Sentados escritorio de por medio, el
director había solicitado café a la secretaria y se disponía a encender un
cigarrillo. Él se arrellanó en su silla, contemplando los ademanes y gestos del
nuevo jefe, que terminó echando una nube de humo azul al aire diáfano, que
hasta ese momento se había podido respirar con deleite gracias a la primavera
temprana. El tufillo irritante lo hizo toser varias veces, y el director, sin
apagar el cigarrillo, preguntó:
-¿Le molesta si fumo? Porque, si es así,
ya mismo lo...
-No, no hay problema...- y se acercó a la
ventana, buscando un poco de aire libre. Minutos antes, él acababa de completar
las epicrisis de una multitud de historias clínicas, entregándolas luego al
secretario de
-¿Cómo anda, doctor? Quería hablar con usted, ¿sabe?, porque usted es
todo un...
-No siga, doctor- respondió atajándose.
Terminó el café, apoyó la taza en el platito y luego volvió a recostarse en el
respaldo de la silla-. Usted es nuevo aquí, en cambio yo soy un dinosaurio
dentro de la fauna local.- El director sonrió. Volvió a echar humo por la boca
mientras él completaba:- Usted empieza su ciclo, yo ya lo estoy terminando.
-No, no diga eso. Yo valoro en
extremo a la experiencia. Usted tiene
todavía mucho por hacer aquí, por la
institución.
-¿Le parece?- Un cierto escepticismo se
había apoderado de su ánimo, y deseaba terminar la entrevista cuanto antes.
-Claro que sí. No sería lógico que el Hospital perdiese de
golpe a personas como usted, con la experiencia y la trayectoria de tantos
años... Pero, no era de eso que quería hablarle-. Se inclinó sobre el
escritorio apoyando los codos en el vidrio, los puños unidos debajo del mentón,
la boca cerrada con energía, y el ceño ligeramente fruncido.
-Usted dirá, doctor-. Ahora sí, se la veía
venir y preparó la respuesta rápida.
-Mire, yo encuentro que los colegas de mayor antigüedad y prestigio
en el Hospital deben contar con el justo y necesario reconocimiento. Pero éste
no presupone una prerrogativa que los exima de cumplir con las tareas básicas o
estimulando ejemplos poco, digamos, ortodoxos...
-No le entiendo, doctor- disparó sin
esperar la ampliación del párrafo, que parecía bastante elaborado- ¿Por qué no
va al grano y me dice directamente lo que quiere decir?
-Está bien. La situación del cumplimiento
del horario de los profesionales ha llegado a extremos inaceptables. Creo que
ha llegado la hora de ponerle el cascabel al gato, animarse, y apretar las
clavijas de una buena vez...
-¿Y por qué se dirige precisamente a mí
con ese tema? –Y casi incorporándose en la silla-: Haga lo que tenga que hacer,
doctor...
-Bueno, sí, ya lo sé. Pero me interesaba particularmente
su opinión al respecto. Si usted no se opone a esta medida, ¿quién se atrevería
a hacerlo?
-Cualquier otro, doctor. Yo no soy
representativo de nadie; a duras penas sólo de mí mismo. Creo que este tema lo
debería tratar de una manera más general, con todos los profesionales.
-Pero... ¿usted qué piensa de esto?
-Personalmente, me reservo la opinión,
doctor. No quisiera opinar y que
luego...
-Pero, por favor, doctor. Le aseguro mi
absoluta reserva. Nada de lo que hablemos aquí trascenderá de este ámbito.
Absoluta discreción, doctor.
-Mire, aquí, tradicionalmente, estas
paredes nunca han sabido guardar ningún secreto...
Ambos sonrieron, ya más distendidos, y el
director apeló al teléfono interno para solicitar otra vuelta de café.
-Suponiendo que lo que usted dice fuera
así- comenzó él- en primer lugar le diría que esa decisión invariablemente fue,
es y será atinada, siempre y cuando...
La secretaria depositó las tacitas
humeando sobre el escritorio. Lo miró de reojo, preocupada por la presión que
había olido en el ambiente al entrar. Él se volvió y le sonrió al agradecerle
el café.
-...siempre y cuando, ¿qué?, doctor.
-Siempre y cuando se tenga autoridad moral
con los antecedentes adecuados para aplicarla y exigir su cumplimiento.
-¿Usted duda de que la tenga, doctor?
-No se confunda, no estoy personalizando.
Y se debería tener muy en cuenta los efectos colaterales que puede traer esa
medida tomada sin tapujos, a ultranza. Sobre todo si lo que se quiere es
mejorar la atención en los Servicios, y lograr una alta calidad en la atención
médica, lo que lleva implícito, el compromiso de los profesionales en las
políticas básicas establecidas para el Hospital por sus autoridades...
-Y yo sencillamente pido que todos los
profesionales cumplan con su horario establecido en la declaración jurada; que
concurran regularmente a su lugar de trabajo y hagan lo que deban hacer en el
tiempo estipulado para ello. Que se sientan obligados hacia la institución, y
no que se crean que le hacen un favor al Hospital puramente concurriendo. Así
de simple, doctor.
-Sí, dicho así, suena muy simple, muy
llano, muy fácil de cumplir y muy difícil de objetar, pero...
-Pero ¿qué, doctor?
