miércoles, 18 de julio de 2012

Las cuatro horas del General (reseña histórica)

in memoriam Santiago de Liniers y Bremont

   

Primera parte



  “...Cuando se levantaron, al amanecer del 26, vieron a un oficial desconocido con el capitán Garayo; al rato, éste vino a despedirse de los presos, pues no pasaba adelante, y era el comandante don Domingo French quien tomaba el mando de la escolta. Antes de seguir viaje, el nuevo jefe mandó quitar a Liniers la escopeta de caza que Garayo le devolviera, y a otros los cuchillos  que se les había permitido para comer: entonces tuvieron un presentimiento de su suerte. A las diez de la mañana llegaron a un punto que distaba dos leguas de la Cabeza del Tigre; allí encontraron el teniente coronel de húsares don Juan Ramón Balcarce, hermano de Antonio y amigo de Liniers: éste dispuso que quedasen en dicho punto los criados con los equipajes, y mandó que los presos se internasen en el bosque vecino llamado Monte de los Papagayos. Al notar que el coche se desviaba del camino, preguntó Liniers: “¿Qué es esto, Balcarce?” Éste contestó: “No sé: otro es el que manda”. A poco hallaron al que mandaba: era el vocal Castelli, al frente de una compañía de húsares del rey, ya formada y con el arma al pie; le acompañaba como secretario el doctor Rodríguez Peña. Hicieron bajar a los presos, amarrándolos a la hila con los brazos  atrás, a excepción del obispo: entonces Castelli leyó la sentencia de muerte. Fueron tan vanas las protestas de los condenados, como las súplicas del prelado, que escapaba al sacrificio: tenían tres horas para sus disposiciones supremas; pero Castelli creyó mostrarse generoso, prolongando una hora más  su agonía.”
  “ ...A las dos y media de la tarde, Castelli mandó cumplir la orden de la Junta. En un descampado del monte, los reos fueron puestos en línea, a cierta distancia uno del otro, al frente de la tropa formada. Después de vendarles los ojos, los piquetes de ejecución se adelantaron a cuatro pasos, teniendo cada cual su blanco humano. En el universal silencio de aquella soledad, percibíanse algunos respiros angustiosos. Al levantarse la espada de Balcarce, todos los fusiles se bajaron, apuntando al pecho: hubo dos terribles segundos de espera para asegurar el tiro, y luego al grito de ¡fuego! Un solo trueno sacudió el bosque, y los cinco cuerpos  rodaron por el suelo. Algunas aves huyeron de los árboles y fue el único estremecimiento de la naturaleza impasible por la muerte de los que se retorcían aún en horribles convulsiones, y se dice que a French, soldado de la Reconquista, le tocó descargar su pistola en la cabeza del Reconquistador.”
   “De orden de Castelli, los cadáveres fueron llevados en carretillas a la Cruz Alta, y enterrados en una zanja que abrieron al lado de la iglesia algunos húsares de Pueyrredón. Al día siguiente, cerciorado de que los ejecutores habían emprendido la vuelta a Buenos Aires, un fraile de la Merced exhumó los cadáveres para darles más cristiana sepultura, dejándolos separados “para que pudieran algún día sus familias recoger las reliquias de tan ilustres víctimas”. Allí debían de yacer olvidadas por más de medio siglo, sin que Belgrano las invocase al pisarlas nueve años después; ni los caudillos de las discordias civiles se dieran cuenta de la atracción magnética que señalaba obstinadamente aquél campo de la Cruz Alta y Arequito para sus citas de anarquía: era la planta sacrílega, la mandrágora brotada de la sangre inocente, allí vertida  en nombre de un mentido ideal  de patria y libertad, la que llamaba a los extraviados hijos de Mayo para brindarles su fruto de maldición. Al fin, en 1861, un hallazgo fortuito hizo dar con los restos, que fueron exhumados y, confundidos esta vez para siempre, depositados provisionalmente en un sepulcro del Paraná. El cónsul de España los reclamó en nombre de su gobierno; y fue al día siguiente de la  victoria que parecía cerrar, casi en el mismo sitio donde se abriera, el ciclo de las luchas fratricidas, cuando el vencedor de Pavón interrumpió su discurso inaugural de la estatua de San Martín, para firmar el decreto que parecía atribuir a la metrópoli la mayor gloria de la Reconquista. Las reliquias de las víctimas, llevadas por el bergantín Gravina, recibieron en Cádiz grandes honras militares. Descansan hoy en el Panteón de marinos ilustres de San Carlos, juntas en la gloria como lo fueron en el infortunio”. (1)
       En la Gaceta de Buenos Aires el 9 de septiembre de 1810, (2)  un exaltado Moreno se dirigía a sus ¡Ciudadanos!, arrojando furiosos anatemas  sobre Liniers: “Un eterno oprobio cubrirá las cenizas de D. Santiago Liniers, y la posteridad más remota verterá execraciones contra ese hombre ingrato, que por voluntaria elección tomó á su cargo la ruina y exterminio de un pueblo, á que era deudor de los más grandes beneficios”. Y ante la carencia de argumentos sólidos para justificar el terrible acto,  en un paroxismo de irritación, termina faltando burdamente y a sabiendas a la verdad: “El que recuerde los sucesos de esta Capital en los quatro ultimos años que han corrido; el que medite en los arroyos de sangre con que los patricios compraron la honra y glorias de D. Santiago Liniers...” Había escrito Moreno luego de la heroica defensa de Buenos Aires:
 “Canciones en que se narra e y elogia la Victoria del día 5 de julio  de 1807...”:...
 “Canten la gran Victoria,
 conque lleno de gloria
el argentino Pueblo, y el gran Liniers
 Triunfado tienen del fiero Inglés”,
                                                           por Mariano Moreno.

       Mariano de Vedia y Mitre (3) afirma que  “El manifiesto de la Junta sobre el fusilamiento de Liniers y sus cómplices”, documento de la pluma de Moreno, está destinado a justificar un acto tremendo: El sacrificio de la vida del defensor de Buenos Aires durante las agresiones de Inglaterra, del caudillo popular de aquellos días, del virrey surgido del cabildo abierto del 14 de agosto de 1806; del primer hombre de popularidad legítima que conoció el pueblo de Buenos Aires. Se trata de una actitud esencialmente política del gobierno, que éste tomó sin duda a pesar suyo y debido a que el prestigio de que gozaba el ex virrey podía hacer que siguieran sus banderas los pueblos del virreinato entre los que mantenía tanto arraigo (cosa que no sucedió y que pudo comprobarse antes del fusilamiento). El sacrificio de sus vidas es un acto de jacobinismo político. El manifiesto atribuye a los conjurados de Córdoba la comisión de un crimen: El de haber conspirado contra la estabilidad del Estado. Con mayor fundamento, Liniers y sus colaboradores podían considerar que quienes habían hecho la revolución en Buenos Aires eran conspiradores contra las instituciones legítimas, y autores del delito de rebelión.

    Pero... ¿quién era este señor que tanto temor, tantas aprensiones había despertado en el seno de la Primera Junta de Gobierno?
    ¿Quién fue don Santiago  Liniers y  Bremont? 

