miércoles, 12 de febrero de 2025

Les libres maudits de Jacques Bergier y La doble hélice de James D. Watson

     Jacques Bergier, en  Les libres maudits (Editions J ‘ai Lu, 1971), traducido al español por Plaza & Janes editores en 1976 como Los libros condenados, en el capítulo X titulado La doble hélice, referida a la obra de James D. Watson, se pregunta: ¿por qué he escogido esta obra para terminar un ensayo sobre los libros condenados? Y responde: “porque ha estado dos veces a punto de desparecer de la circulación: la primera porque nadie quería editarla; la segunda, porque nadie se avenía a comentarla”.

   Refiere que: “El profesor James D. Watson, nacido en Chicago en  1928, en 1950 consigue el doctorado en ciencias en la Universidad de Illinois, y seguidamente, trabaja en Copenhague y en Cambridge, donde hace extraordinarios descubrimientos en el campo de la herencia. En 1962 comparte el Premio Nobel con Francis Crick y Maurice Wilkins, por su descubrimiento de la estructura molecular del ácido “hereditario” ADN. La molécula de este ácido que hace una doble hélice”.

“Este descubrimiento es considerado como uno de los más importantes del siglo. Condujo a una interpretación del código genético y abrió la puerta al control de la herencia…”

Un científico eminente declaró a la  revista inglesa Nature: “Les sería más fácil encontrar un clérigo dispuesto a comentar un libro pornográfico, que un sabio que accediese a hablar de La doble hélice.

Parece que el libro de Watson pone al desnudo la realidad de los “investigadores sabios” y sus tejemanejes y trapisondas para crecer y lograr resultados a cualquier coste en el ámbito  científico. “El rasgo simpático de Watson es que se abstiene de toda falsa modestia. Escribe con sencillez: Hemos descubierto el secreto de la vida”, traduce Bergier. “Y aquí es donde se plantea el verdadero problema, superior incluso a la propia doble hélice: el problema del aplastamiento y la censura de los descubrimientos, el problema de los “Hombres de Negro” (aquí vuelven a aparecer en este capítulo)”. Y avanza: “Las consecuencias del descubrimiento de Watson y col. han sido estudiadas por grupos de especialistas que han redactado una tabla, la cual puede verse en el libro de G. Rattray Taylor La revolución biológica. Una tabla parecida ha sido también fijada por expertos de la “Rank Corporation”, apunta Bergier, y agrega la Tabla:

Primera fase: hasta 1975:

-Trasplante sistemático de miembros y órganos.

-Fertilización de óvulos humanos en tubos de ensayo.

-Implantación de óvulos fertilizados en la mujer.

-Conservación indefinida de los óvulos y los espermatozoides.

-Determinación del sexo a voluntad.

-Retraso indefinido de la muerte clínica.

-Modificación del pensamiento por medio de drogas…

-Eliminación de recuerdos.

-Placenta artificial.

-Virus sintéticos. 

Y la Tabla continúa con la Segunda Fase: hasta el año 2000, y la Tercera fase: después del año 2000.

Sin avanzar en la segunda y tercera fase, detengámonos en la primera. El libro de Bergier salió publicado en Francia siete años antes del nacimiento de la beba Brown, primer nacimiento producto de la FIV, prediciéndolo. Y dice: “Lo primero que se le ocurre a uno al leer estas previsiones es pensar: no de atreverán. Pero la lectura de la doble hélice demuestra que los hombres como Watson son capaces de todo”. ¿Capaces de todo? Veamos:

A raíz del trabajo de los investigadores británicos Patrick Steptoe, Robert Edwards y Jean Purdy sobre Fertilización Asistida, quienes, tras una década de fracasos y cuestionamientos morales del Vaticano, de impedimentos del Centro de Investigación Médica del Reino Unido, que les negó apoyo financiero, se logró finalmente en 1978 dar a luz a la beba Brown, Louise Joy Brown (Joy por alegría). Y en esa oportunidad no faltó la palabra agorera del premio nobel Watson, quien vaticino a una Comisión del Congreso que si la FIV tenía éxito, “se desataría un infierno”.