-Que no es ni tan simple, ni tan fácil de
cumplir, ni tan difícil de objetar...
-¿Por...?
-Porque la realidad de un Hospital es compleja, y tiene tantos matices como
múltiples aristas, muchas veces
contradictorios entre sí, que al pretender unificarlos, pueden surgir
situaciones conflictivas que hagan que sea peor el remedio que la
enfermedad. Por ejemplo: Un médico puede
concurrir ocho horas al Hospital y no hacer casi nada, y otro puede concurrir tres horas y hacer su
trabajo y el de otros dos más. Se pueden
atender adecuadamente diez, quince o veinte pacientes en un consultorio,
indicándoles el medicamento o la práctica necesaria, o se les puede sacar de
encima rápidamente pidiendo una enormidad de estudios o derivándolos al
especialista innecesariamente. Un profesional puede faltar por licencia por enfermedad
personal o familiar, muchas, demasiadas veces en el año. O puede concurrir
a trabajar, incluso sintiéndose
enfermo... Todo depende del compromiso que haya adquirido con su trabajo, con
su grupo, con
-Mire, doctor, su argumentación es válida
si nos atenemos al cómo. Pero el porqué está primero, y mis objetivos son muy
claros: Mejorar la atención de la creciente demanda de los pacientes
hospitalarios, racionalizar los recursos estableciendo rigurosas prioridades,
trabajar en una red de complejidad centrípeta, con este Hospital como
referencia, donde todas las acciones de atención primaria de los Centros
Periféricos u Hospitales de menor complejidad encuentren el apoyo necesario en
tiempo y forma...Y para ello quiero ampliar los horarios de atención en los
consultorios abarrotados y con largas demoras en los turnos, así como en el
laboratorio, rayos, ecografía, etcétera.
-Y para ello necesita más horas
profesionales, sin ampliar la planta, por supuesto, ya que en los papeles...
- He estudiado la provisión de horas
profesionales del Hospital, y no es
necesario solicitar su ampliación, doctor; las horas profesionales existentes son más que
suficientes para lograr los fines que me propongo, que no son otros que
mejorar la atención de la población...
-Bueno, entonces sólo me resta desearle
suerte- y se inclinó hacia delante con una mano estirada en señal de despedida.
Cuando apoyaba la mano en el picaporte, oyó a su jefe que más allá de sus espaldas
establecía:
-A propósito, doctor, le aviso que desde
hoy la entrada y la salida quedarán registradas con firma y hora. Las empleadas
de personal, hasta tanto se elaboren las tarjetas personales para fichar en el
reloj, se ocuparán de anotar la hora de llegada y de salida. Y voy a ser
riguroso al respecto...
Se volvió, con la mano en el picaporte,
hizo varios movimientos afirmativos con la
cabeza con la boca apretada, casi fruncida, como diciendo: Ajá, qué
bien... y ¿para qué cuernos me estás diciendo precisamente a mí esto? Luego pensó: “¿Y para qué carajos me quedé
aquí tanto rato, dándote mi propia teoría, si finalmente terminás anunciando lo que ya sabía que dirías, y que hubieras debido
notificárselo a todos antes de implementarlo?” Abrió la puerta y la cerró sin
volverse. Sonrió a las secretarias y se despidió hasta... “No sé, me parece que
no me siento bien, así que, quizá sería
bueno hacer reposo unos días... me siento medio engripado”, y sonreía para sí
mientras caminaba por el pasillo rumbo a
-Parece que va bien con el tratamiento. No
hay que rotar los antibióticos, aunque siga con algo de fiebre. Están mejor que
las primeras. Pero habría que preguntarle a los cirujanos si todavía no les parece oportuno el drenaje, ¿no?- E
inclinaba las imágenes de las radiografías de tórax, que mostraban una neumonía
con derrame plural, como pretendiendo hacer variar el nivel del líquido con esa
maniobra, tal si fuera una botella con agua. El residente sonrió, pues ya le conocía la broma, y se perdió en la Sala
detrás del paciente.
Cuando firmó la
salida en la oficina de personal, una empleada se le acercó con roja lapicera en la mano, decidida a
implementar la nueva orden de la Dirección. Pero antes de que lo hiciera, él le
tomó con suavidad la mano y desprendió
con delicadeza la lapicera de entre sus dedos, para anotar luego la hora
con grandes números. Ella le sonrió y él le hizo un breve gesto con los labios,
conejitos que le dicen, para luego saludar al resto con una mano, deseando en
general un buen fin de semana.
FRENTE A
(Obstetricia I)
Había pasado largamente el mediodía,
cuando recibí un llamado por el interno
desde el Servicio de Obstetricia. La secretaria me alcanzaba el tubo negro con
el brazo bien estirado, como quien aleja de sí
algo mefítico, intolerable:
- Es de Obstetricia, doctor, y parece que
hay problemas...- Elevaba las cejas mientras fruncía el ceño. Continuó
murmurando, como para sí misma: - ¡Cuándo no va a ser Obstetricia, siempre a
esta hora!...
- Doctor, acá tenemos un problema-. El
tono de voz de la obstétrica me tranquilizó, pues no denunciaba inminencia de
catástrofe. Continuó: - Resulta que hay casi cuarenta pacientes citadas para el
consultorio de la tarde, pero la doctora que lo atendía renunció la semana
pasada, después de pelearse con el jefe, ¿recuerda?...
