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La Trilogía de Estanislao Zeballos, (*) historia
de una apropiación hegemónica escribe
Beatriz S. Díez (**)
Transcribo
el resumen:
“Cautivo de
los ranqueles durante su infancia, Santiago Avendaño (1834-1874) elige para su
vida de adulto la tarea de lenguaraz entre el gobierno argentino y las tribus ranqueles,
defendiendo sus derechos en el cargo de “Intendente de los Indios”. A partir de
1854 escribe dos textos -Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño y Usos y
costumbres de los indios de la pampa- (***) que reúnen sus experiencias de niño
y adulto sobre la vida cotidiana y la historia de la nación ranquel.
Desautoriza en ellas las representaciones habituales del aborigen y los
prejuicios más comunes de su época. Las cadenas de lectura instituidas por los
realizadores/escritores del 80 excluyeron de la circulación estas memorias
manuscritas y las sometieron a una operación de despojo. Estanislao Zeballos
construye su Trilogía (1884/1887) a partir del material de Avendaño, pero
ocultando y tergiversando el relato desde el imaginario de la élite criolla,
silenciando voces originarias. Invisibilizadas durante ciento cincuenta años
entre las colecciones del mismo Zeballos, prospector/teorizador de la conquista
del desierto. Los manuscritos publicados por Meinrado Hux, 1999/2000- denuncian
el despojo identitario, restituyen una voz contrahegemónica y le dan la palabra
a los sin voz del pueblo ranquel.” Y transcribe:
He
leído algunos escritos, algunos artículos que hablan de la historia y de las
costumbres de los indios sin haberlos conocido de cerca, expresándose de una
manera incompleta, insuficiente y adulterada. Espero expresarme aquí mejor.
Santiago Avendaño, 1854
Yo agregaría que la publicación de los manuscritos
de Santiago Avendaño por parte del P. Meinrado Hux es un acto de estricta
justicia, tardía pero justicia al fin, devolviéndole identidad a las Memorias…y a su legítimo autor, y poniendo en evidencia una
histórica y más que centenaria apropiación indebida e intencional, con plagio
evidente y descarado por parte del Dr. Estanislao S. Zeballos con su famosa Trilogía.
(*) Se refiere a los conocidos libros de E. Zeballos Calvucurá, Painé y Relmu. (**)http://conti.derhuman.jus.gov.ar/2011/10/mesa_6/diez_mesa_6.pdf
(***) Esos dos títulos que menciona, en realidad son los de los textos de la recopilación que el P. Meinrado Hux hará más de un siglo después.
Los únicos artículos publicados por Avendaño en
vida fueron dos, en la
Revista de Buenos Aires, La
muerte del cacique Painè, 1868, Tomo
XV, y en el Tomo XVI, bajo el título “La
fuga de un cautivo de los indios”,1869.
Estanislao S. Zeballos (1854-1923), personaje
múltiple (un “hombre orquesta” lo definirá Roberto E. Giusti en el extenso prólogo
de la trilogía en 1954), luego de la muerte de Santiago Avendaño en un oscuro y
cruel avatar al fracasar la revolución
de 1874 protagonizada por Mitre (fue asesinado junto con Cipriano Catriel por
el hermano de éste, Juan José y sus lanceros, a la vista y asentimiento de
oficiales del ejército vencedor), se apropia (no está claro cómo) de los
papeles escritos que guardaba en su casa Avendaño, ya entonces en posesión de su viuda,
e inventa un hallazgo en los arenales de Salinas Grandes que expone en la primera hoja de la obra de
la trilogía, Callvucurá:
“Este capítulo es de una rigurosa exactitud
histórica. He tomado los datos que consigno desde 1833 hasta 1861 de un
curiosísimo manuscrito de 150 fojas de oficio que en 1879 encontré en el desierto
[…] fue escondido entre los médanos por los indios, en la fuga desesperada que
le impusieron las fuerzas del coronel Levalle, existe en mi biblioteca y lo
pongo a disposición de los eruditos [...]”
El ”curiosísimo manuscrito” eran los escritos de
Avendaño, escritos que en 1879 no los encontró precisamente en el desierto,
sino probablemente en casa de Avendaño, irrumpiendo allí y convenciendo a la
viuda de éste que se los entregara. Durante mucho tiempo esos “papeles” fueron
guardados bajo secreto hasta que el hijo de Zeballos los donó al Museo de
Luján. En su momento, sirvieron de base para la elaboración de la “historia
oficial” escrita minuciosamente por Zeballos, tergiversando a conveniencia los
dichos originales de Avendaño, y mencionándolo solo en los episodios que éste
había publicado en La Revista de Buenos Aires: «La
fuga de un cautivo de los indios
(Narrada por él mismo)» [...] y «Muerte
del cacique Painé (Ceremonia en la
pampa. Entierro del cacique. Sacrificios humanos. Su sucesor)», t. XIV, pp.