     La mayoría de los argentinos actuales, lo asocia con las invasiones inglesas, y lo tiene presente por un barrio de la capital, limítrofe con la provincia de Buenos Aires, o por una calle que cruza los barrios porteños de San Cristóbal y Parque Patricios,  que lo recuerda como Virrey. Pero no se lo considera un prócer más entre nosotros, de  aquellos que el bronce inmortaliza,  o como un personaje ilustre que la historia nos designa significativamente para con devoción recordar y emular.
      En nuestra historia, se lo recuerda por la Reconquista de 1806 y  la Defensa de Buenos Aires de 1807, a raíz de cuya eficiente y honrosa actuación resultó designado virrey interino  del Río de la Plata, y  que, en 1810, una vez depuesto su sucesor Cisneros por el partido revolucionario de los hijos el país, fiel a su juramento a España y a su Rey, se rebeló contra esta decisión en colaboración con el intendente gobernador de Córdoba, Gutierrez de la Concha,  fue tomado prisionero y, por orden expresa de la Primera Junta de Gobierno, sin juicio previo y sin más trámite,  fusilado en la Cruz Alta, en el paraje denominado Monte de los Papagayos, como vimos al comienzo de este relato.
     ¿Nada más se puede decir de este destacado personaje, a quien la historia, salvo    contadas excepciones, siempre trató con parcialidad y ojeriza?  En el número 50  de la Revista de Buenos Aires (junio de 1867), el Dr. Juan María Gutiérrez noticiaba y juzgaba una Biografía de Jacques de Liniers, escrita por Jules Richard (4). Afirmaba que “Don Santiago   Liniers es uno de los hombres históricos del Río de la Plata y cuanto a él se refiera no puede menos que interesar a sus habitantes. El tiempo lo ha colocado en el lugar que le corresponde, ni tan arriba como el entusiasmo lo pretendió alguna vez, ni en escala tan humilde que se confunda con el vulgo de los fieles al régimen derrocado por nuestra revolución”. Lo trata como si hubiera sido un personaje de segundo orden, “cuyas desgracias inspiran compasión no tanto por inmerecidas cuanto por que parecen superiores a la importancia de la víctima”. Refiere que era un noble francés del antiguo régimen, “con cualidades de raza que tenían la exageración propia del aristócrata que no cuenta con mas que con la antigüedad de sus pergaminos. Era entusiasta sin reflexión; denodado e intrépido sin constancia ni sangre fría; variable e inconsistente en sus determinaciones; sin tacto alguno político y sin otra voluntad que la que se le imponía en nombre de la autoridad formada por la costumbre y la rutina. La gloria tenía para él una fuerte dosis de vanidad, y el mando, el atractivo de la satisfacción de los goces vulgares. La altura le causaba vértigo, el esfuerzo de la meditación era superior a la robustez de su inteligencia. Tuvo los destinos de esta parte de América en su mano, dispuso del amor y la confianza de los habitantes del Río de la Plata, y sin embargo, pereció tres años después de sus triunfos a manos de los irritados patricios que tantas veces habían custodiado su fama y su persona contra las maquinaciones de los peninsulares celosos. Queriendo sacrificar al pueblo a los intereses del rey, el pueblo le sacrificó a los intereses de la revolución. Liniers es una de sus pocas víctimas; pero la más señalada y simpática entre  todas ellas”.
       Luego deja hablar al biógrafo que cuenta que Niort era la patria de Liniers. Había nacido el 25 de julio de 1753, y estudió para la carrera militar tres años en la ciudad de Malta, entonces la escuela militar de Europa. En 1768 volvió al continente condecorado, alistándose como teniente en el regimiento Piamonte real, donde sirvió hasta 1774.  Al disponer el gobierno español una expedición militar contra la Regencia de Argel, renunció a su cargo y a los 24 años cruzó la frontera y se incorporó como voluntario en Cadiz a la armada española. A su regreso de la expedición, ingresó al colegio de Guardia-marinas. Luego de rendir sus exámenes, se embarcó para las costas del Brasil a bordo de la expedición del marqués de Casa-Tilly y del General Cevallos, primer virrey del Río de la Plata.
     En 1779 formó parte de la fracasada expedición franco-española que intentó  una enorme invasión sobre las costas de Inglaterra. En 1780 pasó a la isla de Menorca, donde se destacó en el asedio al fuerte de Mahon, cuando tuvo ocasión de distinguirse con una acción de las más audaces. Tomó dos barcos ingleses bajo fuego enemigo,  saliendo incluso herido personalmente. ¡Este acto heroico brillará siempre en su vida y su recuerdo debe en ella ocupar una página lúcida! Allí fue promovido a teniente de navío. Luego de tomar en 1782 ese fuerte, las dos potencias se propusieron recuperar Gibraltar. Ese mismo año, e inaugurando las baterías flotantes, Liniers participó de esta acción junto al príncipe de Nassau. Luego de diecisiete horas de un empleo vigoroso de sus cañones, debieron retirarse para evitar una muerte segura. De todos modos en este mismo episodio, Liniers se destacó en una audaz empresa al apoderarse del transporte Elisa, de 24 cañones, con una compañía de artilleros y tres regimientos a bordo. Por esta acción en diciembre de 1782 ascendió al grado de capitán de fragata, siete años después de haber ingresado a la Escuela Naval, ascenso sin antecedentes en la marina española. Luego pasó a Argel, donde se comportó con el valor e inteligencia de costumbre y recibió los elogios del comandante Barceló. Se lo comisionó ante el Dey en nombre del rey de España, donde tuvo éxito su gestión, obteniendo además la entrega de viejos prisioneros europeos. De regreso, Liniers contrajo matrimonio con la señorita de Menviel, en 1783, y más tarde acompañó en su expedición a don Vicente T. De San Miguel para levantar planos de las costas españolas del Mediterráneo y el Atlántico. En 1788, estando en la escuadra de evoluciones, fue destinado al Río de la Plata. Muere entonces su mujer dejándole un hijo de 4 años.
      Tres años después contrajo nuevo enlace con una señorita Sarratea, hija de Buenos Aires. Luego de la declaración de guerra de la Francia revolucionaria contra España en 1792, custodió las costas americanas con el grado de capitán de navío. Después de la paz, Liniers pasó a Montevideo, y entre los años 1796 y 1802 se ocupó de armar en ese puerto numerosas chalupas-cañoneras, para su defensa. Entonces,  se comprometió en diversos combates con naves de Inglaterra y las alejó de aquellas  comarcas.
    Dos años más tarde, fue nombrado gobernador político y militar interino de la provincia de Misiones. Se trasladó a Candelaria donde residió hasta el año 1805.
     “Desde que llegó su designación, don Santiago comenzó a trabajar, asesorado por el fraile Julián Perdriel, que contaba con un acabado conocimiento de la región jesuítica. Debió poner coto a las malocas lusitanas, pues Liniers conocía a fondo las ambiciones portuguesas. Durante sus dos años de gobierno no cesó de llamar la atención de las autoridades acerca de las necesidades defensivas de ese territorio. El capitán Antonio G. Balcarce fue su joven colaborador. Pero sus proyectos y empuje chocaban con la inercia de la burocracia colonial. Igualmente consiguió organizar un equipo para las pocas fuerzas disponibles y los indígenas capaces de portar armas, un armero para repararlas, y un grupo de hombres para informarle de las actividades portuguesas. Reclamó presencia de médicos, y ante la falta de medicamentos, señaló la gran cantidad de productos naturales para reemplazarlos. Con la llegada de la vacuna antivariólica al Río de la  Plata, la solicitó al virrey para propagarla en el territorio de su gobierno. Hizo también una permanente defensa de los derechos de los indígenas contra los abusos a los que eran sometidos en los obrajes y yerbatales, y para que se les repartieran tierras. Luchó también para obtener mayores  ventajas para la venta de los productos misioneros. Sin embargo, durante los diecinueve meses de su gestión fue más lo que consiguió mediante su esfuerzo y el de sus colaboradores que lo que obtuvo del virrey” (5).
     Al ser sustituido, y viajando de regreso a Buenos Aires, muere su esposa al dar a luz a una niña. Dolorido aún, toma el mando de la división naval de España para rechazar a los corsarios ingleses que entorpecían el comercio.
     En julio y agosto de 1806 organizó y ejecutó la Reconquista de Buenos Aires, tomada poco tiempo antes por los ingleses al mando del general Beresford. Seguidamente y como Jefe Militar de Buenos Aires, organizó y dirigió la Defensa de la ciudad contra el segundo intento británico, que se produjo en julio de 1807 al mando del general Whitelocke. Lograda la completa victoria, fue nombrado virrey interino del Virreinato del Río de la Plata.
     Luego la biografía continúa con la complicada situación europea en el año 1808:  la invasión a Portugal y luego a España de los ejércitos napoleónicos, el cautiverio de los reyes Carlos IV,  y Fernando VII luego de la abdicación del padre, la entronización de José I como rey de España, la formación de las Juntas de Gobierno y la llegada del  enviado napoleónico a las costas del Río de la Plata, monsieur de Sasseney, y la conducta que con respecto a él guardó el virrey de Buenos Aires. Narra estos hechos, y reproduce las proclamas del virrey Liniers al respecto.
     Salta entonces la biografía a julio de 1810.  Liniers había sido trasladado a Córdoba por decisión del virrey Cisneros, y allí recibe una carta de su padre político Sarratea, recomendándole prudencia ante la eventualidad de encabezar un movimiento contrarrevolucionario. El 14 de julio de 1810, Liniers le responde: “Mi querido y venerado padre: Quiere usted que un militar, que un general que durante treinta y seis años ha dado pruebas repetidas de amor, de fidelidad al Soberano, le abandonase en la última época de su vida? No dejaría a mis hijos la herencia de un nombre manchado con una traición? Cuando los ingleses invadieron  a Buenos Aires, ¿quién me obligaba a reconquistar esa ciudad? No trepidé en comprometerme en una empresa tan peligrosa y entonces abandoné a mis hijos al cuidado de la  divina Providencia. Cuando después fue necesario defender a Buenos Aires a la cabeza de soldados bisoños contra un ejército formidable ya en posesión de Montevideo, no triunfó la buena causa? Pues bien, padre mío, si era buena entonces, lo es mejor hoy. Ella reclama no solamente los servicios de un soldado honrado con las más altas distinciones que puede adquirirse, sino de cuantos han prestado juramento de fidelidad...” ...”Haga usted saber esta resolución a todas las personas que se interesen por mí: no me echaré atrás aunque me vea con un dogal a la garganta”.
     Termina el Doctor Gutiérrez: ”Corresponde a la España la custodia de las cenizas de un hombre que se sacrificó por la causa de la metrópoli contra la causa del pueblo que quería hacerse independiente. Ese mismo pueblo puede reivindicar exclusivamente para sí las glorias militares de 1806 y 1807, y  ser hasta cierto punto indiferente para con el héroe que no quiso ayudarle en la lucha verdaderamente gloriosa de la libertad contra la opresión. Liniers no pertenece al panteón de nuestros grandes hombres, pero tiene derecho á que al traer su nombre á la memoria deploremos la amargura de sus últimos instantes”.
     ¿Será así nomás la historia? Retrocedamos un poco con el historiador Vicente Fidel López (6) :
     Producida la toma de Buenos Aires por los ingleses al mando del general Beresford, a fines de julio de 1806,  Liniers  comprendió que la reconquista de la ciudad de Buenos Aires era una tarea perentoria,  a realizar antes de que  llegaran los refuerzos ingleses. Para esto, se necesitaba “un buen gefe que fuese hombre de acción y que reuniese un buen núcleo de fuerzas. El número de los ingleses era tan reducido con respecto a la población de la ciudad, que desde que se formara un cuerpo de ejército al exterior con una base sólida, el enemigo quedaba necesariamente en la dura alternativa de salir á batirlo o concentrarse en la plaza principal para esperar el ataque. Si hacía lo primero, tenía que sacar toda su fuerza; y la ciudad entera como un hombre se levantaba por su espalda desde que se hiciera libre. Si hacía lo segundo, era evidente que apenas la fuerza reconquistadora pisara los suburbios, el inmenso pueblo correría a reunirse con ella por todas partes...” “Esto fue lo que comprendió don Santiago Liniers y Bremont; y  lo que ejecutó con una diligencia verdaderamente sorprendente”. Comandante del puerto de Ensenada, Liniers abandonó ese puesto, entró en la ciudad, averiguó la situación y el ánimo de los vecinos, tomó una lancha en las Conchas y luego pasó a la Colonia del Sacramento. Desde allí se comunicó con Ruiz de Huidobro, gobernador de la plaza de Montevideo, viajó hasta allí, conferenció con el Cabildo y la Junta de Guerra que se había organizado, y pidió “quinientos hombres de tropa bien armada, y respondía con su cabeza y con su honra militar de recuperar inmediatamente la capital”. Salió el 23 de julio de Montevideo con 700 hombres, el 1º de agosto se encontró en Colonia los marinos que tripulaban la escuadrilla de Gutierrez Concha, y los voluntarios de Chain. Con 1200 efectivos cruzó el río el 3 de agosto. Lo esperaba Pueyrredón con un cuerpo de 700 voluntarios, restos del combate de Perdriel, y avanzaron  hacia la capital, lentamente debido al mal tiempo y los abundantes barriales. El 10 de agosto Liniers estaba en los Corrales de Miserere con cerca de dos mil hombres, y el vecindario de los suburbios andaba ya alzado recorriendo las calles e incitándose a la batalla. Avanzó y tomó primero el parque inglés en la plaza del Retiro. Dueño de éste, Liniers ocupó el día 11 en organizar sus ropas, y el día 12 procedió a la avanzada final. Beresford  se replegó y se encerró en el Fuerte. La multitud desbordaba la plaza, vociferante y enardecida. Don Hilarión de la Quintana solicitó la rendición, y entonces Bersford bajó la bandera inglesa para izar la española. Cuando llegó Liniers,  se aceptó la capitulación, y se procedió  a la entrega de las armas por parte del ejército invasor, culminando así la reconquista de Buenos Aires.  A todo esto, el virrey Sobremonte había desertado cobardemente de  su puesto de honor, y el día 14, la noticia de que  “volvía a tomar el gobierno voló de boca en boca, y se levantó grita tan general contra su persona, que tomó muy pronto el carácter de una verdadera insurrección. Criollos y españoles, unidos en igual furor contra el menguado virrey, protestaban a voz en cuello...” Pero, soterradamente, los partidos de Martín de Álzaga y el Cabildo por un lado, y Liniers y las tropas por el otro ya se habían formado. Sin embargo, el conflicto quedó latente, pues la sombra de una nueva invasión rondaba y se agitaba amenazante. La idea de armarse para la defensa era general. “Y para ello se necesitaba un gefe, un caudillo a quien encargarle la organización militar del pueblo y el mando supremo de los batallones...” “¿De quién esperar semejante hazaña? ¡No hay sino Liniers!, decían todos”. Y el nombre de éste proclamado por el rugido de la masa se impuso, sin que nadie osara levantar la más mínima observación. “Y como no era posible otra cosa, Liniers fue reconocido como general en jefe de las fuerzas militares, quedando la Audiencia a cargo de lo político, el virrey en el resto del virreinato, y el Cabildo, encargado de proveer  lo indispensable para defender la ciudad. Pero a pesar de las desavenencias de los dos partidos y de algunos actos ingenuos y hasta irresponsables de Liniers (el acta de capitulación fraguada, en beneficio de Beresford), “en Buenos Aires todos era ardimiento, trabajo y confianza. En pocos meses la ciudad llegó a tener listos y amaestrados en el manejo de las armas de fuego, cerca de nueve mil hombres”. “Todo se debía a Liniers: a su actividad, á su inteligencia y a la competencia administrativa con que había preparado la defensa.” Entretanto el virrey Sobremonte, había pasado a Montevideo, teniendo allí como segundo  a Ruiz Huidobro.
     “A pesar del contraste sufrido en Buenos Aires, los ingleses no estaban enteramente desalojados del Río de la Plata en octubre de 1806. Habían llegado refuerzos del Cabo de Buena Esperanza, y Popham decidió tomar la plaza de Maldonado”. En enero de 1807 llegó al Río de la Plata sir Samuel Achmuty; junto a él venia sir Charles Stirling para reemplazar a Popham, quien debía ir a rendir cuentas a Inglaterra. Ante esto, las autoridades de Montevideo, temerosas, pidieron auxilio a Buenos Aires, pero ésta, considerándose en riesgo mayor de ser nuevamente invadida, se limitó a enviarles sólo dos batallones. Entregar la mayoría de los batallones urbanos para semejante empresa, sólo podía pensarse si iba al mando de ellos Liniers. Pero si él iba a Montevideo, “¿quién reemplazaba en Buenos Aires al caudillo querido y admirado en quien el pueblo ponía toda su confianza?... Nadie había que pudiera suplirlo. El pueblo no creía posible su salvación con otro jefe”. Entretanto, Achmuty emprendió el 18 de enero su movimiento sobre Montevideo, la que logró tomar el 3 de febrero, a pesar de la defensa de Ruiz Huidobro y el socorro enviado por Liniers de 450 veteranos bien armados, y luego él mismo, con una columna de 700 hombres pensando llegar a tiempo, pero ya no lo era. Luego Achmuty se hizo de la Colonia del Sacramento, a través del coronel Pack, que había fugado de su prisión en Luján con el general Beresford (ayudados por algunos vecinos encumbrados, como Saturnino Rodríguez Peña, que buscaban promover la independencia con la ayuda de los británicos). Habían adquirido el compromiso de no volver a tomar las armas contra Buenos Aires, lo que  cumplió el general, no así  Pack. Un frustrado intento del coronel Xavier Elío, recién llegado a Buenos Aires, impidió recuperar la ciudad de Colonia que, junto con Montevideo, quedó como bastión inglés.
     Llegado Whitelocke tomó el mando de las fuerzas que ocupaban Montevideo, organizó el cuerpo expedicionario en junio de 1807, y  según el historiador López,  decidió atacar a Buenos Aires, violentando sus instrucciones, que eran de permanecer en la Banda Oriental, aunque Luis V. Varela y Bartolomé Mitre afirman que las instrucciones de este general eran concretamente de recuperar Buenos Aires para la corona inglesa. Desembarcó en Ensenada el 1º de julio, y el  2 emprendió la marcha siguiendo por la costa hasta la Reducción de los Quilmes. De allí desprendió una vanguardia de 3000 hombres en dirección al Riachuelo de Barracas. Liniers había cometido el error de sacar toda la guarnición, de 7 a 8000 hombres, pensando en presentar batalla al otro lado del Riachuelo, con el puente a su espalda, con la resolución de luchar allí hasta morir.  ¿Por qué esta estrategia?  Seguramente para evitarle a la ciudad y a sus vecinos el doloroso trauma de la guerra, dice Paul Groussac. Pero, la columna inglesa lo evitó y se dirigió hacia el oeste de la ciudad. Allí fueron atacadas y dispersadas las tropas al mando de Liniers, cerca de los Corrales de Miserere. Pero en vez de atacar,  los ingleses se estacionaron en los Corrales de Miserere, para desde allí invadir con diferentes líneas a la ciudad. Grave error pues no habían aprovechado la indefensión  en que había quedado Buenos Aires,  a raíz de la imprudente salida al descampado de Liniers. Ello dio tiempo a que los cuerpos que habían quedado en Barracas contramarcharan y volvieran a la ciudad, donde  comprobaron con júbilo que ésta todavía era libre. Se nombró una nueva Junta de Guerra con Viamonte, el ingeniero coronel  García, el coronel Balbiani y el ingeniero Pedro Cerviño, fortificando  la ciudad con trincheras desde la medianoche del  2 de julio. Al día siguiente, desde la Chacarita de los Colegiales tuvo noticia Liniers de que los ingleses no habían penetrado en la ciudad; que era aún posible defenderla, y se trasladó a la plaza; su aparición fue saludada con estrepitosos aplausos en las calles y en los cuarteles. “Todos se abrazaban teniéndose ya por invencibles desde que el querido general estaba a la cabeza de su pueblo. Liniers recorrió entonces el perímetro que se estaba fortificando ayudando a completar la obra, abriendo fosos, acantonando tropas y poniéndoles depósitos de municiones y víveres á la mano”.  Del 3 al 4 de julio Whitelocke se ocupó de organizar sus columnas de ataque, que se realizó el 5 por la mañana. A las tres de la  tarde había finalizado el asalto. “Los ingleses habían perdido entre 2.500 y 2.800 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. Los restos del ejército quedaban desmoralizados en el Retiro, en la Residencia y en el Miserere, y otra parte  quedó en Barracas sin ser utilizado, custodiando un flanco que nada debía temer”(6).
     Entonces comenzaron las negociaciones entre las partes, donde todavía no existía netamente un bando ganador. La prudencia de Liniers chocó con las exigencias de Álzaga que demandaba el retiro inmediato de los ingleses del Río de la Plata, pues él buscaba un arreglo negociado, ya que tenía serias dudas de poder resistir un nuevo embate del ejército invasor. A su vez, éste dudaba si arremeter empleando toda la fuerza a sangre y fuego o negociar una retirada más o menos honrosa. Finalmente por consejo del general Gower, Whitelocke, en el transcurso de los días 6 y 7, aceptó los términos de Liniers .  La negociación de la entrega de Montevideo en un plazo de 2 meses demostró el buen juicio y la sensatez de Liniers, ya que era inútil en ese momento adelantar cláusula especial ninguna (como lo pretendían Álzaga y sus seguidores). La capitulación se firmó el día 7, y el 13 se habían reembarcado todos los efectivos británicos. Montevideo fue desocupado gradualmente, entre el 23 de julio y el 20 de agosto.
     Apenas obtenido el triunfo, se acentuó de modo irreconciliable el rompimiento entre Álzaga y Liniers. El primero ansiaba adjudicarse las gracias y los premios de la Corte, y se ocupó con sus seguidores del Cabildo por medio de sus emisarios y corresponsales de Cádiz, de informar que Liniers no había hecho cosa alguna que mereciese la reputación y los elogios con que lo ensalzaban sus partidarios. Pero era evidente que la negociación que dio por resultado la evacuación de Montevideo y el Río de la Plata fue obra de Liniers, como lo declaró el negociador inglés sir L. Gower, y lo reconocían todos los vecinos de Buenos Aires, enrolados en el partido de los Hijos del País, como lo atestigua la voz espontánea para ensalzar a su héroe
                             ¡Oh! Heroico gefe de mi PATRIA AMADA
                              Corónete el laurel que te es debido
                              Por la segunda vez: goza felice
                              De un triunfo, que te nombre hasta el Olimpo
                              Levantará para inmortal memoria. (Vicente López y Planes).

