Antonio Lussich y José Hernández
Una refutación a Leopoldo Lugones y a Jorge Luis Borges
Cuando Leopoldo Lugones
escribió El Payador, y más adelante Jorge Luis Borges su ensayo La poesía gauchesca en el libro Discusión, José Hernández ya había
muerto. Por lo tanto, no podía contestarles como seguramente lo hubiera hecho
de haber podido hacerlo, por ejemplo, en su diario El Río de la Plata. Él ya no estaba, pero sigue estando, ya sabemos cómo, y no hay
librería de la República Argentina, por grande o chica que sea, que no cuente
entre los libros que ofrece variadas ediciones de El gaucho Martín Fierro.
Por
lo tanto, se hace necesario, equitativo y saludable contestarles a Borges y a
Lugones en nombre de nuestro insigne e inmortal poeta gauchesco.
Leopoldo Lugones, escribe en El
Payador, textualmente: “Dice Hernández en una carta-prólogo a la primera parte del poema (su
destinatario es el señor don Zoilo Miguens) que Martín Fierro le ha
“ayudado algunos momentos a alejar el fastidio de la vida del hotel”; porque,
en efecto, allá entre sus bártulos de conspirador, lo improvisó en ocho
días. (Esta última frase es de Lugones y no figura en la carta a
Miguens). Así inicia Hernández la carta a su editor:
Querido amigo:
Al fin me he decidido a que mi pobre "Martín
Fierro", que me ha ayudado algunos momentos a alejar al fastidio de la
vida del hotel, salga a conocer el mundo, y allá va acogido al amparo de su
nombre.
Sigue Lugones:
“Don Antonio
Lussich, que acababa de escribir un libro felicitado por Hernández, Los
Tres Gauchos Orientales y el Matrero Luciano Santos (Este
último, publicado en 1873, es posterior al Martín
Fierro). poniendo en escena tipos gauchos de la revolución uruguaya
llamada campaña de Aparicio, diole, lo que parece, el oportuno
estímulo. De haberle enviado esa obra, resultó que Hernández tuviera la feliz
ocurrencia.”
“La obra del señor
Lussich, apareció editada en Buenos Aires por la imprenta de
la Tribuna el 14 de junio de 1872. La carta con que Hernández
felicitó a Lussich, agradeciéndole el envío del libro es del 20 del mismo mes y
año. Martín Fierro apareció en diciembre.”
J.L. Borges en el capítulo La poesía gauchesca del
libro Discusión, recoge textualmente las palabras de Lugones y
avanza con la ponencia: “El mayor interés de la obra de Lussich es su
anticipación evidente del inmediato y posterior Martín Fierro”, dice. Sigue:
“los diálogos de Lussich son un borrador del libro definitivo de Hernández.
Leyendo y cotejando versos de ambos, de la misma métrica, tono y lenguaje,
surge clara la asimilación, que no le quita mérito a Hernández, pero que
ignora, sin merecerlo, a Lussich”.
“Sin intención de opacarlo a Hernández”, repite, “se debería recobrar este
valioso antecedente del Martín Fierro”. También Borges afirma, en el momento en que escribía su ensayo La
poesía gauchesca,
que la obra de Lussich
era virtualmente inédita. Y a partir de allí nos muestra la buscada
coincidencia de seleccionados versos entre ambos poemas. Pero ya no es inédita,
pues se puede leer ahora integra en
internet, y comprobar qué poco tiene que ver su forma, contenido y giros
idiomáticos gauchescos con el Martin Fierro de Hernández.
Veamos los primeros versos de ambos poemas:
Los tres gauchos
orientales
Julián Giménez:
¡Dios lo guarde! Ha
madrugao/ esta mañana aparcero, / ya tiene al juego un puchero/ ¡y un
churrasquito ensartao!
Mauricio Baliente:
Don Julián, ¿Cómo le va?/
de su cuerpo contra el suelo,/ agarró el pájaro al vuelo/ ¿qué anda haciendo
por acá?
Julián Giménez:
A visitarlo venía/ pues
nos van a licenciar,/ y no me quiero marchar/ sin que hablemos este día./ ¿Y
usté cordial no Baliente,/ pero siempre muy prolijo/ ¿a que tiene ya de fijo/
también el agua caliente?
Mauricio Baliente
¡Cuando nada me ha
faltao,/ soy gaucho muy albertido,/ y como hombre prevenido/ siempre estoy bien
empilchao!/ Arrime aquella carona/ amigaso y siéntese,/ si algo sabe
cuénteme/ de esta paz tan comadrona.
Julián Giménez
¡Cómo no, cuñao BAliente,/
vaya usté ensillando el mate,/ para que ansí mi gaznate/ pueda correr
delijente.