414-430 y 600-609 (1867); y t. XV, pp. 76-82 (1868).
El P. Meinrado Hux, más de un siglo después, encuentra los manuscritos originales en el Museo de Luján, accede a ellos, hace una recopilación y elabora las “Memorias del ex cautivo de los indios Santiago Avendaño”, que completa con una segunda parte “Usos y costumbres de los indios de la pampa”, a nombre de su legítimo autor, Santiago Avendaño.
“Es curioso que el Dr. Zeballos no diga con franqueza que ha usado esos escritos”, dice M. Hux en el prólogo de las Memorias…y sigue: ”El primer capítulo de Callvucurá sigue el texto de los manuscritos de Avendaño, y otros lo aprovechan libremente.
En letra regular, el texto publicado por la
Revista de Buenos Aires, y en negrita, la parte del artículo que completa
M. Hux con las Memorias… originales y que la Revista de Buenos Aires
dejara de lado.
IV El Cacique Painé, su muerte y su entierro
Voy a contar sucesos que acontecieron entre los ranqueles
durante mi permanencia en esas parcialidades como niño cautivo; de lo que he
visto y oído.
El cacique Painé, o Painé-gnerr (1780-1844) era uno de
los grandes caciques ranquil-ches con asiento en Leuvucó. Había sucedido a su
padre en el cacicazgo. Al mismo tiempo el cacique Pichuiñ era cacique principal
de la agrupación ranquelina en Toay y Poitahué.
Painé-gnerr era un indio generoso y amado. Era viudo de
varias mujeres, pero en su edad avanzada solo conservaba cuatro. Tres eran
matronas y una era vieja. Ésta había sido su primera esposa, y la amaba con
preferencia, porque de ella había tenido muchos hijos que ahora eran ya mozos o
casados y que eran el encanto de su vejez. Estaba, pues, sumamente agradecido a
su mujer y le permitía que descansara en un toldo separado, atendida de sus
“colegas, incluso por él mismo. Siempre decía que había sido una excelente
esposa. El toldo de esta india “jubilada” por su marido, estaba contiguo al del
cacique Painé y éste la visitaba de vez en cuando. Sus hijos no la desampararon
y le manifestaban su cariño visitándola o enviándole sus mujeres con sus
chicos, sus nietos, para hacer compañía a su suegra o a su cucú (abuela)
respectivamente. Ella se esforzaba en agasajar a sus queridas nueras y a sus
nietecitos y hacía cuanto su estado le permitía. Gozaba, según ella misma
decía, contemplándolos y pensaba que había sido una mujer dichosa por haber
podido dar a su esposo tantos hijos sin haber sido interferida por el Güecufú(espíritu
malo) ni en el parto ni en la crianza de tantos que había tenido. Después del yavutuón
(regalo u obsequio) seguía animando a sus nueras a que fuesen tan buenas madres
como eran buenas esposas; que cuidaran bien a sus chiquitos; que jamás dejasen
de remediar la miseria ajena. También decía que el demonio tenía emisarios que
se encubrían con piel de pobre para ver quién los despreciaba o les negaba
algo. Pero que se vengarían después en las criaturas, dándoles oñapué
(veneno a la hiel), haciendo derramar lágrimas a sus padres sin piedad.
Tenía razón de sentirse feliz la vieja, pues sus hijos
eran estos conocidos personajes:
Calvaiñ, Pangithruz, Güenchugnerr, Epugnerr, y una hija, casada con
Güenchuil, llamada GÚeneir-nerr, y no
era fácil entre los indios criar a muchos hijos, pues, a pesar de que eran
robustos y sanos, les solían agarrar enfermedades tan violentas que no escapaban
a la muerte, especialmente las criaturas. Y yo creo que esto les venía por la
falta de higiene, del estómago o por los alimentos, unas veces sin sal, y otras
veces salados excesivamente.
En una noche del mes de septiembre de 1844, murió de
improviso, quizá de afección cardíaca, el muy respetado cacique Painé, en su
toldo en Leuvucó. Su hijo mayor, el cacique Calvaiñ le hizo un entierro
espectacular, que voy a relatar, según la información que he recogido.
Inmediatamente de morir Painé,
su hijo primogénito Calvaiû sucedió a su padre (Chu):
Ordenó colocasen el cadáver como es de costumbre en su lecho de muerte, que le
vistiesen todas sus prendas, y mandó chasques á todos los caciques. Se dirigió
á Pichuiû expresándole su sentimiento y pidiéndole fuerza
armada para reunir en una junta general todas las mujeres de sus departamentos,
á fin de hacer un ejemplar con las brujas que se habían ensañado tan luego con
el cacique de más nombradía. Suponían que es por el poder de estas que
aconteció la muerte del gefe indio.