¿Los “Hombres de Negro” actuaron, o fue la propia autocensura? Las apreciaciones finales de Bergier sobre el profesor Watson se pierden en un mar de conjeturas heroicas y paladinescas. Y los vaticinios “infernales” de Watson respecto a la FIV contrastan con la realidad actual: A 47 años de ese primer nacimiento, ya se registraron más de 12 millones de nacimientos por reproducción asistida, una de las  revoluciones pacíficas del siglo XX. La FIV es una de las tantas técnicas aplicada para ese fin.

 

Quien ha leído el libro de Watson, publicado en 1968, seis años después de que  obtuviera con Crick y Wilkins el Premio Nobel (que tardó diez años en llegarles desde su  descubrimiento, por lo que abundantes dudas deben haberlo retrasado), puede comprender las enormes dificultades que debieron sortear, sobre todo los dos primeros (Wilkins fue propuesto para incluir en el premio al King´s College) para descorrer el velo del conocimiento hasta llegar a él, avanzando y errando, proponiendo y rechazando. Rodeados de escepticismo, ignorancia, desinterés y celos académicos, buscando colaboraciones que no se producen, estudiando muchas veces sin destino cierto, basados en conceptos erróneos por su escasa formación. Esto se percibe a través de su lectura.

    En la mitad del camino, por sus fracasos sistemáticos, son obligados a abandonar la investigación sobre el ADN, a la que consideran sus instituciones matrices, su jefe sir Briggs “una pérdida de tiempo y dinero”.

   Pero persisten ambos, cada uno a su manera, y se potencian mutuamente, hasta que llegan a encontrar la forma de armar el rompecabezas oculto en los genes de las células : La estructura doble helicoidal del ácido desoxirribonucleico o ADN, con su confirmación a los rayos X de las posiciones de sus componentes, la externa de fosfatos y azúcares, y la  interna, la de las  bases, púricas y pirimidínicas (adenina y guanina, timina y citosina) unidas con puentes de hidrógeno. Esto es lo que cuenta Watson en su libro.

Hasta aquí una historia. Pero hay otra, la que se ignora, se mantiene oculta, se tergiversa y que es la que produjo la materia central para que estas investigaciones avanzaran y tuvieran finalmente éxito: La estructura que irradiaban las cristalografías sobre el ADN de Rosalind Franklin. La famosa fotografía 51 tomada en el año 1952 y que, sin su conocimiento Wilkins, colega de Rosalind del King`s College le facilitara a Watson al año siguiente, quien inmediatamente supo interpretarla para armar su modelo tridimensional de la estructura de doble helicoidal del ADN.

Ella, en 1953, ya se retiraba del King`s College cuando esto sucedía. Trabajaría en otro sitio sobre virus, hasta su muerte en 1958, a los 37 años. Nunca reclamo nada para sí sobre el descubrimiento de la estructura del ADN.

En 1962, en ocasión del Premio Nobel, no fue ni nombrada ni reconocida su incontrastable contribución al éxito del descubrimiento.

En el capítulo 23 Watson en su libro explica como se apropió de la famosa foto 51 de Rosalind (estructura B) que lo llevó “al triunfo y a la gloria”:

“Mi encuentro con Rosy hizo que Maurice se mostrara más abierto de lo que le había visto nunca. Ahora que yo ya no necesitaba imaginarme nada para comprender el infierno emocional en el que vivía desde hacía dos años, podía tratarme casi como a un colaborador, en vez de un conocido con el que las confidencias podían producir inevitables malentendidos. Para mi asombro, revelo que, con la ayuda de su asistente, Wilson, se había dedicado a reproducir discretamente parte del trabajo de rayos X hecho por Rosy y Gosling. Por tanto, no hacía falta mucho tiempo para que las investigaciones de Maurice estuvieran a toda máquina. Y había otro asunto todavía más importante que salió a relucir después: desde mediados de verano, Rosy tenía pruebas que hablaban de una nueva forma tridimensional del ADN. Aparecía cuando las moléculas de ADN estaban rodeadas por una gran cantidad de agua. Cuando le pregunte que forma tenia, Maurice fue a la sala de al lado para coger una copia impresa de la nueva forma, que denominaban estructura B.

