice, o digo lo que digo? No lo sé.
Avancemos.
Curiosamente, la búsqueda de esa esencia a través de la conciencia es
una batalla perdida, pues la conciencia, a pesar de no reconocerlo, conoce sus
límites. Lo esencial se manifiesta en pequeños y aislados núcleos sin lógica ni
razón, que sólo sugieren simplemente su existencia. Y lo vivimos en el sueño,
sin saberlo, sin presumir su origen, su pertenencia. Simplemente lo dejamos
ser. Simplemente somos.
La enfermedad de la conciencia, su rapaz deseo de posesión ilimitada y la negación sistemática de sus límites, nos conduce a la muerte. Lo inconsciente, al evadir la ecuación espacio-tiempo, habla de lo permanente, lo siempre vivo, lo inmortal.
Si existir equivale a soñar, y soñar equivale a ser uno mismo y vivir por uno mismo la propia vida, no somos dueños de lo que creemos es la vida, o sea, la vida consciente. No podemos dirigirla, no decidimos en ella. Nos invade, nos engulle, digiere y eyecta en y para su propio proyecto: El mundo conocido, el gran yo, formado por millones de microyos que, querámoslo o no, somos parte del proyecto.
Es por necesidad que la conciencia se subordina cada tanto a la inconsciencia en el sueño. Es la cura ineludible para el yo enfermo diurno, pues la muerte ronda a la conciencia. Y el dolor de no ser es insostenible en el tiempo. Mantiene, entonces, una guerra encubierta. Batallas diarias, diariamente perdidas por la vida consciente. Embate lúcido y ciego al mismo tiempo, consciente sin remedio de su sino.
Y la guerra continúa…
Dos campanas para la Pax animi
Ella, esa paz tan ansiosamente esperada, que se presenta de súbito. La observo como de reojo. La siento precaria, y pienso en otra cosa. ¡Que no se sienta descubierta, que sé que ha llegado!
Ahora, esa
paz me impulsa blandamente hacia la autosatisfacción, y yo le obedezco sin
objeciones. Me lleva hacia el justo medio. Ni mucho de esto, ni mucho de
aquello. Me ordena tomar las cosas con mesura. Y lo primero que debo hacer es medir mi tiempo. Parecería que el hecho
de perderlo (así llama ella a mi estado
contemplativo) es lo que impide alcanzar
una realización. Dedicarse a una saludable tendencia X, y a una positiva
inclinación X’. Tener más de dos es perderse irremisiblemente. Satisfacer
entonces a ambas en lo posible, y dentro de ese tiempo disponible. También
aceptar la propia limitación y emplearla
como estímulo para superarse (utiliza
esta palabra hasta la embriaguez). Hay
que deleitarse con ella, pero no como el bebé con el seno materno. No hay que
atraparla con ambas manos, para luego chupar con fuerza voraz de sus pezones.
Tampoco deben tragarse sus frutos con angurrienta glotonería, porque luego
vienen los regüeldos, las regurgitaciones y los vómitos, ineludibles
consecuencias del apasionamiento, enemigo número uno de esa paz. Deberán, entonces,
evitarse las manifestaciones instintivas y los actos espontáneos. Manejarse
sólo con la educación, la que, con sus complicados reflejos condicionados, se
encarga de moldearlos o
disimularlos...Porque la educación es
algo así como la secretaria privada de esa
paz que he ansiado tanto y que hoy
está conmigo. Gracias a ella, ahora estoy situado en el medio de las cosas, en
la tierra de nadie. Entre mis dos brazos, entre mis dos piernas, entre mis dos
orejas, entre las sábanas de la cama, entre las paredes del cuarto. Entre el sí
y el no, entre el blanco y el negro...
Y
de puro meditar, he quedado solo otra vez. Esa paz se ha ido Siento su
ausencia en mis vísceras El vacío me
abarca ahora, con una enorme y
oscura boca. Percibía precaria a esa paz, y no me equivocaba.
Pero, afortunadamente, luego de un breve
paréntesis aterrador, he abandonado con agilidad la tierra de nadie. Ya no
estoy entre las cosas; estoy en las cosas. Ya no estoy entre el sí y el no.
Ahora soy ambos, indistintamente. Esta sensación, que brota espontáneamente, me
inclina a considerar a la anterior como una vulgar impostora. Ahora debo preservar ésta
nueva paz, cuidarla,
impedir que se vaya. Para ello, la
seguiré ciegamente, aunque me lleve hacia el justo medio de las cosas. Aunque
me enseñe a ver la realidad asépticamente. Aunque me obligue a medir mi
tiempo...
II
La paz sea con vosotros- despide el cura a
sus feligreses, finalizando la misa. Pero esa pax animi no llega por el simple hecho de que se la emplace. Tiene
otros prerrequisitos para tomar forma en el interior de quien la desea y luego la invoca. Necesita canales
especiales y exclusivos para circular, pues tan rápido como llega se va. Y necesita un sitio adecuado donde
guarecerse. Necesita provocar resonancia, reverberación, o sea reciprocidad. Necesita tiempo para ambientarse, para sentirse “como en su casa”. Necesita eliminar
interferencias. Necesita un campo de acción adecuado hacia donde impulsar sus
designios, ya que es dinámica, y la inercia la hace desaparecer, como un copo
de nieve al contacto con el calor de la
mano. A medida que su influjo y su accionar son percibidos por el sujeto
en cuestión, forma una amalgama con las pulsiones vitales de éste, y unifica
pensamientos con sentimientos, dando
lugar a los pensentimientos, que permiten al individuo analizar la calidad de
las sensaciones y sentir el flujo de
ideas que va dando forma al pensamiento.
Esa paz plantea al sujeto un modus operandi diferente, donde son
templadas las tensiones vegetativas, las urgencias viscerales, y las mismas
pasan a integrar, en armonía con las otras áreas del sujeto, esa segunda
naturaleza que posibilita, tiende un
puente, canaliza un lento y firme transitar “paso a paso”, que no por medido
pierde intensidad, hacia una nueva dimensión que al permitir ser “estirada” en el tiempo, en ese
único tiempo que es el presente, transforma el punto en una línea, la línea en
un plano, el plano en un cuerpo, el cuerpo en una sede, en la sede de esa paz
que finalmente todo lo ocupa…
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