Pichuiû mostró su pesar hasta donde pudo y
condescendió con la requisición de mandar gente armada de lanza y bola.
Mientras tanto en el lugar del suceso había una locura feroz.
Las mujeres, tanto
las del recién fallecido como todas las
del vecindario y otras que se hallaban reunidas en esa bacanal de hombres, se
desesperaban y gritaban a porfía, haciéndose dúos unas con otras. Ciertamente
no el por sentimiento de haber perdido a
un cacique grande, tan respetado y valeroso, sino porque sabían que de entre
ellas habían de salir aquellas que necesariamente debían inmolarse como brujas,
autoras del funesto acontecimiento.
Ellas son en tales
casos las víctimas de la superchería, pues los indios creen en el demonio, en
las brujas; en el oñapué (veneno de la hiel) y en los renu (junta
del diablo con sus agentes o de brujas, en concilios infernales). Como brujas,
muchas mujeres tienen que sucumbir del modo más atroz y vergonzoso: a bolazos,
lanzazos y puñaladas.
¡Desgraciadas e
inocentes víctimas de la barbarie! ¿Cuándo llegará hasta ustedes la luz de la
civilización? ¿Cuándo consagrarán los gobiernos un poco de atención y piedad
humana, procurando que ustedes y sus hijos puedan participar de los bienes que
derrama a torrentes la cultura sobre todo el universo? Pero no; los gobiernos
no quieren comprender que es necesario redimir a una parte de la humanidad, de
nuestra carne y de nuestra sangre. No les duele que nuestros hermanos sufran
tanto infortunio. Parece que los gobernantes creen que los indios están bien en
el estado en que los tienen y dejan por egoístas o por mala fe, y porque se
encierran en sus rencillas políticas. Según ellos, no tienen más deberes para
con los indios que mantenerlos en el estado de embrutecimiento, hasta poder
exterminarlos. No les ofrecen civilización, nada hacen para atraerlos (al
cristianismo). Brutos han nacido para morir más brutos y degradados por los
vicios. No tienen oro ni plata, ni otro atractivo para los que los atacan, son
agredidos únicamente para quitarles sus terrenos y matarlos luego. “Por ahora
les daremos 2.050 arrobas de yerba y otras menudencias. Y al fin, la mitad de
todo esto quedará entre nosotros”, según dice el refrán “el que reparte se
queda con la mejor parte”.
Al día siguiente después
del velorio de uso, mandó Calvaiû que le llevasen todas las
mujeres que hallasen en los toldos. Evacuada esta operación, reunieron las que
estaban allí con las recién traídas, les formaron cerco hombres de á caballo
con lanza. Vino Calvaiû y determinó que todo hombre que en
aquella reunión de mujeres tuviese dos, dejaría matar una, el que tuviese tres
dejaría matar dos, y el que tuviese una, la perdería. Se ejecutó esta bárbara
disposición sin que nadie dijera una palabra, por que además que era una
necesidad, se decía, dar un golpe á las brujas, era un deber cumplir con la ley
del caso. Una multitud de infelices tán alegres y llenas de vida el día antes
ahora se desgarraban sus vestidos desesperadas por eludir el ser nombradas en
la sentencia. Apiñadas todas y circuladas, no se veían más que semblantes
llenos de angustia; cada una miraba a la muchedumbre que las guardaban con una
sonrisa llena de amargura como implorando compasión. Todas lloraban, todas
llamaban, pero nadie las oía, una decía en el colmo de la desesperación “para
que nos tienen así, nosotras no somos brujas”. Otra repetía “yo estoy criando,
mi criatura es pequeña”. Más allá decía alguna: “mis hijos son chicos y van á
quedarchicoiû, huérfanos, pobres mis hijos. ¡El padre ni siquiera me
defiende!”.
En medio de este caos se presenta Calvaiû con
su escolta, ordena que de estación en estación se vayan entre sacando de la
multitud y las vayan matando, hasta llegar á una loma donde había dos
algarrobos y donde se había mandado cavar la sepultura. Las más ó menos muertes
dependía de las más ó menos estaciones que se hicieran.
La sepultura distaba del toldo como unas seis cuadras, y
este trayecto debía tener en distancia un montón de brujas asesinadas. Toda la
vía quedó marcada con los cadáveres, bárbara y salvaje expiación á las manos
del cacique.