En cuanto vi la foto quede boquiabierto y se me acelero el pulso. La forma era increíblemente más sencilla que las obtenidas anteriormente (forma A). Además, la cruz negra de imágenes que dominaba la fotografía solo podía indicar una estructura helicoidal. Con la forma A, el argumento en favor de una hélice nunca estaba claro, y existía bastante ambigüedad sobre cuál era el tipo exacto de simetría helicoidal presente. En cambio, con la forma B, bastaba examinar sus fotografías de rayos X para distinguir varios parámetros helicoidales cruciales. Lo lógico era pensar que, con unos cuantos minutos de cálculos, sería posible fijar el número de cadenas existentes en la molécula. Insistí  para que Maurice me contara que era lo que habían hecho utilizando la foto B, y me contesto que su colega R. D. B. Fraser había estado haciendo cierta manipulación de modelos de tres cadenas pero que, hasta el momento, no habían logrado nada prometedor. Aunque Maurice reconocí a que las pruebas en favor de una hélice ya eran abrumadoras -la teoría de Stokes, Cochran y Crick indicaba, sin lugar a dudas, que debía de existir una hélice-, no lo consideraba un dato muy significativo. Al fin y al cabo, ya antes pensaba que iba a surgir una hélice. El verdadero problema era la ausencia de una hipótesis estructural que les permitiera agrupar las bases de forma regular en el interior de ella. Por supuesto, eso quería decir que se daba por buena la idea de Rosy de que las bases estaban en el centro y el esqueleto en el exterior. Aunque Maurice me dijo que estaba bastante convencido de que ella tenía razón, yo seguía siendo escéptico, porque sus pruebas seguían estando fuera de alcance para Francis o para mí”.

“Rosy” era el trato despectivo que le daban a Rosalind sus “colegas”. Watson no vacila en mencionarla así en su libro, a diez años de la muerte de la investigadora.

 

Este libro La doble hélice se ha ganado un lugar entre los libros condenados de Jacques Bergier, pero no por lo que expresa Bergier, sino por lo que no expresa, por la vergonzosa, miserable y perversa   energía aplicada a conciencia por el trío ganador del premio, confabulados para utilizar sin escrúpulos de ningún tipo,  al  pilar fundamental de la investigación que resultaron ser los trabajos en la materia de Rosalind Franklin, ignorando supinamente en el trámite a su legítima autora.

El libro maldito de Watson estuvo dos veces a punto de desaparecer, dice Bergier: “la primera porque nadie quería editarlo; la segunda, porque nadie se avenía a comentarlo”. En ambos casos, la desconfianza en lo verosímil del relato  y la actitud carente de ética sobre el uso de la famosa foto 51 de Franklin confesada por el autor impresionan como  factores fundamentales. Terminó escribiéndole un prólogo el jefe de Crick, sir Lawrence Bragg. Y publicándolo una editorial de best sellers populares. Y lo fue, brindándole pingües ganancias a su autor.

Bergier no nombra una sola vez a Rosalind Franklin en el capítulo de su libro sobre la doble hélice. ¿Ignorancia?, ¿censura?, ¿“Hombres de Negro”?, ¿o simplemente “misoginia”, en consonancia con  el trío ganador del Nobel...?

 

 

 

 

 

  

 

 

La náusea de Jean Paul Sartre y Misteriosa Buenos Aires de Manuel Mujica Láinez

    A propósito de una licencia literaria

 

     Frente a un niño moribundo, La Náusea carece de peso”. Leí esta frase en un prestigioso diario  de Buenos Aires (La Nación),  en la sección cultural,  allá por  los comienzos de los 80, insertada en un artículo sobre Jean Paul Sartre, firmado por  Pierre de Boisdeffre.

     La tengo siempre presente, ya que cuando la leí, me sacudió con especial intensidad. E invariablemente, una sensación de irreprimible “náusea” me acomete al cavilar sobre ella. Nunca me había sentido tan violentamente perturbado por una frase. Quise creer que la expresión había sido mal traducida, que el autor “en una oportunidad”, frente a un niño moribundo, “había descubierto” que su novela denominada La Nausea carecía de peso. Pero en los párrafos previos decía que “ya no creía en su obra. Incluso había dejado de creer en la literatura”. Y luego venía el ejemplo mencionado. Sí, la frase había sido construida con todo cuidado, con toda frialdad.