- ¡Cómo no iba a acordarme, si ese jefe
también había renunciado luego de una reunión donde quedó demostrada su
incapacidad más allá del límite de lo
razonable! De lo que no se habían acordado
había sido de suspender ese consultorio programado, como había sido
convenido con el médico de planta... En resumen, el Servicio como tal no
existía, pero la demanda continuaba, y
en ascenso permanente. La partera finalizó: - Algunas pacientes ya han
llegado, pero yo sola no puedo atenderlas, pues tengo
- Bueno, con panorama tan alentador,
déjemelo nomás, que a la brevedad procuro una solución al problema. En tiempo,tenemos
unas...
- ...dos horas, doctor, antes que se nos
venga la estantería encima.
-
Descuide, querida- y colgué. La miré a mi secretaria como diciéndole: “Vos hoy
no te vas hasta que se arregle esto”, y le pedí que me comunicara con los
colegas del Hospital de San Miguel, siempre mi contacto inicial. Allí no
encontré nadie disponible para cubrir la guardia. Llamé entonces al Posadas,
luego a Pilar, a Luján, a los vecinos de
Marcos Paz y Las Heras; insistí luego con el
Castex de San Martín, con el
Belgrano, con el Cordero de San Fernando... Llamé entonces al Ramón Carrillo de Ciudadela, al Paroissién
de La Matanza, al Aráoz Alfaro de Lanús. Nada. En este último, un ginecólogo
amigo del director me pasó el dato de
una clínica de Quilmes. Refería que una muy buena ex residente de la
especialidad trabajaba allí. Milagrosamente la localicé.
- Sí, doctor, dígame... ¿en qué puedo serle
útil?- Ella no sabía lo rápido que
podía contestarle esa pregunta. En pocas palabras la puse al
tanto de la necesidad de cubrir la guardia en la especialidad desde las cuatro
de la tarde y hasta el día siguiente. Y que contaría con la infraestructura necesaria. Ofrecí pagarle
la guardia completa, que le abonaría al
retirarse, mañana, después de las ocho.
- Está bien, doctor...- En mi interior escuché un clic que
interrumpió la acidez y el dolor del epigastrio. Del otro lado del tubo había
que ultimar algunos detalles: - Bueno, tendré que ver cómo zafo aquí del
compromiso con el consultorio de la Clínica...
- Hágalo, doctora, por favor. Usted debe
conocer alguien que la pueda reemplazar allí...
- Sí, puedo avisarle a un colega que sale
ahora de la guardia... y no es demasiado el trabajo programado. Lo que no
sabría es cómo llegar hasta allá, y encima a las cuatro de la tarde; ¡fíjese
que ya son más de las dos!...-
Rápidamente reaccioné:
- Le envío un vehículo, doctora, a la
estación de Constitución.¿Le viene bien?
- Sí, yo podría estar allí en unos
cincuenta minutos, o una hora a más tardar.
- Y allí va a estar esperándola una
ambulancia Volkswagen celeste, de este Hospital, frente a la escalinata con los leones, ¿de acuerdo?- y mientras
hablaba chasqueé los dedos hacia mi
secretaria. Cubrí con la mano la bocina del tubo y le insté: - Llamá ya a
automotores; que venga el chofer de guardia (cuando estaba urgido por algo,
terminaba tuteándola). Después seguí con la doctora:
- ¿Y usted, cómo va a estar vestida, para
informarle al chofer? – En ese momento ingresaba en mi despacho la figura
soñolienta de éste. Cubrí nuevamente la bocina del teléfono, y le expliqué al
hombre el viaje que debía realizar, dónde debía esperar a la doctora y el
aspecto físico de ella...
- ...y una última recomendación, Roque:
¡No se le ocurra volver sin su pasajera!
- ¡Pero no, jefe, descuide!- Cuando creyó comprender la frase, se volvió y
con voz chillona, demandó: - ¿Qué me dijo, doctor?
- ¡Que salga ya mismo, y vuelva rápido!- Regresé al teléfono exterior: - Ya partió el
chofer a buscarla, doctora. Yo la estaré esperando aquí.
- De acuerdo, doctor, ¿y la guardia, la
cobro mañana cuando salgo?
- Así es. Yo mismo se la pagaré antes de
irse- afirmé. Después de colgar el tubo,
volví a mi secretaria, quien se estaba ocupando de tramitar el dinero ante la Cooperadora.
- Todavía no encontré al tesorero, doctor,
pero descuide que después de las cuatro está siempre en la ferretería. No se
preocupe; yo paso por allí y le transmito su pedido.
- Está bien. Acuérdese de decirle que
necesito los cincuenta australes para salir de esta emergencia- . Ya me veía
abonando la guardia con el veinte por ciento del sueldo. Luego le informé por
el interno de las novedades a la obstétrica. Cuando colgué, me recosté en el sillón, decidido a beberme
el café, ya frío; buscaría relajarme.
Hasta tuve tiempo de comprar el diario en el quiosco.
