miércoles, 9 de abril de 2025

Santiago Avendaño y Estanislao S. Zeballos Historia de una apropiación indebida y plagio consumado


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La Trilogía de Estanislao Zeballos, (*) historia de una apropiación hegemónica escribe Beatriz S. Díez (**)

 Transcribo el resumen:

 “Cautivo de los ranqueles durante su infancia, Santiago Avendaño (1834-1874) elige para su vida de adulto la tarea de lenguaraz entre el gobierno argentino y las tribus ranqueles, defendiendo sus derechos en el cargo de “Intendente de los Indios”. A partir de 1854 escribe dos textos -Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño y Usos y costumbres de los indios de la pampa- (***) que reúnen sus experiencias de niño y adulto sobre la vida cotidiana y la historia de la nación ranquel. Desautoriza en ellas las representaciones habituales del aborigen y los prejuicios más comunes de su época. Las cadenas de lectura instituidas por los realizadores/escritores del 80 excluyeron de la circulación estas memorias manuscritas y las sometieron a una operación de despojo. Estanislao Zeballos construye su Trilogía (1884/1887) a partir del material de Avendaño, pero ocultando y tergiversando el relato desde el imaginario de la élite criolla, silenciando voces originarias. Invisibilizadas durante ciento cincuenta años entre las colecciones del mismo Zeballos, prospector/teorizador de la conquista del desierto. Los manuscritos publicados por Meinrado Hux, 1999/2000- denuncian el despojo identitario, restituyen una voz contrahegemónica y le dan la palabra a los sin voz del pueblo ranquel.” Y transcribe:  

He leído algunos escritos, algunos artículos que hablan de la historia y de las costumbres de los indios sin haberlos conocido de cerca, expresándose de una manera incompleta, insuficiente y adulterada. Espero expresarme aquí mejor.

                                                                               Santiago Avendaño, 1854

 

Yo agregaría que la publicación de los manuscritos de Santiago Avendaño por parte del P. Meinrado Hux es un acto de estricta justicia, tardía pero justicia al fin, devolviéndole identidad a las Memorias…y a su legítimo autor, y poniendo en evidencia una histórica y más que centenaria apropiación indebida e intencional, con plagio evidente y descarado por parte del Dr. Estanislao S. Zeballos con su famosa Trilogía.

(*) Se refiere a los conocidos libros de E. Zeballos Calvucurá, Painé y Relmu. (**)http://conti.derhuman.jus.gov.ar/2011/10/mesa_6/diez_mesa_6.pdf

(***) Esos dos títulos que menciona, en realidad son los de los textos de la recopilación que el P. Meinrado Hux hará más de un siglo después. 

Los únicos artículos publicados por Avendaño en vida fueron dos, en la Revista de Buenos Aires,  La muerte del cacique Painè, 1868, Tomo XV, y en el Tomo XVI, bajo el título “La fuga de un cautivo de los indios”,1869.

Estanislao S. Zeballos (1854-1923), personaje múltiple (un “hombre orquesta” lo definirá Roberto E. Giusti en el extenso prólogo de la trilogía en 1954), luego de la muerte de Santiago Avendaño en un oscuro y cruel avatar al fracasar  la revolución de 1874 protagonizada por Mitre (fue asesinado junto con Cipriano Catriel por el hermano de éste, Juan José y sus lanceros, a la vista y asentimiento de oficiales del ejército vencedor), se apropia (no está claro cómo) de los papeles escritos que guardaba en su casa  Avendaño, ya entonces en posesión de su viuda, e inventa un hallazgo en los arenales de Salinas Grandes  que expone  en la primera hoja de la obra de la trilogía, Callvucurá:

“Este capítulo es de una rigurosa exactitud histórica. He tomado los datos que consigno desde 1833 hasta 1861 de un curiosísimo manuscrito de 150 fojas de oficio que en 1879 encontré en el desierto […] fue escondido entre los médanos por los indios, en la fuga desesperada que le impusieron las fuerzas del coronel Levalle, existe en mi biblioteca y lo pongo a disposición de los eruditos [...]”

El ”curiosísimo manuscrito” eran los escritos de Avendaño, escritos que en 1879 no los encontró precisamente en el desierto, sino probablemente en casa de Avendaño, irrumpiendo allí y convenciendo a la viuda de éste que se los entregara.  Durante mucho tiempo esos “papeles” fueron guardados bajo secreto hasta que el hijo de Zeballos los donó al Museo de Luján. En su momento, sirvieron de base para la elaboración de la “historia oficial” escrita minuciosamente por Zeballos, tergiversando a conveniencia los dichos originales de Avendaño, y mencionándolo solo en los episodios que éste había publicado en La Revista de Buenos Aires: «La fuga de un cautivo de los indios (Narrada por él mismo)» [...] y «Muerte del cacique Painé (Ceremonia en la pampa. Entierro del cacique. Sacrificios humanos. Su sucesor)», t. XIV, pp. 414-430 y 600-609 (1867); y t. XV, pp. 76-82 (1868).

El P. Meinrado Hux, más de un siglo después, encuentra los manuscritos originales en el Museo de Luján, accede a ellos, hace una recopilación y elabora las “Memorias del ex cautivo de los indios Santiago Avendaño”, que completa con una segunda parte “Usos y costumbres de los indios de la pampa, a nombre de su legítimo autor, Santiago Avendaño.

“Es curioso que el Dr. Zeballos no diga con franqueza que ha usado esos escritos”, dice M. Hux en el prólogo de las Memorias…y sigue: ”El primer capítulo de Callvucurá sigue el texto de los manuscritos de Avendaño, y otros lo aprovechan libremente.

 Muerte del cacique Painé

En letra regular, el texto publicado por la Revista de Buenos Aires, y en negrita, la parte del artículo que completa M. Hux con las Memorias… originales y que la Revista de Buenos Aires dejara de lado.

IV El Cacique Painé, su muerte y su entierro

Voy a contar sucesos que acontecieron entre los ranqueles durante mi permanencia en esas parcialidades como niño cautivo; de lo que he visto y oído.

El cacique Painé, o Painé-gnerr (1780-1844) era uno de los grandes caciques ranquil-ches con asiento en Leuvucó. Había sucedido a su padre en el cacicazgo. Al mismo tiempo el cacique Pichuiñ era cacique principal de la agrupación ranquelina en Toay y Poitahué.

Painé-gnerr era un indio generoso y amado. Era viudo de varias mujeres, pero en su edad avanzada solo conservaba cuatro. Tres eran matronas y una era vieja. Ésta había sido su primera esposa, y la amaba con preferencia, porque de ella había tenido muchos hijos que ahora eran ya mozos o casados y que eran el encanto de su vejez. Estaba, pues, sumamente agradecido a su mujer y le permitía que descansara en un toldo separado, atendida de sus “colegas, incluso por él mismo. Siempre decía que había sido una excelente esposa. El toldo de esta india “jubilada” por su marido, estaba contiguo al del cacique Painé y éste la visitaba de vez en cuando. Sus hijos no la desampararon y le manifestaban su cariño visitándola o enviándole sus mujeres con sus chicos, sus nietos, para hacer compañía a su suegra o a su cucú (abuela) respectivamente. Ella se esforzaba en agasajar a sus queridas nueras y a sus nietecitos y hacía cuanto su estado le permitía. Gozaba, según ella misma decía, contemplándolos y pensaba que había sido una mujer dichosa por haber podido dar a su esposo tantos hijos sin haber sido interferida por el Güecufú(espíritu malo) ni en el parto ni en la crianza de tantos que había tenido. Después del yavutuón (regalo u obsequio) seguía animando a sus nueras a que fuesen tan buenas madres como eran buenas esposas; que cuidaran bien a sus chiquitos; que jamás dejasen de remediar la miseria ajena. También decía que el demonio tenía emisarios que se encubrían con piel de pobre para ver quién los despreciaba o les negaba algo. Pero que se vengarían después en las criaturas, dándoles oñapué (veneno a la hiel), haciendo derramar lágrimas a sus padres sin piedad.

