domingo, 16 de marzo de 2025

El CRISTIANISMO. Un diálogo con James Joyce y Bertrand Russell

                                                       I        


James Joyce, en su novela temprana Retrato de un artista adolescente describe la atormentada  relación de un adolescente con la iglesia católica en la ciudad de Dublin a principios del siglo XX en un colegio de la Compañía de Jesús.

 El protagonista, Stephen Dedalus, de 16 años cursa el secundario con creencias muy sólidas tanto religiosas como filosóficas, pero los pecados de la carne lo corroen con sus inevitables contradicciones.

Asiste a un seminario donde en director, con todo lujo de detalles, informa a su público de adolescentes entrampados con el dogma irracional de la iglesia católica, de los variados métodos de agudizada tortura que les espera, in eternum a quienes la muerte les sorprenda en pecado mortal. Y no hay salida posible. El Supremo lo ha decidido así, en su inconmensurable bondad y omnipotencia sin límites ni atenuantes: “los malditos irán al infierno por toda la eternidad y en el transcurso de esa interminable estadía, sufrirán los tormentos que mal pueden imaginarse en esta vida”. Y el director se explaya hasta en los más mínimos detalles describiendo los avatares que les esperan a aquellos, y pasea una mirada severa sobre el alumnado con lo contempla azorado, en silencio y quietud de mortaja. Stephen piensa que está perdido. No ha confesado sus pecados mortales, sus pecados de la carne (los peores para la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana), y al salir del seminario interminable con la sensación que impresiona como de inminente e inevitable disolución en el perpetuo fuego del advertido inferno, considera la necesidad de buscar la ofrecida solución a través de la necesaria confesión. Pero no la buscaría en el colegio, tan cercano a sus compañeros, directores y profesores.

 Stephen finalmente encuentra una iglesia alejada del colegio, se confiesa largamente pues es interrogado inquisitiva y detalladamente por el confesor acerca de las características de sus pecados carnales. Finalmente logra la absolución a través del poder de Dios de perdonar los pecados a los hombres, poder “transmitido” curiosamente in toto a la grey sacerdotal, que no vacila en ejercer ese poder en todo momento, en toda circunstancia, en todos sus súbditos, con la única condición del “arrepentimiento” sincero y la asunción del necesario mea culpa y la proposición de abandonar esos malos hábitos y no volver a recaer en el pecado.

Las hormonas por un lado, y la culpa y los remordimientos por el otro hacen de la vida del adolescente un infierno en la tierra. Pero al salir de la iglesia, Stephen se siente liviano, sin pensamientos pecaminosos, que ahuyenta en cuanto insinúan asomarse a la superficie, y la promesa de una vida eterna en el Paraíso le hace desear la muerte en el estado de gracia adquirido por la confesión.

 Tan devoto se muestra entonces Stephen en su ambiente escolar entre compañeros, profesores y directivos que un día uno de éstos lo cita en su despacho para hablarle de su futuro, su piadoso futuro, insinuándole la toma de los hábitos.

 Tras pensarlo unos días, Stephen decide que el sacerdocio no es para él, y un  día sale a caminar, solo, hacia el mar. Reafirma su decisión de responderle negativamente al director, y en un momento dado ve a una muchacha sentada en una roca y jugueteando con los pies en el mar. Ella de pronto lo mira, y él la mira a ella.

 Dejemos a Joyce que nos describa la escena:

 "¿Dónde estaba ahora su adolescencia? ¿Dónde estaba el alma que había reculado ante su destino para cavilar a solas sobre su propia miseria y para coronarla allá  en su morada de sordidez y subterfugios, envuelta en un lívido sudario con guirnaldas, marchitas ya al primer roce? ¿Dónde, dónde estaba?”

“Solo, libre, feliz, al lado del corazón salvaje de la vida. Estaba solo y se sentía lleno de  voluntad, con el corazón salvaje…”

 “Una muchacha estaba ante él, en medio de la corriente, mirando sola y tranquila mar afuera. Parecía que un arte mágico le diera la apariencia de un ave de mar, bella y extraña. Estaba mirando mar adentro, y cuando sintió la presencia de los ojos de Stephen, los suyos se volvieron hacia él, soportando aquella mirada, ni vergonzosos ni provocativos.”