Leía todavía la hoja central, cuando
ingresó en el despacho la conocida figura vestida de verde, canosa, seguida por
otra de mujer joven, menuda, portando
grandes anteojos. Luego del saludo de rigor,
acompañé a la doctora al Servicio de Obstetricia. Cuando ingresamos, en
la Sala de Espera del consultorio de guardia nos encontramos con una multitud
de señoras embarazadas muy sentaditas todas, esperando ser atendidas. Sobre el
escritorio, la secretaria había dejado una descomunal pila de historias
clínicas. Al saludo respondieron todas al unísono, dándome el efecto de haber regresado al ciclo escolar. Excepto que
sonreían. Hice un breve periplo con la doctora –la obstétrica se encargaría de
los detalles- y me despedí.
Al día siguiente cumpliría con ella, como
habíamos convenido, y lamentablemente, no la volvería a ver, ya que por
distancia no aceptó mi ofrecimiento de incorporarla al incipiente y aun exiguo equipo de
profesionales de Obstetricia. Ella atendería eficientemente más de treinta
pacientes en el consultorio, y efectuaría, junto con la obstétrica, cinco
partos. Y una cesárea adicional, ayudada por el cirujano de guardia. Sin
conflictos ni problemas agregados que
UNA TARDE DE SEPTIEMBRE
(Obstetricia II)
Eran pasadas las dos de la tarde y me
proponía cerrar el recinto de
Ordenaba yo una vez más la superficie del
escritorio, cubierta por un mar de papeles y objetos diversos, cuando llamó uno
de los teléfonos. Era el negro, el interno, el más temible.
- Es de Obstetricia, doctor- me ofrecía el
tubo la secretaria, con un gesto de preocupación y urgencia.
- Sí, ¿Quién habla? ¿Qué sucede?- Mi voz
delataba una ansiedad que todavía no se justificaba.
- Soy la obstétrica de guardia, doctor, y
tengo un problema, un problema serio – y enfatizaba las últimas palabras.
- Bueno, dígame... - En realidad, lo que
menos deseaba en ese momento era que me dijeran lo que me estaban por decir.
- Estaba haciendo un parto, pero el bebé
de pronto empezó a encajarse, y no progresa. Está en el tercer plano y...
- ¿Y no está el médico de guardia?...
- La pregunta se contestaba sola; era
estúpidamente obvia.
- No, doctor. No hay guardia, y el médico
de planta ya se retiró.
- ¿Cómo está el bebé?
- Los latidos se oyen bien, todavía...
-¿No tiene goteo, verdad?
- No, doctor; el parto venía bien, pero
evidentemente hay una desproporción que no le permite progresar...
- Bueno, aguárdeme un momento
que voy a hacer una consulta, y mantenga a la paciente calmada...
- Está bien, doctor...
Mi cerebro comenzó a levantar temperatura;
el cuello se había contracturado súbitamente, y debajo del occipital dos
nervios hervían de tensión. Mediante el teléfono externo me comuniqué con el
Hospital de San Miguel (*). Su director
me relacionó con el jefe de Obstetricia, quien, al comentarle sucintamente el
caso, se expidió rotundo:
- Doctor, llame ya a la partera y dígale
que no permita que siga bajando el bebé; que empuje hacia arriba con un brazo
adentro y el puño cerrado, bien fuerte.
- De acuerdo -. Dejé el auricular sobre el
escritorio, y llamé por el interno a la obstétrica y le ordené que siguiera, sin dudas ni discusiones, esa
indicación, precisamente y sin demoras.
- ¿Y luego, doctor?...- Había regresado al médico de San Miguel.
- Prepare urgente la cesárea con los
cirujanos. Llámeme, si necesita aclarar algo, doctor; yo voy a quedarme un rato
más por acá.
- Entendido, y gracias, doctor -. Me
despedí e inmediatamente volví al interno. Ordené que trasladaran a la paciente
al quirófano del Servicio, y la prepararan para la cesárea. Mientras mi
secretaria convocaba al anestesista de guardia pasiva, para realizar la peridural, llamé al Servicio de Emergencia
por el interno, solicitando la presencia de la cirujana de turno en
- Permiso, doctor...
- Sí, adelante- y sin más trámite le
informé de la urgente necesidad de hacer la cesárea. El color de su cara viró
hacia el del níveo ambo de guardia.
Comenzó a tartamudear, y mis suprarrenales volvieron a protestar. El nudo en la
nuca se hacía gordiano.
- Pppero... yyo nnnunca hiice unna
ccceesárea... No puedo hacerla, doctor- concluyó con excesiva firmeza. Arrugaba
el ceño y estrujaba un borde de la chaqueta. La miré como quien contempla un
auto descompuesto en el medio del desierto. Ganas de patearle un guardabarros
no me faltaban.
- Bueno, siempre hay una primera vez,
doctora- repliqué, sin otra ambición que revertir su inesperada y sorprendente
decisión. Decisión que reafirmó irrevocable. Me levantaba del asiento para
hacer algo, probablemente alguna macana, aunque más no fuera de índole verbal,
cuando por detrás de ella, bastante más alto, apareció el residente de tercero
de cirugía, que acompañaba a la doctora en la guardia.
-¿Qué anda sucediendo, Doc? ¿Problemas?-
El tono jovial del muchacho, me alivió. Él siempre había sido harto
desenvuelto, y aparentaba contar con una amplia experiencia en sus años de
residente y los previos de practicante.
