“-Aceptarse y quererse, aunque sea un
poquito. La base para salir, aceptar y
querer a otro, a otros sin prejuicios… Ya lo dicen las escrituras con sabiduría llana, que por llana siempre se la ignora.
Dioses y demonios, demonios y duendes, duendes y fantasmas, fantasmas y brujas,
brujas y demiurgos… La percepción interior se descuelga desde múltiples ángulos
y visiones…De todas maneras, es hermoso, poético y enajenante saborear con la boca
y tocar con las manos lo que nuestros deseos elaboraron con paciencia y escasa
esperanza durante tanto tiempo en el sensible y febril cerebro primitivo…”
“-El amor toma a veces la forma de un
pendejo tiránico, caprichoso e irracional, escribí cierta vez…-murmura Gabriel,
con un dejo de tristeza en la voz-. Ahora… ¿qué podría decir?
-Ahora
podrías no decir nada, nada de nada. Yo leí- agrega Marina- que las palabras no deben ingresar donde
reina el silencio, porque al ser nombrado
lo innombrable que habita en ese ámbito exclusivo, prohibido a la voz humana, muere sin remedio.”
“-Me gustás mucho, mucho-
dijo él, mientras encendía otro
cigarrillo.-Y estoy muy contento de tenerte frente a mí de nuevo. Es
así…creéme. Compruebo que algo distinto
y especial se produce en mi interior al
verte. Es como si se encendieran un montón de luces que estaban apagadas…Entonces
aparecen cosas que siempre he deseado pero que apenas conozco y que me
sorprenden bien, muy bien, al salir de la oscuridad…- Marina
lo escuchó con atención. No podía distinguir entre el puro verso y la verdadera
poesía. Dejó que las últimas palabras quedaran flotando
en el ambiente, como el humo que se había concentrado debajo de la lámpara.
Cuando recibió el mensaje desde su plexo solar supo que las palabras sobraban,
se acercó a la mesa con pasitos de baile, la rodeó, llegó hasta Gabriel, bajó la cabeza y buscó sus labios. Se sentó
sobre sus piernas y se acomodó como quien inicia un viaje placentero en un tren
de lujo. Le pasó los brazos por detrás del cuello, ampliamente, y se dejó llevar por un beso interminable que
avanzaba y retrocedía, apretaba y aflojaba,
interrogaba y respondía, era blando casi tenue y era duro y posesivo…”
“Pueden haber cosas interiores tuyas-
agregó él- que pretenden ignorar tus logros actuales, tu disfrute de la vida,
de la compañía, de la libertad, del amor y persisten en el capricho de darles
la espalda hasta provocarte la claudicación de un regreso sin gloria. Todos tenemos un lado oscuro, mezquino, que se
empecina en mantener el statu quo a
cualquier precio. El cambio tiene un costo. Siempre lo tiene…”
“Marina
sintió la piel de Gabriel muy suave, el
sabor de su boca muy suyo, como si siempre hubiera estado allí, así, para ella.
El reconocimiento de la posesión como un derecho sin cuestionamientos, tomó la forma de una adquisición preciosa que
se encendió en su interior. Recorrió lentamente con los labios y las manos toda
la piel extendida de Gabriel, con naturalidad y sin limitaciones, para su exploración minuciosa. Uno sobre el otro, se miraron intensa, abiertamente. Los
quejidos y suspiros señalaban hacia dónde se dirigían. Sin promesas, sin apuro,
sólo dejándose ir. Muy juntos, en otra buena, amable noche sin relojes…”
“La
noche cómplice, la noche sin tiempo, presenció
allí cómo un otoño temprano frío y ventoso puede transformarse de súbito en una
cálida y luminosa primavera. Fue precisamente a través de ellos, que se
desnudaron mutuamente con un rito invariablemente espontáneo y veloz, a través de ellos que habían aprendido a
mirarse nuevamente con la intensidad de la primera vez, a usar el tacto como se
aprecia la seda de Oriente, sin apuros ni presiones, a buscarse en todos los
rincones imaginables sin prejuicios y encontrarse con la paciencia y la morosidad que otorga el
conocimiento de la seguridad de un más allá, de un más allá tan lejano como
cercano, tan real como imaginario,
siempre un más allá donde reina el silencio del deseo consumado pero que
al mismo tiempo se puede presentir su mediato, moroso despertar que, como el ave dorada, remontará vuelo
entre las cenizas, transmutado y redivivo.”
“El cielo y el infierno comparten la
misma vía, el mismo transporte, los
mismos pasajeros, la misma caja transmisora de mensajes. Sutiles e ínfimos
detalles los diferencian, un grado más o menos de temperatura, un tono más vivo
o apagado de un mismo color, un giro de más o de menos de una tuerca, una
palabra apropiada aquí y la misma dicha allá a destiempo; un deseo cumplido
ahora e incumplido poco más tarde”.