Tenía razón de sentirse feliz la vieja, pues sus hijos eran estos conocidos personajes:  Calvaiñ, Pangithruz, Güenchugnerr, Epugnerr, y una hija, casada con Güenchuil, llamada  GÚeneir-nerr, y no era fácil entre los indios criar a muchos hijos, pues, a pesar de que eran robustos y sanos, les solían agarrar enfermedades tan violentas que no escapaban a la muerte, especialmente las criaturas. Y yo creo que esto les venía por la falta de higiene, del estómago o por los alimentos, unas veces sin sal, y otras veces salados excesivamente.

En una noche del mes de septiembre de 1844, murió de improviso, quizá de afección cardíaca, el muy respetado cacique Painé, en su toldo en Leuvucó. Su hijo mayor, el cacique Calvaiñ le hizo un entierro espectacular, que voy a relatar, según la información que he recogido.

  Inmediatamente de morir Painé, su hijo primogénito Calvaiû sucedió a su padre (Chu): Ordenó colocasen el cadáver como es de costumbre en su lecho de muerte, que le vistiesen todas sus prendas, y mandó chasques á todos los caciques. Se dirigió á Pichuiû expresándole su sentimiento y pidiéndole fuerza armada para reunir en una junta general todas las mujeres de sus departamentos, á fin de hacer un ejemplar con las brujas que se habían ensañado tan luego con el cacique de más nombradía. Suponían que es por el poder de estas que aconteció la muerte del gefe indio.

     Pichuiû mostró su pesar hasta donde pudo y condescendió con la requisición de mandar gente armada de lanza y bola. Mientras tanto en el lugar del suceso había una locura feroz.

Las mujeres, tanto las del recién fallecido como todas  las del vecindario y otras que se hallaban reunidas en esa bacanal de hombres, se desesperaban y gritaban a porfía, haciéndose dúos unas con otras. Ciertamente no el por sentimiento de haber perdido  a un cacique grande, tan respetado y valeroso, sino porque sabían que de entre ellas habían de salir aquellas que necesariamente debían inmolarse como brujas, autoras del funesto acontecimiento.

Ellas son en tales casos las víctimas de la superchería, pues los indios creen en el demonio, en las brujas; en el oñapué (veneno de la hiel) y en los renu (junta del diablo con sus agentes o de brujas, en concilios infernales). Como brujas, muchas mujeres tienen que sucumbir del modo más atroz y vergonzoso: a bolazos, lanzazos y puñaladas.

¡Desgraciadas e inocentes víctimas de la barbarie! ¿Cuándo llegará hasta ustedes la luz de la civilización? ¿Cuándo consagrarán los gobiernos un poco de atención y piedad humana, procurando que ustedes y sus hijos puedan participar de los bienes que derrama a torrentes la cultura sobre todo el universo? Pero no; los gobiernos no quieren comprender que es necesario redimir a una parte de la humanidad, de nuestra carne y de nuestra sangre. No les duele que nuestros hermanos sufran tanto infortunio. Parece que los gobernantes creen que los indios están bien en el estado en que los tienen y dejan por egoístas o por mala fe, y porque se encierran en sus rencillas políticas. Según ellos, no tienen más deberes para con los indios que mantenerlos en el estado de embrutecimiento, hasta poder exterminarlos. No les ofrecen civilización, nada hacen para atraerlos (al cristianismo). Brutos han nacido para morir más brutos y degradados por los vicios. No tienen oro ni plata, ni otro atractivo para los que los atacan, son agredidos únicamente para quitarles sus terrenos y matarlos luego. “Por ahora les daremos 2.050 arrobas de yerba y otras menudencias. Y al fin, la mitad de todo esto quedará entre nosotros”, según dice el refrán “el que reparte se queda con la mejor parte”.

     Al día siguiente después del velorio de uso, mandó Calvaiû que le llevasen todas las mujeres que hallasen en los toldos. Evacuada esta operación, reunieron las que estaban allí con las recién traídas, les formaron cerco hombres de á caballo con lanza. Vino Calvaiû y determinó que todo hombre que en aquella reunión de mujeres tuviese dos, dejaría matar una, el que tuviese tres dejaría matar dos, y el que tuviese una, la perdería. Se ejecutó esta bárbara disposición sin que nadie dijera una palabra, por que además que era una necesidad, se decía, dar un golpe á las brujas, era un deber cumplir con la ley del caso. Una multitud de infelices tán alegres y llenas de vida el día antes ahora se desgarraban sus vestidos desesperadas por eludir el ser nombradas en la sentencia. Apiñadas todas y circuladas, no se veían más que semblantes llenos de angustia; cada una miraba a la muchedumbre que las guardaban con una sonrisa llena de amargura como implorando compasión. Todas lloraban, todas llamaban, pero nadie las oía, una decía en el colmo de la desesperación “para que nos tienen así, nosotras no somos brujas”. Otra repetía “yo estoy criando, mi criatura es pequeña”. Más allá decía alguna: “mis hijos son chicos y van á quedarchicoiû, huérfanos, pobres mis hijos. ¡El padre ni siquiera me defiende!”.

     En medio de este caos se presenta Calvaiû con su escolta, ordena que de estación en estación se vayan entre sacando de la multitud y las vayan matando, hasta llegar á una loma donde había dos algarrobos y donde se había mandado cavar la sepultura. Las más ó menos muertes dependía de las más ó menos estaciones que se hicieran.

     La sepultura distaba del toldo como unas seis cuadras, y este trayecto debía tener en distancia un montón de brujas asesinadas. Toda la vía quedó marcada con los cadáveres, bárbara y salvaje expiación á las manos del cacique.

     Ya hemos visto que la mujer más querida de Painé era la vieja que él mismo la había separado de las otras tres que tenía consigo, sólo esta mereció el respeto de sus hijos y de los demás ardientes adictos a la matanza. Nadie osó incomodarla ni decirla una palabra, las tres recién viudas hacían parte de aquél rebaño de ovejas que se oprimían entre sí, revolviéndose para no ser designadas como cuando se entra á elegir una res en una majada, que todas se atropellan topándose unas sobre las otras, cayendo algunas para no levantarse sinó todas pisoteadas y contusas. Ni más ni menos tal era el aspecto de aquél espantoso drama con todos sus horrores.

     Painé era casado con dos hijas del cacique Caibuñaim (Halcon-Azul, hermanas de padre y madre), jóvenes aun, especialmente la menor, y una cautiva llamada María, natural de Córdoba. Esta señora que tenía ya sus 40 años, tampoco se la hizo partícipe de la ignominia de sus colegas.

     Por fin cuando fue tiempo de hacer la primera ejecución, se presentó Cailbuiñ (padre y abuelo político de Calvaiû) pidiendo se le concediese salvar sus dos hijas, aquél padre venía con el dolor escrito en su semblante. Calvaiû en atención al respeto debido á este anciano por sus méritos, hizo lugar á la petición concediéndole la menor, dejando la otra para cumplir con la ley y haciéndola seguir á su marido al Alhué mapú o tierra de la eternidad.

     Entró Cailbuiñ al rebaño de infelices, extendió la mano hácia su hija que ya no veía por las lágrimas, se asió de la mano de su padre y al salir muchas se prendieron de ella creyendo salvarse; pero Cailbuiñ les dijo que no podía sinó librar a su hija. En esto vé la otra que sacaban á su hermana y la dejaban á ella, y le grita en medio de aquél bullicio:”padre mío, ¿no soy también su hija, por qué me deja? No sabe que tengo un puñín chiquito?” El padre hizo un movimiento desesperado con la mano, como quien dice paciencia y no pudo hablar.