- Más que problemas, hiperproblemas. Hay
que hacer una cesárea urgentísima; no hay médico obstetra a la vista, el bebé
ya está casi encajado; tengo a la partera empujando con un puño y aguardando la
operación. Ya llamé al anestesista para hacer la peridural, pero...
-
Pero qué, doctor...
- Que la doctora no quiere operar; dice
que no sabe hacerla-. El residente la miró de soslayo, y la cirujana movía la
cabeza negativamente, mientras contemplaba el piso con fijeza, como si hubiera
extraviado alguna llave en la penumbra.
- La hago yo, doctor, no se preocupe
más... y que la doctora- y la señaló con el mentón a la cirujana, que parecía
haber descendido al nivel de practicante
de ingreso- me ayude-. Ella le sonrió abiertamente en señal de agradecimiento,
pero él ya no la miraba. Sus suprarrenales habían comenzado a prepararlo para
la acción.
- Bien doctorazo, partan ya para allá, que
yo voy a llamar a la pediatra para que se prepare- los despedí, ya con una luz
en el fondo del túnel.
Por el interno, negro menos tenebroso,
llamé nuevamente a la obstétrica y le di las últimas novedades; luego convoqué
a la pediatra de guardia.
- No pensarás que voy a estar allí, sola-
descargó en cuanto le conté el caso.
- ¿Pero cómo se te ocurre que voy a hacer
una cosa así? Descontá que yo voy a estar allí, a tu lado para lo que sea
necesario.
Había comenzado a recuperar algo de buen
humor, y, por otro lado, mi experiencia como pediatra avalaba mis dichos. Las
suprarrenales, o las coronarias, no sé cuales primero, ya no hubieran soportado otra discusión. Por lo
menos, por lo que restaba del día.
Tomé otro café y estuve jugueteando,
tentado, con un paquete de cigarrillos que alguien había olvidado sobre el
escritorio. Me llamó entonces la secretaria de Obstetricia, para informarme de
la llegada del anestesista, y abandoné la idea del tabaco.
Caminé lentamente hacia la maternidad, con
la cabeza en blanco, vacía de palabras,
ideas, pensamientos. Subí los dos pisos por la escalera, y cuando llegué, ya
estaban comenzando la intervención. La pediatra me señaló una silla junto al
sector de recepción de recién nacidos. Me acerqué al quirófano, y la partera se
volvió al verme y me saludó con la cabeza. Su brazo derecho se hundía, firme,
debajo de la verde pañoleta, sosteniendo el avance del bebé. El residente, con
la lámpara en la frente, alzó la cabeza y me guiñó un ojo. Comandaba con
solvencia.
- Relájese, jefe, que ya está casi
resuelto; viene todo bien- y volvió a zambullirse en la operación.
Me alejé hacia el pasillo, y contemplé el
paisaje a través de un ventanal. Las copas de los árboles, ya muy verdes, eran mecidas por un fuerte viento primaveral,
cuyo ímpetu hacía vibrar los vidrios de la enorme ventana. Con los oídos muy
abiertos pero sin volverme, presencié el nacimiento.
El líquido había sido claro, y el
aire entraba en los pulmones del niño
con naturalidad, saliendo luego con tranquilizadora estridencia. Suspiré
vigorosamente, mientras una sensación de cansancio extremo hormigueaba en mis
piernas, en mis brazos, en mis hombros, aflojando de improviso el nudo de la nuca. Volví a extrañar el
cigarrillo; deseaba en esos momentos sentir el humo ingresando hasta la punta de los pies.
Me arrimé a la pediatra, que en ese instante
aspiraba y secaba con satisfacción al varón de tres kilos y medio, que seguía
chillando con energía. En la carita se evidenciaba la máscara equimótica, fruto
del intento fallido de nacer por vía baja. Después me acerqué al quirófano y me
despedí del equipo.
- Enhorabuena, doctor - le dije al
residente- el bebé está bien. Gracias a todos...
- Para ser mi primera cesárea, no estuvo
mal, ¿verdad?- me respondió él con tono
festivo. No le creí, ni tampoco creí necesario verificarlo.
Bajé los dos pisos por las
escaleras, a los saltos. Eran casi las cuatro de la tarde. Cerré el despacho de
Varios meses de exhaustivas gestiones me
llevaría completar la guardia en el Servicio de Obstetricia. Entretanto...
habría que subsistir.
(*) Hospital
"Larcade" de San Miguel, Provincia de Buenos Aires.
CORAZÓN DE
HOJALATA
“...Dicho con otras palabras, me estoy
convirtiendo en esa clase de persona que en nada puede creer salvo en lo
falso...” (Yukio
Mishima: “Confesiones de una máscara”).
Invierno
2007
Llega, no
muy temprano. Le cuesta arrancar y
ponerse en condiciones para soportar los avatares del día. En administración no
obtiene respuesta aún a los requerimientos hechos días anteriores. Varios días.
La burocracia tiene sus tiempos. Avanza. En personal le comunican la buena
nueva de que salió un nombramiento. A poco de leer la resolución comprueba la
trampa. Hacen hincapié en incompatibilidades que ya han sido descartadas por
una nueva ley. Pero la burocracia es así. No se dieron por enterados todavía.