Ya hemos visto que la mujer más querida de Painé era
la vieja que él mismo la había separado de las otras tres que tenía consigo,
sólo esta mereció el respeto de sus hijos y de los demás ardientes adictos a la
matanza. Nadie osó incomodarla ni decirla una palabra, las tres recién viudas
hacían parte de aquél rebaño de ovejas que se oprimían entre sí, revolviéndose
para no ser designadas como cuando se entra á elegir una res en una majada, que
todas se atropellan topándose unas sobre las otras, cayendo algunas para no
levantarse sinó todas pisoteadas y contusas. Ni más ni menos tal era el aspecto
de aquél espantoso drama con todos sus horrores.
Painé era casado con dos hijas del
cacique Caibuñaim (Halcon-Azul, hermanas de padre y madre),
jóvenes aun, especialmente la menor, y una cautiva llamada María, natural de
Córdoba. Esta señora que tenía ya sus 40 años, tampoco se la hizo partícipe de
la ignominia de sus colegas.
Por fin cuando fue tiempo de hacer la primera ejecución, se
presentó Cailbuiñ (padre y abuelo político de Calvaiû)
pidiendo se le concediese salvar sus dos hijas, aquél padre venía con el dolor
escrito en su semblante. Calvaiû en atención al respeto debido
á este anciano por sus méritos, hizo lugar á la petición concediéndole la
menor, dejando la otra para cumplir con la ley y haciéndola seguir á su marido
al Alhué mapú o tierra de la eternidad.
Entró Cailbuiñ al rebaño de infelices,
extendió la mano hácia su hija que ya no veía por las lágrimas, se asió de la
mano de su padre y al salir muchas se prendieron de ella creyendo salvarse;
pero Cailbuiñ les dijo que no podía sinó librar a su hija. En
esto vé la otra que sacaban á su hermana y la dejaban á ella, y le grita en
medio de aquél bullicio:”padre mío, ¿no soy también su hija, por qué me deja?
No sabe que tengo un puñín chiquito?” El padre hizo un
movimiento desesperado con la mano, como quien dice paciencia y no pudo hablar.
Calvaiû ordenó la primer ejecución designando
una á una las que debían morir, y en el acto las sacaron de la masa de mujeres
arrastrándolas, asiéndose estas pobres de aquellas que quedaban a su lado,
metiéndose otras entre las piernas de las que no eran nombradas, creyendo
evadirse. Más de ciento veinte esperaban esa suerte. Allí en medio de las
súplicas las más conmovedoras, en medio de los gritos, de los llantos, mezclado
todo con los relinchos de los caballos, se mataron ocho desgraciadas. La
procesión se movió con el cadáver y el arreo de brujas por detrás con su
correspondiente seguridad; á poco andar se hizo alto, era para repetir la
matanza; se designaron otras ocho brujas ó no brujas, y luego fueron sacadas
como las primeras y muertas á bolazos y á puñaladas, y la que se disparaba
buscando salvarse, la lanceaban.
En esta vez aun no nombró Calvaiû la viuda
de su padre y mandó seguir el cortejo fúnebre. En la marcha pausada que
llevaban era mayor la angustia de tantas víctimas. Fue preciso hacer una
tercera parada, y en ella designó Calvaiû otras ocho que
fueron tomadas con la misma crueldad que las anteriores y muertas en el acto,
quedando sus cadáveres palpitantes como para señalar aquella via de dolor y de
sangre. Continuó todo el acompañamiento en el mayor orden y gravedad. Se oía de
cuando en cuando gemir ya á un marido cuya mujer la había visto matar ó
marchaba á la muerte, ya á un hermano, á un padre y por fin parientes ó deudos
inmediatos de las que habían muerto ó estaban para morir. Otros
reprimían su pesar. Se les inundaban los ojos de lágrimas pero no decían una
palabra. Era necesario, porque el llanto en un entierro era una costumbre.