     Calvaiû ordenó la primer ejecución designando una á una las que debían morir, y en el acto las sacaron de la masa de mujeres arrastrándolas, asiéndose estas pobres de aquellas que quedaban a su lado, metiéndose otras entre las piernas de las que no eran nombradas, creyendo evadirse. Más de ciento veinte esperaban esa suerte. Allí en medio de las súplicas las más conmovedoras, en medio de los gritos, de los llantos, mezclado todo con los relinchos de los caballos, se mataron ocho desgraciadas. La procesión se movió con el cadáver y el arreo de brujas por detrás con su correspondiente seguridad; á poco andar se hizo alto, era para repetir la matanza; se designaron otras ocho brujas ó no brujas, y luego fueron sacadas como las primeras y muertas á bolazos y á puñaladas, y la que se disparaba buscando salvarse, la lanceaban.

     En esta vez aun no nombró Calvaiû la viuda de su padre y mandó seguir el cortejo fúnebre. En la marcha pausada que llevaban era mayor la angustia de tantas víctimas. Fue preciso hacer una tercera parada, y en ella designó Calvaiû otras ocho que fueron tomadas con la misma crueldad que las anteriores y muertas en el acto, quedando sus cadáveres palpitantes como para señalar aquella via de dolor y de sangre. Continuó todo el acompañamiento en el mayor orden y gravedad. Se oía de cuando en cuando gemir ya á un marido cuya mujer la había visto matar ó marchaba á la muerte, ya á un hermano, á un padre y por fin parientes ó deudos inmediatos de las que habían muerto ó estaban para morir.
 Otros reprimían su pesar. Se les inundaban los ojos de lágrimas pero no decían una palabra. Era necesario, porque el llanto en un entierro era una costumbre.

     Llegóse por último al pié de los dos algarrobos donde estaba ya la fosa para guardar la venerable reliquia de Painé. Allí se pararon todos, cadáver, acompañamiento, brujas, todo; se presentó Calvaiû y designó otras ocho mujeres que también fueron víctimas de aquél fanatismo feroz. Entonces se introdujo en la fosa el cuerpo de Painé vestido con lo mejor, puestas sus espuelas de plata, su montura bien envuelta llevando en ella sus estribos de plata, su llochocon ó chapeado, etc.etc. Mandó Calvaiû traer la criatura que criaba de pechos la mujer de Painé y que iba allí, y luego que la trajeron se la hizo entregar á la madre diciéndola “dale de mamar por última vez al niñito”. Ella desconcertada de esta voz le dijo, “¡Y qué!, ¿ni de estar criando me vale siquiera para que no me maten?” Calvaiû replicó: “Es preciso que sea así, no porque seas bruja, si lo fueras no irías acompañando á mi padre dentro de la fosa, bien sabes que su primer ó principal mujer tiene que ir con él”. Lanzó un grito de horror la china y llorando y en voz alta le dijo: “Yo no soy la primer mujer del muerto ó la principal, en ese caso tu madre es la que debe acompañar hasta en su vejez á su marido, no yo que soy nueva para él”. “Mi madre”, replicó él, “ya no era parte de las mujeres de mi padre porque para él ya no vivía, puesto que la separó por la vejez, si hubiera estado viviendo con él hasta ayer, entonces sería ella”. Durante este diálogo, la criatura llena de alegría lactaba del pecho y lo soltaba jugueteando con él. La china con sus hermosas trenzas de pelo sueltas sobre sus espaldas y el rostro en señal de pesadumbre, no hacía mención a las muchas monadas de la criatura porque su corazón ya no era de madre sinó de una mujer en agonía.

    Llegó la hora, quítanle la criatura del seno, tómanla á ella y de un solo bolazo en el cráneo en la parte superior, fue lo suficiente para que dejase de existir, colocándola al lado izquierdo de su marido, cerraron con gruesos palos la boca de la sepultura; luego encima le pusieron paja y tierra de todo un terraplén. Ahorcaron cinco de sus caballos de pelea al pié de su sepulcro y le mataron un número crecido de ovejas. Concluido esto se retiraron todos.

    Calvaiû llamó a la cautiva María que había sido mujer de su padre muchos años y le entregó la criatura huérfana para que la criase con todo cuidado. La pobre María lloraba tal vez de miedo y no por la muerte de su marido. Este fue el fin de ponderado guerrero Ranqueilche Paineguor, y el principio del gobierno de su hijo y sucesor Calvaiû que también tuvo su fin trájico tirando al blanco con una pistola sentado sobre unos cajones de cartuchos de cañón y muy cerca de un montón de cuñetes de pólvora. Tiró y por fortuna acertó á uno de esos cuñetes, la explosión del primero ocasionó la de todos y voló él junto con los cajones, acompañado de 25 indios. Estos cuñetes fueron dejados en la expedición al norte del señor don Emilio Mitre, diciembre de 1857, cuando se perdieron, murieron muchos de sed y se volvieron llenos de desaliento.

Escribo como testigo ocular
                                                                  Santiago Avendaño


·Esta última  afirmación no figura en las Memorias…Al comienzo del relato dice: Voy a contar sucesos que acontecieron entre los ranqueles durante mi permanencia en esas parcialidades como niño cautivo; de lo que he visto y oído.

Santiago vivía en los toldos de su padre adoptivo, el indio ranquel Caniú, que no se encontraban vecinos a las tolderías del cacique Painé. Por lo tanto, su relato puede tener más verosimilitud como oído que como visto, de acuerdo a sus Memorias.

De la diferencia entre las dos versiones puede dilucidarse, sin lugar a dudas lo que la Revista de Buenos Aires, dirigida por Vicente G. Quesada y Miguel Navarro Viola, bajo la atenta observación de Juan María Gutierrez, quería publicar, y lo que realmente Avendaño había redactado y que saldría finalmente a la luz ciento cincuenta años más tarde.

Pero las Memorias… también tienen otra faceta importante oculta, esta vez tanto por la “historia oficial” de Zeballos como por la tendencia actual, revisionista y contrahegemónica. Y es el capítulo XI:

Dos años prisionero de Rosas en Palermo. El P. Meirado Hux hace una severa referencia a la figura del “restaurador”, a quien no obstante reconocerle méritos históricos y patrióticos, le recrimina su actitud cruel y dictatorial y no duda de la veracidad del relato de Avendaño. Relato preñado de la visión adolescente de una realidad cruel impregnada de sádico ensañamiento que no parece condecir con el rol de civilizado que ostentaba el gobierno de Buenos Aires, en contraposición con la “barbarie” de los indios, y de los “salvajes” unitarios. Vaya como ejemplo la descripción del fusilamiento del teniente Taborda, oficial de Rosas, a quien se le habrían escapado por descuido dos prisioneros:

…”Formóse el cuadro. Y cuando todo estuvo listo, sacaron a los reos. El teniente Taborda no consintió que le vendaran los ojos. Y cuando iba a llegar al cuadro, teniendo a su izquierda al otro desgraciado dijo:

“-¡Gracias mi coronel! ¡Gracias por el interés que se ha tomado por mí! ¡Sólo a usted se le pueden deber estos favores, porque es usted un hombre tan bondadoso! Yo creía tener motivo para esperar su mediación a mi favor, pero veo ahora que para usted no hay nada digno de su estimación; ni es capaz de conocer lo que vale algo. ¡Gracias coronel Hernández! ¡Dios se lo pagará! No vaya a creer que no siento el tamaño de la afrenta que me hacen. El morir no me espanta. Lo que me espanta es ver que usted permita que un oficial tan antiguo tenga que morir al lado de un facineroso. ¡Gracias, señor gobernador, por la recompensa que da a mis servicios; servicios que vienen desde la guerra contra el Imperio! ¡Ah! Y lo que es más triste, las balas del enemigo no me mataron, porque mi suerte me tenía destinado para morir por las balas de mi gobierno, a quien he defendido derramando mi sangre. ¡Bendito sea Dios!”