Habrá que contestarla. En la guardia chillan las médicas porque cae una gotera
del primer piso. Se rompió un filtro de esterilización. Dicen que lo están
arreglando. En el primer piso hay revuelo. Se juntaron pacientes de cirugía
infantil que debían estar en otra sala. Hace un mes que les indicaron con
motivo de la epidemia internar en traumatología. Lo siguen haciendo aquí,
trabando camas, sobrecargando la escasa enfermería, que oficia además de
camilleros. Habrá que hablar con el jefe de cirugía y poner punto final a esto,
hasta que pase el invierno. En el segundo piso también hay revuelo.
Considerable trabajo para la planta y las residentes. No quedan bocas de
oxígeno disponibles. Muchas derivaciones. De servicio hospitalario nos hemos
convertido en regional, y la fajina es mayúscula. Poner buena cara,
bancarse rictus de cansancio, prometer
tiempos mejores, más recursos en tiempo y forma. En definitiva, estimular,
colocar paños fríos, bajar la temperatura. Al fondo, en la terapia, el clima
arde. El teléfono no deja de sonar con
solicitudes de derivaciones de todas partes. “Intubado, hace horas lo están
bolseando en la guardia”. Mezclar y dar de nuevo. Hacer un inventario. Altas y
bajas. Poner colores a las camas facilitaría el trabajo de identificación por
gravedad. Las residentes se resisten a seguir trabajando a ritmo de catástrofe
continua. En las caras se les adivina el deseo de un recambio (¿será de jefe?).
“Altas, quiero altas”. Lo miran con mal disimulada bronca. “No los estacionen”,
y el colega de planta lanza un bufido que apaga una palmada en el hombro.
“Vamos, que hoy manda una felicitación el ministro para el Servicio”. “Cargadas
no, jefe”, le responden. ¡Qué chicos incrédulos! Sigue caminando, buscando
huecos donde podrían internarse los necesitados de más allá. Más allá. Amplia
región de diez millones de habitantes. Dicen los epidemiólogos que el uno por
ciento se interna. Ja. ¿De dónde sacarán esos números? En los papeles a los
burócratas y funcionarios todo les cierra. En el campo, la realidad se asemeja a Camboya (de otros tiempos, se entiende).
De pronto
le informan que el compresor de aire comprimido está fallando. Hace un ruido
raro. El otro ya capotó, con treinta años de uso. Hay que comprar uno urgente.
Y entretanto... rogar a Dios que éste aguante, porque sino, los siete
respiradores que bombean las veinticuatro horas, con oxígeno sólo no funcionan.
“No, las bombas de infusión no llegaron todavía”. Hay que volver a llamar. “No
se olviden de la compra de los dos saturómetros”, deja tras de sí el reiterado
rastro de reclamos. “Felicitaciones. Están haciendo un trabajo magnífico,
ejemplo para la provincia. Funcionan como el hospital de niños de
Ya de
noche, en su casa, llaman de
Epidemia
Señor Director:
"La epidemia de bronquiolitis
es una realidad que hiere con inusual severidad a nuestros niños y mantiene en
jaque a enfermeras y pediatras del conurbano bonaerense, principalmente, en una
lucha desigual contra las infecciones respiratorias, contra la falta de
organización de los servicios y su correlato anárquico en las redes de atención
y la carencia de recursos que, irónicamente, faltan donde se necesitan y sobran
donde no se usan. Además, hay guardias desbordadas por la demanda y salas de
internación sobrepasadas en su capacidad.
"Ser pediatra en estos momentos y trabajar en el ámbito público bonaerense
implica una terrible sobrecarga de trabajo y una angustiosa
responsabilidad." Fulano de tal, Hospital de...
El hombre se irritó un
poquito, pero casi inmediatamente envió ese nombramiento, tramitado desde hace
meses. Claro que con esas incompatibilidades, que más luego habrá que contestar
para no perderlo. Perder. ¿Quién pierde aquí? No todos. Algunos juegan con
hacer la plancha y llegar a octubre sin complicaciones. Octubre. “Hay que pasar
el invierno” decía el ingeniero Alsogaray, ministro de economía, hace cincuenta
años. Todavía siguen mandando los ministros de economía. ¿Y octubre qué es?
Es...la primavera. Luz, calor, brotes por todas partes, colores y perfumes que
explotan hacia el aire, la naturaleza
henchida en y de sí misma revive jubilosa. Y acá, además, la gente vota. La gente concurre a las urnas
para elegir sus representantes, sus autoridades... Elegir. Bonita palabra. A
veces suena hueca, como envase de hojalata, y
la realidad suele imponerse unívoca, sin opciones, con aplastante peso.
Yukio Mishima, genial
escritor japonés. Quiso cambiar la realidad de su país, y se suicidó en los 70 luego de dar una
arenga en un cuartel, donde nadie lo escuchó.
...”me
estoy convirtiendo en esa clase de persona que en nada puede creer salvo en lo
falso...”
Corazón
de hojalata. Coronarias de acero. ¿Resistentes? De lo mejor. ¿Inoxidables?
Según el proveedor.