      Frente a un  niño  moribundo,   todo  carece   de  peso,  o   mutatis mutandi, nada tiene importancia. Porque ante la agonía de un niño, lo único aceptable  es intentar revertirla,  hacerla mínimamente tolerable, o guardar un respetuoso silencio.

     Se puede pretender justificar la frase arguyendo que era “una manera de decir las cosas”, que se quiso expresar  una “alegoría”, y  que en definitiva no debería ser tomada al pie de la letra. Pero ni siquiera así resulta tolerable. Dicho de una vez: un niño moribundo  no admite ser utilizado. Representa un hecho tan doloroso y frustrante, que sólo acepta frente a él una actitud de recatado respeto. Es incomparable; su carga golpea con tal fuerza que anonada, y en ocasiones aniquila. Quien lo ha experimentado en carne propia, lo sabe muy bien. Y se rebela justificadamente ante la irrespetuosidad que implica esa afirmación atribuida nada menos que a un  premio Nobel de literatura; aseveración que constituye un agravio para toda la clase menuda, primordialmente para quienes ya han muerto sin haber tenido la oportunidad de discurrir acerca del sentido de la vida, como lo hizo  “ad nauseam” el renombrado autor, y  para aquellos que, conociendo su destino inmediato, deberán afrontar inevitablemente esa experiencia que a la mayoría de los adultos llega a estremecer de angustia y temor. Sin querer dramatizar los hechos,  las cosas en su sitio: A los niños con enfermedad o trauma  terminal, ¡En paz, por favor! 

     Contrastando con Sartre, Mujica Láinez en el cuento El hombrecito del azulejo del libro Misteriosa Buenos Aires, nos acerca la anécdota de los Dres. Pirovano y Wilde atendiendo a un niño moribundo en el Buenos Aires de 1875 y donde el “amigo” del niño, el hombrecito del azulejo, le salva la vida distrayendo con sus cuentos de la Francia de donde era originario, a la Muerte que aguarda, reloj en mano, la hora indicada para llevarse consigo al pequeño.

    El cuento termina así: “…porque si un enano francés estampado en una cerámica puede burlar a la Muerte, es justo que también puedan burlarla las lágrimas de un niño.”

     Sí, sería muy justo que las lágrimas de un niño pudieran burlarla, así como que también alcanzaran para  refutar la  sentencia del premio Nobel, mostrando que no se precisa de “un niño moribundo” para quitarle importancia o peso a esa novela. Que bastaría con suprimir de la frase del famoso escritor  la palabreja “moribundo”, para poner las cosas en su justo punto.

sábado, 18 de enero de 2025

MARTÍN FIERRO: Una refutación a Leopoldo Lugones y Jorge Luis Borges

 
Antonio Lussich y José Hernández

   Cuando Leopoldo Lugones escribió El Payador y más adelante Jorge Luis Borges su ensayo La poesía gauchesca en el libro Discusión, José Hernández ya había muerto. Por lo tanto,  no podía contestarles como seguramente lo hubiera hecho de haber podido hacerlo, en su diario El Río de la Plata. Él ya no está, pero sigue estando, ya sabemos cómo, y no hay librería de la República Argentina, por grande o chica que sea, que no cuente entre los libros que ofrece variadas ediciones de El gaucho Martín Fierro.

   Por lo tanto, se hace necesario, equitativo y saludable contestarles a Borges y a Lugones en nombre de nuestro insigne e inmortal poeta gauchesco.

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     Leopoldo Lugones, escribe en El Payador, textualmente: “Dice Hernández en una carta-prólogo a la primera parte del poema (su destinatario es el señor don Zoilo Miguens) que Martín Fierro le ha “ayudado algunos momentos a alejar el fastidio de la vida del hotel”; porque, en efecto, allá entre sus bártulos de conspirador, lo improvisó en ocho días.  (Esta última frase es de Lugones y no figura en la carta a Miguens). Sigue Lugones:


   “Don Antonio Lussich, que acababa de escribir un libro felicitado por Hernández, Los Tres Gauchos Orientales y el Matrero Luciano Santos (Este último, publicado en 1873, es posterior al Martín Fierro). poniendo en escena tipos gauchos de la revolución uruguaya llamada campaña de Aparicio, dióle, lo que parece, el oportuno estímulo. De haberle enviado esa obra, resultó que Hernández tuviera la feliz ocurrencia.” 