“Y moviendo la cabeza, se sentó en el cajón, donde fue amarrado por los brazos. El coronel, durante la alocución del reo, mantuvo el más profundo silencio, con sus dos manos apoyadas en la empuñadura de la espada. Todos creíamos que las palabras de Taborda lo habían conmovido y lo tomamos por cosa extraña en su corazón insensible, como lo era el del coronel. Nos equivocamos. Se publicó el bando en los cuatro ángulos del cuadro y se hizo la señal por la que descargaron ocho balazos sobre los dos ajusticiados. Al teniente Taborda le tiraron a la cara y sus sesos quedaron estampados en la pared de la cárcel, que estaba a una vara de distancia de sus espaldas. La parte superior del cráneo, o la tapa de los sesos, fue a parar sobre el tejado de la cárcel. Uno y otro cadáver fueron tirados a un carro, que los condujo a la Recoleta.”

Este espectáculo era diario y se repetía varias veces algunos días. Santiago Avendaño debió soportar dos años, entre los diez y seis y dieciocho de edad las repetidas escenas de crueldad sangrienta que ordenaba en Palermo el gobernador. Termina Avendaño el capítulo:

“Me atrevo a decir sin temor a exagerar, que Rosas era uno de esos hombres hermosos, de los que no hay muchos en la sociedad. Yo decía para mis adentros, mientras le miraba de atrás: Son pocos los hombres que representan la hidalguía como este bribón. ¡Ojalá estuviese su índole en armonía con su exterior! ¡Cuántas victimas menos tendríamos que nombrar! ¡Cuántos hombres habrían vivido sin sufrir la afrenta de los azotes! ¡Cuánta adhesión no ya forzada habría encontrado entre todos los hombres! Si hubiera sido menos feroz y menos sanguinario…¿Quién ha de creer, sino nosotros que vivimos tus maldades, que hayas sido el verdugo de tantos inocentes? Todo lo que adorna tu tiranía es colorado. Pero para eso ¿cuánta sangre se vertió?

Corolario: Santiago Avendaño desconoce en su tiempo los hechos protagonizados por Camila O`Gorman y Uladislao Gutierrez, que motivaron la cruel decisión del gobernador de mandarlos fusilar, orden que se cumplió sin atenuantes el 18 de agosto de 1848 a las 10 en punto de la mañana en la prisión de Santos Lugares. Ni el avanzado embarazo de Camila detiene al gobernador. Le darán de beber agua bendita y quizá así su nascitorum vaya al cielo. Santiago estaba en ese entonces en las tolderías ranqueles, meditando en la fuga que llevaría a cabo el 1º de noviembre del año siguiente, con la ayuda y consejos del coronel Baigorria. No sabía que al año siguiente lo esperaba a cambio una verdadera prisión, con el sometimiento absoluto a los designios del “restaurador” en Palermo.

Santiago debió cambiar siete años de una vida muy dura, con muchas carencias, de una “primitiva, ignorante e incivilizada barbarie”, mas impregnada no obstante de amor filial, compañerismo y tolerancia, por dos años de una cruel y sangrienta civilización impregnada de sadismo e intolerancia.

La vida le mostraba con toda su crudeza, la abierta contradicción de una sociedad que no vacila en llamarse civilizada y cristiana y actúa, no obstante, bajo el lema de que “el fin justifica los medios”.

O quizá no resulta una contradicción, y para la sociedad civilizada y cristiana, como para otras que se dicen también civilizadas, en todos los casos y sin vacilaciones, “el fin justifica los medios”. Cuando fue asesinado premeditadamente junto con Cipriano Catriel, en 1874, Santiago tuvo una prueba tangible de ello. Posteriormente, en una carta, el militar Luis Güemes, testigo presencial de los hechos comentaría:…”Así concluyeron Catriel y su Consejero, los dos bandidos más sanguinarios y crueles de la Pampa”. Ciertamente, expresa con irritación contenida Meinrado Hux, Santiago Avendaño no merecía ni tal fin, ni tales epítetos.

¿Todos lo trampearon a Santiago Avendaño? No, todos no. El P.Meinrado Hux no lo hizo, rescatándolo desinteresadamente a la luz, ni tampoco el coronel Baigorria. Tampoco lo trampeó su padre adoptivo, el indio ranquel Caniú, ni su tío abuelo, el cacique Pichuiñ, “Él era mi abuelo y mi padrino”, dice Santiago, “porque para mostrarme su cariño, me dio su nombre y me manifestaba un aprecio que rayaba en la locura. Me llamaba ñi lacú, que quiere decir mi tocayo (mi nieto).”

 Probablemente tampoco lo trampeó su compañero de infortunio, el cacique Cipriano Catriel.

El primero que lo trampeó fue el gobernador Rosas cuando Santiago volvió a la “civilización” abandonando la “barbarie” de las tolderías ranqueles; luego lo trampearon los directores de la Revista de Buenos Aires, al publicar mutilado su escrito sobre la muerte del cacique Painé, divulgando solo las partes más sanguinarias y crueles y falseando el final con la afirmación: “Escribo como testigo ocular”.

Y luego viene “el gran trampeador”, el Dr. Estanislao S. Zeballos con su trilogía robada a las Memorias de Santiago. Y de alguna manera, lo trampea también la autora del artículo La Trilogía de Estanislao Zeballos, historia de una apropiación hegemónica, Beatriz S. Díez, pues utiliza las publicaciones del P. Meinrado Hux para elaborar una ponencia crítica o contrahegemónica a toda una parte de la sociedad, la dominante de entonces, a la que pertenecía Zeballos, la “elite” dominante después de Caseros, Roca y su “conquista del desierto”, etc. Los  escritos de  Avendaño le dan voz a los ranqueles, afirma la autora, y en esto encuentra el mayor valor en ellos. Y eso es parcialmente cierto, pues su valor no concluye allí, ya que la voz autorizada de Avendaño que describe minuciosamente, despojado de la tendencia oficial que desacreditaba a los indios, la vida en las tolderías y sus usos y costumbres, es la voz de una persona viva, no la de un ente simbólico, y la intención que trasuntan sus Memorias es la de integrar el mundo indio con el mundo gobernante al cual él pertenecía. Él se definía como intérprete, manejando el lenguaje de los dos mundos (algunos lo llamaban despectivamente “lenguaraz”, incluso la autora del artículo). Él cuando muere era el Intendente de los indios, o sea, el representante de estos ante el gobierno de turno, cargo que desempeñó con idoneidad en una época de conflictos entre indios y blancos, y también entre indios e indios, entre blancos y blancos. La revolución del 74 provocada por Mitre lo abandona a su suerte como víctima expiatoria junto con el cacique Cipriano Catriel, del cual era su secretario. También lo trampea este general, que saldrá indultado de este evento.

Esto es lo que se desprende del análisis histórico de la agitada, corta y finalmente trágica vida de Santiago Avendaño. Pero  prolífica y harto valiosa vida, rescatada de la oscuridad del escritorio de Zeballos y de las vitrinas del Museo de Luján por los diligentes oficios del P. Meinrado Hux, al cual le estaremos eternamente agradecidos por ello.

Epílogo: La editorial El Elefante Blanco que en 1998 había publicado la Trilogía de Zeballos, publica en el 2000 Usos y  costumbres…, que en el prólogo de las Memorias había anticipado M. Hux su próxima publicación, y en el 2004 finalmente publica  las Memorias…

No se explica la evidente postergación en la publicación de esta última, a menos que el capítulo XI titulado: “Dos años prisionero de Rosas” hiciera dudar a las autoridades de la editorial sobre la “conveniencia” de su publicación, lo mismo que el capítulo XII “Recuerdos de después de 1852” donde Santiago cuenta el conflicto entre los indios asentados en las orillas del pueblo de 25 de Mayo y las arbitrarias autoridades del fuerte, con el mayor Valdebenito a cargo, en 1856. Éste mete presos a algunos indios y otros logran escapar. El Indio Cristóbal y sus dos hermanos llegan a las tolderías de Calfucurá. Éste promete ocuparse de ellos y convoca a una junta extraordinaria (Vichá thraun) a reunirse en un plazo de cinco días. 