(Ver también más atrás los versos inspirados del Dr. Mariano Moreno, del que, por cierto, no se  registra intervención alguna personal en estos episodios)

    El entusiasmo era general y las felicitaciones llovían sobre la capital de virreinato. La ciudad de Oruro hizo fundir y adornar una lámina de oro y plata que regaló a la ciudad  de Buenos Aires, y en la capital de Chile se hicieron magníficas exequias, y se levantó un solemne catafalco. Esa victoria dice el eminente historiador Gebhardt (cuya existencia real niega Groussac) causó en España indecible júbilo, y el mismo Napoleón felicitó por ella a Carlos IV. Surgió entonces la tan cuestionada carta que Liniers le dirigió a Napoleón, con el mensaje de que había sido el primer francés en poner de rodillas al león británico... A resultas de la gestión tramitada por el yerno de Liniers,  Périchon de Valdeul, y a solicitud del todopoderoso emperador francés, el débil  rey Carlos IV nombra el 3 de diciembre de 1807, virrey interino del Río de la Plata, a don Santiago  Liniers y Bremond.
      Los españoles reacios de la Capital y de Montevideo se quedaron sin otro recurso para combatirlo  que la insurrección, pero ésta contaba con la decidida hostilidad del partido nacional y de los Patricios, orgullosos y vencedores, que apoyaban a Liniers, no como francés sino como caudillo argentino, como “Heroico gefe de la Patria Amada”, al decir  del entusiasta cantor del Triunfo Argentino, don Vicente López y Planes (padre del historiador).
     No hay referencias de que la carta a Napoleón haya sido otra cosa que un impulso personal de Liniers, cuya ambición le habría forzado a dar ese arriesgado paso, que  pudo haber sido interpretado como una traición al Rey de España, a pesar de que el emperador francés era el protector de España y de su Rey, Carlos IV. Pero teniendo en cuenta la  relación estrecha de Liniers con los incipientes caudillos de la revolución, los autodenominados hijos de país, y la falta de críticas que su nombramiento suscitó entre ellos, parece ingenuo   pensar que no estaban al tanto de estas gestiones, o más aún, que no habían intervenido de alguna manera en ellas para aplastar los designios del partido de Álzaga y el Cabildo, los peninsulares.
    Es así que Liniers, cuando culminaba el año 1807  se había convertido en virrey del Río de la Plata y del Alto Perú, por nombramiento del Rey de España, contaba con el favor de Napoleón, y el apoyo de los hijos del país. Sólo los peninsulares seguirían conspirando en su contra, lo que llegaría a su cenit en la asonada del 1º de enero de 1809.
     Se habla de ese período como plagado de frivolidades, laxitud de principios morales y administrativos, con goces y fiestas incesantes por parte del nuevo virrey, que habrían escandalizado a sus gobernados, haciéndoles dudar de la elección de su líder.
     Entretanto, en España hubo un levantamiento general contra Bonaparte, y el ejército de 18.000 hombres que se estaba preparando  en  Portsmouth y Cork para producir la tercera y definitiva invasión al Río de la Plata, sería destinado a colaborar en la península con el desalojo de los franceses, desembarcando en  Portugal.  Así se salvó Buenos Aires de la tercera y mayor expedición inglesa al Río de la Plata.
     Llegaron de la España convulsionada las órdenes de jura de fidelidad a Fernando VII, en virtud de la abdicación de Carlos IV, el 2 de agosto de 1808,  y se resolvió su jura para el 12 de agosto,  cuando casi al mismo tiempo arribó un emisario de la corte de Napoleón para solicitar la adhesión a José I, de España. Esto último  causó profunda agitación en Buenos Aires, originando rechazo tanto entre españoles como en hijos de país. Liniers no actuó en esta situación por su cuenta, sino que incluso ni recibió privadamente al emisario Sassenai. Pero lo documentos que solicitaban la jura a Fernando VII eran incompletos, ya que no hablaban  de si la abdicación había sido voluntaria, ni hablaban de apoyo de Napoleón al rey Carlos IV. Por un lado surgía que Fernando VII era un usurpador, y por el otro, ¿cómo podía un rey legítimo como lo era Carlos IV, traspasar voluntariamente su corona a otra familia que la suya, en este caso la de Bonaparte? “Ninguna ley, ninguna costumbre ni antecedente alguno había que limitaran las facultades omnímodas que un rey de España tenía para disponer de su trono...”
    “¿Cuál era pues la regla? ¿Qué era lo más prudente para las autoridades que gobernaban el virreinato? ¡He aquí la situación difícil en que Liniers y la Audiencia se encontraban delante de la mesa en que tenían como un terrible enigma los papeles que habían recibido” (6).
     D. Manuel Moreno, contemporáneo y actor ya en los movimientos de ese tiempo, da cuenta del episodio relativo a la Jura de Fernando VII: “Liniers y la audiencia se propusieron retardar la decisión, y adoptaron el sistema de desmentir todo lo infausto que había ocurrido en la metrópoli, y asegurar que los ejércitos franceses habían entrado de buena fé en España...” Entonces Liniers emitió una proclama, exhortando a los vecinos a esperar tranquilos “para obedecer a la autoridad que ocupase la soberanía”.
     Finalmente se realizó la jura a Fernando VII en agosto de 1808, que, a referencia del Dr. Mariano Moreno, no despertó en el atrio de Santo Domingo demasiado entusiasmo entre los presentes.  Groussac menciona, en cambio, que tuvo todo el fasto e imponencia que la ocasión requería, con un juramento del virrey que, espada en mano, despertó ruidosas adhesiones entre la concurrencia.
     Pero, sigue el historiador López, “las vacilaciones de Liniers hicieron recrudecer en su contra las hostilidades del partido español, como era de esperarse”. Además,  debido a la malísima situación del erario de la capital, Liniers y las autoridades fiscales dictaron en esos momentos un decreto sobre los precios que debían aforarse en la aduana, por donde todos debían pasar como mercaderías generales de introducción ultramarina, tema que manejaba a su antojo y sin gabela de ningún tipo el gremio europeo de Buenos Aires (con Álzaga a la cabeza) y de Montevideo. “El virrey no dio ascenso á los reclamos: sostuvo la medida porque no era solo indispensable sinó justísima”.
    En esos momentos arribaba Goyeneche a Montevideo, y el partido español encabezado por Elio, en connivencia con Álzaga de Buenos Aires, intentó forzar una acción de este general, que pasaba rumbo al Perú del virrey Abascal, para reemplazar a Liniers. Pero ni bien Goyeneche hubo conocido personalmente al virrey del Río de la Plata, “cambió completamente de parecer. Lo encontró fácil y sumiso a todas las necesidades del momento, y dispuesto a restablecer si era necesario la supremacía de Lima y de su virrey en el Río de la Plata, y resuelto a acatar las resoluciones que en ese sentido se tomasen”. Con estas seguridades, Goyeneche comprendió que no le convenía avanzaran los proyectos de Álzaga y de Elío, y le impuso a Liniers de los intereses de aquellos en su contra, quedando en arreglar con Lima y su virrey el curso a seguir.
    Aquí, López hace un comentario sobre la posición  de Liniers: “fluctuaba sin reflexionar o resolver con seriedad qué dirección le daría á su gobierno... su posición personal era débil y ambigua.. Y como la negligencia incauta de sus costumbres y su administración, daban continuo a la maledicencia y al escándalo, la popularidad del virrey iba gastándose tanto que, en 1808 no tenía más fuerza viva que la de ser adversario del partido europeo. Para esto era para lo único que los hijos del país lo necesitaban y lo seguían...”
   Don Saturnino Rodríguez Peña, hermano de Nicolás, hacía arduas gestiones en la corte de Brasil ante doña Carlota  Joaquina de Borbón, hija de Carlos IV, para que se pusiese a la cabeza del país y proclamase la erección de una monarquía independiente en el Río de la Plata. Belgrano, Vieytes, Castelli y  Pueyrredón aceptaban esas insinuaciones independentistas, pero esas vanas ilusiones no contaban con el menor apoyo de la opinión pública, y ante las vacilaciones para poner en práctica ese plan por parte de los hijos del país, y el fuerte rechazo del Príncipe Regente y el ministro inglés lord Strangford, la princesa Carlota escribió a Liniers el 1º de noviembre “denunciándole los manejos en que andaban ese patriota y sus afiliados de Buenos Aires para trastornar el gobierno y emancipar al país de su legítima metrópoli”(6).
    “El virrey de Buenos Aires tenía demasiado buen sentido para preocuparse de estos pueriles incidentes”, sigue el historiador López, quien menciona que existía un “estado de animosidad y encono contra Liniers por parte del partido europeo en Buenos Aires y en Montevideo, donde Elío se ocupaba de conspirar contra el virrey.  Entretanto, luego de la victoria de Bailén, y el alejamiento de José I  en España, cobraba nuevo impulso el partido que ansiaba la caída de Liniers. Álzaga y los suyos creyeron que había llegado el momento de recobrar el poder al ver que España se levantaba contra los franceses. Envalentonado, Elío le envió a Liniers el 6 de septiembre un emisario con el pedido concreto de su renuncia. Con la Junta de Gobierno en pleno, Liniers abrió los pliegos del oficio que causó tal indignación general que ni los partidarios de Álzaga osaron defenderlo. Se lo citó a Elío a la capital, y ante la negativa, se lo mandó traer preso por el enviado Michelena, lo que no se logró.  En octubre intentó Álzaga otro golpe, pero Saavedra y García, en conocimiento del hecho se pusieron en alerta y dieron parte al virrey, quien amonestó al comandante de los Catalanes. En definitiva, quedó fijado para el 1º de enero de 1809 el día del amotinamiento. Ese día se elegía un nuevo Cabildo, y daba ocasión para reunir en la plaza central a sus partidarios. El coronel García alcanzó a conocer todos los detalles de la conjura en la víspera, y corrió a ponerse de acuerdo con el coronel de Patricios para ver al Virrey. Éste les ordenó esperar y concentrarse en sus respectivos cuarteles. Al día siguiente, en tumultuosa reunión se eligió al Cabildo,  con la participación de los doctores don Julián de Leiva y don Mariano Moreno, -únicos americanos notables en esta empresa esencialmente antiamericana (Groussac 1),  con Álzaga a la cabeza, y se decidió enviar una comisión al Fuerte a exigirle la renuncia al Virrey. Liniers aceptó en principio dimitir, pero exigió que lo sustituyera el  “gefe caracterizado a quien correspondiera por la jerarquía establecida en las leyes del virreinato”. Esto no les cuadraba a los conjurados, y comenzaron las idas y venidas entre el Cabildo y el Fuerte, lo que le dio tiempo para actuar al jefe de Patricios, coronel Saavedra, quien con tres batallones aprontados, y apoyado por don Pedro García y el batallón de Cántabros, además de los arribeños, “puestos también en armas desde la noche anterior”, intimó a los sublevados a desalojar el Cabildo y  a retirar los grupos armados.
    Liniers, reunido con los gefes conjurados en el Fuerte, no quería hacer armas contra los españoles europeos, pero tampoco quería ser depuesto.  Al ingresar Saavedra al Fuerte, esos gefes entendieron que habían perdido la partida, se amostazaron, retirándose emitiendo frases destempladas. “Rodeando entonces a Liniers los oficiales y patriotas allí amontonados, lo alzaron en brazos y lo sacaron con el ímpetu de un grupo informe por las escaleras hasta ponerlo en la plaza frente a los patricios. Un pueblo inmenso se había aglomerado allí y miles de voces aclamaron al héroe de 1806, al virrey, al protegido del pueblo, mientras los agentes de la conjuración se escabullían por las calles más solitarias...” (6)  Dominado así el motín, el virrey, en acuerdo con la Real Audiencia y en asistencia de los dos fiscales, formaron la Junta de Gobierno, y estudiado jurídica y administrativamente el presente caso, se le clasificó de atentado y traición. Sus autores fueron condenados a la más leve pena que podía imponérsele por ese crimen, que era la de ser deportados. Luego fueron aprendidos Álzaga, Villanueva, Santacoloma y otros y fueron transportados a Carmen de Patagones. Con Leiva y Moreno no se tomaron represalias. Y los cuerpos de Vizcaínos, Catalanes y Gallegos, afines con  los sublevados, fueron disueltos.