 “¡Dios del cielo!- exclamó Stephen en un estallido de pagana alegría. Se apartó súbitamente de ella y  echó a andar playa adelante. Tenía las mejillas encendidas, el cuerpo como una brasa; le temblaban los miembros y avanzó adelante, playa afuera, cantándole un canto salvaje al mar, voceando para saludar el advenimiento de  la vida cuyo llamamiento acababa de recibir.”

 “¡Vivir, errar, caer, triunfar, volver a crear la vida con materia de vida! Un ángel salvaje se le había aparecido, el ángel de la juventud mortal, de la belleza mortal, enviado por el tribunal estricto de la vida para abrirle de par en par todos los caminos del error y de la gloria. ¡Adelante!, ¡Adelante!”

 Stephen Dédalus se convierte así en un ser único, mortal, sensible e inteligente  al mismo tiempo, que parte hacia su destino, que ignora, y abandona y se aleja de los atavismos que lo mantenían ligado a los designios de quienes detentaban arbitraria y dogmáticamente, el poder milenario del catolicismo irlandés.

 

                                                                              II

 

Por qué no soy cristiano es el título de un libro de ensayos y discursos sobre el cristianismo y su oscura y tenebrosa doctrina, que Bertrand Russell dictó y escribió desde principios hasta mitad del siglo XX, tanto en Inglaterra como en EEUU.

 A través de sus claros pensamientos, escritos  y discursos pone en evidencia las abundantes contradicciones de rígido dogma del cristianismo desparramado por el mundo desde hace XX siglos con sus múltiples iglesias, su metodología perversa para mantener a su grey sometida a lo largo del tiempo y espacio a través del miedo, la superstición, y los más variopintos discursos oscuros de los “misterios” que ni siquiera a los intermediarios en la tierra Dios se habría dignado transmitir, pues sólo les dictó  los títulos, y en  ninguno de ellos se acerca a una razonable explicación. Por ejemplo, el misterio de la Santísima Trinidad que puede rastrearse en Platón, es una cuestión que nunca se han propuesto aclarar. (Talleyrand, El cristianismo sin careta, n. del a.)

 ¿Qué se da a entender con la palabra “cristiano”?, se pregunta Russell. ”Hay quienes entienden por ello la persona que trata de vivir virtuosamente, aunque con ello, ¿el resto de la gente que no es cristiana no trata de vivir virtuosamente?”. Piensa que se debe tener una cierta cantidad de creencia definida antes de tener el derecho de llamarse cristiano. Hay que creer en Dios y en la inmortalidad. Y hay que tener alguna clase de creencia acerca de Cristo.

“Por lo tanto, cuando digo que no soy cristiano, digo dos cosas diferentes: Que no creo en Dios ni en la inmortalidad, y tampoco creo que Cristo fuera el mejor y el más sabio de los hombres, aunque le concedo un alto grado de virtud moral.

Debe agregarse la creencia en el infierno. En Inglaterra, en la época del autor,  a mediados del siglo XX, por decisión del Consejo Privado y Ley del Parlamento, se consideró innecesaria la creencia en el infierno para ser cristiano. (las otras iglesias cristianas lo siguen manteniendo vigente, n. del a.).

Russell analiza en tema de “La existencia de Dios”, y los argumentos de la Iglesia Católica que dice que puede ser probada por la razón sin ayuda, o sea, como cuestión de fe. Esgrimen “el argumento de la primera causa”. Y la “primera causa” es Dios. Si todo tiene una causa, ¿quién hizo a Dios? La idea de que todas las cosas tienen que tener un principio, se debe a la pobreza de nuestra imaginación, termina el autor.

El argumento de la “ley natural” mediante las ideas de Isaac Newton y su cosmogonía, la ley de gravitación. La idea de que las leyes naturales implican un legislador se debe a la confusión entre las leyes naturales y las humanas. Las humanas son preceptos que le mandan a uno a proceder de una manera determinada, pero las leyes naturales son una descripción de cómo ocurren realmente las cosas, y como son una mera descripción, carecen de un autor determinado. Los argumentos a favor de la existencia de Dios cambian de carácter con el tiempo. En la época moderna, se hicieron menos respetables intelectualmente, y estuvieron cada vez más influidos por una especie de vaguedad moralizadora.

