You, dreammer you… Johnny Cash
A la sombra aún, desde una puerta del
Hospital considerabas con recelo la playa de estacionamiento. Estaba casi
vacía, en un mediodía furioso de
febrero. La luz asesina del sol caía
impiadosa sobre el cemento y los autos. Caminando hacia el tuyo, te
plantaste los anteojos negros, una necesidad inevitable. “No pasé por Personal…”,
recordaste de súbito. “Al carajo con la firma, mañana lo hago”, decidiste,
abriendo la puerta del auto con el remoto. “Un día más de esta rutina
infernal enfrentando conflictos,
quitando piedras del camino y palos de la rueda para que el carro empiece una
vez más a moverse”. Suspiraste
encendiendo el motor, e inmediatamente pusiste el aire acondicionado
abriendo también las ventanillas. “Esto es un horno”. Y un horno encendido era tu cabeza, que reclamaba una palangana de agua helada. Johnny Cash con
su: ...on the night Hank Williams came to town, recuperó de
pronto todo el espacio desde el reproductor de CD. Pero ni su pegajoso y
rítmico acento logró aventar tu malhumor. “Hay que despedirse de esto, hay que
salirse de una buena vez de esto”, pensabas, mientras enfocabas la salida hacia
el bulevar. “Hay que despedirse de tantas cosas...”, y la marea de
elucubraciones comenzó a circular por tu
cerebro hirviente como una cinta sinfín.
“Es así nomás la cosa, o ponés punto final a todos tus quilombos, o
ellos te dejan a vos, cualquier día de estos, tirado en algún sitio, o aquí
mismo, con la cabeza sobre el volante...”
De reojo viste a alguien de guardapolvo
blanco que se acercaba con pasos
presurosos y frenaste. “¿Y ahora qué…?”, te revolviste con furia creciente,
imaginando un obligado regreso. Apagaste la música, y ya, junto a vos, el guardapolvo blanco, y sobre éste, un pelo
negro que brillaba al sol, abundante y lacio y que se consolidaba suavemente hacia
arriba. En el centro, unos ojos muy claros te miraban con interés
y algo de sorpresa, y la boca que había empezado a hablar,
no paraba de hablar. Tomada de la puerta con las manos, ella movía los
labios con ritmo alucinante. Sus ojos,
que se agitaban con rapidez, no dejaban de... ¿encandilarte? “¿Es esto
cierto”, pensaste, “¿o ya me llegó la hora y estoy sobre el volante con el
infarto...?” Apagaste el motor y descendiste del auto, enfrentándola.
-
¡Hola!- saludaste. -¿Te conozco?- y ella se presentó con una disculpa. Su voz era
ligeramente áspera y baja. En un
bolsillo abierto del guardapolvo se adivinaba la causa.
- Fumemos- le dijiste, y la miraste ahora
directo a los ojos. A plena luz del sol, eran las pupilas muy cerradas, y la
claridad marina que recibiste de ellos te pareció que merecía otro ámbito de
discusión. Te ofreció un cigarrillo y acercaste la cara a su mano para recibir
fuego. Hubieras besado esa mano de no tener el cigarrillo en los labios.
Miraste su boca, que echaba humo frunciéndose hacia un
costado, y le dijiste
algo como “Vos no sos de aquí. ¿Venís de
otro hospital, o caíste del cielo?”, para verla reír: Querías sus dientes. Desparejos
pero blancos, muy blancos, los colmillos superiores montados, labios carnosos y
de suaves líneas los cubrían con
dificultad al cerrarse en el cigarrillo. Ella también te miraba.
-Vamos a un lugar tranquilo- murmuraste, y
mientras cerrabas el auto con el remoto, le tomaste un brazo. Te miró y sonrió.
En tus oídos sonaba: ...with an angel for a while... “¿Será
que a veces Johnny es premonitorio?”, pensaste, sintiendo el brazo bajo tu mano
un brazo izquierdo no débil, pero sin lugar a dudas femenino.
-¿Vas a colaborar con el proyecto?-
Sentados en el bar, te preguntaba, y ahora era ella quien te tomaba del brazo,
su mano sobre tu antebrazo extendido, como diciendo “¡Hey, hombre de lejanías abismales!, ¿me estás
escuchando?” Sus ojos habían cambiado de tonalidad, más gris, menos azul.
- Me gusta observarte en silencio mientras escucho como de lejos tus
palabras Tu mirada es increíblemente suave con esta luz... - le contestaste sin
proponértelo.