   “La obra del señor Lussich, apareció editada en Buenos Aires por la imprenta de la Tribuna el 14 de junio de 1872. La carta con que Hernández felicitó a Lussich, agradeciéndole el envío del libro es del 20 del mismo mes y año. Martín Fierro apareció en diciembre.”  

 

J.L. Borges en el capítulo La poesía gauchesca del libro Discusión, recoge textualmente las palabras de Lugones y avanza con la ponencia: “El mayor interés de la obra de Lussich es su anticipación evidente del inmediato y posterior Martín Fierro”, dice. Sigue: “los diálogos de Lussich son un borrador del libro definitivo de Hernández. Leyendo y cotejando versos de ambos, de la misma métrica, tono y lenguaje, surge clara la asimilación, que no le quita mérito a Hernández, pero que ignora, sin merecerlo, a Lussich”.  

“Sin intención de opacarlo a Hernández”, repite, “se debería recobrar este valioso antecedente del Martín Fierro”.

También Borges afirma, en el momento en que escribía su ensayo La poesía gauchesca, que la obra de Lussich era virtualmente inédita. Y a partir de allí nos muestra la rebuscada coincidencia de seleccionados versos entre ambos poemas. Pero ya no es inédita, pues se puede leer ahora integra en internet, y comprobar qué poco tiene que ver su forma, contenido y giros idiomáticos gauchescos con el Martin Fierro de Hernández. Que “los diálogos de Lussich son un borrador del libro definitivo de Hernández”, me parece una afirmación antojadiza bastante alejada de la realidad de los dos poemas. Y la afirmación de Lugones mencionando que la carta de Lussich a Hernández es de junio de 1872 y que el Martín Fierro apareció en diciembre, e inducir a sacar la conclusión de que el segundo deriva del primero, es  capciosa,  poco seria, lo mismo la afirmación de que: “dióle, lo que parece, el oportuno estímulo. De haberle enviado esa obra, resultó que Hernández tuviera la feliz ocurrencia.”  El Payador no merecía guardar estas frases de su autor, ni incluir el error de considerar a  El matrero Luciano Santos, publicado en 1873, (posterior al Martín Fierro) como precursor de éste.

   Las cerca de 90 páginas con los más de 2.300 versos del folletín de la primera edición del Martín Fierro (Lugones los redondea erróneamente en 1.700) de ninguna manera pudieron originarse entre junio y diciembre a raíz de la entrega de Lussich a Hernández, y menos aún, que éste haya escrito el poema en “ocho días” cuestión que no figura en la carta de Hernández a Miguens. Y ni la forma ni en contenido ni la estructura general de los dos poemas coinciden, salvo que se elabore una forzada coincidencia, como lo precisa Borges en Discusión. Que concuerden con algunas palabras, giros idiomáticos, versos, etc. no significa otra cosa que son originarios de una misma fuente denominada “poesía gauchesca”, de cuyo manantial y flujo surgieron ambos poemas, como antes surgieron los de Hidalgo, Ascasubi, Del Campo, etc. La originalidad del Martín Fierro no debería ponerse en discusión porque fue y es absolutamente original,  en su lenguaje y en su contenido, y no tiene antecedentes válidos que los ilustren siquiera como “borrador”, como afirma  Borges, que al anteponerlo a Lussich dice no tener intenciones de quitarle méritos a Hernández. Esa afirmación es una falacia, las intenciones son claras, aunque se las pretenda negar, demostrando en su ensayo la intención de reafirmar los dichos de su admirado autor de El payador.


¿Puede además pensarse con válido fundamento  que el Martín Fierro fue elaborado y escrito y publicado en seis meses por Hernández, encerrado en una habitación del hotel El Argentino, solamente inspirado en la lectura del poema de Lussich? Hay quienes dicen (*) que, anteriormente, ya en el exilio brasileño en Santa Ana do Livramento de Hernández, luego de las derrotas del caudillo entrerriano López Jordán, comenzaron a tomar forma en la mente del poeta los primeros versos del Martín Fierro.