Encontráronse frente a frente todos los caciques en el día indicado, y Cristóbal se vio honrado en medio de un congreso, reunido por su causa y para ocuparse exclusivamente de sus familias. Calfucurá habló y luego tomó la palabra un cacique muy anciano, muy respetado, llamado Melignerr (Cuatro Zorros) y dijo:

-Todo lo que pudiera decir de los cristianos sería poco para comprender lo perversos que son. El indio es para ellos lo que el güeza güecufú (espíritu malo) es para nosotros; es decir que así como una bruja vive entre nosotros que, aunque sabe que mereciendo la muerte no la matamos por lástima y consideración, esa bruja no podría de ningún modo dejar de dañarnos, porque jamás podría transar con aquellos que son sus víctimas. La bruja no conoce lástimas ni atenciones. Para ella ante todo está ese deber, que se ha impuesto para cumplir con el diablo, de matar a los hombres. Así, los cristianos, por mucho que se sirvan de los indios, jamás dejarán su obra funesta, jamás tendrán consideración ni lástima, porque no olvidan jamás que el indio es indio y que ellos deben acabar con él. ¿Qué les importa que ese indio se haga voluntariamente su esclavo para merecerse un favor? Si, los cristianos le dan de comer y lo hacen soldado. Demasiada recompensa es- dicen- en comparación con lo que el indio hace en bien del cristiano. ¿Qué les importa a los cristianos ver a sus hijos entreverados con los hijos de los indios, haciéndose amigos y tratándose de hermanos? ¿Acaso es ese un título para que el indio se crea seguro allí? No, señor, el cristiano tolera al indio porque lo precisa. Pero no lo pierde de vista y con el tiempo hace lo que ha hecho con estos. Ellos creen que tienen una obligación, la de acabar con los indios…El cristiano no puede pensar como nosotros, el cristiano se quiere quedar solo. No quiere al indio y el indio se conformaría con los cristianos; nunca quiere quedarse solo. Ha matado a algunos, es cierto, pero en la guerra. Fuera de ahí, el indio no persigue al cristiano. ¿No vienen aquí cuantos quieren y se quedan aquí y se casan con nuestras hijas? ¿Y qué decimos nosotros de esto? Lo aprobamos. ¿Y qué bien nos vienen a hacer esos “pillantrones”? Ninguno. Y sin embargo, aquí no se mueren de frío, ni de hambre, ni nadir los persigue si se conducen bien…

-En cierto modo- continuó- los recién venidos (se refiere al Indio Cristóbal y su familia) no tienen razón de quejarse. ¿No sabían que iban a encontrarse entre las uñas de los cristianos cuando se fueron? ¿No sabían que iban a esclavizarse y que iban a servir de perros allí? Sí, lo sabían, pero no lo creyeron. Ahora sí, han probado lo que digo…-Y luego propuso:- ¿Por qué no montamos todos a caballo y nos allegamos a Mulitas (25 de Mayo), con las armas en la mano y mandamos a ese, viejo como yo para que él consiga que esas familias sean sueltas? Me parece que ese es el mejor modo de proceder…

Esta era la opinión fundamentada del viejo cacique ranquel que definía con claridad meridiana la relación entre las dos culturas. Se entienden las dudas de la editorial para publicar las Memorias…de Santiago Avendaño.

Nota: Hoy en día, en Mercado Libre se consigue Usos y costumbres…Memorias…ya no está a la venta. Creo que se puede conseguir en España.

 En Internet se puede encontrar en PDF lo siguiente:

Cautiverio y prisión de Santiago Avendaño

Edición crítico-genética de los manuscritos censurados de un excautivo argentino del siglo XIX

Tomo I El cautiverio de Santiago Avendaño  entre los ranqueles

Edición, estudio preliminar y notas de María Laura Pérez Gras (CONICET – USAL)

Interesantísima investigación de los llamados Manuscritos de Santiago Avendaño, en su Tomo I, que finaliza con su fuga de las tolderías y su accidentado viaje hasta la ciudad de San Luis. El último párrafo:

“Vendita sea siempre la providencia que tan grandes pruebas nos dá de su exelsa  omnipotencia! Cuantas maravillas habia visto en tan pocos dias, y cuantas tenia que ver despues! Cuantas micerias y amarguras me estaban reservadas, aun mas duras que el mismo cautiverio de que habia escapado! 396 ¡Bendito sea dios!”

 

396. De esta manera, Avendaño anuncia los terribles años de prisión por orden de Rosas que aún le esperan y cuyo relato será publicado en el próximo volumen de este proyecto de edición crítico-genética.

Nota del autor: El volumen anunciado como Tomo II aún  o ha sido publicado.

domingo, 16 de marzo de 2025

El CRISTIANISMO. Un diálogo con James Joyce y Bertrand Russell

                                                       I        


James Joyce, en su novela temprana Retrato de un artista adolescente describe la atormentada  relación de un adolescente con la iglesia católica en la ciudad de Dublin a principios del siglo XX en un colegio de la Compañía de Jesús.

 El protagonista, Stephen Dedalus, de 16 años cursa el secundario con creencias muy sólidas tanto religiosas como filosóficas, pero los pecados de la carne lo corroen con sus inevitables contradicciones.

Asiste a un seminario donde en director, con todo lujo de detalles, informa a su público de adolescentes entrampados con el dogma irracional de la iglesia católica, de los variados métodos de agudizada tortura que les espera, in eternum a quienes la muerte les sorprenda en pecado mortal. Y no hay salida posible. El Supremo lo ha decidido así, en su inconmensurable bondad y omnipotencia sin límites ni atenuantes: “los malditos irán al infierno por toda la eternidad y en el transcurso de esa interminable estadía, sufrirán los tormentos que mal pueden imaginarse en esta vida”. Y el director se explaya hasta en los más mínimos detalles describiendo los avatares que les esperan a aquellos, y pasea una mirada severa sobre el alumnado con lo contempla azorado, en silencio y quietud de mortaja. Stephen piensa que está perdido. No ha confesado sus pecados mortales, sus pecados de la carne (los peores para la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana), y al salir del seminario interminable con la sensación que impresiona como de inminente e inevitable disolución en el perpetuo fuego del advertido inferno, considera la necesidad de buscar la ofrecida solución a través de la necesaria confesión. Pero no la buscaría en el colegio, tan cercano a sus compañeros, directores y profesores.

 Stephen finalmente encuentra una iglesia alejada del colegio, se confiesa largamente pues es interrogado inquisitiva y detalladamente por el confesor acerca de las características de sus pecados carnales. Finalmente logra la absolución a través del poder de Dios de perdonar los pecados a los hombres, poder “transmitido” curiosamente in toto a la grey sacerdotal, que no vacila en ejercer ese poder en todo momento, en toda circunstancia, en todos sus súbditos, con la única condición del “arrepentimiento” sincero y la asunción del necesario mea culpa y la proposición de abandonar esos malos hábitos y no volver a recaer en el pecado.

Las hormonas por un lado, y la culpa y los remordimientos por el otro hacen de la vida del adolescente un infierno en la tierra. Pero al salir de la iglesia, Stephen se siente liviano, sin pensamientos pecaminosos, que ahuyenta en cuanto insinúan asomarse a la superficie, y la promesa de una vida eterna en el Paraíso le hace desear la muerte en el estado de gracia adquirido por la confesión.