     “Apenas supo Elío de la deportación tripuló un buque con buena tropa, los sacó del presidio y los trajo a Montevideo. Pero, frustrado el golpe reaccionario en la capital, Elío quedó aislado e impotente en Montevideo, y sólo le quedó el recurso de reclamar ayuda a España. Pero ésta tenía demasiados conflictos en su propio territorio para poder distraer fuerzas militares en el Río de la Plata. Sus autoridades, confundidas entre los memoriales de Álzaga y Elío acusando a Liniers, y los de Liniers y la Audiencia presentando a sus adversarios como una facción de díscolos y de anarquistas, no tenían ni tiempo ni sosiego para estudiar y dirimir con acierto esta contienda, aunque no ignoraban que quienes habían triunfado sobre 12.000 ingleses eran las fuerzas leales al Virrey, contra cuya lealtad no aparecía cargo alguno terminante o justificado” (6).
     Entretanto, la Corte de Brasil, a los primeros síntomas de desavenencia entre Liniers y Elío, puso en Montevideo al mariscal Curado, con instrucciones tendientes a garantirse el uso libre cuando menos, o si no la ocupación de las costas orientales del Río de la Plata. Y en España, la victoria de Bailen se había diluido en las desavenencias entre la Junta de Sevilla y la de Aranjuez, y el movimiento arrollador de Napoleón en persona sobre la península para terminar con cualquier oposición. Entonces Elío se consideró sin recursos para sostenerse en la posición que había asumido, y comenzó a prestar oídos a la Corte del Brasil, representada por el mariscal Curado, quien solicitaba que la parte oriental del Río de la Plata fuera entregada provisoriamente, mientras no se decidía la suerte de España, al  Portugal el que, con su marina, aliada a la marina inglesa y con sus ejércitos de tierra, garantizaría la integridad del virreinato y la permanencia de Elío a la cabeza de su gobierno. Doña Carlota volvía a reclamar la pretensión de ser reconocida con derecho a gobernar las colonias del Río de la Plata. “Liniers rechazó perentoriamente las insinuaciones de Curado, harto injuriosas a su lealtad y al carácter de virrey que ejercía por nombramiento de Carlos IV de España. Que sobre la Banda Oriental y Montevideo se había abstenido de actuar por moderación, aguardando órdenes e instrucciones de España al respecto, pero si el coronel Elío cometía el atentado de poner una parte del río y del virreinato en  poder de una nación extranjera, lo tomaría como un caso de alta traición y actuaría en consecuencia para excluir del virreinato toda intervención u ocupación de fuerzas y marinas extrañas”(Biblioteca del Comercio del Plata, vol. VIII, oficio de Liniers a Elío). En cuanto a Carlota, Liniers declinó toda discusión sobre sus derechos hereditarios, defendiendo lo actuado en agosto pasado, o sea la jura a Fernando VII, y el reconocimiento a la Junta de Sevilla y a la Junta Central con que el pueblo español había representado el ejercicio de toda la soberanía de España y de las Indias, mientras durase el cautiverio del rey.
     “Impuesto de todas estas intrigas y manejos por comunicaciones de Liniers mismo y también por las de sus adversarios, el Marqués de Casa Irujo, embajador español en Río de Janeiro, se quejó ante el Príncipe Regente, apoyado por el embajador inglés, y ofició en tono categórico a Elío desaprobando sus relaciones con el mariscal Curado y con la Carlota, y le ordenó mantenerse en su posición hasta tanto en España decidiesen poner término a los desórdenes del Río de la Plata, enviando nuevo virrey que fuese hombre de juicio recto, reflexivo, conciliador. Los buenos tiempos de Liniers tocaban a su término fatal. Demasiado honorable y decente para concebir la más ligera idea  de ser desleal a los intereses españoles que había servido toda su vida, Liniers se veía arrastrado por la fatalidad de los sucesos a una posición complicada que no había buscado, y cuya solución ofrecía dificultades terribles a su razón y a su conciencia. Incapaz de decidirse a tomar la dirección del movimiento revolucionario para resistir a su probable destitución, prefirió contraatacar a sus enemigos locales y levantó informaciones, recogió pruebas testimoniales e instruyó expedientes que dirigió a la Junta Central, demostrando que Álzaga, Elío y los Cabildos de Montevideo y Buenos Aires no eran otra cosa que una oligarquía de sediciosos que buscaban satisfacer ambiciones personales a costa del orden público y de la quietud del país.  Y tenía razón. Pero la Junta Central, ya había resuelto  separar a Liniers del mando y sustituirlo por el general don Baltasar Hidalgo de Cisneros. Lisonjeaban a Liniers con distinciones y favores, como el nombramiento de Conde de Buenos Aires, y la fijación de una pensión anual pagadera por las cajas de Buenos Aires pero además,  disponían que se transportara a España perentoriamente, para evitar su influencia sobre los hijos del país, que veían en él a su gefe natural” (6).
     Los historiadores más intransigentes contra la revolución argentina han venido a convenir, después de los hechos que se sucedieron, que la destitución de Liniers fue el mayor error que pudo cometer la Junta Central. Su continuación en el mando habría estorbado la insurrección que se precipito por haberlo separado y perseguido (Torrente, García Camba). Su lealtad y su caballerosa honradez eran la única garantía eficaz del vínculo colonial en aquellos momentos. Pero además la Junta nombraba a Elío Sub-Inspector General de todas las milicias del Virreinato y mandaba también que se reorganizaran los batallones de Catalanes, Vizcaínos y Gallegos, disueltos luego de la asonada del 1º de enero de 1809. Esto era lo más torpe y absurdo de parte del poder menguado que gobernaba la España. “Liniers, que nada quería menos que romper los vínculos administrativos y políticos que unían al país con la metrópoli, se llenó de angustia cuando se encontró con estas torpezas, que a la vez que lo hacían impotente para apaciguar la indignación y la rabia de las milicias nacionales, lo ponían en una situación personal desesperada. Si autorizaba las medidas que traía el nuevo virrey, quedaba como traidor en manos de los criollos; si autorizaba la desobediencia y la resistencia se caracterizaba ante las autoridades de España como un rebelde, como un caudillo que servía sus ambiciones contra sus deberes. El conflicto se le presentaba sin salida”(6). Los patriotas argentinos con sus cuerpos armados estaban resueltos a desobedecer: Desde que se tuvieron noticias del cambio, se reunieron los gefes principales de las fuerzas, Belgrano, Pueyrredón, Viamonte, Diaz Velez, Urien, Castelli, Roríguez Peña, Passo, Terrada, Azcuénaga, Martín Rodríguez,  y los que hemos visto figurar a la cabeza de los Patricios y Arribeños, con la ausencia del comandante de Cántabros don Pedro Andrés García y don Cornelio Saavedra, más prudentes y calmos, a la espera de los acontecimientos. Los primeros opinaron por la insurrección inmediata, dando por sentado que la situación no tenía remedio para los hijos del país. La falta de deseos de Liniers de resistirse a su relevo, los inclinaba a la formación de una Junta Provisional, en nombre de la infanta doña Carlota de Borbón, a la que se le ofrecería la Regencia del Virreinato mientras durase la cautividad del Rey, y le instarían que se trasladase inmediatamente a Buenos Aires para tomar las riendas del gobierno. Tomaban esta actitud acusando a Liniers de tilingo, débil e inepto, sin capacidad alguna para gobernar en las graves circunstancias en que se encuentra nuestra patria (Pueyrredón). Propuso éste incluso ponerse en contacto con don Felipe Contuci, que tenía contactos personales en la corte portuguesa. Don Vicente Echevarría encabezó otro grupo, que opinó actuar como en el 1º de año. Ante todo, entenderse con el señor Liniers, para que por las buenas diera a entender al señor Cisneros de la imposibilidad de realizar el cambio o hacer efectivas las medidas y nombramientos despachados por la Junta Central de España, sin producir una explosión funesta que provocaría la guerra civil y la ruina del virreinato. Estaba seguro de que Liniers se encargaría de esa negociación y que lograría buenos términos con el señor Cisneros, con quien tenía una fraternal amistad desde su juventud. Triunfó esta postura, y se comisionó a Echevarría, Martín Rodríguez y a Passo para que fueran a explorar el ánimo del virrey, y  concertar con él lo que debía hacerse. Liniers le había declarado a García (ya que Saavedra no había acudido a su llamado) que “él no resistiría la entrega del mando al nuevo virrey, que la pretensión de crear una Regencia en Buenos Aires en manos de la Princesa del Brasil era una rebelión y un delito de alta traición en que él no incurriría jamás; que si sus fuerzas no le alcanzaban para estorbarlo, sacrificaría su persona hasta hacerse matar si tenía como resistir”... Pero  concluyó diciendo “que si sus amigos tenían confianza en él, les prometía bajo su honor entenderse con su amigo y compañero el Teniente General Cisneros: Que su plan era darle a éste las más francas explicaciones sobre el estado del país y pedirle que contemporizase con la opinión pública y con la justicia de los cuerpos urbanos, a trueque de salvar los intereses y derechos de la monarquía. Que era de absoluta necesidad dejar sin efecto el nombramiento de Elío, alejarlo de Buenos Aires y de Montevideo, conservar la organización actual de los cuerpos urbanos y los gefes que los mandaban. Si Cisneros aceptaba estas bases y juraba cumplirlas, se le debía recibir con toda confianza. Pero si no las aceptaba y ellos insistían en no reconocerlo como nuevo virrey, él, Liniers, se separaría inmediatamente del país, poniéndose en todo caso al lado de su sucesor, y dejaría las responsabilidades de los resultados a quienes les correspondiese por actos propios” (y así  preanunciaba su actitud luego de mayo de 1810) (6).
     García, muy adicto a los intereses del país, era un español de alta honorabilidad y entró todo entero en las ideas del virrey, y salió para conferenciar con Saavedra. En ese momento entró la comisión de patriotas, y Liniers les dio cuenta de lo que acababa de proponer a García y por medio de éste, a Saavedra. Se mostró con afabilidad exquisita con ellos; empleó para convencerlos los recursos de su carácter amable; les hizo ver que en ningún caso los dejaría sacrificados y expuestos, y juraba obtener todo de Cisneros, menos el rechazo de su persona como nuevo virrey. Para mayor garantía, les dijo que ya había solicitado una conferencia con Cisneros en la Colonia, y que éste, a pesar de las perversas prevenciones de Elío que lo habrían alarmado, vendría a entenderse con él. Invitó a la comisión de patriotas a que nombraran un gefe de su confianza para acompañarlo, lo que recayó en don Martín Rodríguez. Estaban aún reunidos cuando regresó García con Saavedra, pues éste había adherido a las ideas de Liniers, con la garantía de dos puntos capitales: la eliminación de Elío, y la conservación de los cuerpos urbanos” (6).
     El señor Cisneros era el hombre reflexivo y moderado que Liniers había pintado a los patriotas. Y no había hecho buenas migas con Elío, rechazando desde el primer momento las maneras brutales y las exigencias irrespetuosas con que éste pretendía trazarle sus procedimientos. Y  había comprendido que no le convenía darle mando a Elío en Buenos Aires. Así que cuando recibió de Liniers la carta particular, “la encontró lo más satisfactoria que podía desear en ese momento”. “Liniers le pintaba la situación con toda verdad, aunque con un tinte marcado de tristeza por la injusticia que se le hacía, no tanto por la destitución cuanto por la deportación a España, como si fuera un prevenido o un hombre peligroso en el Río de la Plata. Le hablaba de los sacrificios que estaba dispuesto a hacer, a pesar de esto, para probar su obediencia y eliminar su persona de todo acto subversivo. Que tuviera presente que con esto nada conseguiría si él, Cisneros, no se hacía aceptable de las milicias armadas y de sus jefes, por actos de conciliación bien garantidos y explícitos. Que para evitar el estallido y el escándalo de una sedición popular incontenible, era menester asegurarles la situación política que ya poseían, y consolidar con ella su adhesión al régimen colonial y al virrey”. Como intermediario entre él y los hijos del país, le ofrecía Liniers para salvar el orden, su influjo, sus esfuerzos, su abnegación en todos sentidos hasta dejar arregladas honrosamente todas estas dificultades, y le respondía de la adhesión de la mayoría de los gefes criollos, sobre todo los más influyentes (6).