-¿Qué...?-, y sus blancos colmillos asomaron
imprudentes detrás de la mueca de
incredulidad.
- ¡Eso!- enfatizaste-. Digo que la luz asombrosa de tus ojos se
aclara en la penumbra... Y eso
que parece tengo el privilegio hoy, aquí
y ahora de contemplar, llega así nomás
hasta mí con el insólito encanto de la belleza más embriagadora que he conocido-.
Mientras, ella bajaba la mirada, y en la sonrisa que temblaba en sus labios podía adivinarse
el comienzo de una retirada. - Es lo mejor que me ha sucedido en este día-
murmuraste-, claro que no se necesitaba un gasto tan enorme para mejorarlo.
Dicen que el cielo tiene estas cosas. Sucede cuando menos te lo pensás... Pero
bueno, ¿me estás preguntando si adhiero al proyecto?- Ella había retirado la
mano, se recostaba en el asiento, y bebía el café. Se inclinó para dejar la
tacita en el plato, echó el cabello hacia atrás con un gesto amplio del cuello
y la mano:
- Sí,
me encargaron que te viera con este
proyecto que juzgamos muy interesante, y
creen que vos sos el indicado de aquí para colaborar en él. Valoran en extremo
tu experiencia, que desde ya, compruebo
no te falta en lo más mínimo-. Y luego de un silencio- : Te informo, por las
dudas, que “mis ojos claros” no son
parte de él.
- Lástima- y le tomaste una mano, que no
retiró- ¿Y en qué proyecto están inscriptos tus ojos marinos de los que no
puedo despegarme, el rosado de tus labios que en vano intentan ocultar esos colmillos
de fábula, el fuego negro de tu pelo, esas orejas de ficción con aros al tono
de tus ojos, justamente ciertas para perderlo a uno, y ese cuello donde hundir la cara parecería un sueño imposible... Y tus manos…- y con el pulgar hacías leves movimientos sobre
el dorso. Sus dedos se cobijaban en el hueco de tu palma. Ella cerró
fuertemente la boca, hundiendo los labios entre los dientes, te miró abierta y
directamente a los ojos, y revolviendo su mano tomó la tuya. Acercó el pecho a
la mesa y se llevó tus dedos a la boca. Los besó levemente.
- Vos también tenés una mirada más que
hermosa, por momentos hechicera, y una boca que dan ganas de besarla apenas
vista. Al hablar, bueno, es como si tomaras posesión de una, y que siempre fue
muy natural que así ocurriera, y hay un,
qué sé yo, algo indefinido que irradia tu persona que se le hace imposible a una no sentirse de
atraída de movida... Y atraída mal.
- ¿Mal...?- Le sonreíste, respirando hondo,
concentrado en sus ojos y en esa mano que te sostenía como invitando a olvidar
todo y dejarse ir.
- Mal en el buen sentido. No parece tarea
fácil jugar con vos, considerarte como algo, digamos, interesante, agradable
pero momentáneo y que quizá... Das la
sensación de que los “quizá” no existen para vos-. Abandonó tu mano por un
cigarrillo, lo encendió y se lo quitaste de los dedos como en un pase de
prestidigitación. Parecía enojada,
y lo regresaste a sus labios, rozando
los “agentes de Lucifer” de Sabina.
- Fácil, claro que es fácil. Tengo la casa
abierta de par en par- y extendiste los brazos hacia ambos lados-, y se puede
entrar y salir con facilidad, sin problema alguno...
- ¡Eso! Entrar, sí, no lo dudo. Puede
ser...- y emitió una bocanada de humo. Le pediste una pitada con dos dedos
extendidos, que concedió. -Pero salir, lo que se dice salir, no creo que sea
fácil. Para mí las puertas primero son
para entrar, y aunque estén abiertas, me tomo un tiempo, aunque a veces se
cierren antes de decidirme…Y me
cuesta salir…vaya si me cuesta salir-.
Fruncía los labios y el entrecejo en una queja prematura. Te encogiste de
hombros, la miraste a los ojos y desviaste la mirada hacia un costado, como
desprendiéndote de ella.- No hagas eso- pidió con un hilo de voz.- Me estás
embrujando, encantador de serpientes...y adivino que esto puede terminar
fatal...
- Para empezar, podría empezar... Lo
primero es lo primero, y luego se ve... Te aclaro que creo más en el azar que
en las estadísticas - dijiste con una voz casi impersonal, y seguiste- ¿Por qué
ustedes siempre están tan ansiosas por leer
el final de la novela?