EPIDEMIAS
Como quien viaja a lomos
de una yegua sombría…(J.Sabina)
Invierno 2009
Este año se demostró que ya no es sólo
pediátrica la epidemia invernal. El H1N1
le ha agregado un condimento siniestro a la mal llamada epidemia de
bronquiolitis (IRAB) de todos los inviernos, sacudiendo también a los Servicios
de Clínica Médica y a las Terapias Intensivas de adultos. Nada es suficiente
para contener la demanda del segundo y tercer nivel. Como ocurrió en las
últimas semanas de mayo y primeras de junio con el primer nivel (APS) que fue
desbordado en los Centros de Atención Primaria y tras su colapso (o la
demostración de su inoperancia), pasó a desbordar las guardias de los Hospitales.
Y la histeria jugó con la improvisación de quienes no supieron estar a la
altura de los acontecimientos como correspondía (a sus funciones), a pesar de
contarse con un informe del Ministerio de Salud de la Nación (año 2005), programa minucioso elaborado
por expertos para una eventualidad de tal calibre (que se esperaba desde la aviar, no desde la porcina), quizá porque estaban
mezclando peligrosamente la palabra epidemia
con elecciones, ambas en la sección E del
diccionario, como quien se encuentra en un cuarto a oscuras con un supuesto
enemigo armado y se carece de reflejos aunque más no sea para encender la luz…
Ante esto, parecería que los pediatras, más
regularmente baqueteados por el IRAB anual, al que los demás colegas miraron
siempre con recelo, respeto y una cierta dosis de “menos mal que a mí no me
pasa”, están mejor preparados para
enfrentar la emergencia. O por lo menos están habituados y no fueron
sorprendidos, que ya es algo, para empezar. Pero así era, hasta que les
mejicanearon el IRAB y universalizaron la necesidad desbordada, el reclamo
incontenible, y el trabajo se duplicó o triplicó en referencia al IRAB habitual
– se sentía por momentos, desesperantemente, que nunca daría tregua-, y el
riesgo de enfermar aumentó, por lo que había (y hay) que estar al día con las
“normas de bioseguridad”, tan habituales en nuestro medio como el respeto a las
normas de tránsito. Y nos decían que lo peor estaba por venir. La Provincia,
convulsionada por una carrera electoral que no vacilaron en culminarla en plena
época de epidemia, y sus autoridades sacudidas aún por los resultados adversos,
no se han manifestado aún sobre el fondo del combate frontal y en serio (Ej:
nombramientos de planteles básicos en los hospitales públicos Provinciales, equipamiento
adecuado, etc.) a esta amenaza real a la salud de una población que
mayoritariamente, no se encontraba (ni se encuentra) en las mejores condiciones
sociosanitarias. Me refiero, por supuesto, al tan mentado Conurbano Bonaerense
(CUB) y sus varios cinturones, protagonistas fundamentales y decisivos en las
elecciones que ya terminaron, para alivio de la población, que ahora piensa que
se van a ocupar en serio de ella, recuperación mediante de las autoridades de
turno.
Pensar,
programar, actuar. Pensar, programar, actuar. Estar atento y disponible las 24
horas del día los siete días de la semana, y si ocho fueran, ocho también.
Escuchar, filtrar, tener prioridades, tomar decisiones. Caminar, subir, bajar
escaleras, hablar poco y lo necesario con quien corresponde. Hacer pedidos
claros, evitar contradicciones. Responderle ciento por ciento a la gente a tu
cargo. Que sientan que hay un paraguas, un respaldo detrás de ellos, que nunca
van a quedar solos y a la intemperie…
Camas,
camas, camas… cuanto más críticas, más escasas. Hay que dejar chicos afuera
porque no se puede dar respuesta a todos los Hospitales de la zona y a los alejados que las demandan. Queda un sabor
amargo cuando el reclamo no se puede satisfacer. Y la accidentología, que
parece no ceder, sigue demandando y da mucha bronca, porque ni lo prevenible se
previene. Y se sigue llevando niños en motos y bicicletas, que más temprano que
tarde caen a la guardia con el bramido de las sirenas de los bomberos, cuando
no te llega un intoxicado con monóxido de carbono (CO), casa o casilla
incendiada mediante, y hay que ponerlo en la “cámara hiperbárica” pues tiene
más del 30% de carboxihemoglobina, pero la Provincia no cuenta con este
recurso, y como tampoco tiene convenio con el Hospital Naval ni te dan ninguna
solución por teléfono un sábado al mediodía, (el encargado de responder andaba
por Las Leñas disfrutando de un merecido aunque breve descanso), tenés que
gatillar 200 $ para que el médico de guardia pueda llevar ya al paciente,
posibilitando su recuperación. Punto. Avancemos.
¿Y la demanda que le hiciste al Ministerio
el año pasado para darle una estructura sólida a tu terapia pediátrica (UCIP),
que te llevó hasta presentar un Recurso de Amparo ante una Jueza de Menores…?