    Cisneros aceptó las insinuaciones de Liniers, sobre todo el reemplazo de Elío,  pues ya había decidido  prescindir de él, favoreciendo a uno de sus hombres de confianza que había traído, el mariscal de campo don Vicente Nieto, que venía nombrado gobernador de Montevideo, en substitución de Elío. Cuando  conoció a éste, Cisneros lo dejó donde estaba y se llevó a Nieto en su séquito con la mira, reservada por el momento, de ponerlo al mando de las tropas del virreinato.
     En julio de 1809, Cisneros pasó a la Colonia custodiado por la escolta al mando de Nieto, y le comunicó inmediatamente a Liniers que pasara a verlo según lo convenido. Pero, en Buenos Aires, apenas se supo que Liniers dejaba la capital, se corrió el rumor de que lo tomarían preso y un grupo del pueblo invadió el gran patio del Fuerte para impedir que sacaran de allí al virrey. Liniers mismo tuvo que salir al balcón a desmentir estos rumores, asegurando que su persona no corría peligro, y que no ahorraría ningún paso para dejar asegurados los derechos de los que habían defendido y salvado su patria con tanto heroísmo en las gloriosas jornadas del 12 de agosto de 1806 y del 5 de julio de 1807. “Ante las elevadas palabras del virrey se aquietaron los ánimos, aunque Liniers conoció que los que hacían cabeza tenían intenciones de ir más adelante, y que de un momento a otro renovarían el alboroto de un modo más grave. Así fue que en la misma noche del 25 de julio partió para Colonia de incógnito, acompañado por el coronel don Marín Rodríguez, que iba a tomar las garantías que Liniers ofrecía recabar de Cisneros, y a darlas á su vez en nombre de sus compañeros los demás gefes y oficiales de las fuerzas urbanas”(6).
     La conferencia duró poco: La separación de Elío no ofreció las menor objeción. Lo que dio más dificultad fue la condición de no alterar la organización de los cuerpos urbanos, y la de no reorganizar los tres cuerpos de europeos disueltos luego de la asonada del 1º de año. “De mala gana aceptó Cisneros esto último, poniendo como condición que los gefes de esas fuerzas viniesen a la Colonia a jurarle, oficialmente, obediencia y respeto por sí y por los cuerpos, como a único y legítimo virrey. Para quitarle lo que pudiera parecer desdoroso a los militares, se extendió la condición a todas las corporaciones civiles del virreinato, incluyendo al obispo, los canónigos, el cabildo o ayuntamiento, la audiencia, los oficiales reales y los demás funcionarios principales”. En eso estaban las cosas cuando  Elío, alterado por el rumbo que tomaban los acontecimientos y que lo dejaban de lado, dirigió una carta a su agente don José de Guerra, rogándole influyera sobre Nieto para que contrariara la política débil en que los intrigantes de Buenos Aires estaban envolviendo a Cisneros. Esa carta cayó en manos de Pedro Cavia, empleado de la escribanía de gobierno de Montevideo, adicto a la causa de los porteños, y alteró los sobres y se la dirigió al virrey en Buenos Aires. De allí la despacharon inmediatamente para Colonia y así Liniers pudo presentarle pruebas a Cisneros de lo peligrosa e intratable que era la persona de Elío. “Conociendo pues que éste era incompatible con la quietud del virreinato y que no había más medio para conservar el orden que aceptar las condiciones de prudencia y de conciliación que Liniers le aconsejaba, Cisneros rompió resueltamente con el gobernador de Montevideo. “   Quedó convenido que Liniers le entregaría el mando de las tropas a Nieto en Buenos Aires, y que éste prepararía la entrada tranquila y el recibimiento respetuoso del nuevo virrey, como resultado de las condiciones acordadas”(6).
     El único patriota que no se avino al acuerdo fue Pueyrredón, fue prendido por Nieto como sedicioso, lo encarceló  en el cuartel de Patricios, pero a solicitud de su hermana, los oficiales lo dejaron escapar, y se embarcó para Río de Janeiro con la esperanza de que la princesa doña Carlota viniese a tomar la dirección de los negocios del virreinato, como regenta.
     “Entre tanto, triunfaba en la capital el espíritu conciliador que había dirigido los pasos de Liniers. Garantido el acuerdo, y luego de haber tomado Nieto el mando de las fuerzas de la capital (mando nominal en sustancia desde que los cuerpos y los cuarteles conservaban sus gefes, su antigua organización), el virrey Cisneros hizo su entrada en la capital el 30 de julio por la noche. Los españoles europeos, los negociantes ligados al monopolio hicieron grandes manifestaciones de júbilo, más por la destitución de Liniers que por la persona de Cisneros. El resultado no había correspondido al deseo y las pasiones del partido europeo, pero éste era el partido natural de Cisneros. En cambio, los hijos del país se mostraron fríos y aún hostiles en el recibimiento que le hicieron. La posición de Cisneros era, en efecto, bastante difícil y precaria. Había disgustado y desanimado al partido europeo, eliminando a Elío y postergando la reorganización de los batallones españoles que había disuelto Liniers.  Esta política débil e impotente llena de contemporizaciones humillantes, lo llevó a enemistarse con estos, atrayéndose la confianza y a las buenas relaciones de los criollos de más influjo (6).
     Liniers no le había pedido ningún favor, ni había puesto condición personal alguna para cumplir resignadamente con su deber. A Cisneros no se le ocultaba que Liniers le había dado el noble testimonio de virtud y honorabilidad al facilitarle su entrada al mando, allanándole todas las dificultades. En esta situación Cisneros miraba como muy duro tener que exigirle a Liniers que cumpliese la orden de marchar a España. Liniers se negó a obedecer hasta no recibir respuesta a los reclamos que había dirigido al gobierno sobre su derecho a elegir residencia en los dominios españoles, y a mantenerse en la única en que tenía recursos de subsistencia. “Tú mismo debes apoyarme en  esta justa súplica, pues mejor que nadie puedes dar testimonio de mi obediencia al soberano y de mi lealtad”. “Cisneros por fin consintió en que se trasladara a Córdoba al lado de su amigo, el gobernador intendente Concha, simulándose que iba allí en marcha para Chile, donde pasaría al Perú para trasladarse a España, si se insistía en su deportación”(6).
     “El gobierno español no dio solución al incidente en pro ni en contra de la permanencia de Liniers en Córdoba, y como este silencio aumentara los escrúpulos de Cisneros y el temor de los cargos que pudieran hacérsele por su falta de cumplimiento á las órdenes recibidas, le escribió a Liniers que se resignase a partir, originándose por este motivo una correspondencia entre ambos que conservó siempre el tratamiento fraternal y la recíproca estimación de que uno y otro personaje eran dignos” (Colección del señor don Cárlos Casavalle).
         Luego de los episodios de mayo de 1810, Cisneros le escribiría a Liniers solicitándole ayuda para recuperar el poder, y éste se pondría al frente de una operación para restituir al virrey en su legítimo cargo, movimiento que le costaría la vida al héroe de la reconquista, en una de las más cuestionadas y sangrientas acciones de la Primera  Junta del Gobierno Patrio, inspirada y ejecutada por órdenes directas del Dr. Mariano Moreno, para algunos autores como Luis V. Varela  (7) de acuerdo al famoso “Plan de operaciones que el gobierno Provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para considerar la grande obra de nuestra libertad e independencia”,  documento que otros autores objetan su legitimidad y  lo han desestimado de su autoría.
     Don  Cornelio Saavedra en su memoria autógrafa (7), menciona que el desenlace de la asonada del 1º de enero de 1809 se produce cuando él mismo rompe en pedazos la dimisión de Liniers luego de que el inmenso pueblo y las tropas que se habían congregado en la plaza lo aclamaron como su auténtico líder. Y más adelante, hablando de esos españoles, enemigos del virrey: “se olvidaban estos ingratos que solo el francés Liniers rehusó juramentarse ante Beresford, cuando éste ocupó Buenos Aires, cuando todos los fieles y leales españoles incluso los jefes de graduación se apresuraron á prestar juramento de no tomar las armas contra los ingleses, que exigía Beresford; que solo el francés Liniers pasó a Montevideo a promover y solicitar tropas del Rey, para hacer la Reconquista de Buenos Aires...”
     Lamentablemente, Don Cornelio pasa por alto la opinión y el sentimiento que le suscitó la orden de fusilar a quien fuera su  admirado y apreciado jefe, y que, como presidente de la Junta de Gobierno, debió suscribir en el  documento reservado.
     En la Historia General de las Ideas Políticas, Mariano de Vedia y Mitre (3), en  “Actitud de Liniers”, refiere que cuando fue reemplazado éste por Cisneros, “podría haber resistido su reemplazo. Contaba con fuerzas suficientes para ello y con las incitaciones de sus jefes... Liniers se allanó a todo con humildad ejemplar. Es imposible no ver en tal actitud que si fue Liniers el caudillo militar que el pueblo de la colonia encontró para conservar en ella la soberanía de su rey legítimo, tal gloria que no fue menos, no podía hacerla concordar con la idea de encabezar un movimiento separatista o de independencia”.
     El Deán  Gregorio Funes, principal defensor de la revolución de mayo en Córdoba, al enterarse  de la orden reservada de la Junta  que había emitido el genio arrebatado de Moreno, que “fulminó sentencia contra los conspiradores de Córdoba acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos”, describe el autor la impresión que causó en su ánimo esta resolución fatal, y los empeños que puso para que quedara sin efecto: “La Junta había decretado cimentar la revolución con la sangre de estos aturdidos e infundir en el terror un silencio profundo en los enemigos de la causa”. Continúa con las gestiones que realizó personalmente, junto con su hermano D. Ambrosio Funes ante los jefes de la expedición viendo el “peligro de que se amortiguase el patriotismo de tantas familias beneméritas a quienes herían estas muertes, suplicándoles suspendiesen la ejecución de una sentencia tan odiosa. Pero tanta moderación no la estimó el gobierno compatible con la seguridad del Estado.” (3)
     Razones incuestionables de Estado; fuera de cualquier autoridad presente el impedir el cumplimiento de la sentencia (frase del Dr. Castelli para confirmar la inminencia del obligado desenlace), frases, en definitiva para justificar ante sus conciencias, ante sus contemporáneos, ante la posteridad, ese impiadoso, desgarrador acto de  crueldad que ensangrentó los primeros pasos de la revolución  nacida en mayo de 1810. Acto también impregnado de soberbia porteña, que se adjudicaba derechos soberanos sobre Córdoba, y sobre todas las Provincias Unidas (como si aún fuera el Virreinato del Río de la Plata), a pesar de haberles solicitado diputados para la conformación de la Junta, ignorando la solicitud del deán Funes, diputado y ferviente defensor de la revolución de mayo, y de muchos otros vecinos importantes de Córdoba, entre ellos la madre de quien fuera luego el general José María Paz (6).
