La vida simplemente así. Como la verdad, como la parrhesía. La vida en todas sus
manifestaciones que nos ofrece este planeta desde su superficie terrestre, aérea y acuática. La
vida humana, una parte, una porción ínfima en la historia de la vida planetaria.
Una porción que desde el suelo parece abarcarlo todo, pero que vista con un
poco de distancia, desde la Luna p.e.,
parece no existir. La vida humana, vivida desde el homo sapiens sapiens con el afán de encontrarle “un sentido a la
vida”. Y la vida no ofrece sentido, la vida no da explicaciones, la vida no
pide nada, no da nada, no es justa ni injusta. Está, se desarrolla, muta,
evoluciona, se explica por sí misma, es.
En la búsqueda inagotable del hombre por encontrar el verdadero sentido de la vida,
ha creado seres superiores, que en la antigüedad eran cercanos a los hombres,
crueles a veces, otras amables (hasta se reproducían con ellos), hasta entelequias Únicas que, desde todas partes y
de ninguna, le transmitían y transmiten la clave o las claves para
darle "el verdadero sentido a su vida". Por otro lado, la evolución del hombre le hizo
buscar y encontrar un sentido más práctico a la vida, aplicable a su vida, el del crecimiento económico, en la creación y el uso de
instrumentos que le permitieron dominar a
la Naturaleza y los seres vivos que la pueblan, manejarla a su antojo, y ya en
los siglos últimos, crear tecnología sofisticada en materia de transportes y
comunicación, desarrollo urbano, alimentos, medicina, etc. que le han dado
sustento a otra visión del siempre buscado “sentido de la vida”. Mejorar las
condiciones de vida del hombre parece llamarse esto, a expensas de lo que sea, como si el hombre fuera el
verdadero, genuino, casi único representante de la vida en la tierra. Pero el
hombre no cesa ni cesará en la búsqueda de esa necesidad esencial, el sentido
de la vida, y más cercano a él, el sentido de “su vida”. Alejado de la
Naturaleza biológica, a la que siempre utilizó para su provecho, creó la Bioética
como un mecanismo compensatorio para sus carencias. Pero en realidad la aplica
como Humanoética, reservando para el resto de los seres vivos que utiliza en
investigación científica, la condescendencia de “evitarles todo sufrimiento
innecesario”, y no vacila en experimentar con el cerebro abierto de un
chimpancé, pero pone el grito en el cielo si alguien experimenta con células humanas embrionarias…
Si la vida no pide sentido, sino mínimo respeto, si la vida no
ofrece sentido sino selección natural, si la vida simplemente ordena ser vivida, y la evolución
nos llevó a los hombres a una etapa superior del resto de los seres vivos,
¿cuesta tanto entender la responsabilidad que llevamos a cuestas desde siglos de comprenderla y cuidarla, que cada vez más nos empecinamos en ignorar, en abandonar sistemáticamente esa responsabilidad por “ilusoria”, poco práctica, inútil? Así nos parece mientras nos atiborramos
de ideologías y sofisticada tecnología, de valores en billetes que mueven y
apasionan al mundo, sin tener en cuenta las consecuencias que para el resto de
la vida en el planeta este accionar y esta metodología perversa acarrea
(perversa porque el hombre en general la
interpreta a la inversa). Llevamos a cuestas la carga de la responsabilidad de
crecer, desarrollarnos y evolucionar siguiendo, como reza desde antiguo la
medicina, el primun non nocere o, de
la moderna Bioética, los principios de beneficencia, no maleficencia, autonomía
y equidad.
Lamentablemente, a esta altura, para mí, para vos, para un individuo, un ser humano común, como
todos, como cualquiera, le resulta imposible sobrevivir sin atenerse a
las reglas y leyes de sus congéneres, variadas según cada sociedad, pero atadas
al común denominador de lo humano como principio rector de la vida en este planeta. Al hombre sólo le preocupa el
hombre, la familia humana, las sociedades humanas, las naciones humanas… No es
posible sobrevivir fuera de eso. (Véase en los humanos diccionarios, que lo
humano es lo hermoso, lo bueno, lo aceptable, y lo inhumano es lo aborrecible, lo cruel, lo inaceptable). Pero es
posible entender, darse cuenta, tener en cuenta la enormidad de las contradicciones que nos poseen a diario, y volver a los griegos y a su epiméleia heautóu, a su parrhesía,
y aprender a saber quién uno es para encontrarse con la propia naturaleza que
tiende a insertarse naturalmente en la Naturaleza, y manifestarlo, no con “voluntad
de verdad” como habitualmente el hombre impone su manera de pensar, su
ideología, sino como verdad inmanente, no oculta, apta para ser percibida por
quien abra sus sentidos al fluir de la vida, en cambio de buscar incansablemente, sin cuestionamientos ni soporte
verdadero, el sinsentido,a mi juicio, del: “verdadero sentido de la vida”.
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