“Nuevamente las bocas
y las manos, cada quien en lo suyo en busca de la fuerza de los sentidos
destapados, descubiertos in fraganti al aire libre de la noche
amable, en la pura libertad como vuelo de pájaros, en la más exquisita
lubricidad que el placer renovado los va encumbrando, él dentro de ella, ella dentro de él,
bañándose ambos con sus humores regios. Cuando se revuelven, se encuentran,
comparten con deleite lo tuyo y lo mío entre besos mansos, pegajosos, ya sin
secretos, sin temores ni dudas, con el sexo en la piel, en la mirada, en los
susurros, en las manos que acarician como aventando la imagen de un olvido con
que el capricho del deseo saciado siempre amaga.”
“Gabriel bebe vino y fuma un cigarrillo en el jardín. El cielo está
estrellado y piensa:”una buena noche para el amor”. Siente inmediatamente la presencia de Marina,
la sabe cambiada, abierta, adivina sus nuevos humores y se alegra de poder
encontrarse con ella mañana. “Pero hoy era la noche”, murmura cambiando de
humor, “ella no la está perdiendo, yo sí. Podría haber aceptado la invitación
de Susana…” se reprocha. “Nos debíamos una noche más…no supe interpretarla,
chambón de miércoles”. Cuando comprende que ha caído en la misma trampa de
siempre, se incorpora, se abre hacia el cielo con los brazos extendidos, ofrece
la copa de vino a las alturas y exclama: “Soy tu esclavo, noche de las
noches, noche siempre nueva. No volveré
a ignorarte, me declaro tuyo, ahora y para siempre. Juro por los doce dioses del Olimpo que no volveré a abandonarte. Y ahora, bebe conmigo”. Apura el contenido del vaso y el vino le
transmite una amable e inequívoca respuesta.”
“Marina comparte con
Gabriel su cama de una plaza, la luz encendida del velador y la puerta
entreabierta. Han decidido no crear compartimientos estancos. Desde la otra
habitación se oye el televisor encendido. Ríen, se tocan, se besan. Buscan
despertar al brujo nocturno para que los convoque y los asista, que los bendiga
con voces antiguas y humos de inciensos… Los que provocan a los vivos, no
aquellos que invocan a los muertos. La noche buena responde con su fuego azul y
se hunden en el reino de los sentidos, se buscan, se encuentran, entran y salen, bailan y cantan
hasta que son impulsados hacia arriba de un tirón, de paseo por las esferas.”
“-Ser
no es tarea fácil. Hay que conocerse y comprenderse antes. Aceptarse como uno
es y quererse, por lo menos un poco... ¿me explico?
-¿Dónde queda la moral en
ese rumbo? Lo que está bien, lo que está mal… ¿Quién lo define?
-No el poder,
precisamente, que siempre pretende su monopolio. Pasa por el respeto, la
consideración, la sinceridad. Eso creo. Y la honestidad como aderezo
imprescindible del plato. Hacia uno y hacia los otros. Guste a quien le
guste…Posesión, celos, engaños, quedan
fuera de la ecuación…
-Creo que te voy
comprendiendo y aunque lo que planteás me impresiona bien, también me resulta
como el ingreso a un ambiente a oscuras. Y una, yo ahora, espera que alguien
que conoce el lugar encienda la luz,
porque se desconoce el sitio donde está
la llave…
Gabriel se detiene. La toma
de los brazos, acerca su cara a la de ella y la besa. Patricia no se retira.
Más allá, junto al auto, Marina ha visto el gesto de Gabriel. Se pone en puntas
de pies para besar a Francisco.”
“La luz que ingresa por la ventana de la habitación alcanza para
delinear los cuerpos, para orientar las manos, para unir las bocas y las miradas.
Hacen el amor con lentitud, poseídos por la
fuerza domesticadora de lo pequeño,
consagrando una ternura exquisita
en cada movimiento. Se humedecen poco a poco, giran entre sí una y otra vez, se
exasperan, se calman, se huelen, se prueban con deleite, se detienen, muy adentro uno en
el otro, se frotan hasta sacar chispas de sus pieles, se derraman, se comen
literalmente en el banquete que la noche buena había preparado esperanzada para
ellos…”
“-¿Cuándo escribiste eso,
cielo y por qué lo hiciste?- pregunta ella.
-En mis primeros tiempos,
hace muchos años, cuando era muy joven. No sé por qué lo escribí. Desconozco
las razones que me impulsaron a hacerlo.
-Yo creo que sí lo sé y te
puedo decir sin temor a equivocarme de dónde surgieron esas razones- agrega
ella-. Es tan duro, tan cruel, tan atroz y tan ferozmente humano (aunque lo
tildan injustamente como inhumano) el trato de “tu género” hacia el nuestro,
que la memoria ancestral reclama justicia y equidad por los canales que puede.
Vos fuiste su mensajero sin saberlo. Enhorabuena. Eso te lava del pecado
original de tu género, te reivindica, pero también te convierte en un ejemplar
expiatorio. ¿Recordás la frase: Cordero de Dios, que quitas los pecados del
mundo…? Bueno, mi bienamado Orfeo,
Eurídice te agradece que la hayas regresado a la vida y que lo hayas hecho de
la manera que lo hiciste, que tu destino
te haya impulsado a asumirte como cordero expiatorio y que hayas derramado tu
sangre por mí, por todas nosotras…”
(de Esa gracia insolente de la ternura, editorial Dunken, 2014.
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