(*) Carlos A. Leumann, Martín Fierro, edición crítica)

  Por otra parte, La Vuelta de Martín Fierro le llevó siete años a Hernández elaborarla, escribirla y publicarla (1879).

    Diez ediciones humildes, con más de 50.000 ejemplares en folletines que se distribuían en la campaña con abundantes correcciones tiene el M.F. Se leía en los fogones, algunos lo recitaban de memoria para quienes no sabían leer… En muchos ranchos humildes de la gente de campo de entonces se guardaba como tesoro personal el folletín engrasado de tanto manoseo junto al fogón criollo. El Martín Fierro es único; nunca hubo más borrador que la mente poética de José Hernández. Y es irrepetible.

Con los siguientes versos se aproxima al final La vuelta de Martín Fierro:

1190

Y si la vida me falta,

tenganló todos por cierto,

que el gaucho, hasta en el desierto

sentirá, en tal ocasión,

tristeza en el corazón

al saber que yo estoy muerto.

1191

Pues son mis dichas desdichas,

las de todos mis hermanos;

ellos guardarán ufanos

en su corazón mi historia.

Me tendrán en su memoria

para siempre mis paisanos.

¿Hay algo más claro y explícito que estas dos estrofas para definir sin equívocos al espíritu  del Martín Fierro y a la original y auténtica manera de sentir y de escribir de José Hernández?

 Leopoldo Lugones le dio visibilidad y consagración definitiva al Martín Fierro, al que denominó POEMA ÉPICO en su libro El Payador (y en sus charlas y discursos previos  sobre él en el teatro Odeón de Buenos Aires). No se entiende que, con su abrumador entusiasmo y erudición desplegados para referirse al Martín Fierro, haya hecho esa alusión (arriba mencionada) del poema de Lussich como antecedente del poema de Hernández. A menos que la elevación del Martín Fierro a Poema Épico coincidiera con el descenso de la imagen de José Hernández al burdo mote de conspirador: “en efecto, allá entre sus bártulos de conspirador, lo improvisó en ocho días” agrega Lugones a la carta-prólogo de Hernández a Miguens. 

Compara Lugones:

"Venganza de agravios es el móvil inicial en nuestro poema como en el Romancero, y aquellos provienen, en uno y otro, de la iniquidad autoritaria. Obligados ambos héroes a buscarse la propia libertad con el acero, sus hazañas constituyen el resultado de esta decisión: y justificándola con belleza, forman la trama de las sendas creaciones. Los dos son dechado de esposos, padres excelentes, castos como buenos paladines, hasta no tener en sus vidas un solo amor irregular; fieles con ello; reposados en el consejo, prontos en el ingenio, leales a la amistad, fanáticos por la justicia cual todos los hambrientos de ella; grandes de alma hasta darse patria por doquier, con la tierra que, de pisar, ya poseen:

                                              En el peligro ¡qué Cristo!

El corazón se me enancha,

Pues toda la tierra es cancha

Y de esto nadies se asombre:

El que se tiene por hombre

Ande quiera hace pata ancha.

Y otro

Desterraisme de mi tierra

Desto no me finca saña,

Ca el hombre bueno fidalgo

De tierra ajena hace patria.

“Más lejos en los tiempos, otro desterrado, el sapiente de los Fastos, había expresado en un concepto lapidario esa fórmula del heroísmo: Omne solum forti patria est.” 

 El libro III  de los fastos, Publio Ovidio Nasón (n. del a.)

“Fuerte y solo: he ahí la situación del caballero andante. Así, aquellas palabras, fueron divisa en varios blasones.”

