Recuerda que aquí tienes un amigo
Cuando pienses que la vida está de luto
Y no tengas una mano que tomar,
Cuando creas que el camino está cerrado,
Y no juegue la justicia como un par.
Cuando sientas en tu pecho un dolor sordo,
Por la bronca que no encuentra donde ir.
Y no tengas una mano que tomar,
Cuando creas que el camino está cerrado,
Y no juegue la justicia como un par.
Cuando sientas en tu pecho un dolor sordo,
Por la bronca que no encuentra donde ir.
Recuerda que aquí tienes un amigo,
Un amigo que te quiere de verdad.
Un amigo que te quiere de verdad.
Cuando pienses en las luces del camino,
Y te cubras de sombras poco a poco,
Cuando creas que se nubla tu mirada,
Pues no llega la sonrisa hasta tu boca,
Cuando sientas en la piel el sol que fuga,
Y el frío penetrando hasta los huesos,
Y te cubras de sombras poco a poco,
Cuando creas que se nubla tu mirada,
Pues no llega la sonrisa hasta tu boca,
Cuando sientas en la piel el sol que fuga,
Y el frío penetrando hasta los huesos,
Recuerda que aquí tienes un amigo,
Un amigo que te quiere de verdad.
Un amigo que te quiere de verdad.
Cuando pienses que no puedes resistirlo,
Y las piernas te respondan como piedras,
Cuando creas que la noche no termina,
Y se niegue a llegar el sueño bueno,
Cuando sientas la mordida del silencio,
Tus entrañas gruñendo en un abismo,
Y las piernas te respondan como piedras,
Cuando creas que la noche no termina,
Y se niegue a llegar el sueño bueno,
Cuando sientas la mordida del silencio,
Tus entrañas gruñendo en un abismo,
Recuerda que aquí tienes un amigo,
Un amigo que te quiere de verdad.
Un amigo que te quiere de verdad.
Cuando pienses que no estás y que tu cuerpo,
No se expresa al llamado de la sangre,
Cuando creas que no quedan ya salidas
Y te ahogue hasta el aire que respiras,
Cuando sientas que se rompen las palabras,
Y el encuentro te parezca un imposible,
No se expresa al llamado de la sangre,
Cuando creas que no quedan ya salidas
Y te ahogue hasta el aire que respiras,
Cuando sientas que se rompen las palabras,
Y el encuentro te parezca un imposible,
Recuerda que aquí tienes un amigo,
Un amigo que te quiere de verdad.
Un amigo que te quiere de verdad.
Cuando pienses que la vida está de fiesta,
Y en la fiesta de la vida no estás tú,
Cuando creas que en el cielo no hay estrellas,
Y no encuentres ni una flor en tu jardín,
Cuando sientas que el olvido es tu remedio,
Y la noche, tu refugio en soledad,
Y en la fiesta de la vida no estás tú,
Cuando creas que en el cielo no hay estrellas,
Y no encuentres ni una flor en tu jardín,
Cuando sientas que el olvido es tu remedio,
Y la noche, tu refugio en soledad,
Recuerda que aquí tienes un amigo,
Un amigo que te quiere de verdad.
Un amigo que te quiere de verdad.
¡Recuerda que aquí tienes un amigo,
Un amigo que te quiere de verdad!
Un amigo que te quiere de verdad!
Un amigo que te quiere,
Un amigo de verdad…
Un amigo de verdad…
Oda a mis manos
Hay veces que
sólo en mis manos confío,
Y de ellas
quiero hablarte ahora,
De
ellas, su lenguaje habla por mí.
Manos
germinadas en la quietud uterina de mi madre,
Nacidas
para tocar y para ser tocadas,
Para cerrarse
con presión necesaria,
Y que
alguna vez golpearon, pero odian
hacerlo.
Que gustan acompañarme en quietud o movimiento,
Y darme a
veces lo que quiero, y otras lo que no
quiero.
Manos que
se unen entre sí, se cuidan y se
guardan,
Manos que
saben de letras y de música.
Manos que saben
estrechar otra mano abierta
Y
reconocer del enemigo al amigo.
Manos que
saben cerrarse y blanquear los nudillos,
Pero desean permanecer abiertas,
Que día
tras día y hora tras hora buscan la manera
De
completar la acción y después recogerse
En la
calma.
Manos que
se helaron, extraviadas,
En el
silencio infantil de oscuros templos,
Manos
que saben entibiarse al calor de las llamas
De un
fuego que aprendieron a encender
Con la misma
parsimonia y rapto con que encienden
La piel
solícita y cercana de la mujer deseada.
Manos que
cuando se unen completan el círculo
Que
protege y ayuda a convivir con uno
mismo.
Manos que
saben de gestos, de abrigos, de piel,
Manos que
se buscan y se miran entre sí,
Y de tanto
hacerlo, buscan otras manos.
¡Buscan
las tuyas!
Manos que
aprendieron a calmar el sufrimiento,
Al tocar con
adiestrado celo el dolor ajeno.
Manos que
escriben lo que ahora voy escribiendo
Y que
escribieron antes lo que ya he escrito.
Manos que
toman, que dejan, que estrujan, que alisan,
Manos que
se prenden febrilmente
Cuando me
encuentro suspendido en el abismo
Y no sueltan.
Manos que
han aprendido a conducir, y a veces
A ser
conducidas.
Manos con
diez maravillosos apéndices.
Manos que
saben sostener un arma, pero odian el gatillo,
Que conocen
su poder, y han aprendido a no usarlo.
Manos que
hubieran querido aprender a deslizarse
Por
el teclado del piano, y solas tamborilean
Con la
música de Brahms, de Schubert o Chopin,
Manos que
dicen lo que sienten y lo expresan con gestos
Más
fuertes y elocuentes que las palabras,
Manos que
a veces, ansiosas, se abren y se cierran,
Y se
estrujan entre sí, frías, sudorosas.
Manos que
tiemblan de rabia pero se aquietan en el placer,
Manos que
conservan los oficios que aprendieron en el tiempo.
Manos que
al morir,
Entregaría
a quien sea, como parte de pago,
Para que ayuden y acompañen
Como lo
han hecho conmigo durante tantos años.
Manos que
saben tanto de mí
Como
quieren saber de ti.
Manos que
nunca olvidarás cuando las veas,
Cuando te
vean.
Manos que
sabrán halagarte, guardarte, y extasiarte
En los
placeres sublimes de la piel,
Manos que
sabrán encontrarte,
Y serán
ellas, quizá, las que no te dejen
partir.
Manos,
siempre ellas, allí están,
donde las
quiero, donde las quieras.
Ellas pueden
vigilar el reposo de tu sueño,
Ellas
dirán por mí lo que quiero decirte.
Sólo ellas
son confiables. Confía en ellas.
Cuando se
aquieten entre las tuyas lo sabrás,
Porque
ellas serán tus manos entre las tuyas.
¡Mis
manos, tus manos!
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