Mauricio Baliente
Tratemos pues de matiar/
¿quiere dulce o cimarrón?/ De los dos tengo ración/ como poderlo agradar.
Martín Fierro
Aquí me pongo a cantar/
al compás de la vigüela,/ que el hombre que lo desvela/ una pena estrordinaria,/
como la ave solitaria/ con el cantar se consuela.
Pido a los santos del cielo/ que ayuden mi
pensamiento./ Les pido, en este momento/ que voy a cantar mi historia,/ me
refresquen la memoria/ y aclaren mi entendimiento.
Vengan santos milagrosos,/ vengan todos en
mi ayuda/ que la lengua se me añuda/ y se me turba la vista./ Pido a mi Dios
que me asista/ en una ocasión tan ruda.
Yo he visto muchos cantores,/ con famas
bien otenidas/ y que después de alquiridas/ no las quieren sustentar./ Parece
que sin largar/ se cansaron en partidas.
Mas ande otro criollo pasa/ Martín Fierro
ha de pasar./ Nada lo hace recular/ ni los fantasmas lo espantan/ y dende que
todos cantan/ yo también quiero cantar.
Que “los diálogos de Lussich son un
borrador del libro definitivo de Hernández”, me parece una afirmación
antojadiza bastante alejada de la realidad de los dos poemas. Y la afirmación
de Lugones mencionando que la carta de Lussich a Hernández es de junio de 1872
y que el Martín Fierro apareció en diciembre, e inducir sacar la conclusión de
que el segundo deriva del primero,
es capciosa, poco seria, lo mismo la afirmación de que: “diole, lo que parece, el oportuno estímulo. De haberle enviado esa
obra, resultó que Hernández tuviera la feliz ocurrencia.” El Payador no merecía guardar
estas frases de su autor, ni incluir el error de considerar a El matrero Luciano Santos, publicado en 1873 por
Lussich, (posterior al Martín Fierro) como precursor de éste.
Las cerca de 90 páginas con los más de
2.300 versos del folletín de la primera edición del Martín Fierro (Lugones los redondea erróneamente en
1.700) de ninguna manera pudieron originarse entre junio y diciembre a
raíz de la entrega de Lussich a Hernández, y menos aún, que éste haya escrito
el poema en “ocho días” cuestión que no figura en la
carta de Hernández a Miguens. Y ni la forma ni en contenido ni la
estructura general de los dos poemas coinciden, salvo que se elabore una
forzada coincidencia, como lo precisa Borges en Discusión. Que concuerden
en algunas palabras, giros idiomáticos, versos, etc. no significa otra cosa que
son originarios de una misma fuente denominada “poesía gauchesca”, de cuyo
manantial y flujo surgieron ambos poemas, como antes surgieron los de Hidalgo,
Ascasubi, Del Campo, etc. La originalidad del Martín Fierro no
debería ponerse en discusión porque fue y es absolutamente
original, en su lenguaje y en su contenido, y no tiene antecedentes
válidos que los ilustren siquiera como “borrador”, como afirma Borges,
que al anteponerlo a Lussich dice no tener intenciones de quitarle méritos
a Hernández. Esa afirmación es una falacia, las intenciones son
claras, aunque se las pretenda negar, demostrando en su ensayo la intención de
reafirmar los dichos de su admirado autor de El payador.
¿Puede
además pensarse con válido fundamento que el Martín Fierro fue
elaborado y escrito y publicado en seis meses por Hernández, encerrado en una
habitación del hotel El Argentino, solamente inspirado en la
lectura del poema de Lussich? Hay quienes dicen (*) que, anteriormente,
ya en el exilio brasileño en Santa Ana do Livramento de Hernández, luego
de las derrotas del caudillo entrerriano López Jordán, comenzaron a tomar forma
en la mente del poeta los primeros versos del Martín Fierro.
(*)
Carlos A. Leumann, Martín Fierro, edición crítica)
Por otra parte, La Vuelta de Martín Fierro le llevó siete años a Hernández
elaborarla, escribirla y publicarla (1879).
Diez ediciones humildes, con más de 50.000 ejemplares en
folletines que se distribuían en la campaña con abundantes correcciones tiene
el M.F. Se leía en los fogones, algunos lo recitaban de memoria para quienes no
sabían leer… En muchos ranchos humildes de la gente de campo de entonces se
guardaba como tesoro personal el folletín engrasado de tanto manoseo junto al
fogón criollo. El Martín Fierro es único; nunca
hubo más borrador que la mente poética de José Hernández. Y es irrepetible.