 El argumento del Plan: todo en el mundo está hecho para que podamos vivir en él, si el mundo variase un poco, no podríamos vivir. Cuando se examina el argumento del plan, es asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas que hay en él, con todos sus defectos, fuera lo mejor que la omnipotencia y la omnisciencia han logrado producir en millones de años. Este argumento no resiste a un razonamiento basado simplemente en el sentido común (n. del a.).

Los argumentos morales de la deidad. Kant introdujo un argumento moral muy popular en el siglo XIX. “Que no habría bien ni mal si Dios no existiera”.  Pero si Dios es bueno, el bien y el mal están fuera de él, son independientes del mandato de Dios. Y serían en esencia lógicamente anteriores a Dios. Si se quiere, se puede decir que hubo una deidad superior que dio órdenes al Dios que hizo este mundo o, siguiendo el criterio de los gnósticos, en realidad el mundo que conocemos fue hecho por el demonio, en un momento en que Dios no estaba mirando. Hay mucho que decir en cuanto a eso, finaliza Russell, y no pienso refutarlo. Vale la metáfora, (n. del a.).

El argumento del remedio de la injusticia, es aquél que dice que la existencia de Dios es necesaria para traer la justicia al mundo. Pero en este mundo reina la injusticia, no la justicia, y si hay injusticia aquí, es probable que haya injusticia en el resto del universo. El argumento de que Dios trae la justicia al mundo, se cae por su propio peso. O tal vez  se está demorando demasiado en traerla. (n. del a.).

Pero estos argumentos de los que he hablado, dice Russell, son intelectuales y no son los que mueven a la gente. La mayoría de la gente cree en Dios porque le han enseñado a creer desde su infancia, y esa es la razón primordial. Esto es básico, el cerebro infantil es maleable, fértil a la fantasía, la superstición y lo sobrenatural. Allí la semilla crece y se desarrolla sin obstrucciones (n. del a).

El carácter de Cristo ¿Era el mejor y el más sabio de los hombres?, se pregunta Russell.      Se da por sentado que era así; yo no lo creo, afirma., aunque agrega que: hay muchos puntos en que está de acuerdo con Cristo, pero por las razones contrarias a las que siguen la mayoría de los cristianos, como la no resistencia al agravio y poner la otra mejilla, o el no juzguéis si no queréis ser juzgados, al que pide, dale y no tuerzas el rostro al que pretenda de ti algún préstamo. Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres…

   Para mí, hay un defecto muy serio en el carácter moral de Cristo, y es que creía en el infierno.  Yo no entiendo, sigue Russell, que ninguna persona profundamente humana pueda creer en un castigo eterno.  

Se hallará en el Evangelio un Cristo iracundo:

“¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno?” “Pero quien hablase contra el Espíritu Santo, despreciando su gracia, no se le perdonará ni en esta vida ni en la otra”. “Y si es tu mano derecha la que te sirve de escándalo o te incita a pecar, córtala y tírala lejos de ti; pues mejor te está que perezca uno de tus miembros, que no el que vaya todo tu cuerpo al infierno, al fuego que no se extingue jamás.”

Toda esta doctrina, de que el fuego del infierno es un castigo del pecado, es una doctrina de crueldad. Es una doctrina que aumentó la crueldad en el mundo y dio al mundo generaciones de cruel tortura. Y el Cristo de los Evangelios, aceptado como lo representan sus cronistas, debe ser considerado en parte responsable de eso.                                                                                                                                                    
Hay otros hechos, como los cerdos de Gadar, donde metió los diablos en sus cuerpos  y los precipitó colina abajo hacia el mar. Y luego, la curiosa historia de la higuera, la vio, tuvo hambre, y al acercarse comprobó que no tenía frutos. No era época, pero igual se irritó y le mandó a la higuera: “que nunca jamás coma ya nadie fruto de ti…” Pedro le dijo: “Maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado”.

“Yo no puedo pensar que, ni en virtud ni en sabiduría, termina Russell, Cristo esté tan alto como otros personajes históricos. En estas cosas, pongo por encima de Él a Buda y a Sócrates".                                                                                                                                   

Russell descree que la gente acepta la religión por la argumentación; la acepta emocionalmente. Se dice que “todos seríamos malos si no tuviéramos la religión cristiana”. A  mi me parece que es al revés, dice él. Cuanto más intensa ha sido la religión en cualquier período, y más profunda la creencia dogmática, ha sido mayor la crueldad. En las llamadas edades de la fe, con la Inquisición,  hubo muchas mujeres  quemadas por brujas y  hombres quemados  por herejes (Giordano Bruno, Julio Cesare Vanini, p.e.), y toda clase de crueldades practicadas en nombre de la religión.