 Tan devoto se muestra entonces Stephen en su ambiente escolar entre compañeros, profesores y directivos que un día uno de éstos lo cita en su despacho para hablarle de su futuro, su piadoso futuro, insinuándole la toma de los hábitos.

 Tras pensarlo unos días, Stephen decide que el sacerdocio no es para él, y un  día sale a caminar, solo, hacia el mar. Reafirma su decisión de responderle negativamente al director, y en un momento dado ve a una muchacha sentada en una roca y jugueteando con los pies en el mar. Ella de pronto lo mira, y él la mira a ella.

 Dejemos a Joyce que nos describa la escena:

 "¿Dónde estaba ahora su adolescencia? ¿Dónde estaba el alma que había reculado ante su destino para cavilar a solas sobre su propia miseria y para coronarla allá  en su morada de sordidez y subterfugios, envuelta en un lívido sudario con guirnaldas, marchitas ya al primer roce? ¿Dónde, dónde estaba?”

“Solo, libre, feliz, al lado del corazón salvaje de la vida. Estaba solo y se sentía lleno de  voluntad, con el corazón salvaje…”

 “Una muchacha estaba ante él, en medio de la corriente, mirando sola y tranquila mar afuera. Parecía que un arte mágico le diera la apariencia de un ave de mar, bella y extraña. Estaba mirando mar adentro, y cuando sintió la presencia de los ojos de Stephen, los suyos se volvieron hacia él, soportando aquella mirada, ni vergonzosos ni provocativos.”

 “¡Dios del cielo!- exclamó Stephen en un estallido de pagana alegría. Se apartó súbitamente de ella y  echó a andar playa adelante. Tenía las mejillas encendidas, el cuerpo como una brasa; le temblaban los miembros y avanzó adelante, playa afuera, cantándole un canto salvaje al mar, voceando para saludar el advenimiento de  la vida cuyo llamamiento acababa de recibir.”

 “¡Vivir, errar, caer, triunfar, volver a crear la vida con materia de vida! Un ángel salvaje se le había aparecido, el ángel de la juventud mortal, de la belleza mortal, enviado por el tribunal estricto de la vida para abrirle de par en par todos los caminos del error y de la gloria. ¡Adelante!, ¡Adelante!”

 Stephen Dédalus se convierte así en un ser único, mortal, sensible e inteligente  al mismo tiempo, que parte hacia su destino, que ignora, y abandona y se aleja de los atavismos que lo mantenían ligado a los designios de quienes detentaban arbitraria y dogmáticamente, el poder milenario del catolicismo irlandés.

 

                                                                              II

 

Por qué no soy cristiano es el título de un libro de ensayos y discursos sobre el cristianismo y su oscura y tenebrosa doctrina, que Bertrand Russell dictó y escribió desde principios hasta mitad del siglo XX, tanto en Inglaterra como en EEUU.

 A través de sus claros pensamientos, escritos  y discursos pone en evidencia las abundantes contradicciones de rígido dogma del cristianismo desparramado por el mundo desde hace XX siglos con sus múltiples iglesias, su metodología perversa para mantener a su grey sometida a lo largo del tiempo y espacio a través del miedo, la superstición, y los más variopintos discursos oscuros de los “misterios” que ni siquiera a los intermediarios en la tierra Dios se habría dignado transmitir, pues sólo les dictó  los títulos, y en  ninguno de ellos se acerca a una razonable explicación. Por ejemplo, el misterio de la Santísima Trinidad que puede rastrearse en Platón, es una cuestión que nunca se han propuesto aclarar. (Talleyrand, El cristianismo sin careta, n. del a.)

 ¿Qué se da a entender con la palabra “cristiano”?, se pregunta Russell. ”Hay quienes entienden por ello la persona que trata de vivir virtuosamente, aunque con ello, ¿el resto de la gente que no es cristiana no trata de vivir virtuosamente?”. Piensa que se debe tener una cierta cantidad de creencia definida antes de tener el derecho de llamarse cristiano. Hay que creer en Dios y en la inmortalidad. Y hay que tener alguna clase de creencia acerca de Cristo.

“Por lo tanto, cuando digo que no soy cristiano, digo dos cosas diferentes: Que no creo en Dios ni en la inmortalidad, y tampoco creo que Cristo fuera el mejor y el más sabio de los hombres, aunque le concedo un alto grado de virtud moral.

Debe agregarse la creencia en el infierno. En Inglaterra, en la época del autor,  a mediados del siglo XX, por decisión del Consejo Privado y Ley del Parlamento, se consideró innecesaria la creencia en el infierno para ser cristiano. (las otras iglesias cristianas lo siguen manteniendo vigente, n. del a.).

Russell analiza en tema de “La existencia de Dios”, y los argumentos de la Iglesia Católica que dice que puede ser probada por la razón sin ayuda, o sea, como cuestión de fe. Esgrimen “el argumento de la primera causa”. Y la “primera causa” es Dios. Si todo tiene una causa, ¿quién hizo a Dios? La idea de que todas las cosas tienen que tener un principio, se debe a la pobreza de nuestra imaginación, termina el autor.

El argumento de la “ley natural” mediante las ideas de Isaac Newton y su cosmogonía, la ley de gravitación. La idea de que las leyes naturales implican un legislador se debe a la confusión entre las leyes naturales y las humanas. Las humanas son preceptos que le mandan a uno a proceder de una manera determinada, pero las leyes naturales son una descripción de cómo ocurren realmente las cosas, y como son una mera descripción, carecen de un autor determinado. Los argumentos a favor de la existencia de Dios cambian de carácter con el tiempo. En la época moderna, se hicieron menos respetables intelectualmente, y estuvieron cada vez más influidos por una especie de vaguedad moralizadora.

 El argumento del Plan: todo en el mundo está hecho para que podamos vivir en él, si el mundo variase un poco, no podríamos vivir. Cuando se examina el argumento del plan, es asombroso que la gente pueda creer que este mundo, con todas las cosas que hay en él, con todos sus defectos, fuera lo mejor que la omnipotencia y la omnisciencia han logrado producir en millones de años. Este argumento no resiste a un razonamiento basado simplemente en el sentido común (n. del a.).

Los argumentos morales de la deidad. Kant introdujo un argumento moral muy popular en el siglo XIX. “Que no habría bien ni mal si Dios no existiera”.  Pero si Dios es bueno, el bien y el mal están fuera de él, son independientes del mandato de Dios. Y serían en esencia lógicamente anteriores a Dios. Si se quiere, se puede decir que hubo una deidad superior que dio órdenes al Dios que hizo este mundo o, siguiendo el criterio de los gnósticos, en realidad el mundo que conocemos fue hecho por el demonio, en un momento en que Dios no estaba mirando. Hay mucho que decir en cuanto a eso, finaliza Russell, y no pienso refutarlo. Vale la metáfora, (n. del a.).

El argumento del remedio de la injusticia, es aquél que dice que la existencia de Dios es necesaria para traer la justicia al mundo. Pero en este mundo reina la injusticia, no la justicia, y si hay injusticia aquí, es probable que haya injusticia en el resto del universo. El argumento de que Dios trae la justicia al mundo, se cae por su propio peso. O tal vez  se está demorando demasiado en traerla. (n. del a.).

Pero estos argumentos de los que he hablado, dice Russell, son intelectuales y no son los que mueven a la gente. La mayoría de la gente cree en Dios porque le han enseñado a creer desde su infancia, y esa es la razón primordial. Esto es básico, el cerebro infantil es maleable, fértil a la fantasía, la superstición y lo sobrenatural. Allí la semilla crece y se desarrolla sin obstrucciones (n. del a).