 “Verdad es que ambos héroes son vengativos; pero la venganza es la única forma posible de justicia para el paladín, puesto que se halla obligado a ser tribunal y ejecutor. Solo ante los agravios, con el padre abofeteado o las hijas ultrajadas, el uno; con la familia deshecha y deshonrada, la casa en ruinas, los bienes robados, el otro: ¿habrá quien no sienta en su corazón de hombre la justificación del rencor que los posee? Lejos de ser antisociales sus actos, restablecen el imperio de la justicia que es el fundamento de toda constitución social. Y como el estado de libertad y de justicia resulta del trabajo interno que todo hombre debe efectuar en su conciencia, no del imperio de las leyes que lo formulan, su reintegración en el alma del ofendido es, por excelencia, un acto de dignidad humana. La plenitud de la libertad y de la justicia, es el resultado de una doctrina personal que da reglas a la conducta, al constituir por definición el docto de la vida; y ese sistema viene a resultar el mejor, cuando basado en la norma de justicia que todo hombre lleva en sí, y que estriba en considerar inevitables las consecuencias de sus actos, prescribe la práctica del bien como el mejor de los ejercicios humanos.”

 “Veinte siglos ha retardado el cristianismo la victoria de este principio moral, que con el imperio de la filosofía estoica, su código sublime, había llegado a producir en el mundo antiguo, cuando dicha religión vino a trastornarlo todo, fenómenos tan significativos como la paz romana, la supresión del militarismo, la abolición de la esclavitud, la absoluta tolerancia religiosa y las instituciones socialistas de la pensión a los ancianos, de la adopción de los huérfanos por el estado, de la enfiteusis, de las aguas y los graneros públicos y gratuitos...

 “El autogobierno de cada uno, que ha de suprimir la obediencia al poder autoritario, tenía por corifeos a los emperadores filósofos. Y entonces, cuando uno de esos héroes de la épica personifica aquel supremo ideal humano de la libertad por cuenta propia, reivindicando con esto el imperio de la razón que no tiene límites como el progreso por ella encaminado, su caso viene a constituir el prototipo de vida superior cuya construcción es el objeto de la obra de arte.”

 “Llevamos en nuestro ser el germen de ese prototipo, como el de todas las bellezas que aquella sensibiliza en nosotros, mejorándonos con tal operación, puesto que así nos hace vivir una vida más amable. Cuando el artista consigue realizarlo, su obra ha alcanzado el ápice ya divino, donde la verdad, la belleza y el bien confunden su triple rayo en una sola luz que es la vida eterna.”

Y finaliza el párrafo refiriéndose al Martín Fierro y a su autor:

 “Fue una obra benéfica lo que el poeta de Martín Fierro propúsose realizar. Paladín él también, quiso que su poema empezara la redención de la raza perseguida. Y este móvil, que es el inspirador de toda grandeza humana, abriole, a pesar suyo, la vía de perfección. A pesar suyo, porque en ninguna obra es más perceptible el fenómeno de la creación inconsciente.”

 “Él ignoró siempre su importancia, y no tuvo genio sino en aquella ocasión. Sus escritos anteriores y sucesivos, son páginas sensatas e incoloras de fábulas baladíes, o artículos de economía rural. El poema compone toda su vida; y fuera de él, no queda sino el hombre enteramente común, con las ideas medianas de su época: aquel criollo de cabeza serena y fuerte, de barba abierta sobre el tórax formidable, de andar básculo y de estar despacio con el peso de su vasto corpanchón.”

 ¡Con qué hermosas, ciertas y necesarias palabras elabora Lugones, con su habitual erudición,  a conciencia y próvidamente, este párrafo de El Payador, para luego terminarlo con una contrastante y tosca burla hacia Hernández! 

Parece que no podía darse el lujo de ser ecuánime, ni mucho menos,  generoso.

La adhesión incondicional de Lugones  a Sarmiento (su biografía lo certifica), que había sido enemigo de López Jordán, y por ende de sus seguidores como Hernández, lo lleva en El Payador a intentar separar al poeta de su poema…Y quizá, si fuera posible, a convertir al Martín Fierro en un poema de autor anónimo, como el Cantar de mio Cid, para la posteridad. ¿Habrá sido ésta una intencionalidad consciente de Lugones, o lo habrá escrito así “a pesar suyo”? 