Llegóse por último al pié de los dos algarrobos donde
estaba ya la fosa para guardar la venerable reliquia de Painé. Allí
se pararon todos, cadáver, acompañamiento, brujas, todo; se presentó Calvaiû y
designó otras ocho mujeres que también fueron víctimas de aquél fanatismo
feroz. Entonces se introdujo en la fosa el cuerpo de Painé vestido
con lo mejor, puestas sus espuelas de plata, su montura bien envuelta llevando
en ella sus estribos de plata, su llochocon ó chapeado,
etc.etc. Mandó Calvaiû traer la criatura que criaba de pechos
la mujer de Painé y que iba allí, y luego que la trajeron se
la hizo entregar á la madre diciéndola “dale de mamar por última vez al
niñito”. Ella desconcertada de esta voz le dijo, “¡Y qué!, ¿ni de estar criando
me vale siquiera para que no me maten?” Calvaiû replicó: “Es
preciso que sea así, no porque seas bruja, si lo fueras no irías acompañando á
mi padre dentro de la fosa, bien sabes que su primer ó principal mujer tiene
que ir con él”. Lanzó un grito de horror la china y llorando y en voz alta le dijo:
“Yo no soy la primer mujer del muerto ó la principal, en ese caso tu madre es
la que debe acompañar hasta en su vejez á su marido, no yo que soy nueva para
él”. “Mi madre”, replicó él, “ya no era parte de las mujeres de mi padre porque
para él ya no vivía, puesto que la separó por la vejez, si hubiera estado
viviendo con él hasta ayer, entonces sería ella”. Durante este diálogo, la
criatura llena de alegría lactaba del pecho y lo soltaba jugueteando con él. La
china con sus hermosas trenzas de pelo sueltas sobre sus espaldas y el rostro
en señal de pesadumbre, no hacía mención a las muchas monadas de la criatura
porque su corazón ya no era de madre sinó de una mujer en agonía.
Llegó la hora, quítanle la criatura del seno, tómanla á ella y de
un solo bolazo en el cráneo en la parte superior, fue lo suficiente para que
dejase de existir, colocándola al lado izquierdo de su marido, cerraron con
gruesos palos la boca de la sepultura; luego encima le pusieron paja y tierra
de todo un terraplén. Ahorcaron cinco de sus caballos de pelea al pié de su
sepulcro y le mataron un número crecido de ovejas. Concluido esto se retiraron
todos.
Calvaiû llamó a la cautiva María que había sido mujer
de su padre muchos años y le entregó la criatura huérfana para que la criase
con todo cuidado. La pobre María lloraba tal vez de miedo y no por la muerte de
su marido. Este fue el fin de ponderado guerrero Ranqueilche Paineguor,
y el principio del gobierno de su hijo y sucesor Calvaiû que
también tuvo su fin trájico tirando al blanco con una pistola sentado sobre
unos cajones de cartuchos de cañón y muy cerca de un montón de cuñetes de
pólvora. Tiró y por fortuna acertó á uno de esos cuñetes, la explosión del
primero ocasionó la de todos y voló él junto con los cajones, acompañado de 25
indios. Estos cuñetes fueron dejados en la expedición al norte del señor don
Emilio Mitre, diciembre de 1857, cuando se perdieron, murieron muchos de sed y
se volvieron llenos de desaliento.
Escribo como testigo ocular
Santiago Avendaño
·Esta última afirmación no figura en
las Memorias…Al comienzo del relato dice: Voy a
contar sucesos que acontecieron entre los ranqueles durante mi permanencia en
esas parcialidades como niño cautivo; de lo que he visto y oído.
Santiago vivía en los toldos de su padre
adoptivo, el indio ranquel Caniú, que no se encontraban vecinos a las
tolderías del cacique Painé. Por lo tanto, su relato puede tener más
verosimilitud como oído que como visto, de acuerdo a sus Memorias.
De la diferencia entre las dos versiones
puede dilucidarse, sin lugar a dudas lo que la Revista de Buenos Aires,
dirigida por Vicente G. Quesada y Miguel Navarro Viola, bajo la atenta
observación de Juan María Gutierrez, quería publicar, y lo que realmente
Avendaño había redactado y que saldría finalmente a la luz ciento cincuenta
años más tarde.
Pero las Memorias… también tienen otra
faceta importante oculta, esta vez tanto por la “historia oficial” de Zeballos
como por la tendencia actual, revisionista y contrahegemónica. Y es el capítulo
XI:
Dos años prisionero de Rosas en Palermo. El P. Meirado Hux hace una severa referencia
a la figura del “restaurador”, a quien no obstante reconocerle méritos
históricos y patrióticos, le recrimina su actitud cruel y dictatorial y no duda
de la veracidad del relato de Avendaño. Relato preñado de la visión adolescente
de una realidad cruel impregnada de sádico ensañamiento que no parece condecir
con el rol de civilizado que ostentaba el gobierno de Buenos Aires, en
contraposición con la “barbarie” de los indios, y de los “salvajes” unitarios.