     “La Revolución de Mayo fue hecha por Buenos Aires y para Buenos Aires, sin las provincias y contra las provincias” diría años más tarde Juan Bautista Alberdi.               Este acto,  además,  desconocía el Reglamento que la misma Junta se había dado al comenzar sus funciones, ya que sus miembros  quedaban excluidos del Poder Judiciario, siendo éste refundido en la Real Audiencia de Buenos Aires.  Este acto  se había ejecutado a pesar  de haberse demostrado que Liniers y sus seguidores no habían encontrado ni encontrarían adhesiones entre el pueblo para  combatir a la revolución. Pero  la sola mención  del nombre del jefe nato del pueblo de Buenos Aires hacía temblar al secretario de la Primera Junta , porque  lo conocía, le temía  y lo odiaba (tanto o más que otros que , aunque en secreto, lo admiraban, porque sabían de sus conocimientos militares, de su lealtad a la corona de España, que era sincera y no una pantalla como la que ellos sostenían, porque conocían la manera de desempeñarse en momentos difíciles, de crisis, de confusión, de desasosiego, porque conocían el temple que portaba y que espontáneamente sobresalía cuanto mayor era la demanda del momento; porque recordaban la Reconquista de 1806 y la Defensa de 1807, y acaso también la asonada  del  1º de enero de 1809, llevada a cabo por sus verdaderos enemigos, en la que, curiosamente, participara quien ahora era el verdadero promotor de la sentencia, y la manera en que el ex virrey resolvió sin derramamiento de sangre el recambio cuando la llegada de Cisneros; porque no podían entender cómo Liniers seguía siendo tan leal hasta con este virrey,  que primero lo reemplazaba y le ordenaba la deportación y luego le solicitaba ayuda para ser restituido en su cargo...).   Porque no le podían perdonar que, gracias a él, que les había permitido cobijarse bajo sus alas, y haber madurado y crecido  bajo su  calor paternal (la breva no está madura todavía, había dicho Saavedra en enero de 1809),  ahora habían podido dar el gran paso para buscar la independencia. No podían darse el lujo de deberle nada. Liniers estaba “más allá de la piedad”. Las palabras de J. M. Gutierrez del comienzo son bastante elocuentes.
     Pero, más allá de las palabras con que sus contemporáneos justificaron el sacrificio, y luego  los historiadores su caída tras el velo del olvido, hablan por el héroe de Buenos Aires los hechos, sus hechos, que esos historiadores  consignaron y que pueden leerse e interpretarse por sí solos, al margen de las inveteradas opiniones que siempre buscaron descalificarle.
     Liniers tuvo momentos claves en su corta pero meteórica carrera en el Río de la Plata. La reconquista de agosto de 1806, la defensa de Buenos Aires de julio de 1807, y la retirada negociada de los ingleses; la jura de Fernando VII en agosto de 1808, donde emitió una proclama que, según el historiador Luis V.Varela (7) : “El documento era juicioso, pertinente y conciliatorio. Se mantenía en una expectativa, indispensable en esas circunstancias, sin comprometer a las autoridades de este Virreinato, ni a favor ni en contra de Napoleón. Si bien en la proclama las palabras de Liniers pueden revelar la afección y la admiración del militar por S.M. I. y Real Napoleón I, ellas bastan para demostrar que como Virrey de Buenos Aires, como General español, como Jefe del Partido de los nativos en estas comarcas, él sería siempre fiel a su legítimo soberano”. La permanente resistencia contra los embates portugueses para lograr una posición en el Río de la Plata. El manejo de la rebelión del partido español, capitaneado por Álzaga y los miembros del Cabildo, con su culminación en la asonada del 1º de enero de 1809, cuya acción dio como resultado la hegemonía del partido del país, con Liniers a la cabeza, apoyado por las milicias patriotas al mando de Saavedra y García, y el aislamiento de los rebeldes españoles en Carmen de Patagones  (que luego rescataría y llevaría a Montevideo  el recalcitrante coronel Elío). Téngase en cuenta que cuando estaba en marcha este proceso reaccionario y algunos patriotas buscaban la independencia, con la infanta Carlota como Regenta, el coronel Saavedra, resistiéndose a precipitar los hechos, pronunció aquella frase que se hizo histórica: “la breva no está todavía madura.” Ni estaría madura cuando en julio de ese mismo año, en el ocaso de su estrella, Liniers se negaría a rechazar la llegada de Cisneros a Buenos Aires, pero negociaría el ingreso de éste,  rechazando la autoridad impuesta a Elío y salvando la autoridad militar de los patriotas e imposibilitándole la reorganización de las fuerzas militares pro peninsulares. Y esto lo hizo sabiendo que él en nada se beneficiaba personalmente, pues quedaba afuera de la negociación e incluso obligado a aceptar una humillante deportación a España.
     El historiador López, en el capítulo “Liniers y Moreno”, nos relata que: “El ejército emprendió su marcha hacia Córdoba el 13 de julio de 1810. Comenzó a prevalecer entonces en los documentos del gobierno, y sobre todo en las proclamas dirigidas á los pueblos, una fraseología llena de petulancia y de conceptos altisonantes, que si bien eran disculpables entonces por las pasiones verdaderas y vehementes de que brotaban como flores del tiempo, debía convertirse poco después en una pésima y detestable escuela de estilo, que cuando no es ridícula, es corruptora del buen gusto y de la sensatez que debiera siempre ser  la regla de los hábitos políticos de un pueblo libre”. Una vez preso Liniers y desobedecida la primera orden de la Junta, Ocampo es relevado del mando y Moreno lo envía a Castelli para aplicar la sentencia donde se los encuentre a los reos. “La primera idea fue hacerlos regresar a Córdoba y ordenar que se cumpliesen allí las órdenes como se habían dado. Pero era tan evidente el horror que había manifestado el vecindario, y la disposición compasiva del ejército, que se consideró más prudente evitar las consecuencias de tan espantoso espectáculo, y se prefirió un lugar desierto para llevar á ejecución esa medida que se creía indispensable para salvar la revolución del peligro con que la amenazaba la popularidad y la gloria de Liniers. No hubo ni podía haber mas que esta razón: razón de estado, si se quiere, apoyada en el temor o en el miedo que inspiraba este Gefe benemérito”. “Liniers era un General de alta nombradía en el país: era el único General que podía pasar por tal en aquellos momentos. La Revolución no contaba con nombre alguno que pudiera ponérsele al frente con una reputación adquirida como la suya... Los revolucionarios lo miraban a Liniers como el más grande de los peligros que amenazaban su causa. ¿Tenían o no tenían razón?... Esta es cuestión que no puede juzgarse ni resolverse fuera del momento, fuera de las preocupaciones, de las necesidades, y aún de las pasiones que agitaban la mente y el corazón de los hombres encargados de la obra nacional. Ponerse bajo la acción moral de estos influjos es hoy imposible... pero entre la fatalidad de los influjos que llevan á los hombres a esos actos tremendos, y el crimen político que deja manchada y contaminada la historia y las costumbres de un pueblo, hay tan pequeña distancia que al historiador de conciencia no le es posible justificar las grandes injusticias como grandes y fatales necesidades de tal ó cual momento en la historia de los pueblos”.
     “La sensación que el fusilamiento causó en Buenos Aires fue profunda y dolorosísima... La Junta publicó al momento un presuntuoso manifiesto, (Moreno, en la Gazeta de Buenos Aires el 9 de septiembre), en el que a la vez que justificaba el dolor público, protestando que sus miembros participaban de él en tanto mayor grado, cuanto que eran los primeros en reconocer el mérito excepcional de las víctimas que había sacrificado, advertía que de otro modo no podían salvarse los intereses supremos de la Revolución, ni garantir la seguridad de los pueblos que la habían aceptado; y que por su parte la Junta estaba resuelta a marchar en este mismo camino hasta someter todas las resistencias que intentaran oponérsele”. Finalmente, el historiador López agrega: “Animado de una imparcialidad estricta, y con un sentimiento de simpático dolor más bien que de adhesión á la causa de la Independencia que tiene mis simpatías, he procurado indagar la verdad”.
     En carta al Dr. Moreno, lord Stranford, inteligente simpatizante a la causa de la Revolución (aunque por necesidades diplomáticas recomendara mantener la adhesión a Fernando VII), se refería al fusilamiento de Liniers con estos términos:
“ Me preocupa mucho la importancia de este incidente porque sé, y os lo digo con toda la sinceridad de mi estimación y amistad, que los últimos procederes de la Junta contra Liniers y sus compañeros, poco conformes con el espíritu de moderación que dictaba vuestras primeras medidas, han dado motivos, aún á aquellos que estaban muy bien dispuestos en vuestro favor, para vociferar en contra y presentaros como agitados de un espíritu que ciertamente no es el que dirige vuestra conducta”.
     Se puede agregar que don Santiago de Liniers, con su fama y su prestigio, sirvió hasta después de muerto a los intereses de los hijos del país, en esos momentos ya “a los intereses de la Revolución”, cuyo resultado concreto fue la batalla de Suipacha, primer triunfo de las armas de la Revolución en el Alto Perú : Los ejércitos realistas, al mando de Nieto, y Paula Sanz en Potosí aguardaban, con absoluta  confianza  en el éxito pronto y decisivo de las acciones de Liniers, por lo que poquísimo era lo que se había hecho  allá para defenderse de una invasión argentina, y se enteraron del fracaso de Liniers cuando ya la vanguardia patriota había ocupado Salta (6).
   El Dr. Luis V. Varela, (7) en el capítulo:  “La dictadura de la Junta”, comenta que “junto con el envío de la expedición auxiliadora, comenzaron las medidas de violencia adoptadas por la Junta, para impedir la contrarrevolución se produjese. Al censo político de todos los vecinos de la Capital, calificados por sus opiniones; á la delación de sus propios amos, impuesta á los esclavos, ofreciéndoles como premio, la libertad; al castigo “con el rigor al que de obra ó de palabra pretenda sembrar división o descontentos”, siguieron las medidas contra los sospechosos, las confiscaciones y los destierros, para infundir respeto a la Junta, por medio del terror. Es éste el momento en que toda medida de organización constitucional se paraliza. El Dr. Mariano Moreno  dominaba en absoluto sobre la Junta... En los escritos del Dr. Moreno, estudiados en conjunto y en detalle, se nota una intransigencia fanática de carácter, que á pesar de todas las manifestaciones de sus talentos, se encuentra también en sus arengas. Él creía que “el árbol de la libertad necesitaba ser regado con sangre, para que produjera óptimos frutos”. Al Dr. Moreno se atribuye un escrito denominado  Plan de operaciones que el Gobierno Provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica, para consolidar la grande obra de nuestra independencia (pág. 447 del único volumen de los Escritos de Mariano Moreno, editado por la extinguida sociedad literaria El Ateneo) que dogmatiza, entre otros alegatos, que “Los cimientos de una nueva República nunca se han cimentado sino con el rigor y el castigo, mezclados con la sangre derramada de todos aquellos miembros que pudieran impedir sus progresos.” ...”no debe escandalizar el sentido de mis voces de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar á toda costa, aún cuando tengan semejanza con las costumbres de los antropófagos y caribes... Ningún estado envejecido puede regenerarse, ni cortar sus corrompidos abusos, sin verter arroyos de sangre. Establece luego que “en toda revolución hay tres clases de individuos: Los adictos al sistema, los enemigos declarados y conocidos, y los silenciosos espectadores. Con los enemigos declarados, debe observar el gobierno una conducta la más cruel y sanguinaria, donde la menor semiprueba de hechos, palabras, etc. contra la causa, debe castigarse con la pena capital, principalmente cuando concuerden las circunstancias de recaer en sujetos de talento, riqueza, carácter y de alguna opinión, pero cuando recaiga en quienes no concurran éstas, puede tenerse alguna consideración, moderando el castigo. Y como en referencia a los hechos de Cruz Alta, cuatro días antes de que presentara el Plan a la Junta, consigna que “cuando caigan en poder de la patria (los sujetos importantes arriba mencionados que merecen la pena capital), debe decapitárselos,  entre otras cosas, porque la patria es digna de que se le sacrifique estas víctimas, como triunfo de la mayor consideración é importancia para su libertad.