Otro sí digo:

 El 19 de noviembre de 1869 José Hernández publica un artículo periodístico sobre las Islas Malvinas en el Nº 86 de El Río de la Plata.  En él transcribe una carta dirigida a él por su amigo Augusto Lasserre comentando el viaje realizado a las Islas por un tema del seguro fraudulento de un barco hundido en esa zona, y luego Hernández publica un artículo personal titulado:

 Islas Malvinas. Cuestiones graves:

…”Los argentinos, especialmente, no han podido olvidar que se trata de una parte muy importante del territorio nacional, usurpada a merced de circunstancias desfavorables, en una época indecisa, en que la nacionalidad luchaba aún con los escollos opuestos a su definitiva organización.”

 “Se concibe y se explica fácilmente ese sentimiento profundo y celoso de los pueblos por la integridad de su territorio, y que la usurpación de un solo palmo de tierra inquiete du existencia futura, como si se nos arrebatara un pedazo de nuestra carne.”

 “La usurpación no sólo es el quebrantamiento de un derecho civil y político; es también la conculcación de una ley natural.”

 …”El señor Lasserre ha dicho muy bien (refiriéndose al viaje y carta posterior de su amigo), inspirado en un noble sentimiento, al emprender su interesante narración:

 Las siguientes líneas quizá ofrezcan algún interés por la doble razón de ser ellas (las islas) propiedad de los argentinos, y permanecer, sin embargo, poco o nada conocidas por la mayoría de sus legítimos dueños….pero no quiero dejar pasar esta oportunidad sin deplorar la negligencia de nuestros gobiernos, que han ido dejando pasar el tiempo sin acordarse de tal reclamación pendiente…

 “Los pueblos necesitan del territorio con que han nacido a la vida política, como se necesita el aire para la libre expansión de nuestros pulmones.” 

Así se expresaba José Hernández en su artículo sobre las islas, publicado luego en una recopilación de Joaquín Gil- Editor, Buenos Aires, MCMLII.

 Decía Lugones de Hernández: “El poema compone toda su vida; y fuera de él, no queda sino el hombre enteramente común, con las ideas medianas de su época: aquel criollo de cabeza serena y fuerte, de barba abierta sobre el tórax formidable, de andar básculo y de estar despacio con el peso de su vasto corpanchón. Sus escritos anteriores y sucesivos, son páginas sensatas e incoloras de fábulas baladíes.”

 En Google sale que “no hay registros de que Leopoldo Lugones haya escrito nunca nada sobre las Malvinas”. Tampoco Borges lo haría en su larga, abundante y exitosa trayectoria literaria, en reclamo de la soberanía argentina y en contra de la usurpación británica, salvo el conocido  poema de los dos soldados escrito en 1982, ya después de la guerra.

 Como vimos, el futuro autor del Martín Fierro,  el periodista José Hernández, en 1869, con sus escasos recursos, hacía un valiente reclamo sobre las Islas Malvinas en su diario El Río de la Plata, a un gobierno (Sarmiento presidente)  que no lo tenía precisamente de amigo.

 Y volviendo al genial escritor, al decir de Augusto Monterroso:

Otro sí digo:

 Augusto Monterroso, en el capítulo, El otro Aleph de su libro de ensayos La Vaca, hace referencia en la presentación a la frase: Yo creo que hay (o que hubo) otro Aleph, del cuento homónimo de Borges. 

Y avanza con el poema La Araucana de Ercilla, escrito en el siglo XVI del cual se ocupó en 1962 para una edición de la Universidad Autónoma de México. Encuentra en este poema,  “en cuarenta y siete y media octavas reales del canto XXVIIque el anciano mago Filón, araucano, muestra a su  enemigo español,  el conquistador Ercilla, nada menos que una esfera de cristal en la que podía contemplarse simultáneamente cuanto sucedía en ese momento en las más diferentes y opuestas regiones del globo terráqueo, en la misma forma que ocurrirá con el aleph de  Carlos Argentino Daneri, poeta detestable, y de Jorge Luis Borges, escritor genial, unos trescientos años más tarde”. 

Y Monterroso avanza con las diferencias y coincidencias entre el poeta español y el genial cuentista argentino. 

Y termina el gran escritor guatemalteco: Entre las referencias a su Aleph, Borges en ningún momento recuerda a Alonso de Ercilla y su Araucana  como el lugar en “que hay (o que hubo) otro Aleph”.