El carácter de Cristo ¿Era el mejor y el más sabio de los hombres?, se pregunta Russell.      Se da por sentado que era así; yo no lo creo, afirma., aunque agrega que: hay muchos puntos en que está de acuerdo con Cristo, pero por las razones contrarias a las que siguen la mayoría de los cristianos, como la no resistencia al agravio y poner la otra mejilla, o el no juzguéis si no queréis ser juzgados, al que pide, dale y no tuerzas el rostro al que pretenda de ti algún préstamo. Si quieres ser perfecto, anda y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres…

   Para mí, hay un defecto muy serio en el carácter moral de Cristo, y es que creía en el infierno.  Yo no entiendo, sigue Russell, que ninguna persona profundamente humana pueda creer en un castigo eterno.  

Se hallará en el Evangelio un Cristo iracundo:

“¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno?” “Pero quien hablase contra el Espíritu Santo, despreciando su gracia, no se le perdonará ni en esta vida ni en la otra”. “Y si es tu mano derecha la que te sirve de escándalo o te incita a pecar, córtala y tírala lejos de ti; pues mejor te está que perezca uno de tus miembros, que no el que vaya todo tu cuerpo al infierno, al fuego que no se extingue jamás.”

Toda esta doctrina, de que el fuego del infierno es un castigo del pecado, es una doctrina de crueldad. Es una doctrina que aumentó la crueldad en el mundo y dio al mundo generaciones de cruel tortura. Y el Cristo de los Evangelios, aceptado como lo representan sus cronistas, debe ser considerado en parte responsable de eso.                                                                                                                                                    
Hay otros hechos, como los cerdos de Gadar, donde metió los diablos en sus cuerpos  y los precipitó colina abajo hacia el mar. Y luego, la curiosa historia de la higuera, la vio, tuvo hambre, y al acercarse comprobó que no tenía frutos. No era época, pero igual se irritó y le mandó a la higuera: “que nunca jamás coma ya nadie fruto de ti…” Pedro le dijo: “Maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado”.

“Yo no puedo pensar que, ni en virtud ni en sabiduría, termina Russell, Cristo esté tan alto como otros personajes históricos. En estas cosas, pongo por encima de Él a Buda y a Sócrates".                                                                                                                                   

Russell descree que la gente acepta la religión por la argumentación; la acepta emocionalmente. Se dice que “todos seríamos malos si no tuviéramos la religión cristiana”. A  mi me parece que es al revés, dice él. Cuanto más intensa ha sido la religión en cualquier período, y más profunda la creencia dogmática, ha sido mayor la crueldad. En las llamadas edades de la fe, con la Inquisición,  hubo muchas mujeres  quemadas por brujas y  hombres quemados  por herejes (Giordano Bruno, Julio Cesare Vanini, p.e.), y toda clase de crueldades practicadas en nombre de la religión.

“Pienso que todo el progreso del sentimiento humano, que toda mejora de la ley penal, que todo paso hacia la disminución de la guerra, hacia un mejor trato de las diferentes razas de otro color que el blanco, que todo paso hacia la supresión de la esclavitud, que todo progreso moral realizado en el mundo, ha sido obstaculizado constantemente por las iglesias organizadas del mundo. Y digo que la religión cristiana, ha sido y es aún, la principal enemiga del progreso moral del mundo”, termina Russell.

Con el tema de la llamada moralidad, la Iglesia inflige a la gente toda clase de sufrimientos inmerecidos e innecesarios, y se opone al progreso y al perfeccionamiento de todos los medios de disminuir el sufrimiento del mundo, porque ha decidido llamar “moralidad” a ciertas reglas estrechas de conducta que nada tienen que ver con la felicidad humana. ¿Qué tiene que ver la moral con la felicidad humana?, se preguntan desde el cristianismo: El objeto de la moral no es hacer feliz a la gente, se responden.

“A mi entender, la religión se basa en el miedo”, dice Russell. “La ciencia puede enseñarnos a no buscar ayudas imaginarias, a no inventar aliados celestiales, sino más bien a hacer con nuestro esfuerzo que este mundo sea un lugar habitable, en vez de ser lo que han hecho de él las iglesias en todos estos siglos”

“Todo el concepto de Dios es un derivado del antiguo despotismo oriental. (Ver Las Ruinas de Palmira, capítulos XX-XXIII, n. del a.). Es un concepto indigno de los hombres libres. Cuando se oye en la iglesia a la gente humillarse y proclamarse miserables pecadores, parece algo despreciable e indigno de seres humanos que se respetan…Un mundo bueno necesita conocimiento, bondad y valor, no el pesaroso anhelo del pasado, ni el aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace mucho por hombres ignorantes”.

En el capítulo ¿Ha hecho la religión contribuciones útiles a la civilización? (1930), Russell dice que: “Mi opinión acerca de la religión es la de Lucrecio. La considero como una enfermedad nacida del miedo, y como una fuente de indecible miseria para la raza humana. Aunque no puedo dejar de reconocerle que ha contribuido en parte a la civilización: ayudó a fijar el calendario, e hizo que los sacerdotes egipcios escribieran la crónica de los eclipses. Sólo esos dos servicios estoy dispuesto a reconocerles.

“Lo más importante del cristianismo, desde el punto de vista social e histórico, no es Cristo sino la Iglesia, y si vamos a juzgar al cristianismo como fuerza social, no debemos buscar nuestro material en los Evangelios. Ni los católicos ni los protestantes siguen las enseñanzas de Cristo. Algunos franciscanos trataron de enseñar la doctrina de la pobreza apostólica, pero el Papa los condenó, y su doctrina fue declarada herética. “No juzguéis a los demás si no queréis ser juzgados”, y preguntémonos la influencia que esos dichos han tenido sobre la Santa Inquisición…

No hay nada accidental en la diferencia entre la Iglesia y su Fundador. En cuanto la absoluta verdad se supone contenida en los dichos de un cierto hombre, surge un cuerpo de expertos que interpretan lo que dice, y esos expertos adquieren poder, ya que tienen la clave de la verdad. Y como cualquier casta privilegiada, emplean el poder en beneficio propio.                                                                                                   

La Iglesia combatió a Galileo y a Darwin, en nuestra época combate a Freud, decía Russell en 1930. En épocas de mayor poder fue más allá en su oposición a la vida intelectual. El Papa Gregorio el Grande, (540- 604) escribió a cierto obispo una carta que decía:” Nos ha llegado el informe, que no podemos mencionar sin rubor, de que enseñáis gramática a ciertos amigos…” El obispo fue obligado por la autoridad pontificial a desistir de su maligna labor, y la latinidad no se recuperó hasta el Renacimiento, iniciado aproximadamente en los siglos XV y XVI (n. del a.).

“La peor actitud de la religión cristiana, es la que tiene con respecto al sexo, tan morbosa como antinatural, que sólo se la puede comprender cuando se la relaciona con la enfermedad del mundo civilizado en el momento en que decaía el Imperio Romano”.

“A veces oímos que el cristianismo ha mejorado la condición de las mujeres. Esta es una de las mayores perversiones de la historia que se han podido realizar. La mujer ha sido para el judeo-cristianismo fuente de tentaciones impuras desde sus orígenes, es algo así como un “mal necesario” para la procreación, (y la mortalidad materna durante siglos dejó abundantes viudos, repetidos viudos; salvo excepciones, en su mayoría eran las mujeres solteras quienes llegaban a la longevidad hasta el siglo XIX). (n. del a.).

El cristianismo se opuso, y se opone todavía al resultado de las dos revoluciones pacíficas del siglo XX: El sexo sin reproducción, en la década del 60 con la aparición de los anticonceptivos, y La reproducción sin sexo, con el nacimiento por reproducción asistida (FIV) de la beba Brown en 1978. (n. del a.).