     El documento que figura en la historia con el nombre de Sentencias de Liniers y sus compañeros, sentencia de muerte colectiva, dictada por un Poder Ejecutivo al que se le había prohibido expresamente el ejercicio de las funciones judiciales (que debían recaer en la Real Audiencia), es la más alta nota de terror que quiso imponerse por la Primera Junta Directiva de Gobierno, en nombre de la necesidad de mantener la independencia de América. Era el sistema del terror que comenzaba. Debía continuarse, poco meses después y por los mismos autores, Moreno y Castelli, con el fusilamiento de Nieto, Sanz y Córdoba, después de la victoria de Suipacha.
     Para justificar el fusilamiento de Liniers y sus compañeros, Moreno decía públicamente: “Hemos decretado el sacrificio de esta víctimas, á la salud de tantos millones de inocentes. Sólo el terror del suplicio puede servir de escarmiento á sus cómplices”.
     Moreno renunció a su puesto en la Junta tres días después de los fusilamientos en La Paz, el 18 de Diciembre, é inmediatamente se despachó un correo expreso, con orden de ganar horas, llevando una comunicación para el representante de la Junta en la que se le decía que: “Se perdonaba a esos reos y se mandaba a Castelli que no ejecutase a nadie más”. Efectivamente, las ejecuciones sangrientas cesaron, y desde entonces, la Revolución continuó su grande obra ganando batallas, pero no fusilando vencidos.
      Bartolomé Mitre (9) refiere que las autoridades que representaban al partido español sentían celos y desconfianza de Liniers, pues no olvidaban que era extranjero, y hasta llegaron a acusarle de conexiones con el enemigo británico (a raíz de la falsa capitulación de Beresford) y planes de independencia. Los criollos rodearon con sus simpatías a su glorioso caudillo, y lo reconocieron como jefe de su partido, esperando de él más de lo que su alma fugaz podía dar. Así, combatido por unos y sostenido por otros, coronado de  laureles luego de la reconquista de agosto de 1806, árbitro de los destinos de un pueblo en momentos supremos, Liniers se mostrará en adelante aturdido, inconsistente y ligero, siempre inferior a la gloria y a la alta posición a que lo elevaron sucesos verdaderamente extraordinarios. Más adelante, apunta que Liniers, proclamado en la plaza pública como general en jefe por el voto popular, era el elegido del pueblo. Revestido de esta autoridad, no se ocupó desde ese momento sino en preparar los elementos bélicos que habían de hacer frente a la nueva invasión que se temía, desplegando gran actividad, mucha inteligencia profesional y revelando un verdadero genio organizador. Era la creación de una verdadera democracia militar, desde el general en jefe hasta el último soldado, en que Liniers, como lo dice él mismo, era el general, el ayudante de órdenes y el sargento instructor, pudiendo haber agregado- afirma Mitre- que también era el tribuno militar de la plebe armada como en la antigua Roma. Más adelante, el autor desmerece el accionar de Liniers en toda la defensa de Buenos Aires, desde el descalabro en el Miserere hasta en la organización y la defensa del día 5 de julio, desmereciendo también su intervención en la capitulación de Whitelocke, y la negociación de su retirada, concediéndole todo el crédito (contrariamente a la opinión de V. F. Lopez) a don Martín de Álzaga.
     En todos los demás episodios en que interviene Liniers como protagonista, Mitre lo caracteriza de indeciso, ligero de ánimo, pusilánime, cuestionándole tanto su intervención en la jura de Fernando VII, como en la recepción de Sassenay, enviado de Napoleón.  También cuestiona su actitud ante la asonada de Álzaga y el Cabildo del 1º de enero de 1809, salvada por la enérgica actitud de los coroneles Saavedra y García, y  consigna la por lo menos curiosa actitud del Dr. Moreno en este episodio (10): “El día que estalló el movimiento del Cabildo contra el Virrey, el Doctor Moreno fue llamado a la Sala capitular a dar su voto como vecino y abogado y lo dio por la cesación del Virrey, presentándose en seguida en la plaza Mayor con la diputación del Cabildo a intimarle su cese en el mando”.
        Ante la llegada de Cisneros como relevo de Liniers, Mitre afirma (9) que éste,  cuya fuerza moral no estaba en relación con la fuerza material  de que podía disponer, en todo pensaba menos en resistir. Demasiado fiel a la metrópoli para declararse contra ella con el apoyo de los elementos americanos que lo sostenían, y desprovisto de las grandes calidades del caudillo de una causa popular, prefirió entregarse  a discreción a sus enemigos, entregando al mismo tiempo la bandera del partido que lo había levantado y le reconocía como su jefe natural. En consecuencia, en vez de esperar la llegada de su sucesor, se resolvió a salir en persona al encuentro de él, cediendo a su injuriosa exigencia, para hacer ostentación de su fidelidad a las autoridades de la metrópoli y protestar indirectamente contra los trabajos de los amigos. Afirmaciones que difieren sustancialmente del relato que de este episodio realizara V. F. López.
     En “Expedición al Perú” (9),  finaliza Mitre con el héroe de la Reconquista, refiriéndose a la expedición de Ortiz de Ocampo con sus más de mil voluntarios que partió de Buenos Aires para llevar los mandatos del pueblo en la punta de sus bayonetas, y a los tres meses el héroe de la Reconquista y la Defensa, vencido y prisionero, moría fusilado en Cabeza de Tigre, decapitándose así la resistencia, y se extendía en todas partes el terror que el nuevo gobierno infundía a sus enemigos al ver sacrificada tan ilustre víctima. Más adelante, refiriéndose a Castelli, representante de la  Junta en el ejército del Norte:  “hombre de energía nerviosa que acababa de presidir la trágica ejecución de Cabeza de Tigre, quien inauguraba su comisión, copiada de la revolución francesa, junto con el terrorismo, mandando perecer en un cadalso a los jefes militares y civiles de la resistencia española en el Alto Perú, Nieto, Córdoba y Sanz, en señal de que la guerra entre realistas y patriotas era a muerte. La revolución había laureado su bandera y teñídola en sangre.”
     En 1897, el general Mitre, desde su periódico La Nación, publicó tres artículos referidos a la Defensa, en respuesta a los folletos que venía publicando Paul Groussac como una biografía de don Santiago de Liniers (1) en la revista La Biblioteca, y que en una parte critica lo expuesto por el general en su Historia de Belgrano.  En esta biografía, que publicaría Groussac como libro  en 1907,  reeditado en 1942,  en el Apéndice se incluyen los tres artículos del general Mitre y la respuesta de Groussac. Del primero: “En la revista La Biblioteca viene publicándose una biografía de don Santiago Liniers, obra del señor P. Groussac, escritor de raza, que atrae por el estilo aunque se disienta en sus opiniones...Así, he seguido con interés la lectura de este estudio que algo agrega a la historia argentina, aunque disintiese en muchos puntos de su modo de ver y de pensar; pues simpatizaba con el sentimiento nativo que le mueve á exaltar la figura de un varón de su raza que se ilustró entre nosotros, como el primer caudillo militar que nos condujo por primera vez á la victoria, al ensayar las armas con que conquistamos la independencia, siendo por la fatalidad de los tiempos, la primera víctima inmolatoria de nuestra revolución. Gloria es debida al héroe franco-hispano-argentino de la Reconquista y de la Defensa de Buenos Aires. Sobre su tumba pueden darse  el abrazo de fraternidad españoles y argentinos, y honrar juntos la memoria de un hijo de la heroica Francia”.
     En su prefacio menciona Groussac este párrafo de Mitre: “pues constituye, bajo tal pluma, el homenaje de reparación y justicia más significativo que al héroe de la Reconquista se haya tributado”. Y hablando sobre nuestros primeros historiadores, agrega que “era fatal que juzgaran á Liniers con sus antipatías, vale decir, le ejecutaran  sin juzgarle, como en otro monte de los Papagayos”. Y refiriéndose a su trabajo, cree que “representa una tentativa imparcial, sólo fundada en documentos fehacientes y debidamente discutidos, para pronunciar sobre la ilustre víctima de la Cruz Alta la sentencia de equidad que la pasión por tantos años le negara.”
      “Los que nos repiten sentencias de escribanos o canónigos, acerca de la incapacidad militar y el atolondramiento de Liniers, no tienen en cuenta que, cuando se embarcó para la Colonia el  9 ó el 10 de julio de 1806 en busca del apoyo de Montevideo para la recuperación de Buenos Aires, había asumido con plena conciencia y confianza absoluta el papel de reconquistador. Sabido es que Liniers no dio importancia á la escaramuza y dispersión de Perdriel:  Nuestro general, en vez de apocarse con tan infausta noticia, dio muestras de la magnanimidad de su corazón, diciendo á Pueyrredón con alegre semblante: No importa, nosotros bastamos para vencerlos”.
     “Después de la primera sonrisa insinuante de la victoria, á este héroe de circunstancia tocóle en suerte forcejear con la situación exterior y local más inextricable; el conflicto más tremendo de fuerzas contrarias e ingobernables que haya presidido jamás el alumbramiento “cesáreo” de un pueblo americano. Al lado de la de Buenos Aires, la elaboración de las independencias chilena, peruana, mejicana y hasta caraqueña, resultan de poco esfuerzo. No es discutible que no se mantuvo á la altura de la situación, pero ¿quién pudiera mantenerse, en esas tinieblas cruzadas de relámpagos, sobre el suelo vacilante y dislocado de un terremoto? Vencido, descorazonado, adherido á una causa mala que sólo su lealtad hacía buena, remachado á ese cadáver, prefirió, como Decio, sacrificarse á las divinidades infernales y perder la vida salvando el honor...”
     En los párrafos finales Groussac habla de que: “El anhelo emancipador de los americanos era por cierto legítimo, y fuera santo á no cobijarse al pronto bajo un engañoso estandarte (la bandera española); pero en ningún caso era dudosa la obligación que á cualquier soldado español se imponía. Liniers y sus compañeros murieron por ser fieles á su nación y á su rey, y su descubierta resistencia no debe equipararse á las conspiraciones de Álzaga y sus cómplices. Cayeron como buenos al pie de su bandera; y el solo hecho de ser ésta la misma que sus enemigos tremolaban, nos enseña que fue inicua su condena. Aunque la causa de la metrópoli fuera políticamente tan injusta como era justa la de las colonias, no tenían que averiguarlo los jefes españoles, sólo llamados a defenderla. Los prisioneros de guerra, fusilados sin juicio en  la Cruz Alta, fueron mártires de su lealtad, y no necesitan ser rehabilitados. Por lo demás, esa rehabilitación innecesaria, se la tributaron á pesar suyo los mismos ejecutores. Un estremecimiento de horror corrió por el cuerpo de los próceres del pacífico Mayo;  y en la proclama tardía con que la Junta Gubernativa intentaba denigrar á sus víctimas, se percibe un conato balbuciente de justificación...”
     Y termina: “Pero ahora (1907), en vísperas del centenario de Mayo, no basta ya que cada nación haya recogido á sus grandes muertos para glorificarlos á solas en sus Panteones. A ésta le toca el augusto deber de adoptar á la par de los suyos á los contrarios, como que las primeras víctimas de la patria nueva eran los últimos héroes de la patria vieja...”
       Podemos agregar que ahora, cumplido el bicentenario de aquellos gloriosos acontecimientos de la Reconquista y Defensa de Buenos Aires (transcurrido lamentablemente sin pena ni gloria), resta todavía  pendiente un justo homenaje para quien fuera su entonces reconocido héroe, para quien fuera el jefe militar de los incipientes patriotas de Mayo, para quien fuera el hacedor del nido donde, con su propio calor, permitió que “maduraran las brevas”, al decir del coronel Saavedra, presidente de la Primera Junta de Gobierno.
     Qué mejor homenaje que cumplimentar los deseos expresados hace un siglo por el general Mitre. Córdoba, en su castigada localidad de Cruz Alta y su fatídico Monte de los Papagallos, aguarda ese homenaje y ese abrazo de fraternidad. Y Buenos Aires, ahora elevada al rango constitucional de Ciudad Autónoma, espera también el justo y definitivo homenaje para su legítimo e incuestionado héroe de la Reconquista y la Defensa.       