Vaya como ejemplo la descripción del fusilamiento del teniente Taborda, oficial
de Rosas, a quien se le habrían escapado por descuido dos prisioneros:
…”Formóse el cuadro. Y cuando todo estuvo
listo, sacaron a los reos. El teniente Taborda no consintió que le vendaran los
ojos. Y cuando iba a llegar al cuadro, teniendo a su izquierda al otro
desgraciado dijo:
“-¡Gracias mi coronel! ¡Gracias por el
interés que se ha tomado por mí! ¡Sólo a usted se le pueden deber estos
favores, porque es usted un hombre tan bondadoso! Yo creía tener motivo para
esperar su mediación a mi favor, pero veo ahora que para usted no hay nada
digno de su estimación; ni es capaz de conocer lo que vale algo. ¡Gracias
coronel Hernández! ¡Dios se lo pagará! No vaya a creer que no siento el tamaño
de la afrenta que me hacen. El morir no me espanta. Lo que me espanta es ver
que usted permita que un oficial tan antiguo tenga que morir al lado de un
facineroso. ¡Gracias, señor gobernador, por la recompensa que da a mis
servicios; servicios que vienen desde la guerra contra el Imperio! ¡Ah! Y lo
que es más triste, las balas del enemigo no me mataron, porque mi suerte me
tenía destinado para morir por las balas de mi gobierno, a quien he defendido
derramando mi sangre. ¡Bendito sea Dios!”
“Y moviendo la cabeza, se sentó en el cajón,
donde fue amarrado por los brazos. El coronel, durante la alocución del reo,
mantuvo el más profundo silencio, con sus dos manos apoyadas en la empuñadura
de la espada. Todos creíamos que las palabras de Taborda lo habían conmovido y
lo tomamos por cosa extraña en su corazón insensible, como lo era el del
coronel. Nos equivocamos. Se publicó el bando en los cuatro ángulos del cuadro
y se hizo la señal por la que descargaron ocho balazos sobre los dos ajusticiados.
Al teniente Taborda le tiraron a la cara y sus sesos quedaron estampados en la
pared de la cárcel, que estaba a una vara de distancia de sus espaldas. La
parte superior del cráneo, o la tapa de los sesos, fue a parar sobre el tejado
de la cárcel. Uno y otro cadáver fueron tirados a un carro, que los condujo a
la Recoleta.”
Este espectáculo era diario y se repetía
varias veces algunos días. Santiago Avendaño debió soportar dos años, entre los
diez y seis y dieciocho de edad las repetidas escenas de crueldad sangrienta
que ordenaba en Palermo el gobernador. Termina Avendaño el capítulo:
“Me atrevo a decir sin temor a exagerar, que
Rosas era uno de esos hombres hermosos, de los que no hay muchos en la
sociedad. Yo decía para mis adentros, mientras le miraba de atrás: Son pocos
los hombres que representan la hidalguía como este bribón. ¡Ojalá estuviese su
índole en armonía con su exterior! ¡Cuántas victimas menos tendríamos que
nombrar! ¡Cuántos hombres habrían vivido sin sufrir la afrenta de los azotes!
¡Cuánta adhesión no ya forzada habría encontrado entre todos los hombres! Si
hubiera sido menos feroz y menos sanguinario…¿Quién ha de creer, sino nosotros
que vivimos tus maldades, que hayas sido el verdugo de tantos inocentes? Todo
lo que adorna tu tiranía es colorado. Pero para eso ¿cuánta sangre se vertió?
Corolario: Santiago Avendaño desconoce en su tiempo los hechos protagonizados por Camila
O`Gorman y Uladislao Gutierrez, que motivaron la cruel decisión del gobernador
de mandarlos fusilar, orden que se cumplió sin atenuantes el 18 de agosto de
1848 a las 10 en punto de la mañana en la prisión de Santos Lugares. Ni el
avanzado embarazo de Camila detiene al gobernador. Le darán de beber agua
bendita y quizá así su nascitorum vaya al cielo. Santiago estaba en ese
entonces en las tolderías ranqueles, meditando en la fuga que llevaría a cabo
el 1º de noviembre del año siguiente, con la ayuda y consejos del coronel
Baigorria. No sabía que al año siguiente lo esperaba a cambio una verdadera
prisión, con el sometimiento absoluto a los designios del “restaurador” en
Palermo.
Santiago debió cambiar siete años de una vida
muy dura, con muchas carencias, de una “primitiva, ignorante e incivilizada barbarie”,
mas impregnada no obstante de amor filial, compañerismo y tolerancia, por dos
años de una cruel y sangrienta civilización impregnada de sadismo e
intolerancia.
La vida le mostraba con toda su crudeza, la abierta
contradicción de una sociedad que no vacila en llamarse civilizada y cristiana
y actúa, no obstante, bajo el lema de que “el fin justifica los medios”.
O quizá no resulta una contradicción, y para
la sociedad civilizada y cristiana, como para otras que se dicen también
civilizadas, en todos los casos y sin vacilaciones, “el fin justifica los
medios”. Cuando fue asesinado premeditadamente junto con Cipriano Catriel, en
1874, Santiago tuvo una prueba tangible de ello. Posteriormente, en una carta,
el militar Luis Güemes, testigo presencial de los hechos comentaría:…”Así
concluyeron Catriel y su Consejero, los dos bandidos más sanguinarios y crueles
de la Pampa”. Ciertamente, expresa con irritación contenida Meinrado Hux,
Santiago Avendaño no merecía ni tal fin, ni tales epítetos.