Nada, absolutamente nada. Y ahora, con la crisis encima, quienes te ningunearon
quieren ampliar las camas críticas y piden más camas, más camas, más camas… y
prometen pagarles como segundos terapistas lo que sea a médicos contratados baja la sugestiva palabra
“contingencia”. “¡Cuánta improvisación!”, pensás, y recordás que el Director de
Emergencias de la Provincia hablaba el año pasado de un déficit de más de cien
camas críticas pediátricas. ¡Y tuvieron
el expediente de nombramiento de una pediatra
cajoneado cinco meses para luego mandarlo dormir el sueño de los justos
en el Hospital de origen; decepcionada, ella terminó aceptando un cargo en el
Garrahan, mucho más rápidos y decididos que nuestra inefable Provincia para
incluir talentos jóvenes en su plantel de profesionales. Durísimo golpe a tu
UCIP, que todavía no completa su plantel básico, ni tiene miras de hacerlo…
Pero claro, en este año, el más mediático de todos, tomó forma la gran
contratación a terceros a un municipio del conurbano bonaerense, que aseguraba
proveería toda la infraestructura necesaria para combatir la epidemia H1N1 en
el ámbito de la Provincia… De esta manera, los Hospitales Provinciales, sostén
real de la Salud Pública de la Provincia, quedaron relegados a 2° término (si
pecamos de generosos…).
¿Y la historia de los residentes nuevos,
que demoraron un mes en la toma de
posesión del cargo? Había que ahorrar dinero en la Provincia. Un mes y el
puchito del aguinaldo, es mucha plata, y junio demandó gastos extraordinarios…
ya sabemos para qué, aunque ahora, viendo los resultados, nos preguntamos:
¿valió la pena?
Y día tras día se suceden las
internaciones, los pedidos de hospitales con menos recursos (a pesar de las
promesas de que el “municipio contratado” recibiría todas las derivaciones
solicitadas de 2° y 3° nivel), las bajas transitorias de médicos y enfermeras,
enfermos (no todos de gripe, pero la ausencia igual se hace sentir). No hay domingos ni feriados para el personal
de Salud. Dicen que las autoridades van a reconocer el esfuerzo con un premio
al final de la epidemia…
El adelanto de las vacaciones de invierno
disminuyó la demanda y mejoró el pronóstico del IRAB (me refiero a las
bronquiolitis de los bebés y niños pequeños),
adelanto que todos los años solicitamos los pediatras, y que nunca
escuchan quienes hoy escucharon porque los atemoriza la palabra “pandemia”, tal
vez porque el mundo los está mirando y contabilizando casos y muertos. Estamos
en el pico, dicen. ¿Estamos en el pico? ¿Y eso qué significa para nosotros, los
pediatras, que todos los años vivimos la misma historia? Cargos transitorios,
recursos transitorios, movida transitoria que siempre huele a histeria de
quienes tienen la responsabilidad de prever, procurar recursos, decidir y
actuar, con eficacia y eficiencia, según rezan los manuales de
Salud Pública. Si todos los días sale el sol por el este, ¿es motivo para
asombrarse que mañana lo veamos salir precisamente por el este? Si las
estaciones son primavera, verano, otoño e invierno, todos los años siguiendo un
ciclo solar completo de 365 día y fracción, y las epidemias de influenza, sincicial respiratorio y otros virus se
reiteran a partir del otoño y tienen el pico ya comenzado el invierno (meses de
junio y julio en este hemisferio austral), digo, ¿cómo podemos asombrarnos
siempre de la alta demanda de atención en esta época de enfermedades
respiratorias agudas? ¿Cómo es que siempre nos faltan camas de segundo y tercer
nivel, nos faltan enfermeras y médicos, nos faltan insumos, saturómetros y
respiradores? Y no me estoy refiriendo al H1N1 que vino este año a embarrar la
cancha…
Bueno, basta de charla, a lavarse las manos,
a ponerse el barbijo, a tener cerca el alcohol en gel, y seguir atendiendo:
-¿Qué tiene su chico, señora? ¿Cuándo empezó con la fiebre? ¿Le dio algún
remedio?- Mientras, se te empañan los
cristales de los anteojos por el aliento que escapa del barbijo, desdibujando
las figuras que tenés enfrente, y pensás con un dejo de resignada frustración
que hasta necesitan aprender a respirar, con este asunto del H1N1, quienes no
tienen incorporado el hábito quirúrgico…
Epílogo
Siga, siga, siga el baile…(A.Castillo)
Se sabe que
el virus del dengue dormita en algunos vientres de huevos y larvas del
Aedes (en mayor porcentaje en el albopictus
que en el aegypti) en cacharros y
demás recipientes que abundan en nuestro habitat, ahora aplicado al tema aéreo
del influenza. Cuando el sol vuelva a calentar esta superficie austral con
primaveral fuerza, otra preocupación aparecerá en los ceños fruncidos de
funcionarios que deberán responder a otra epidemia, y entonces, sí lamentarán
no haber eliminado huevos y larvas del
Aedes en el invierno que se les pasó luchando (¿luchando?) contra el H1N1. ¿Qué
serotipos combinarán próximamente estos nuevos zancudos? ¿Habrá posibilidades
de que aparezca el dengue hemorrágico? Estudiando huevos y larvas que dormitan
en el frío de los cacharros que pululan por doquier, porque basurales a cielo
abierto por estos lares no escasean, podríamos ir viendo qué variedades se nos
ofrecerán a través de la trompa de los “cebrados” mosquitos, si uno solo, si
dos, si tres, si cuatro… Y cuántas camas de terapia vamos a necesitar para
enfrentar la demanda primaveral- estival 2009-2010, y si tendremos ofertas por
cierre e inicio de temporada, como ser:
¡Se
ofrecen dos influenzas usados, aptos para inmunización, por un dengue
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