Biografías:  Moreno.

                                                    Segunda parte


   Me acerqué al árbol donde el general Liniers reposaba. Sentado contra el tronco, las manos atadas a su espalda desgranaban un rosario. Sus labios se movían apenas. Parecía muy cansado. En sus ojos hundidos, se había depositado el frío oscuro del invierno  cordobés de 1810. Me acerqué y me senté a su lado.
   -General, ¿puede verme? ¿puede oírme?
   --¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí?- y miró hacia los soldados, como buscando allí mi origen.
   -No, General, no soy de ellos. Vengo de muy lejos; soy algo así como un soplo de la posteridad, y sólo usted puede verme y oírme. Vine a acompañarlo nomás, a estar con usted hasta el final...
   Me miró y no dijo nada, pero le adiviné una sonrisa en esos labios secos, partidos, apretados en una línea.
   -Gracias, te lo agradezco- dijo ( o creo que dijo eso, ya que transcribo este diálogo en mi propio lenguaje. Me resulta muy difícil recordar sus palabras exactas).
   -¿Por qué no escapó, General, cuando esos indios se lo ofrecieron?-me atreví a preguntarle, como un inicio de diálogo.
   -Porque me lo ofrecieron a mí, sin la compañía de mis desventurados compañeros de infortunio...
   -Entiendo...
   -Siempre el honor y la lealtad están por encima de nuestros intereses personales...
   -Y que usted lo diga, General...- se me hizo un nudo en la garganta y callé.
   -Me equivoqué feo, ¿verdad?- me preguntó él, mirándome de reojo, y luego hacia la tropa. No lograba entender  mi condición disimulada, pero tampoco insistía en averiguarla.
   -Sí, General. Esta vez se equivocó. No debió escuchar nunca las palabras de Cisneros, excepto cuando le decía que se fuera a España...
  -Ahh, sí. España...ya no la volveré a ver...La gente no quiso seguirme. Había perdido la popularidad  que gocé en Buenos Aires...
   -No usted, General, no usted- le corté-. La causa que defiende está terminada, caduca, muerta. Una mala causa para un buen General. El mejor, créame, el mejor...
   Sonrió y me miró con curiosidad y simpatía. Los minutos corrían. La angustia del momento parecía casi olvidada.
   -¿Sabes? Creo que tienes mayor conocimiento que yo de las cosas que han pasado, que están pasando, que van a pasar... Cuéntame un poco. Quiero irme conociéndolas...
   -La Primera Junta ha tomado el poder como “virrey”. Dicen que hablan en nombre del pueblo, pero sólo representan a Buenos Aires...Usted ya lo conoce al Deán Funes, el representante de acá...
   -Ése está con ellos...
-No, General, está con el cambio de gobierno, pero no con esto.  Ha hecho ingentes esfuerzos para que no se ejecute esta sentencia.  Y vea que deberá pelear muy duro para ingresar a esa Junta, con los representantes de las otras provincias...
   -¿Y ese abogado del Cabildo...el doctor Moreno, ése que me quiso sacar junto con Álzaga en enero del año pasado?
   -Ese señor es el secretario de la Junta, y la domina enteramente. Tiene todo el poder. Por ahora...
   -¿Y Saavedra? No entiendo cómo pudo firmar mi sentencia de muerte, si somos nada más que prisioneros de guerra. Él es un soldado. Me conoció y creo que nunca dejó de apreciarme...
   -El poder, por ahora, no lo ejerce él. Lo tiene el doctor Moreno, que es quien redactó la sentencia, y ha enviado a Castelli para hacerla cumplir...pero no hablemos de eso, General.
   -Sí, hablemos de otra cosa...Lo hecho, hecho está. Pensar que cuando rendí a Beresford, ni  la espada le acepté al general inglés vencido...
   -Y lo abrazó frente al Cabildo...Porque el vencido también participa del honor de la guerra... ¿no es cierto, General?
   Me miró con curiosidad, como si le estuviera leyendo el pensamiento. Luego señaló hacia el grupo de soldados y funcionarios.
   -¿Ves a aquél, el secretario del mandamás? Ése es Rodríguez Peña,  hermano de Saturnino, el que liberó a Beresford  y a Pack de la prisión de la villa el Lujan, y les facilitó el bote con que llegaron a un barco inglés... Y ahora se dicen defensores de los intereses de la corona de España...Si hasta pretendían traerla a la princesa Carlota de Río de Janeiro cuando llegó Cisneros... ¡Si ellos son fieles a la bandera de España y a D. Fernando VII, yo no me llamo Santiago Liniers y Bremont, conde de Buenos Aires!- terminó con un dejo de amargura en la voz.
   -Es una pantalla sugerida o impuesta por los ingleses, General, para poder mantener con ellos relaciones comerciales, al mismo tiempo que defienden en la península los intereses comunes -españoles, portugueses e ingleses-  contra el emperador francés...
   - Sí, ya lo sé, la independencia de España es lo que buscan, pero así, no sé si lo van a lograr...Ellos todavía no saben lo que es la guerra...Han desatado los demonios...
   - ...y cuando quieran encerrarlos de nuevo, no van a poder hacerlo...
    - Cuando fui a Montevideo a buscar tropas para recuperar Buenos Aires, sabía exactamente lo que necesitaba, y lo que había que hacer. Cuando salí con mis tropas para enfrentar a Withelocke del otro lado del riachuelo, fue porque quería dar una batalla abierta, lejos de la ciudad, y con la fuga vedada. Era triunfar o morir...
    - Algunos lo interpretaron como un error táctico suyo, propio de la improvisación y de un carácter venal, poco entrenado en la meditación profunda, es decir, un atropellado.
   El General rió casi con alegría. Movió la cabeza como para alejar un pensamiento doloroso...
   -Yo conocía bien a la gente con la cual debía enfrentar al ejército inglés. Con el río a la espalda, era matar o morir. Me pareció la mejor solución. Y no quería que lastimaran a la querida ciudad.
   -Es la misma ciudad que lo expulsó, General...
   -No, fueron las circunstancias las que hicieron imposible mi situación. Debí seguir las indicaciones de Cisneros y haber vuelto a España...
   -Sabe que sí, General...
   -A veces pienso que sé por qué me quedé aquí, y me da miedo de mí mismo.
  -Una pregunta que no sé si le va a gustar, General…- Pensé un rato en cómo hacerla, y finalmente me decidí: -Si usted hubiera triunfado en la contrarrevolución, ¿qué hubiera hecho con los jefes de la misma, con los miembros de la Junta, por ejemplo?
  Me miró largamente, luego desvió la vista hacia el grupo de hombres uniformados.
  -Hubiera restituido a Cisneros en su cargo como virrey del Río de la Plata en primer término, y hubiera puesto presos a los rebeldes, para que los juzgara la Real Audiencia.
  -¿No los hubiera colgado o fusilado?
 -¿Alguna vez hice eso, teniendo el poder para hacerlo? ¿Se olvida de mi actitud para con los alzados del 1º de enero?- Sonrió con tristeza, agachó la cabeza y continuó:
   -Estoy muy cansado...Sólo espero que esto acabe de una buena vez...
   -Me lo llevo conmigo General, créame. Vamos juntos hacia un sitio diferente...
   Me miró extrañado. No comprendía mis palabras.
   -Cundo llegue la hora, usted piense solamente que inicia un viaje conmigo,  hacia el pasado, y luego hacia el futuro.. Y el presente será otro...inmediatamente.
  
  






 REFERENCIAS:
(1)      Santiago de Liniers, conde de Buenos Aires, por  Paul Groussac.
(2)      El Pensamiento vivo de Moreno, por Ricardo Levene. (La Gaceta de Buenos Aires, 9 de septiembre de 1810).
(3)      Historia General de las Ideas Políticas en la Argentina, por Mariano de Vedia y Mitre, tomo XI
(4)      La Revista de Buenos Aires, tomo 13: Biographie de Jaqcques de Liniers, par Jules Richard, comentada por el doctor Juan María Gutiérrez.
(5)      El Gobernador, Santiago de Liniers. Grandes Protagonistas de la Historia Argentina. Colección Dirigida por Félix Luna.
(6)      Historia de la República Argentina, por Vicente Fidel López, tomos 2 y 3.
(7)      Historia Constitucional de la República Argentina, por Luis V. Varela, tomos I y IV.
(8)      Memoria autógrafa de Cornelio Saavedra. Museo Histórico Nacional. Memorias y Autobiografías.
(9)      Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, por Bartolomé Mitre, tomo 1
(10)  Obras Completas de Bartolomé Mitre: 

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