“Pienso que todo el progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, hacia un mejor trato de las diferentes razas de otro color que el blanco, que todo paso hacia la supresión de la esclavitud, que todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias organizadas del mundo. Y digo que la religión cristiana, ha sido y es aún, la principal enemiga del progreso moral del mundo”, termina Russell.

Con el tema de la llamada moralidad, la Iglesia inflige a la gente toda clase de sufrimientos inmerecidos e innecesarios, y se opone al progreso y al perfeccionamiento de todos los medios de disminuir el sufrimiento del mundo, porque ha decidido llamar “moralidad” a ciertas reglas estrechas de conducta que nada tienen que ver con la felicidad humana. ¿Qué tiene que ver la moral con la felicidad humana?, se preguntan desde el cristianismo: El objeto de la moral no es hacer feliz a la gente, se responden.

“A mi entender, la religión se basa en el miedo”, dice Russell. “La ciencia puede enseñarnos a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino más bien a hacer con nuestro esfuerzo que este mundo sea un lugar habitable, en vez de ser lo que han hecho de él las iglesias en todos estos siglos”

“Todo el concepto de Dios es un derivado del antiguo despotismo oriental. (Ver Las Ruinas de Palmira, capítulos XX-XXIII, n. del a.). Es un concepto indigno de los hombres libres. Cuando se oye en la iglesia a la gente humillarse y proclamarse miserables pecadores, parece algo despreciable e indigno de seres humanos que se respetan…Un mundo bueno necesita conocimiento, bondad y valor, no el pesaroso anhelo del pasado, ni el aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace mucho por hombres ignorantes”.

En el capítulo ¿Ha hecho la religión contribuciones útiles a la civilización? (1930), Russell dice que: “Mi opinión acerca de la religión es la de Lucrecio. La considero como una enfermedad nacida del miedo, y como una fuente de indecible miseria para la raza humana. Aunque no puedo dejar de reconocerle que ha contribuido en parte a la civilización: ayudó a fijar el calendario, e hizo que los sacerdotes egipcios escribieran la crónica de los eclipses. Sólo esos dos servicios estoy dispuesto a reconocerles.

“Lo más importante del cristianismo, desde el punto de vista social e histórico, no es Cristo sino la Iglesia, y si vamos a juzgar al cristianismo como fuerza social, no debemos buscar nuestro material en los Evangelios. Ni los católicos ni los protestantes siguen las enseñanzas de Cristo. Algunos franciscanos trataron de enseñar la doctrina de la pobreza apostólica, pero el Papa los condenó, y su doctrina fue declarada herética. “No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados”, y preguntémonos la influencia que esos dichos han tenido sobre la Santa Inquisición…

No hay nada accidental en la diferencia entre la Iglesia y su Fundador. En cuanto la absoluta verdad se supone contenida en los dichos de un cierto hombre, surge un cuerpo de expertos que interpretan lo que dice, y esos expertos adquieren poder, ya que tienen la clave de la verdad. Y como cualquier casta privilegiada, emplean el poder en beneficio propio.                                                                                                   

La Iglesia combatió a Galileo y a Darwin, en nuestra época combate a Freud, decía Russell en 1930. En épocas de mayor poder fue más allá en su oposición a la vida intelectual. El Papa Gregorio el Grande, (540- 604) escribió a cierto obispo una carta que decía:” Nos ha llegado el informe, que no podemos mencionar sin rubor, de que enseñáis gramática a ciertos amigos…” El obispo fue obligado por la autoridad pontificial a desistir de su maligna labor, y la latinidad no se recuperó hasta el Renacimiento, iniciado aproximadamente en los siglos XV y XVI (n. del a.).

“La peor actitud de la religión cristiana, es la que tiene con respecto al sexo, tan morbosa como antinatural, que sólo se la puede comprender cuando se la relaciona con la enfermedad del mundo civilizado en el momento en que decaía el Imperio Romano”.