- Cuestión de género. Quien se quema con
leche...
- ¿Quién no se ha quemado con leche, con
aceite hirviendo, o en la hoguera inquisitorial a esta altura del partido...?-
respondiste cortante, y valoraste nuevamente sus ojos, el movimiento de esos
discos claros, la clave de la carretera para iniciar otro camino, no
precisamente el que pensabas recorrer una hora atrás, saliendo una vez más de
ese bendito Hospital.
- Mirá, no te voy a decir que no se pueda,
porque te mentiría, y a mí no me gusta mentir, pero también me gustaría aclarar
ciertas cosas. En estadística se basa nuestro trabajo, no en el azar, y el azar
no me trajo hasta aquí...
- Ya veo... Tiempo al tiempo. Dejaste en
claro tu perfil serio, que adivino tan atractivo como el frente... Aún no imagino
la delicia de contemplar ese perfil desde la almohada de al lado. Tus ojos
aclaran el resto, y colaboran tus
labios, tus dientes, con esos colmillos que asoman impertinentes hacia
delante. Además, y como buen comienzo:
¡los dos fumamos!- La carcajada los separó, movimientos propios los sacudían,
mientras mantenían con la mirada el dogal de seda que trenzaran ambos minuto a
minuto, sin prisa ni pausa. Ella miró de pronto su reloj:
- Bien, me tengo que ir- dijo, buscando la
cartera. Tu ademán le indicó que la cuenta era a cargo del local. Pagaste y
caminaron. Ella se había quitado el guardapolvo. La blusa hacía juego con, con... (¡con qué si no!), y
se balanceaba lentamente sobre unos zapatos de taco bajo. Te tomó del brazo y
luego deslizó su mano hasta llegar a la tuya.
Junto a tu auto, le soplaste el pelo, y apareció otra vez ese mar
brillante y azulado, pero ahora poseído por
corrientes alborotadas y encrespado oleaje.
- Sos muy hermosa. Deberías cuidarte... Creo
que fue Oscar Wilde quién dijo que “la belleza no se perdona”, ¿sabías?-. Ella
jugaba con sus labios. Se puso de súbito en puntas de pies y te besó. Sonreía
con la boca entrecerrada, saboreando
con la punta de la lengua el dejo de los tuyos. Te recostaste contra la puerta
del auto y ella comenzó a hurgar en la cartera. Te miró, entre divertida y algo
triste.
- También, creo que fue Marechal quien dijo: “Con el número dos nace la pena”- e
hizo un gesto como preguntando: “¿Ves, y ahora, qué…? ¿Los sabés vos?”
Pero cambió rápidamente; el ceño fruncido fingía seriedad-: Bueno, ha
sido una charla muy interesante, doctor, y espero que podamos compartir ideas y
sugerencias para avanzar en el proyecto. ¿Qué le parece si nos pasamos los
tele...?- Con el remoto en el bolsillo abriste tu auto y se interrumpió,
sorprendida por el ruido.
- “Con el número uno nace la poesía, y con
el número dos, la poesía cobra vida”. No sé quién lo dijo, pero mi auto te está
diciendo que des la vuelta y subas, y no hay pretexto que valga.
- ¿Y-no-hay-pretexto-que-valga?- entonó ella
mientras rodeaba el auto con lentos pasos de baile. Abrieron las puertas
simultáneamente y los invadió el calor sofocante acumulado en el interior. Sin
cerrar las puertas, se inclinaron el uno hacia el otro, se tomaron de la nuca,
revolviendo pelo entre los dedos, y tus labios reconocieron los de ella, los
colmillos inefables, y al abrir los ojos, el azul tan cercano te envolvió sin remedio y te tragó, cuando a ella
la devoraban los tuyos, sin hablar de
promesas, sin tener en cuenta viejas historias
ni mencionar sueños a cumplir.
Sólo esto. “¡Vaya!, si, sólo esto”, alcanzaste a pensar.
- ¡Adiós, doctor!- saludaron a coro con tono
festivo varias voces femeninas con uniforme de enfermería al pasar junto al
auto-. ¿Todavía aquí?- y las risas se perdieron con el eco de pasos
apresurados, en una abrasadora tarde pasado mediodía que ya había empezado a
desparramar sombras como residuos de duendes y demonios sobre la playa de
estacionamiento del Hospital.
(del libro Hombre, 2008, ed Dunken)
(del libro Hombre, 2008, ed Dunken)
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