El concepto del pecado unido a la ética cristiana causa un enorme daño, ya que da a la gente una salida a su sadismo, que considera legítimo y noble. No solamente con respecto al proceder sexual, sino también con respecto al conocimiento de los temas sexuales, la actitud de los cristianos es peligrosa para el bien común. La ignorancia artificial que fomentan los cristianos ortodoxos sobre los temas sexuales, incitan a la actitud de considerar al sexo indecente, y salvo las excepciones habilitadas por el matrimonio, pecaminoso.

Las doctrinas fundamentales del cristianismo exigen una gran cantidad de perversión ética antes de ser aceptadas. El argumento cristiano usual es que el sufrimiento del mundo es una purificación del pecado, y por lo tanto, una cosa buena, significando este pensamiento sólo una racionalización del sadismo.

El alma y la inmortalidad:

El énfasis cristiano acerca del alma individual ha tenido una profunda influencia sobre la ética en sus comunidades. La virtud social estaba excluida de la ética cristiana. Hasta hoy los cristianos piensan que un adúltero es peor que un político que acepta sobornos, aunque este último hace un mal mil veces mayor. El concepto medieval de la virtud era algo ligero, débil y sentimental. El hombre más virtuoso era el que se retiraba del mundo. La Iglesia no consideraría jamás santo a un hombre porque reformase las finanzas, la ley criminal o la judicial. Tales contribuciones al bienestar humano se considerarían como carentes de importancia. No hay un solo santo en todo el calendario cuya santidad se deba a obras de utilidad pública. Creo que es claro que el resultado neto de todos estos siglos de cristianismo ha sido hacer a los hombres más egoístas, más encerrados en sí mismos, pues los impulsos que sacan al hombre fuera de los muros de su ego son los del sexo, la paternidad y el patriotismo o instinto de rebaño. La Iglesia ha hecho todo lo posible para degradar al sexo; los afectos familiares fueron vituperados por el mismo Cristo y por la mayoría de sus discípulos, y el patriotismo carecía de lugar entre las poblaciones sometidas al Imperio Romano. La Iglesia trata a la Madre de Cristo con reverencia, pero Él no muestra esta actitud: “¿Mujer, qué nos va a mí y a ti?”. Éste es su modo de hablarle. También dice que ha venido para separar al hijo de su padre, y a la hija de su madre…y “quien ama al padre o a la madre más que a mí, no merece ser mío”.(San Mateo, X: 35-7). Todo esto significa la ruptura del vínculo biológico familiar por causa del credo, una actitud que tiene que ver con la intolerancia que se extendió por el mundo con el advenimiento del cristianismo.

“Este individualismo culminó en la doctrina de la inmortalidad del alma individual. Las circunstancias de que ello dependía eran algo curiosas. Si se moría inmediatamente después que un sacerdote hubiera rociado agua sobre uno tras pronunciar ciertas palabras, se heredaba la dicha eterna; pero, si después de una vida larga y virtuosa uno moría repentinamente luego de emitir una blasfemia por cualquier circunstancia banal, se heredaba un eterno tormento. Esta es la doctrina ortodoxa creída firmemente hasta hace poco. Los españoles de México y Perú solían bautizar a los niños indios y luego estrellarles los sesos; así se aseguraban de que aquellos niños iban al Cielo. En mil modos la doctrina de la inmortalidad personal en la forma cristiana ha tenido efectos infaustos sobre la moral, y la separación metafísica de alma y cuerpo ha tenido efectos desastrosos sobre la filosofía”.

“La intolerancia que se extendió por el mundo con el advenimiento del cristianismo, se debe a mi entender a la creencia judía en la virtud y en la exclusiva realidad del Dios judío. Al poner de relieve la virtud personal y que es malo tolerar cualquier religión excepto una, han tenido un efecto extraordinariamente desastroso sobre la historia occidental. Es cierto que el cristianismo moderno es menos severo, pero ello no se debe al cristianismo; se debe a las generaciones de librepensadores que, desde el Renacimiento hasta el día de hoy, han avergonzado a los cristianos de muchas de sus creencias tradicionales. Se oye a algunos cristianos modernos decir lo suave y racionalista que es realmente hoy el cristianismo, ignorando el hecho de que toda su suavidad y racionalismo se debe a las enseñanzas de los hombres que en su tiempo fueron perseguidos por cristianos ortodoxos. La mutilación gradual de la doctrina cristiana ha sido realizada a pesar de su vigorosa resistencia, y sólo como resultado de los ataques de los librepensadores”.

“Caridades de exégesis”. Así llamaba Jean Jaurès a las interpretaciones bíblicas que permiten pasar sin dolor del dogma largo tiempo procesado a la verdad mejor conocida. Puede verse aquí la tolerancia de los librepensadores, incluso hacia los cristianos dogmáticos (n.del a.).

La idea de la virtud:

“El análisis de la virtud demuestra, a mi entender, que tiene su raíz en pasiones indeseables. La virtud y el vicio deben ser tomados juntos. Ahora bien, ¿qué es el “vicio” en la práctica? Es “una clase de conducta que disgusta al rebaño”. Mientras el rebaño es virtuoso, por definición, pone de relieve su propia estimación en el momento en que libera sus impulsos de crueldad. La esencia del concepto de virtud reside, por lo tanto, en proporcionar una salida al sadismo, disfrazando de justicia a la crueldad. La virtud es lo que la Iglesia aprueba, y el vicio lo que reprueba. Parecería, por lo tanto, que los tres impulsos humanos que representa la religión son el miedo, la vanidad y el odio. El propósito de la religión es dar cierta respetabilidad a estas pasiones, con tal de que vayan por los canales que ella establece.  Se podría objetar que el odio y el miedo son características humanas esenciales, la humanidad los ha sentido siempre y los seguirá sintiendo. Como esto es así, “sería mejor dirigir ese odio contra los que son realmente dañinos” y esto es lo que la Iglesia hace, los canaliza mediante su concepto de virtud.

Con el concepto de virtud, la Iglesia menosprecia a la inteligencia y a la ciencia. El adquirir conocimientos no forma parte del deber de los feligreses, y aunque ahora no los considera pecaminosos como antes, sigue considerándolos peligrosos, pues pueden llevar al “orgullo del intelecto” y por lo tanto poner en tela de juicio el dogma cristiano.

“Tómese como ejemplo dos hombres, uno de los cuales ha acabado con la fiebre amarilla en una gran región tropical, pero durante sus trabajos ha tenido relaciones ocasionales con mujeres fuera del matrimonio, mientras que el otro, perezoso e inútil, ha engendrado un hijo por año hasta que su mujer ha muerto agotada, y cuidando tan poco a sus hijos que la mitad han muerto tempranamente de causas evitables. Pues todo buen cristiano tiene que mantener que el segundo de estos hombres es más virtuoso que el primero. Evitar el pecado sería más importante que el mérito positivo”.

“Una educación destinada a erradicar el miedo, el odio y los tabúes sexuales sostenidos como esenciales en la educación cristiana no sería difícil de crear y llevar a la práctica. Y cambiar al mundo y acercarnos a la dicha universal y una existencia tolerable para todo el mundo. Pero la religión impide que nuestros hijos tengan una educación racional; la religión impide enseñar la ética de la cooperación científica en lugar de las antiguas doctrinas del pecado y el castigo. Posiblemente la humanidad se halla en el umbral de una edad de oro, pero, si es así, primero será necesario matar al dragón que guarda la puerta, y este dragón es la religión”.

        En el siglo IV el emperador Juliano el helenista, despectivamente  llamado  el apóstata, pretendió volver a la herencia de los griegos, separando al cristianismo del imperio  heredado de Constantino, pero murió joven en el intento. De haber tenido éxito, el mundo de los siglos posteriores probablemente hubiera tenido otra trayectoria, más afable, menos cruel, más tolerante. Con mayor sentido común y una más alta utilización de la inteligencia. Para bien o para mal, seríamos otros. Yo creo que para bien. (n.del a).