“A veces oímos que el cristianismo ha mejorado la condición de las mujeres. Esta es una de las mayores perversiones de la historia que se han podido realizar. La mujer ha sido para el judeo-cristianismo fuente de tentaciones impuras desde sus orígenes, es algo así como un “mal necesario” para la procreación, (y la mortalidad materna durante siglos dejó abundantes viudos, repetidos viudos; salvo excepciones, en su mayoría eran las mujeres solteras quienes llegaban a la longevidad hasta el siglo XIX). (n. del a.).

El cristianismo se opuso, y se opone todavía al resultado de las dos revoluciones pacíficas del siglo XX: El sexo sin reproducción, en la década del 60 con la aparición de los anticonceptivos, y La reproducción sin sexo, con el nacimiento por reproducción asistida (FIV) de la beba Brown en 1978. (n. del a.).

El concepto del pecado unido a la ética cristiana causa un enorme daño, ya que da a la gente una salida a su sadismo, que considera legítimo y noble. No solamente con respecto al proceder sexual, sino también con respecto al conocimiento de los temas sexuales, la actitud de los cristianos es peligrosa para el bien común. La ignorancia artificial que fomentan los cristianos ortodoxos sobre los temas sexuales, incitan a la actitud de considerar al sexo indecente, y salvo las excepciones habilitadas por el matrimonio, pecaminoso.

Las doctrinas fundamentales del cristianismo exigen una gran cantidad de perversión ética antes de ser aceptadas. El argumento cristiano usual es que el sufrimiento del mundo es una purificación del pecado, y por lo tanto, una cosa buena, significando este pensamiento sólo una racionalización del sadismo.

El alma y la inmortalidad:

El énfasis cristiano acerca del alma individual ha tenido una profunda influencia sobre la ética en sus comunidades. La virtud social estaba excluida de la ética cristiana. Hasta hoy los cristianos piensan que un adúltero es peor que un político que acepta sobornos, aunque este último hace un mal mil veces mayor. El concepto medieval de la virtud era algo ligero, débil y sentimental. El hombre más virtuoso era el que se retiraba del mundo. La Iglesia no consideraría jamás santo a un hombre porque reformase las finanzas, la ley criminal o la judicial. Tales contribuciones al bienestar humano se considerarían como carentes de importancia. No hay un solo santo en todo el calendario cuya santidad se deba a obras de utilidad pública. Creo que es claro que el resultado neto de todos estos siglos de cristianismo ha sido hacer a los hombres más egoístas, más encerrados en sí mismos, pues los impulsos que sacan al hombre fuera de los muros de su ego son los del sexo, la paternidad y el patriotismo o instinto de rebaño. La Iglesia ha hecho todo lo posible para degradar al sexo; los afectos familiares fueron vituperados por el mismo Cristo y por la mayoría de sus discípulos, y el patriotismo carecía de lugar entre las poblaciones sometidas al Imperio Romano. La Iglesia trata a la Madre de Cristo con reverencia, pero Él no muestra esta actitud: “¿Mujer, qué nos va a mí y a ti?”. Éste es su modo de hablarle. También dice que ha venido para separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre…y “quien ama al padre o a la madre más que a mí, no merece ser mío”.(San Mateo, X: 35-7). Todo esto significa la ruptura del vínculo biológico familiar por causa del credo, una actitud que tiene que ver con la intolerancia que se extendió por el mundo con el advenimiento del cristianismo.

“Este individualismo culminó en la doctrina de la inmortalidad del alma individual. Las circunstancias de que ello dependía eran algo curiosas. Si se moría inmediatamente después que un sacerdote hubiera rociado agua sobre uno tras pronunciar ciertas palabras, se heredaba la dicha eterna; pero, si después de una vida larga y virtuosa uno moría repentinamente luego de emitir una blasfemia por cualquier circunstancia banal, se heredaba un eterno tormento. Esta es la doctrina ortodoxa creída firmemente hasta hace poco. Los españoles de México y Perú solían bautizar a los niños indios y luego estrellarles los sesos; así se aseguraban de que aquellos niños iban al Cielo. En mil modos la doctrina de la inmortalidad personal en la forma cristiana ha tenido efectos infaustos sobre la moral, y la separación metafísica de alma y cuerpo ha tenido efectos desastrosos sobre la filosofía”.