Con los siguientes versos se aproxima al final La vuelta de Martín Fierro:
Y si la vida me falta,/
tenganló todos por cierto,/ que el gaucho, hasta en el desierto/ sentirá, en
tal ocasión,/ tristeza en el corazón/ al saber que yo estoy muerto.
Pues son mis dichas
desdichas,/ las de todos mis hermanos;/ ellos guardarán ufanos/ en su corazón
mi historia./ Me tendrán en su memoria/ para siempre mis paisanos.
¿Hay algo más claro y explícito que estas dos
estrofas para definir sin equívocos al espíritu del Martín Fierro y a la original y auténtica manera de
sentir y escribir de José Hernández?
Leopoldo Lugones le dio visibilidad y consagración definitiva al Martín
Fierro, al que denominó POEMA ÉPICO en su libro El Payador (y
en sus charlas y discursos previos sobre él en el teatro Odeón de Buenos
Aires). No se entiende que, con su abrumador entusiasmo y erudición desplegados
para referirse al Martín Fierro, haya hecho esa alusión (arriba
mencionada) del poema de Lussich como antecedente del poema de
Hernández. A menos que la elevación del Martín Fierro a Poema
Épico coincidiera con el descenso de la imagen de José Hernández al
burdo mote de conspirador: “en efecto, allá entre sus bártulos de
conspirador, lo improvisó en ocho días” agrega Lugones a la carta-prólogo de
Hernández a Miguens.
Compara Lugones:
En el peligro ¡qué Cristo!/ El corazón se me enancha,/ Pues toda la tierra es cancha/ Y de esto nadies se asombre:/ El que se tiene por hombre/ Ande quiera hace pata ancha.
Y otro
Desterraisme de mi
tierra/
Desto no me finca saña,/ Ca el hombre bueno fidalgo/ De tierra
ajena hace patria.
“Más lejos en los
tiempos, otro desterrado, el sapiente de los Fastos, había expresado
en un concepto lapidario esa fórmula del heroísmo: Omne solum forti
patria est.” El libro III de los fastos, Publio Ovidio Nasón
(n. del a.)
“Fuerte y solo:
he ahí la situación del caballero andante. Así, aquellas palabras, fueron
divisa en varios blasones.”
“Llevamos en nuestro ser el germen de ese prototipo, como el de todas las bellezas que aquella sensibiliza en nosotros, mejorándonos con tal operación, puesto que así nos hace vivir una vida más amable. Cuando el artista consigue realizarlo, su obra ha alcanzado el ápice ya divino, donde la verdad, la belleza y el bien confunden su triple rayo en una sola luz que es la vida eterna.”
Y finaliza el párrafo
refiriéndose al Martín Fierro y a su autor:
Parece que no podía
darse el lujo de ser ecuánime, ni mucho menos, generoso.
La adhesión
incondicional de Lugones a Sarmiento (su biografía lo certifica), que
había sido enemigo de López Jordán, y por ende de sus seguidores como
Hernández, lo lleva en El Payador a intentar separar al poeta de su
poema…Y quizá, si fuera posible, a convertir al Martín Fierro en un
poema de autor anónimo, como el Cantar de mio Cid, para la
posteridad. ¿Habrá sido ésta una intencionalidad consciente de Lugones, o lo
habrá escrito así “a pesar suyo”?
Otro sí digo:
Islas Malvinas. Cuestiones graves:
…”Los argentinos,
especialmente, no han podido olvidar que se trata de una parte muy importante
del territorio nacional, usurpada a merced de circunstancias desfavorables, en
una época indecisa, en que la nacionalidad luchaba aún con los escollos
opuestos a su definitiva organización.”
Y Monterroso nos cuenta parte del poema La Araucana de Ercilla, escrito en el siglo XVI del
cual se ocupó en 1962 para una edición de la Universidad Autónoma de México.
Encuentra en este poema, “en cuarenta y siete y media octavas reales del
canto XXVII, que el anciano mago Filón, araucano,
muestra a su enemigo español, el conquistador Ercilla, nada menos
que una esfera de cristal en la que podía contemplarse simultáneamente cuanto
sucedía en ese momento en las más diferentes y opuestas regiones del globo terráqueo,
en la misma forma que ocurrirá con el aleph de Carlos Argentino Daneri,
poeta detestable, y de Jorge Luis Borges, escritor genial, unos trescientos
años más tarde”.
El autor avanza con las
diferencias y coincidencias entre el poeta español y el genial cuentista
argentino. Y termina el gran escritor guatemalteco: Entre las
referencias a su Aleph, Borges en ningún momento recuerda a Alonso de Ercilla y
su Araucana como el lugar en “que hay (o que hubo) otro Aleph”.