¿Todos lo trampearon a Santiago Avendaño? No,
todos no. El P.Meinrado Hux no lo hizo, rescatándolo desinteresadamente a la
luz, ni tampoco el coronel Baigorria. Tampoco lo trampeó su padre adoptivo, el indio
ranquel Caniú, ni su tío abuelo, el cacique Pichuiñ, “Él era mi abuelo y mi
padrino”, dice Santiago, “porque para mostrarme su cariño, me dio su nombre y
me manifestaba un aprecio que rayaba en la locura. Me llamaba ñi lacú,
que quiere decir mi tocayo (mi nieto).”
Probablemente
tampoco lo trampeó su compañero de infortunio, el cacique Cipriano Catriel.
El primero que lo trampeó fue el gobernador
Rosas cuando Santiago volvió a la “civilización” abandonando la “barbarie” de las
tolderías ranqueles; luego lo trampearon los directores de la Revista de
Buenos Aires, al publicar mutilado su escrito sobre la muerte del
cacique Painé, divulgando solo las partes más sanguinarias y crueles y
falseando el final con la afirmación: “Escribo como testigo ocular”.
Y luego viene “el gran trampeador”, el Dr.
Estanislao S. Zeballos con su trilogía robada a las Memorias de
Santiago. Y de alguna manera, lo trampea también la autora del artículo La Trilogía de Estanislao Zeballos, historia
de una apropiación hegemónica, Beatriz
S. Díez, pues utiliza las publicaciones del P. Meinrado Hux para elaborar una
ponencia crítica o contrahegemónica a toda una parte de la sociedad, la
dominante de entonces, a la que pertenecía Zeballos, la “elite” dominante
después de Caseros, Roca y su “conquista del desierto”, etc. Los escritos de
Avendaño le dan voz a los ranqueles, afirma la autora, y en esto
encuentra el mayor valor en ellos. Y eso es parcialmente cierto, pues su valor
no concluye allí, ya que la voz autorizada de Avendaño que describe
minuciosamente, despojado de la tendencia oficial que desacreditaba a los
indios, la vida en las tolderías y sus usos
y costumbres, es la voz de una
persona viva, no la de un ente simbólico, y la intención que trasuntan sus Memorias es la de integrar el mundo indio con el mundo gobernante al cual él
pertenecía. Él se definía como intérprete, manejando el lenguaje de los dos
mundos (algunos lo llamaban despectivamente “lenguaraz”, incluso la autora del
artículo). Él cuando muere era el Intendente de los indios, o sea, el
representante de estos ante el gobierno de turno, cargo que desempeñó con
idoneidad en una época de conflictos entre indios y blancos, y también entre
indios e indios, entre blancos y blancos. La revolución del 74 provocada por
Mitre lo abandona a su suerte como víctima expiatoria junto con el cacique
Cipriano Catriel, del cual era su secretario. También lo trampea este general,
que saldrá indultado de este evento.
Esto es lo que se desprende del análisis histórico
de la agitada, corta y finalmente trágica vida de Santiago Avendaño. Pero prolífica y harto valiosa vida, rescatada de
la oscuridad del escritorio de Zeballos y de las vitrinas del Museo de Luján
por los diligentes oficios del P. Meinrado Hux, al cual le estaremos
eternamente agradecidos por ello.
Epílogo: La editorial El Elefante Blanco que en 1998 había publicado la Trilogía de Zeballos, publica en el 2000 Usos y costumbres…, que en el prólogo de las Memorias había anticipado M. Hux su próxima publicación, y en el 2004 finalmente publica las Memorias….
No se explica la evidente postergación en la publicación de esta última, a menos que el capítulo XI titulado: “Dos años prisionero de Rosas” hiciera dudar a las autoridades de la editorial sobre la “conveniencia” de su publicación, lo mismo que el capítulo XII “Recuerdos de después de 1852” donde Santiago cuenta el conflicto entre los indios asentados en las orillas del pueblo de 25 de Mayo y las arbitrarias autoridades del fuerte, con el mayor Valdebenito a cargo, en 1856. Éste mete presos a algunos indios y otros logran escapar. El Indio Cristóbal y sus dos hermanos llegan a las tolderías de Calfucurá. Éste promete ocuparse de ellos y convoca a una junta extraordinaria (Vichá thraun) a reunirse en un plazo de cinco días.