“La intolerancia que se extendió por el mundo con el advenimiento del cristianismo, se debe a mi entender a la creencia judía en la virtud y en la exclusiva realidad del Dios judío. Al poner de relieve la virtud personal y que es malo tolerar cualquier religión excepto una, han tenido un efecto extraordinariamente desastroso sobre la historia occidental. Es cierto que el cristianismo moderno es menos severo, pero ello no se debe al cristianismo; se debe a las generaciones de librepensadores que, desde el Renacimiento hasta el día de hoy, han avergonzado a los cristianos de muchas de sus creencias tradicionales. Se oye a algunos cristianos modernos decir lo suave y racionalista que es realmente hoy el cristianismo, ignorando el hecho de que toda su suavidad y racionalismo se debe a las enseñanzas de los hombres que en su tiempo fueron perseguidos por cristianos ortodoxos. La mutilación gradual de la doctrina cristiana ha sido realizada a pesar de su vigorosa resistencia, y sólo como resultado de los ataques de los librepensadores”.

“Caridades de exégesis”. Así llamaba Jean Jaurès a las interpretaciones bíblicas que permiten pasar sin dolor del dogma largo tiempo procesado a la verdad mejor conocida. Puede verse aquí la tolerancia de los librepensadores, incluso hacia los cristianos dogmáticos (n.del a.).

La idea de la virtud:

“El análisis de la virtud demuestra, a mi entender, que tiene su raíz en pasiones indeseables. La virtud y el vicio deben ser tomados juntos. Ahora bien, ¿qué es el “vicio” en la práctica? Es “una clase de conducta que disgusta al rebaño”. Mientras el rebaño es virtuoso, por definición, pone de relieve su propia estimación en el momento en que libera sus impulsos de crueldad. La esencia del concepto de virtud reside, por lo tanto, en proporcionar una salida al sadismo, disfrazando de justicia a la crueldad. La virtud es lo que la Iglesia aprueba, y el vicio lo que reprueba. Parecería, por lo tanto, que los tres impulsos humanos que representa la religión son el miedo, la vanidad y el odio. El propósito de la religión es dar cierta respetabilidad a estas pasiones, con tal de que vayan por los canales que ella establece.  Se podría objetar que el odio y el miedo son características humanas esenciales, la humanidad los ha sentido siempre y los seguirá sintiendo. Como esto es así, “sería mejor dirigir ese odio contra los que son realmente dañinos” y esto es lo que la Iglesia hace, los canaliza mediante su concepto de virtud.

Con el concepto de virtud, la Iglesia menosprecia a la inteligencia y a la ciencia. El adquirir conocimientos no forma parte del deber de los feligreses, y aunque ahora no los considera pecaminosos como antes, sigue considerándolos peligrosos, pues pueden llevar al “orgullo del intelecto” y por lo tanto poner en tela de juicio el dogma cristiano.

“Tómese como ejemplo dos hombres, uno de los cuales ha acabado con la fiebre amarilla en una gran región tropical, pero durante sus trabajos ha tenido relaciones ocasionales con mujeres fuera del matrimonio, mientras que el otro, perezoso e inútil, ha engendrado un hijo por año hasta que su mujer ha muerto agotada, y cuidando tan poco a sus hijos que la mitad han muerto tempranamente de causas evitables. Pues todo buen cristiano tiene que mantener que el segundo de estos hombres es más virtuoso que el primero. Evitar el pecado sería más importante que el mérito positivo”.

“Una educación destinada a erradicar el miedo, el odio y los tabúes sexuales sostenidos como esenciales en la educación cristiana no sería difícil de crear y llevar a la práctica. Y cambiar al mundo y acercarnos a la dicha universal y una existencia tolerable para todo el mundo. Pero la religión impide que nuestros hijos tengan una educación racional; la religión impide enseñar la ética de la cooperación científica en lugar de las antiguas doctrinas del pecado y el castigo. Posiblemente la humanidad se halla en el umbral de una edad de oro, pero, si es así, primero será necesario matar al dragón que guarda la puerta, y este dragón es la religión”.

        En el siglo IV el emperador Juliano el helenista, despectivamente  llamado  el apóstata, pretendió volver a la herencia de los griegos, separando al cristianismo del imperio  heredado de Constantino, pero murió joven en el intento. De haber tenido éxito, el mundo de los siglos posteriores probablemente hubiera tenido otra trayectoria, más afable, menos cruel, más tolerante. Con mayor sentido común y una más alta utilización de la inteligencia. Para bien o para mal, seríamos otros. Yo creo que para bien. (n.del a).