Encontráronse frente a frente todos los caciques en el
día indicado, y Cristóbal se vio honrado en medio de un congreso, reunido por
su causa y para ocuparse exclusivamente de sus familias. Calfucurá habló y
luego tomó la palabra un cacique muy anciano, muy respetado, llamado Melignerr
(Cuatro Zorros) y dijo:
-Todo lo que pudiera decir de los cristianos
sería poco para comprender lo perversos que son. El indio es para ellos lo que
el güeza güecufú (espíritu malo) es para nosotros; es decir que así como
una bruja vive entre nosotros que, aunque sabe que mereciendo la muerte no la
matamos por lástima y consideración, esa bruja no podría de ningún modo dejar
de dañarnos, porque jamás podría transar con aquellos que son sus víctimas. La
bruja no conoce lástimas ni atenciones. Para ella ante todo está ese deber, que
se ha impuesto para cumplir con el diablo, de matar a los hombres. Así, los
cristianos, por mucho que se sirvan de los indios, jamás dejarán su obra
funesta, jamás tendrán consideración ni lástima, porque no olvidan jamás que el
indio es indio y que ellos deben acabar con él. ¿Qué les importa que ese indio
se haga voluntariamente su esclavo para merecerse un favor? Si, los cristianos
le dan de comer y lo hacen soldado. Demasiada recompensa es- dicen- en
comparación con lo que el indio hace en bien del cristiano. ¿Qué les importa a
los cristianos ver a sus hijos entreverados con los hijos de los indios,
haciéndose amigos y tratándose de hermanos? ¿Acaso es ese un título para que el
indio se crea seguro allí? No, señor, el cristiano tolera al indio porque lo
precisa. Pero no lo pierde de vista y con el tiempo hace lo que ha hecho con
estos. Ellos creen que tienen una obligación, la de acabar con los indios…El
cristiano no puede pensar como nosotros, el cristiano se quiere quedar solo. No
quiere al indio y el indio se conformaría con los cristianos; nunca quiere
quedarse solo. Ha matado a algunos, es cierto, pero en la guerra. Fuera de ahí,
el indio no persigue al cristiano. ¿No vienen aquí cuantos quieren y se quedan
aquí y se casan con nuestras hijas? ¿Y qué decimos nosotros de esto? Lo
aprobamos. ¿Y qué bien nos vienen a hacer esos “pillantrones”? Ninguno. Y sin
embargo, aquí no se mueren de frío, ni de hambre, ni nadir los persigue si se
conducen bien…
-En cierto modo- continuó- los recién venidos
(se refiere al Indio Cristóbal y su familia) no tienen razón de quejarse. ¿No
sabían que iban a encontrarse entre las uñas de los cristianos cuando se
fueron? ¿No sabían que iban a esclavizarse y que iban a servir de perros allí?
Sí, lo sabían, pero no lo creyeron. Ahora sí, han probado lo que digo…-Y luego
propuso:- ¿Por qué no montamos todos a caballo y nos allegamos a Mulitas (25 de
Mayo), con las armas en la mano y mandamos a ese, viejo como yo para que él
consiga que esas familias sean sueltas? Me parece que ese es el mejor modo de
proceder…
Esta era la opinión fundamentada del viejo
cacique ranquel que definía con claridad meridiana la relación entre las dos
culturas. Se entienden las dudas de la editorial para publicar las Memorias…de
Santiago Avendaño.
Nota: Hoy en día, en Mercado Libre se consigue Usos
y costumbres…Memorias…ya no está a la venta. Creo que se puede conseguir en
España.
Cautiverio y
prisión de Santiago Avendaño
Edición
crítico-genética de los manuscritos censurados de un excautivo argentino del
siglo XIX
Tomo I El
cautiverio de Santiago Avendaño entre
los ranqueles
Edición, estudio
preliminar y notas de María Laura Pérez Gras (CONICET – USAL)
Interesantísima investigación de los llamados Manuscritos de Santiago Avendaño, en su Tomo I, que finaliza con su fuga de las tolderías y su accidentado viaje hasta la ciudad de San Luis. El último párrafo:
“Vendita sea
siempre la providencia que tan grandes pruebas nos dá de su exelsa omnipotencia! Cuantas maravillas habia visto
en tan pocos dias, y cuantas tenia que ver despues! Cuantas micerias y
amarguras me estaban reservadas, aun mas duras que el mismo cautiverio de que
habia escapado! 396 ¡Bendito sea dios!”
396. De
esta manera, Avendaño anuncia los terribles años de prisión por orden de Rosas
que aún le esperan y cuyo relato será publicado en el próximo volumen de este
proyecto de edición crítico-genética.
Nota del autor: El volumen anunciado como Tomo II aún o ha sido publicado.